martes, 30 de junio de 2020

Mi crítica de "Ser Digno de Ser" (Cine)

"Ser Digno de Ser" es un film del año 2005 del director y guionista francés Radu Mihaileanu, nacido en Rumania en 1958. Dejó su país en 1980 y se graduó en el Instituto Cinematográfico IDEHC en París. Además de su trabajo para cine publicó un libro de poemas en 1987 titulado "Une vague en mal de mer". Tiene en la actualidad 62 años. Su primer largometraje es de 1992 ("Tahir"), es el director y autor, además, de "El Tren de la Vida" (1998) y "El Concierto" (2009).
El verdadero núcleo duro de este film es la búsqueda de la identidad de un niño etíope a quien hacen pasar por judío a sus 9 años para acceder a una vida mejor (a una vida) y sólo puede hallarse a sí mismo cuando termina de cerrar el círculo y vuelve a reunirse con su madre biológica a los 30 años, ya recibido de médico y casado en Israel. El disparador de la historia es una anécdota que debió impactar mucho a Radu (lo voy a llamar así de entrecasa ya que su apellido me resulta muy complicado): en 1984/85 se produjo una gran repatriación a Israel de judíos etíopes, organizada por los Estados Unidos e Israel, en lo que se llamó "Operación Moisés". Cerca de 8.000 etíopes cruzaron la frontera del Sudán para ser evacuados. La mitad murió de hambre, agotamiento o asesinados y evolizados. Aquí el comienzo, de ahora en más es parte de la fantasía de Radu lo que cuenta la historia. Una mujer etíope, hace que su hijo de 9 años se una a otra madre cuyo hijo acaba de morir en brazos de un médico, para que se haga pasar por judío y vuele hacia la libertad, ésta se halla en Israel. Después de un fatigoso viaje la mujer logra llegar con su "hijo" a Jerusalén y lo adoctrina para que diga ante el comité examinador que su nombre es Salomón (muy buen trabajo de Moshe Agazai), y que es hijo de Isaac y nieto de Yakov, enseguida se le asigna el nombre de Schlomo, que viene a significar lo mismo, y se le brinda ropa, alimento y cobijo, pero su madre prestada muere a poco de llegar, gravemente enferma. (Me causa gracia cómo se muere en las películas: cerrando dulcemente los ojos y acariciando al hijo luego de haber dicho la sentencia final, nunca a mitad de una frase ni con estertores...). A partir de entonces el niño Schlomo deberá cargar con la mochila de un nombre y una creencia que no le pertenecen, y de las que no se podrá desprender hasta que no se lo confiese a su esposa Sara, muchos años después, y lo cual será tomado por un acto de cobardía por ésta. Enseguida empieza a ir a la escuela y su comportamiento dista mucho de ser el mejor: es un chico conflictivo pero en gran parte por lo que recibe de su entorno. Se crea reactivo contra el afuera. Se le habla en francés (esto desorienta un poco, ya que estamos en Israel, y en vez de escuchar el ydish oímos el francés del director), cuando se anula el sonido de la película ante los oídos del chico esto es lo que él puede recibir de esa lengua prestada.
Pero enseguida es aceptado por una familia adoptante, una familia francesa sefardí: Yael (la hermosa Yael Abecasis) y Yoram (Roschdy Zem) y dos hermanos Tali y Dany, quienes le dicen de entrada que no son religiosos y que son de izquierda (¡¡¡ !!!) (¿para qué, como si el chico entendiera algo? ¿O simplemente para justificar la ideología del director? De igual forma, cuando Schlomo sea adolescente tendrá una foto del "Che" pegada en su cuarto, como si supiera quién es ese argentino indómito que ideologizó su marcha hacia la libertad de Cuba). Schlomo se muestra reticente a esa familia al principio, con quienes no habrá contacto físico, hasta llegar a un grado mayor de aceptación y confianza por parte de él. La comprensión y amor de los adoptantes es inmediata y abren sus puertas y sus corazones para el recién llegado, sin importarle el color ni la raza, incluso cuando sus compañeros de clase pidan que lo saquen de allí porque temen "contagiarse", será la feroz Yael la que les salga al cruce de una forma casi desesperada para que sea aceptado. Aunque para el día de la madre, Schlomo no sepa a quién dibujar en su hoja de la escuela. Mientras tanto sigue hablando con la luna, la cual personifica la pureza de su madre nativa.
Cuando Yoram deba llevarlo al médico, él preparará todas sus cosas en acción de despedida, como fue la sesión con el médico y su madre africana. Cuando lo vea el médico, éste le causará la más temible impresión porque, además de someterlo a un interrogatorio cuasi- nazi... querrá circuncidarlo. Esto mismo les pasará a los demás inmigrantes y... los negros salen de raje, dejándolos a todos los médicos con las ganas. A partir de esta acción es que conoce por la televisión a Qes Amhra (Yitzhjak Edgar) un etíope judío quien lanza un discurso encendido defendiendo los derechos de su pueblo, a los que en Etiopía consideraban de judíos y en Israel los tratan de negros. La suma de las contradicciones. Igualmente Schlomo sigue cargando con un personaje a cuestas que no es él y que, si bien se siente representado en la parte de judío que le toca por adopción, en su fuero íntimo sabe que no lo es. Querrá encontrarse con ese personaje que tiene acceso a su tribu para que le escriba una carta a su madre por él: sigue pensando en esa madre que dejó allá, y el recuerdo le perseguirá hasta el tan esperado reencuentro.
Cuando Schlomo sea adolescente (Moshe Abebe) será él quien escriba cartas para sus compañeros, habiendo desarrollado un buen instinto como escritor. Allí se topará con uno de ellos quién le pide que declare su amor a una tal Sara en correspondencia. Él se esmera y saca lo mejor de sí en sus dotes de autor. Y así será invitado a la fiesta de cumpleaños de Sara, a la que el padre no le permitirá el ingreso por no ser judío. De toda forma la chica ( Roni Hadar) lo irá a buscar hasta su casa y bailará con él en el cordón de la vereda con música en sus auriculares. Y le dirá que él no es negro sino "rojo". Cuando se presenten las "controversias" de oratoria, Schlomo averigua si el padre de Sara está en el jurado y si él puede participar, claro que su rabino le dice que sí, y allí se inmiscuye el jovencito a dar su versión de la Torá.  El padre de Sara lanza la pregunta: ¿De qué color era Adán? Y su contrincante llega a la conclusión de que era blanco y que Dios hizo todo lo despreciable de color negro. Él no se amilana, y tomando el estrado dice que Dios hizo a Adán con arcilla y por eso no le salió ni blanco ni negro, sino rojo. Y grandes aplausos por parte del público, entre ellos su madre, su hermana, y Sara. Su futuro suegro se cruzará un momento con él para decirle que es el demonio, y que no lo quiere ver cerca de su hija.
A partir de allí se telefonearán una o más veces con Sara hasta que se entrega a la policía para declarar que él no es judío y que es un impostor, pero el comisario lo lleva de vuelta a la casa y lo deja tranquilo, pero su padre, viendo que llega en auto policial le arma un gran estruendo y por eso Yael decide que se vaya un tiempo al kibbutz para enfriar los ánimos. Hasta allí lo llama Sara y él le infunde celos. Todo para que se fortalezca cada vez más su unión, unión que seguirá cuando él regrese y cuando decida seguir su destino yéndose a París para estudiar medicina. En Francia no logra hacerse de una novia pero sí de un título, y vuelve recibido de médico, pero Qes Amhra, con quien siguió en relación todo este tiempo le anuncia que no vuelva, que están deportando a todos los etíopes no judíos por traidores, entonces se embarcará en la guerra de Bagdad como fuerza de paz, en el equipo de médicos. Allí será herido por una bala, y ya de regreso en su país, se casará con Sara, después de muchas idas y vueltas. Su peor motivo se hace realidad, debe confesarle que no es judío, pues ella se ha enemistado con toda su familia por lo mismo y lo defendió: ahora debe enfrentarse a la más cruda verdad. Y lo hace justo el día en que ella viene a confirmarle su embarazo. Allí se distancian pero sólo por un tiempo, hasta que Yael logra re-unirloss. Y se va como médico a Etiopía a buscar su destino y a su madre, para encontrarla más vieja pero sentada en el mismo lugar (los africanos no son de moverse mucho). Recién allí puede encontrar su verdadero lugar en el mundo y se descalza para volver a sus fuentes.
Una extensa búsqueda en pos de saber quién era él, hasta que pudo dar con él mismo. Un film cálido y totalmente soportable (a pesar de su duración) que no ahorra su cuota de drama, pero también de comedia, ya que está muy dosificado.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 27 de junio de 2020

Mi crítica de "Secretos de un Matrimonio" (Cine-Ingmar Bergman-1973)

Siempre he dicho que lo que Bergman hace es filmar terapias de grupo. Y aquí, con este nuevo intento, esta vez en un largo proyecto para la televisión sueca en forma de minisserie de seis capítulos, nos presenta una historia sobre un matrimonio que termina por volverse larga y pesada, monótona y reiterativa, y por no interesarle a nadie los "secretos" que tenía para contarnos. "Escenas de la vida conyugal", como conocemos mejor a este largometraje tuvo su suerte en teatro, aquí interpretada por Alfredo Alcón y Norma Aleandro y me dio la misma mala sensación cuando la vi. Tuvo un poco más de suerte Norma Aleandro cuando la dirigió con el tándem Darín- Érica Rivas/Valeria Bertucelli al convertirla en comedia, y hacerla de esa forma más digerible. ¿Pero es que "Secretos de un matrimonio" no puede ser vista como comedia? Y, la verdad es que sí, si Bergman le hubiese puesto un poco más de ganas, porque los constantes vaivenes en el matrimonio formado por Marianne (Liv Ulmann) y Johan (Erland Josephson), ese que se va transformando como una ameba, va tomando forma, la va perdiendo y vuelve a tomarla en calidad de amantes, es un sinsentido que puede bien tomarse a risa y verle el lado cómico (aún en la obra misma hay varias cosas que son tomadas con liviandad por el director sueco). Marianne y Johan están hechos el uno para el otro, y no importa que su matrimonio pase por varias fases (entre ellas la de la ruptura), siempre volverá a acomodarse a ellos porque en el fondo son grandes amigos, que no perdieron el disfrute de estar juntos y pasarla bien uno al lado del otro. Por eso no importa que ambos se vuelvan a casar con otras parejas: siempre volverán a la raíz, aquella que cobijó a Marianne y a Johan. Acá las parejas de ellos no interesan, es por eso que no las vemos, no importa que se llamen Paula o Henrik, lo que nos importa es la vida del matrimonio original y no hace falta nada que desvíe el relato. Tan sólo al principio nos presenta Bergman a otra pareja (la de Katarina y Peter) en su capítulo inicial denominado "Inocencia y pánico", para hacernos ver cómo van a terminar las cosas entre Marianne y Johan. Katarina y Peter se pelean, discuten, se humillan en público, todo para darnos a entender que van a terminar en divorcio, administrado por la hábil abogada Marianne. Aquí es donde se dice una frase fundamental (en boca de Johan): "La ausencia de problemas es en sí un grave problema". Porque el matrimonio de ellos parece una pareja perfecta, no discuten, se llevan bien, coinciden en casi todo, tienen dos hijas bien criadas, padres afectuosos, en resumen, lo tienen todo para ser felices y contentarse el uno con el otro. En el segundo capítulo ("El arte de esconder bajo la alfombra") veremos que hay una atractiva colega que le está revoloteando a Johan y a quien trata de impresionar, y que hay una clienta de Marianne que viene a pedirle un trámite de divorcio porque después de 20 años de casada descubre que ya no hay amor entre su marido y ella, o peor aún, que nunca lo hubo. Estos son datos que nos hacen ver reflejado el propio matrimonio de Johan y Marianne, y anticiparnos sutilmente lo que va a pasar.
Esta película es muy ascética en su presentación. Casi sin decorados, con tomas llenas de planos medios y primeros planos (casi no hay planos generales) de un muy acotado Sven Nykvist, sin música en toda su extensión y sin gracia alguna en la puesta (hay otros cineastas, como Fellini, a los que, al incursionar en la televisión les fue mejor -"I Clowns" y "Ensayo de Orquesta"-) este paso por la TV se vería coronado con más gloria en su reconstrucción, 20 años más tarde con "Saraband", aquel experimento de volver a juntar a Ulmann y Josephson en su vejez (no estoy diciendo tampoco que esta sea una gran película, pero se sostiene con más dignidad que la original, a pesar de ser una "secuela"). "Paula", el tercer capítulo, nos viene a decir que el sólido matrimonio de Marianne y Johan se ha resquebrajado, allí donde más duele: él se ha enamorado de otra, y esto, aunque lo llevan "demasiado" civilizadamente al comienzo de la discusión, acaba por destruir a Marianne. Y digo "demasiado" porque en verdad causan gracia estos dos, discutiendo sin énfasis cómo el marido va a dejar a la mujer por una tercera en discordia que vino a interponerse entre ellos. Todo está muy afiatado y parecen tomárselo con mucha calma ambos (hay que ser sueco para eso), casi hasta lo exasperante. En realidad Josephson compone un rol de pusilánime en su relación con Ulmann, al ir y venir de unos brazos a los otros y ella en aceptarlo siempre con una sonrisa piadosa, como a un niño que se le perdona una falta. Ya sé, la moraleja es que siguen enamorados el uno de la otra y la otra del uno aún a pesar de las contingencias, no soy tan bobo, pero me parece tomado con una parsimonia un poco infantil por parte de Bergman.
En el cuarto capítulo denominado "Valle de lágrimas", Johan vuelve a visitar a Marianne, en una escapada de Paula quien se encuentra en Londres, y se muestra muy "cariñoso" con ella. Marianne le habla de que ha iniciado una relación con su psiquiatra quien la incentiva para que escriba sus sentimientos y pensamientos más profundos en una especie de diario, que ella intenta leerle a su ex marido para que éste no siga avanzando. En un momento se los ve que están por sucumbir al deseo y se están por hacer el amor, pero Marianne lo detiene porque confiesa que sigue enamorada de él y que sería muy terrible tenerlo para volver a perderlo. De todos modos se entienden y pasan la noche durmiendo juntos, aunque a la mitad Johan se angustia y se va. No sin antes leerle ella una carta que Paula le envió (como vemos somos todos mooooy psicoanalizados) y que ella interpreta como un intento de hacerse amigas.
En el quinto episodio "Los analfabetos", Johan y Marianne están reunidos en la oficina de él, de noche, y están releyendo el contrato de divorcio que le trajo ella y que él debe aceptar y firmar. Pero prefieren antes de concluir con su matrimonio hacerse el amor sobre la alfombra, aún a expensas de que los descubra el sereno. Ahí se da cuenta Marianne lo importante que era disfrutar del sexo, algo que tenía reprimido y no exploró nunca. Su sexualidad con Johan era más bien pobre y acotada, y en ese momento lo disfruta de verdad. Todo para que Johan concluya en que son analfabetos emocionales, que lo saben todo acerca de los grandes temas de la humanidad pero que nunca se han puesto a desentrañar sus almas (chocolate por la noticia). Entonces todo vuelve para atrás nuevamente: Marianne sostiene que le ha hecho bien el hacer el amor con él porque comprobó que lo quiere sólo como un amigo y que está aprendiendo a desprenderse de él. Y entonces Johan le increpa que ella siempre utilizó el sexo como forma de premio o de castigo para con él, que "se vengaba a través de sus genitales", le dice textualmente. y ahí se desata Johan de que sigue enamorado de Marianne, que está harto de Paula y que quiere conservar su hogar y su amor con su esposa. Para certificar esto pasa del amor al odio y le da una buena golpiza que le provoca el sangrado de la nariz. Culminan sosteniéndose el uno al otro nuevamente.
Y el último capítulo, "En plena noche, en una casa a oscuras" se muestra redundante con todo lo visto hasta acá y ya cansa y exaspera. Son demasiado las dos horas cuarenta de duración para contarnos una historia que va y viene en los sentimientos (desgraciadamente no como "El amor en tiempos de cólera" del gran Gabo) de una forma pueril y que acaba por hartar. Buenas noches Bergman, me voy a dormir.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



jueves, 25 de junio de 2020

Mi crítica de "¡Chist!" (Teatro-musical-Les Luthiers)

Vi nuevamente este espectáculo en la plataforma de You toube, y realmente pasé uno de esos momentos que se dan muy pocas veces en la vida. Una enorme alegría que ya no va a volver a repetirse sobre un escenario. Porque para este show todavía estaba el quinteto original, imbatibles ellos: Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich. De ese grupo sólo perduran López Puccio y Maronna, los demás se han muerto o en el caso de Núñez, se ha retirado. A mí, ir a ver a Les Luthiers al teatro era la cosa que más me gustaba en el mundo, lo que me daba la mayor felicidad en mi vida, aún más que tener un buen momento de sexo con una chica hermosa. Así que ahora estoy desamparado (me tengo que conformar con el sexo) porque me faltan mis ídolos y referentes. Era sobre todo un gran placer a nivel intelectual comprobar que se hacía un tipo de humor con tanta calidad, que apelaba a la inteligencia y a la complicidad del espectador, sin golpes bajos, ni groserías, ni subestimar al oyente. Todo era un viaje alucinante por el mundo del conocimiento y la alegría, el buen gusto musical y el puro talento. ¿Qué vamos a decir a esta altura? ¿Que eran grandes músicos, cantantes, actores, mimos, humoristas? Ya es harto conocido todo eso. Lo que es intransferible es ese sentimiento de felicidad que producían, de sentir que a pesar de vivir en un mundo terrible, sin Dios, sin esperanzas de vida después de la muerte, de saber que vamos a perder a nuestros seres queridos y que nos vamos a quedar solos en la vida, es posible un momento de plena felicidad al saber que todavía hay alguien que sabe cómo hacernos reír. Todo eso se ha perdido, ahora sólo nos queda ir a ver sus espectáculos con reemplazantes que, si bien son cómicos y graciosos, y repiten hasta el hartazgo sus scketchs, no son los objetos de nuestro cariño.
Este espectáculo era otro rejunte de números pasados, articulado en torno de "La Comisión" (himnovaciones), un encuentro entre dos políticos corruptos del partido Frente Lista Azul (inventado, pero que coincide mucho -desgraciadamente- con gente que nos gobierna desde siempre) y un compositor, el bailantero Mangiacparini, un músico tan inepto como ellos, para que reforme el himno nacional a gusto del presidente Pedro Garcete quien quiere llevar agua para su molino. Todo es puro ingenio verbal y una música de canción patria que lo inunda todo. Cuando el político Murena (Mundstock) dice "nos sentimos muy honrados", Ramírez (Rabinovich) exclama: "¿honrados, nosotros? ¡qué sensación más rara! Debe ser una metáfora..." Y sí, reímos a carcajadas, pero con un puñal clavado en el corazón de saber que lo que estamos viendo es la pura verdad y la realidad más cruda. En ningún momento se hace referencia a partido político alguno, pero cada uno sabe a quién adjudicárselo según su experiencia y afinidades.
El show comienza con "Manuel Darío" (canciones descartables) un homenaje en el mejor estilo documental, con reportajes, música y canciones, a un afamado cantante popular como hay muchos por nuestro planeta, que tiene más de imbécil que de talentoso y que se llena la boca con el nombre de "cantautor". Rabinovich está en la piel de ese Manuel Darío, que se puso así "por el poeta": "ese de las rimas de Backett. Y yo que la llevé al río creyendo que era mozuela. Ser o no ser. Platero y él, y tantas otras". Nuevamente la venganza contra todos los que nos hacen padecer su estupidez se renueva, y podemos sufrirlos y reírnos a pesar de ellos. Luego viene un madrigal de vieja data: "La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa", un ingenioso tema en donde Mundstock lleva la voz del solista, con su letra en diversos papeles, que al caérsele se le mezclan y así invierte el sentido de lo que está cantando, creando una canción muy "zafada". La sigue un dúo de cantantes de los años 60, los vanguardistas y "flower power" López Puccio y Maronna, que van a interpretar una canción con tintes ecológicos y de gran efecto cómico, también debido a los ingeniosos equívocos.
El recital sigue con un fragmento de ópera: "La hija de Escipión", en donde Mundstock demostraba su calidad como cantante lírico en el registro de bajo, y Rabinovich no se le quedaba atrás, aunque quien lograba los mayores aplausos era Marcos. Nuevamente el ingenio al servicio del humor y la referencia a una ópera mozartiana, con sus momentos destinados al "recitativo" y de gran musicalidad (y calidad). Seguimos la marcha con el "Bolero de los celos" (trío pecaminoso) un buen ejemplo de lo que hacían en cuanto a parodia musical al cargarse con géneros diversos, esta vez con buena fortuna de la mano del bolero. Sigue un canto gregoriano de la más pura cepa: "Educación Sexual Moderna" (cántico enclaustrado) un pasaje destinado a adoctrinar a los jóvenes (de 30 años) sobre los peligros del sexo, pero cantado por un cuarteto de monjes. Risas a granel y el célebre "dubi dubi du", con el que van a terminar el espectáculo refiriéndose a lo que el presidente Garcete pretende hacerle a su pueblo. Un verdadero trabajo coral guiado por López Puccio como el director de coros que es.
Seguimos con "La redención del vampiro" (hematopeya), una cumbia con aires transilvánicos en la que se nos explica que para hacer el mal no basta con ser vampiro, también se puede ser criminal, ministro o presidente. "Encuentro en el restaurante" (rapsodia gastronómica) es la reunión idealizada por un amante con su prometida, que se ve interrumpida constantemente por el violín de lata (latín) de López Puccio y el piano de Núñez Cortés que no le dejan decir a un apasionado Rabinovich todo lo que va a ofrecerle a Felisa, su novia, quien en realidad todavía no ha llegado a la cita. "Los Jóvenes de Hoy en Día" (r.i.p. al rap) es un enérgico rap en donde dos veteranos Maronna y López Puccio añoran todo lo que en materia de sexo los jóvenes realizan y que ellos ya no pueden, con gran desplazamiento acrobático de ellos y el ritmo de rap que no deja de parecer incómodo.
El final a toda orquesta con la conclusión de "La Comisión" y la presencia de Garcete sobre el escenario que aclara que todo es por "el futuro que les negamos -que les legamos- y la conciencia tranquila de haber hecho siempre lo corrupto -lo correcto". Y de "fuera de programa" llega ese gran momento que es la "Rapsodia in Balls", donde se trastoca la "Rapsodia in blues" para dejar lugar al excelente piano de Núñez Cortés enfrentado con el "bolarmonio" (un armonio hecho con pelotas) manejado con toda la destreza del caso por Maronna. Cada pelota tiene una afinación acorde a las notas del piano y entre los dos hacen un magnífico contrapunto.
Ahhhh... felicidad pura. Les recomiendo a todos que lo vean por Youtoube porque hay varios recitales completos del conjunto cunado estaba su formación intacta. Para no perdérselo y pasar un momento de esos inolvidables en la vida.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 23 de junio de 2020

Mi crítica de "Copenhague" (Teatro)

En esta celebración por los 60 años del TGSM se ha recuperado del archivo esta valiosísima pieza de Michael Frayer, con la dirección exquisita de Carlos Gandolfo, último trabajo que realizó en su vida, una despedida más que apropiada para un maestro de actores. En la participación actoral contamos con tres leones: Juan Carlos Gené, Alberto Segado y Alicia Berdaxagar, también fallecidos los tres. Y digo leones porque son dignos exponentes del teatro que se hace en el San Martín: auténticos grandes (inmensos) actores, memoriosos, trabajadores incansables e imbatibles sobre escena. Se cargan a sus espaldas un texto improbable, árido, extenso y complicado que habla en su mayor parte el lenguaje de la física cuántica y son dos horas y cuarto a puro estoque verbal y con un discurso a veces difícil de seguir para quienes no somos duchos en el tema. La obra es interesantísima pese a no estar embebido en ella, pero más allá de lo que habla plantea debates trascendentes sobre por ejemplo, ¿es responsable el científico de lo que se haga con su ciencia a nivel social? ¿es más fuerte el amor por la patria que el noble destino de la humanidad? ¿pueden desprenderse estos dos científicos del hecho de que de su saber se haya logrado producir la bomba atómica, esa que en Hiroshima arrasó con la vida de 100.000 personas? ¿Se puede convivir con eso en su conciencia? "Copenhague" plantea de forma muy directa estos interrogantes y también abre la puerta para la discusión de muchos más. ¿Es necesario atiborrar al espectador con datos técnicos de un lenguaje que desconoce o no está familiarizado? Yo pienso que es totalmente lógico, ya que así da carnadura de realidad a todos los planteos que allí se realizan y nos hace creer que lo que realmente estamos viendo son dos científicos que discuten sobre su saber y su participación en el mundo de las ciencias.
Copenhague es esa ciudad danesa en donde confluyen estos dos sabios Niels Bohr (Gené) y Heisenberg (Segado) que aunque no hayan creado la bomba atómica estuvieron muy conscientes de que su metier conduciría a ello. Completa el trío Margarita (Berdaxagar), esposa de Bohr y ayudante en su redacción de trabajos, a tal punto de comprender perfectamente las teorías que esgrimían. Heisenberg fue un físico alemán que trabajó muy acaloradamente para que su país ganara la guerra a tal punto de que si le hubiera podido proporcionar una bomba atómica lo hubiese hecho. Sólo que carecía de datos para llegar a esa elaboración. Hoy en día lo conocemos por haber pasado a la historia por la formulación del "principio de incertidumbre". Bohr era danés y colaboró con los americanos en Los Álamos para realizar la bomba, aunque nunca sospechó que podría llegar a utilizarse y de manera tan cruenta. Heisenberg le plantea: "¿sabés los efectos de haber arrojado una bomba, miles de familias destruidas, miles de chicos llorando y de madres sin sus hijos? En Alemania arrojaban bombas y todo el pueblo ardía, hasta las suelas de mis zapatos se prendían fuego porque los charcos estaban encendidos". Aunque parezca brutal, estos dos hombres han sido amigos y compañeros de ciencia, ambos formularon el principio de complementariedad y "dieron vuelta el mundo como una media" al poner al hombre en el centro de la escena científica.
Copenhague es más que una ciudad, es donde viven Bohr y su esposa y donde los visita su amigo, y está cerca de Elsinor que era por donde deambulaba Hamlet, y en los paseos que estos dos hacen, los llevan a asomarse a "la oscuridad del alma humana". A pesar de que todo parece ser muy claro en sus vidas: todos los actos humanos se explican a la luz de las matemáticas, y cada acción que se comete debe ser entendido como un acto de razón, por eso es que es muy difícil pensarlos actuando en la sinrazón de la guerra, para uno u otro bando. Desde una partida de cartas o el simple hecho de esquiar debe ser medido por ambos como un rasgo científico. La ciencia se define justamente porque permite medir todo aquello que es mensurable. Y ellos hacen de la ciencia un modo de vida. Hasta los hechos más insólitos como el acercamiento amoroso (en el caso de Heisenberg) está dado por la medida, al interpretar al piano un trío de Beethoven es cuando conoció a la chica que luego deslumbraría. Para Bohr un accidente náutico, que le costó la vida a uno de sus seis hijos se define también por el principio de incertidumbre. Estamos en 1941 y Heisenberg visita a Bohr con un propósito oculto que será motivo de muchas interpretaciones, tan ricas como razonables, entre ellas la de sacarle información para preparar su propia bomba o la de pavonearse por los éxitos conseguidos en su carrera. Pero los amigos discuten, se ven enfrentados a romper la amistad por una pregunta insensata o por haber dado un paso en falso. Son muchas las discusiones que les vemos transitar durante la obra, aunque finalmente el valor de los vínculos sea la razón más fuerte para mantenerlos unidos.
"Ahora que estamos todos muertos", repite desde su lugar Margarita. Sí, porque la historia ya ha pasado y todo ha adquirido su justa medida. La narración toda parece ser sólo un flashback de lo que pasó en 1941 y luego en otra visita, en 1947 cuando ya la guerra ha finalizado y las culpas se han asumido. Se revisan las conductas, los hechos, las consecuencias, las relaciones, todo es material de análisis para esos tres personajes atravesados por el dolor y la culpa. ¿Pero acaso sienten culpa? Este es otro punto discutible de la pieza, a pesar de que esta se vea prologada y finalizada por la explosión más terrible que conociera la humanidad. Es un texto salvaje, con poco lugar para la compasión, en dónde uno se pierde por caminos de razonamientos que llevan a lo inevitable: ganar o perder una guerra.
Bohr habla de la fisión nuclear con su amigo 20 años menor, quien siempre lo vio como un padre (incluso se lo llamaba "el Papa" dentro de la rama), su charla discurre en torno a que su labor es la misma de los alquimistas: convertir un objeto en otro, ya que con el disparo de un neutrón se podía dividir en dos el átomo de uranio. Luego va a ser necesario reemplazar el uranio por el plutonio, más eficaz y menos resistente a la fisión. Bohr dirá que todos los físicos teóricos de Alemania fueron expulsados de Alemania por ser judíos, lo que los llevó a instalarse en Inglaterra o Estados Unidos, y que llevó a la física teórica a ser considerada en el país germano una ciencia menor frente a la física experimental. Dinamarca está ocupada por los nazis, todas sus actividades son seguidas de cerca por la Gestapo, por eso tanto uno como el otro deben cuidar sus espaldas. Se conocieron en Göttinger cuando Heisenberg tenía 20 años y Bohr 38, éste fue a dictar un seminario a Alemania y la única voz que se levantó para criticar sus cálculos fue la del que se convirtiera en su discípulo. En Alemania Bohr era amado, porque les dio la mano una vez perdida la primera guerra, aunque ahora se lo vea como un enemigo.
Un lujo para el espíritu y el pensamiento es el de asistir a la visión de esta obra fundamental dentro del teatro universal, tan bien planteada (sin más escenografía que una mesa y tres sillas) y tan bien actuada por tres genios. Háganme caso. No se la pierdan. Todavía está disponible en la plataforma del TGSM. Vale la pena.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



domingo, 21 de junio de 2020

Mi crítica de "Stéfano" (Teatro)


La verdad es que ya había desconfiado de las virtudes de Teatrix, debido a los últimos estrenos. Había estrenado "Stéfano" el jueves pasado y tenía que verla, y la verdad es que pensaba y penaba que me iba a aburrir muchísimo con esta obra escrita a principios de siglo (más exactamente en 1928) y con personajes provenientes del grotesco. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que se trataba de una obra ágil, dinámica, plena de vida y de contrastes, adaptada y dirigida por el talentoso Rubén Pires y puesta el año pasado en Andamio 90. Con un equipo liderado por los grandes Luis Longhi y Maia Francia la obra respira, adquiere comicidad y dramatismo, con fuertes tintes del problema de la inmigración en la Argentina. Se trata ni más ni menos que de un grotesco criollo, que es un género dramático cultivado en nuestro país y atribuida su creación al mismo Armando Discépolo (autor de la pieza) a partir de su obra "Mateo". En su seno confluyen desde el grotesco italiano hasta el sainete criollo. Armando Discépolo fue un director y autor argentino que vivió 83 años, creador de varias obras clásicas del teatro nacional, entre ellas "Stéfano", "Mustafá", "El Organito" y "Babilonia". Fue el hermano del poeta y compositor de tangos Enrique Santos Discépolo.
La obra presenta varios personajes bien definidos y caricaturizados por un maquillaje que remite al grotesco (caras pintadas de blanco con cejas dibujadas con aire cómico, muy marcadas), todo en la presentación de los personajes inspira a la gracia y por qué no, al patetismo. Los protagonistas son Stéfano (Longhi) y su esposa Margarita (Francia), él un inmigrante italiano y ella porteña, que viven con los padres de él, dos italianos venidos a "hacerse la América": Gino (Marcelo Bucossi) y María Rosa (Elida Schinocca), de 80 años, espléndidos. Con ellos viven también en ese conventillo de la Boca los hijos de la pareja, argentinos: Esteban (Mario Falcón), la histérica y llorona Ñeca (Lucía Palacios) y el retrasado Radamés (Nico Cúcaro). Con ellos está pintado el cuadro familiar. Todo se sucede vertiginosamente, sin dar lugar al respiro, y confundiendo las emociones, que se agolpan en el alma del espectador. Stéfano es un pobre tipo, sin carácter ni valentía para afrontar la vida, se desempeña en una orquesta sinfónica como clarinetista (Longhi sabe tocar ese instrumento tan bien como el piano) y como copista de partituras (es el que adapta la formación musical de cada instrumento dentro de la partitura). Aunque fue medalla de oro en el Conservatorio de Nápoles trajo a sus padres a vivir a la Argentina con el sueño desmesurado de escribir la gran ópera, de ser un nuevo Verdi, ópera que por las cuestiones de la cotidianeidad nunca pudo sentarse a escribir, claro tenía una familia que mantener, con tres hijos que comían (uno muerto, Santiaguito, que era el que más prometía) y que no trabajan, una esposa que friega todo el día y dos padres ancianos. No estaba el mundo para óperas. Basta con tener para mantener a la familia. Igual escribe sus composiciones para piano, de las que tiene acumuladas las partituras pegadas alrededor del espejo. Es su hijo disfuncional Radamés el que lo comprende y sueña con que algún día va a escuchar la gran ópera desde el paraíso del Colón. Stéfano trata de confortar a todos con su buen humor y su capacidad para adaptarse a levantar el ánimo de los pobres decaídos, aunque se trabe en discusiones yertas con su padre mientras su madre llora.  
Aunque don Gino tiene su parte de razón para quejarse. Su hijo los trajo a América diciéndoles que era la gran oportunidad. Aunque en Italia no les faltaba para comer, el hombre necesita de otras cosas, su terreno, su lugar en el mundo y paz, dice su padre. Y eso no lo encontraron todavía en la Argentina, tierra de promisión y esperanza. Ya lo van a conseguir, se defiende Stéfano, cuando él escriba la gran ópera. Mientras Margarita plancha y lava ropa, cocina y cuida de sus hijos, aunque el mayor es un tiro al aire que sale temprano con sus amigos y vuelve a altas horas de la noche, siempre bien empilchado. Ñeca colabora en las labores de la casa aunque tiene la manía de andar llorando a los gritos por cualquier cosa todo el santo día. Stéfano trata de agradarles a todos, siempre conciliador, siempre con su aire risueño y su música en el piano que es lo más importante para él, casi como respirar. La vida es una ilusión, dice él, y de ilusiones vive.
Hasta que revela la gran noticia: lo han echado de la orquesta. Por culpa de un tal Pastore que se quedó con su puesto. Su esposa le dice que se defienda, que salga a romperle la cara, pero Stéfano es un hombre manso, que no le haría daño ni a una mosca, no puede defender lo que es suyo. Aunque cuando comparezca el mismísimo Pastore (Gonzalo Javier Álvarez) a su casa, con culpa y casi llorando, le diga que lo echaron porque el director de orquesta ya no daba más. Su puesto había quedado vacante y él no hizo más que tomarlo. Desde hacía más de un año que Stéfano venía "haciendo la cabra", pifiándole a las notas, entrando a destiempo, y eso ya era imposible de tolerar. Stéfano se define ante Pastore como un hombre que tiene conocimientos, no sólo de música sino de las cosas en general, y que el otro es un simple ignorante. Lo pone a cantar y este interpreta con gran talento no sólo "O sole mio", sino que también "La donna e mobile" y "Nessun dorma". Es un verdadero tenor, no sólo un arribista. Pastore le trae unas partituras y Stéfano, luego de tratarlo muy mal, hace con él las paces.
Pero una noche Stéfano vuelve borracho, desorbitado, en pleno estado de beligerancia. Despierta a toda la casa y pone todo patas arriba, le canta cuatro frescas a su mujer y a sus hijos, sin dejar de discutir con sus padres. Es todo un tour de force para Longhi que entrega el alma en esta composición. Se lo ve desesperarse, vaciarse su alma y su espíritu y descomponerse verdaderamente frente a ese estado de lucidez, tal vez el más grande que haya tenido en su vida. Cuando todos lo dejan solo empieza a toser sangre y finalmente cae muerto. Ha dejado su vida con sus sueños, su ópera inconclusa y su familia sin un sueldo. Pero muere dentro de sus convicciones.
De sainete ha pasado esta obra a convertirse en una verdadera tragedia. La tragedia de tres generaciones, una de inmigrantes enraizados en su país que vinieron a probar suerte a un mundo mejor, el nexo entre ellos y la nueva tierra que es Stéfano al casarse con una argentina, y la tercera generación, la de sus hijos nativos del país. Un verdadero drama existencial y de transculturación. Además que toda la obra está hablada en un italiano parte cocoliche parte italiano verídico, del que salen muy airosos los actores. Con unas actuaciones magníficas, restallando por sobre todas la de Luis Longhi, el que tiene el mayor peso de la obra, pero a la par con Maia Francia y con todos los demás. Un verdadero lujo de la dramaturgia nacional y muy particularmente de este elenco dirigido por la sabia batuta de Pires. Para recomendar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 18 de junio de 2020

Mi crítica de "El Niño" (Cine)

Este film ya lo vimos como cuatro veces con Carlos, todavía no me explico cuál es la atracción que ejerce sobre él, si bien la película es buena, no me parece tan propicia para la reiteración... Pero fuera de eso, es un film que se ve con interés, incluso despierta cierta ansiedad, establece un suspenso muy fuerte entre lo pasado y lo por venir. Los hermanos Jean Pierre y Luc Dradenne (69 años y 66 respectivamente) son dos cineastas belgas que trabajan en conjunto y han llegado a apodarse "una persona con cuatro ojos". Son los escritores, directores y productores de sus películas y comenzaron su carrera filmando documentales durante fines de la década de los 70. Alcanzaron la fama recién en su tercer largometraje de ficción "La promesa" y el reconocimiento masivo con "Rosetta", la cual obtuvo la Palma de Oro en Cannes. En el 2005, lograron su segunda Palma de Oro con "El Niño", la película que nos ocupa aquí. Suelen utilizar los mismos actores para sus películas, y éstos pasan de una película a otra sin solución de continuidad, por ejemplo a Jeremie Renier (el actor de "El Niño") lo vemos crecer y convertirse en adulto. Los directores tienen la costumbre de filmar el guión con continuidad de escenas, sucesivas, es decir que establecen un proceso de filmación, el mismo que viven los actores durante el rodaje.
La película que nos ocupa hoy tiene dos protagonistas excluyentes: Sonia, de 18 años (Déborah Francois) y su novio Bruno, de 20 (Jeremie Renier). Al comienzo de la película ella sale del hospital luego de dar a luz a su hijo en común a quien ella nombra Jimmy, mientras que él se desentiende de su hijo. Esta acción por parte de la madre de ponerle nombre lo inviste de libidinización, lo significa en el mundo. Es ella quien lo sostiene, quien lo atiende, quien se preocupa por su hijo, en una palabra, mientras que a su padre bilógico le da igual.
Los hermanos Dardenne tienen la costumbre de filmar con cámara en mano y de modo muy cercano a sus actores, ya sea tomándolos de frente o de espaldas mientras caminan. Y otro sello distintivo es la ausencia casi total de música, lo cual es una costumbre heredada de la Nouvelle Vague. Acá sólo suena el "Danubio Azul" en una escena en un auto lo cual trae aparejado que los novios peleen como chicos y se diviertan de forma inocente. La melodía de Strauss sirve para que el pequeño concilie el sueño, algo a lo que su padre se opone. Cuando deben pasar la noche en el refugio (ya que aún no les han devuelto su departamento) y llegan fuera del horario de recepción, es a ella a quien se le ocurrirá decir que tienen un bebé, para que los dejen entrar. A Bruno esa parte le continúa negada. Bruno vive de pequeños robos, llevados a cabo con su amigo y socio Steve, de 14 años (Jeremie Segard), con lo cual parece irle muy bien, siempre tiene dinero en el bolsillo para gastos que podrían resultar superfluos o innecesarios, como comprarle a Sonia una campera igual que la que luce él (producto de un robo), como para sentirse iguales, para uniformarse es decir para ser "uniformes". Cuando él defina su adicción al robo dejará caer la frase sentencia: "sólo los idiotas trabajan", con lo cual a él lo pinta de cuerpo entero que clase de calaña es. Y más aún cuando, paseando con el cochecito de su bebé, se dedique a pedir una moneda a los transeúntes signo de lo rata que es, aún cuando sale de comprarse un paquete de cigarrillos. Se ve que los vicios son lo primero que mantiene. Amén de haber alquilado un coche descapotable, el cochecito del bebé e infinidad de lujos más que sólo alguien que esté en la mala vida podría darse.
Pero es ahí cuando descubre, por medio de la tarjeta que le entrega una amiga (¿amante?) sobre adopción de bebés, que su hijo le puede servir para hacerlo plata. Sí, es tan basura este Bruno que va a vender a su hijo por un puñado de euros, a una familia adoptante. Para eso necesita llevarse a "pasear" al bebé lejos de su novia -siempre conectado por el teléfono celular, algo que no le falta tampoco a pesar de su elevado costo- tiene que hacer un largo viaje en colectivo para llegar al fin a una casa de departamentos en donde deposita al bebé en el suelo ante una puerta, esperando su recompensa. Esta llega y el niño desaparece de la escena. A partir de allí él deambulará con el cochecito vacío, neta imagen de la ausencia y de todo lo que esto significa. Cuando se vuelve a reencontrar con su novia le dice muy campante: "Lo vendí. Podemos tener otro". Allí ella pierde el sentido y se desmaya, debiendo llevarla a un hospital. Cuando salga del letargo lo denunciará ante la policía, la que le seguirá los pasos. La culpa no lo carcome, es más bien que intenta recuperar la razón de su novia, es por eso que se lanza a recuperar al bebé. Lo logra después de devolver el dinero y entregar su celular, el niño es reintegrado pero le avisan -con modales no muy sofisticados sino más bien a los golpes- que han perdido el doble de la plata que él devolvió. El niño es regresado a su madre quien, con justa razón le cierra la puerta en la cara después de un intento de él de querer violentarla con un cuchillo. Bruno debe sufrir hambre y frustración por lo que hizo, pero los deudores de su dinero le dan una regia paliza para sacarle lo poco que ha podido obtener, y decirle que aún les debe 4934 euros, y que lo visitarán todos los domingos hasta saldar la deuda.
A partir de aquí, sin el auspicio de Sonia, y vuelto un paria del destino, vuelve a programar con su amigo Steve un nuevo robo. Consiguen la moto y lo perpetran en plena calle, hurtando una cartera al voleo (se nota la poca profesionalidad con que cometen los robos) y haciéndose de unos cuantos euros. Pero son perseguidos por la policía, y son seguidos hasta su escondite personal. Después de un remojón en el agua, deja a su amigo en el refugio y sale a recuperar el dinero robado, cuando la policía apresa al joven. Bruno se presenta en la comisaría para salvar a su amigo y devolver la plata robada, y entregarse como jefe de la banda.
Permanece un tiempo preso hasta que es ido a visitar por Sonia, allí le ataca un llanto repentino (compartido por ella) donde nos hace creer que siente alguna culpa. Pero a mí no me engaña, esta basura humana, capaz de vender a su hijo, es imposible de recuperar o de sentir cualquier tipo de remordimiento. Más bien creo que llora por la situación penosa que le ha tocado vivir en prisión o por alguna especie de "acting". Así termina esta película dura que no ofrece ningún rasgo de humor ni de posibilidad de redención, filmada con reiterados momentos muertos, y que nos lleva a reflexionar hasta dónde es posible la bajeza de la condición humana perdida.
Esperemos que en el futuro a los Dardenne se les de por filmar alguna comedia, y nos den un respiro a todos estos dramas a los que nos tienen acostumbrados.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 17 de junio de 2020

Mi crítica de "Cosas de Minas" (Teatro)

Por la plataforma de you toube pude ver este aclamado unipersonal realizado en el teatro Maipo por Dalia Gutmann. Que las "minas" son más bocasucias que los hombres es un hecho comprobado, nada como oír una conversación entre ellas (sobre todo las que van de la adolescencia a la edad media 40-50) para darse cuenta. Que el humor bien entendido no necesita de guarangadas es otro dato verificado, entonces ¿por qué rebajarse a decir tantas groserías en una hora veinte que no le agrega nada -más bien le resta- a un espectáculo de calidad? Como adalid del buen humor femenino judío la tengo a mi admirada Gabriela Acher, que es capaz de sostener todo un unipersonal sin recurrir a ninguna bajeza, refugiándose sólo en el ingenio y la inteligencia, por no decir el buen gusto. Ella demuestra que es posible hacer reír con ganas y sostenidamente sin necesidad de apelar al chiste sucio. Pero eso Dalia Gutmann no lo sabe o parece pasarlo por alto por "superada" y cae en el más absoluto sopor que no divierte ni te esboza la menor sonrisa dándote vergüenza ajena por la baja calidad de su unipersonal. Si bien sabe esgrimir el humor judío, ese que la lleva a ser la constante víctima de sí misma y su peor enemiga, que todas las circunstancias le son adversas y mientras que el mundo le sonríe a las demás a ella le llueve encima.
Esa es la parte efectiva de su espectáculo y la que yo rescato, cuando sabe burlarse de sí misma (no lo hace de los demás, y eso es un gesto a su favor) y sabe que el humor bien entendido empieza por casa. Habla verborrágicamente y con desenvoltura, no le tienen miedo al ridículo y usa unas polleritas muy cortitas a pesar de sus piernas regordetas y se ríe de los "saleros" de sus brazos que parece tenerla acomplejada. Es más, dedica toda la última porción del espectáculo a intercalar reportajes a figuras conocidas del mundo del espectáculo hablando rosas de sus brazos y sus colgajos. Sabe moverse con espontaneidad en la escena durante casi hora y media sin aburrir, lo cual es bastante, pero a mi gusto le falta la gracia natural (se nace o no se nace) para decir las cosas, no logró crear empatía conmigo. No me hizo reír. Y no es porque yo no pueda entrar en los códigos de las mujeres, mis mejores amigas han sido siempre mujeres, me intereso por el mundo femenino y trato de comprenderlas en sus mayores virtudes, siempre me pareció que la mujer es superior al hombre, no sólo en sensibilidad y emocionalmente sino en inteligencia y en capacidades. Pero el humor de esta chica de 41 años no me hace entrar en su área, a pesar de que hay muchas mujeres en la sala que la aplauden y se ríen bastante (no a carcajadas) con sus gracias.
Le reconozco habilidad para pasar de un tema a otro sin solución de continuidad, casi sin un hilo conductor -y eso es porque ella misma dice que las mujeres son capaces de cambiar de temas y abrir varias "ventanas" a la vez y atender a muchas conversaciones entre sus amigas cuando los hombres sólo pueden hablar de a un tema por vez-, de dar rienda suelta a la imaginación y hablar hasta por demasía. Pero le falta el don de la metáfora, la parábola, lo que eleva el humor al grado de arte y que le otorga el "doble sentido" del que les hablé muchas veces, algo indispensable para el humor, y del que ella carece. Hay todo un tramo de su monólogo que se caracteriza por el unívoco sentido, y si bien son "cosas de minas", no deja de ser tremendamente grosero y chabacano. Cosas que por supuesto no les remitiré aquí. La gran Niní Marshall nunca hubiese necesitado apelar a recursos tan bajos y sin embargo fue una genia del humor nacional y va a ser recordada por más generaciones que esta Dalia. La misma Jorgelina Aruzzi, en sus ya célebres reportajes que realiza por Instagram bajo la caracterización de la vieja decadente Jackie Guzmán, aunque de un humor subido de tono, recurre mucho más al ingenio y despierta la carcajada franca y espontánea, a pesar de que lo obtiene siempre mediante la improvisación, mucho más meritoria, algo que no consigue esta "mina".
Pero vayamos a los ejemplos del monólogo de Dalia que me parecieron interesantes. Cuando al comienzo del espectáculo se refiere a sus amigas, que siempre tienen proyectos para salir o ir al teatro y que siempre hay una que los boicotea, de cómo se necesita esa cabeza de manada que organiza los eventos aunque se abran muchas "ventanas" al mismo tiempo en el chat, que le hagan la tarea imposible. O de saber que hay alguna que compartió información con otra "ventana" sin anunciárselo a sus amigas, que es peor eso a que te meta los cuernos tu marido... "Estoy cansada de no ser flaca", dice en otro momento y se burla de su cuerpo grandote y su vocación por la comida, compartiendo que sus charlas más excitantes libidinosamente hablando se refieren a una buena... comida. Que ya de pasar por la puerta de una panadería nomás, se excita. Ahí demuestra que puede ser graciosa sin recurrir a la palabrota o a la grosería, basándose en el doble sentido y la ocurrencia. Como cuando habla de que si hay más de cinco mujeres reunidas, siempre va a salir alguna que te quiera vender algo: ropa, productos Avon, etc. Y ella, alma caritativa no sabe decir que no y siempre termina comprando. Así pasa revista a toda la ropa que tiene en su vestidor, que ha comprado por ese medio o por otro más directo, y las constantes frustraciones en materia de talles o de esos vestidos que te hacen ver infartante y que cuando llegás a tu casa parecés tu abuela. Esto es más válido para mujeres que para hombres, pero puedo entenderlas de todas maneras.
El tema de la autoestima es otro pilar significante, lo cual tiene mucho que ver con el humor de raíz judía. De cómo las mujeres pasan de tener una autoestima fabulosa a tenerla por el piso. Cuando creen que son una mina que se come a los hombres crudos y no le es imposible ninguna conquista hasta sentirse que tiene todo el día olor a meo (¡¡¡!!!) y que es insoportable hablar con ella. De ahí que cuando salís bien en una selfie -recomienda Dalia- hay que subirla a todas las redes sociales porque ese hecho no se repite todos los días. Y pasa a hablar de las redes. Por ejemplo Instagram, que sirve solamente para que todo el mundo sepa que sos feliz. Es muy importante tres claves para introducirse en el escabroso mundo de Instagram, a saber: que sos feliz, que estás buena y que estás relajada. Esto le servirá para mostrar una colección de fotos suyas en las cuales se toma el pelo por su cara de desgraciada o por la flaccidez de sus brazos, fotos que disimula con un retoque, no precisamente de "photoshop" sino con más ingenio para ocultar imperfecciones varias.
Otro tema que toca es el de que está mal visto el llanto en las mujeres, sobre todo porque los hombres, dice ella, no sabemos reaccionar ante esa descarga de su tanque líquido. Y que lloran en los momentos menos indicados, como en el transporte o en una reunión. Y que siempre se llora por los temas más insignificantes pero que están relacionados con una angustia interna aparentemente sin motivo (que luego ella relaciona con la bajada de la regla, y que eso le sucede sólo dos veces por año). Finalmente va a adoctrinar a las mujeres para que les enseñen a sus compañeros varones que tienen que hacer cosas en la casa y no dejarle todo el fardo a ella, como por ejemplo saber prender el horno, poner un sifón en la heladera o poner el papel higiénico en el baño...
Como les dije, a mí no me causó más que esporádicos chispazos de gracia, tal vez porque no sea este el tipo de humor que a mí me gusta o porque ella no sepa transmitir, lo cual me parece lo menos probable. De eso habla sobradamente el éxito que viene teniendo desde varios años con este unipersonal.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente). 

lunes, 15 de junio de 2020

Mi crítica de "La Resistible Ascensión de Arturo Ui" (Teatro)

En esta modalidad de teatro desde casa y celebrando los 60 años del TGSM, pude ver esta obra sacada del archivo, data del año 2005 y pude ver con gran gozo una importante actuación de mi amigo Fabián Vena (junto a otro grande, Roberto Carnaghi). La pieza es de Bertolt Brecht y nos habla una vez más de la ascensión de los dictadores al poder, más concretamente Hitler. Esta podría ser una farsa (sí, porque ese es el clima que se vive en el escenario) sobre cualquier tipo de toma del orden establecido, hasta se lo puede asociar con la mafia imperante en la Chicago de los años 30, donde transcurre esta historia de ribetes satíricos y trágicos. La excusa es la competencia desleal entre dos bandos de comerciantes de coliflor, quienes tratan de aprovecharse de la situación de desventaja del otro para hacer prosperar su negocio. Hay de por medio también la expropiación del astillero de un tal Sheet (Jean Pierre Regueraz), subastado por acciones de 20.000 u$s que comprará un inocente postor, el intachable comerciante y latifundista Dogsborough (Carnaghi). Inocente hasta por ahí nomás, porque esa es la fama que él se cimentó, pero hay manejos fraudulentos de los que nadie habla, y es mejor que no salgan a la luz. Para eso es que se presenta ante él un increíble criminal, una basura humana de la peor calaña que se llama Arturo Ui y es conocido por todo el mundo en el ámbito del hampa y de los negocios turbios. Ui (Vena) va a utilizar de Dogsborough para escalar y lograr sus infames objetivos, que no son otros que los de dominar el mundo.
Con una estética expresionista basada en un decorado tan ampuloso como caótico (grandes bibliotecas combinadas con objetos de desecho, basura en general) y con maquillajes blancos con ojos repintados y bocas muy trazadas (salvo para el personaje de Ui). Esta vez el texto de Brecht ha sido mejor tratado que en la desastrosa experiencia de "Madre Coraje" por Muscari, acá en manos de Robert Sturua, alguien que sí conoce el universo brechtiano, con sus modos de distanciamiento, acá dados por actores que hacen de actores y presentan la trama que va a llevarse a cabo o se insertan en ella. La actuación de Fabián es desmesurada, caricaturesca por momentos, pero siempre al borde del ridículo y del abismo. Por suerte no cae nunca, bien llevado por la mano del hábil director que supo sacar lo mejor de cada actor. Carnaghi también está muy expuesto, aunque ya conocemos sus trabajos inmensos y siempre patéticos (en el buen sentido). La trama se resiente un poco en la primera mitad, en donde resulta bastante confusa y abrumadora por el exceso de información que se brinda al espectador. Pero se encarrila en el segundo tramo, hasta lograr una explosión final que no deja dudas sobre las intenciones de la obra.
La farsa juega siempre con el texto (al igual que pasaba con "Mein Kampf. Farsa"), al que somete a las variaciones impuestas por Brecht a una obra de por sí densa y con un texto difícil (es admirable la adaptación que se hizo y lo bien que suena en boca de los actores, que gozan de una prodigiosa memoria), compacto y cerrado, que se abre como una flor hacia el final, mostrando las distintas facetas de su intrincado juego. El escenario del San Martín goza de su prestigio por ofrecer siempre al auditorio textos que no son ligeros o de una fácil comprensión, es por eso que asomarse a una obra de esta calidad garantiza una apertura de nuestra mente a experiencias de por sí trascendentes como fascinantes. Elogiar el trabajo de cada uno de los actores (empezando por un Vena muy jugado) estaría de más, si consideramos que esa alta calidad expuesta se traslada también al campo de la actuación y la dirección, como así de puestas de jerarquía. Sólo me resta decir que el teatro de Bertolt Brecht, que es muy poco frecuentado en estos lugares, produce obras de una complejidad y un entramado admirables, que arrojan al espectador a un límite infranqueable de muy celoso y exquisito gusto. Bien vale la pena transitarlo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



sábado, 13 de junio de 2020

Mi crítica de "Cría Cuervos" (Cine-1975)

"Cría cuervos y te sacarán los ojos", dice el refrán popular. Ese es el origen de esta singular película del prolífico Carlos Saura, uno de los referentes del cine español durante y después del franquismo, con un cine siempre sutil, contestatario, que debido a su formalismo originalísimo resistió a los embates de la censura. En la actualidad, Saura cuenta con 88 años y sigue activo, aunque no de la misma forma de antaño. Las películas de Saura, sobre todo en su época más polémica se caracterizaron por mezclar o alternar pasado con presente, realidad con ficción, lo cual es un tema que puede explicarse mediante la aplicación del psicoanálisis, método deductivo original para el acceso al inconsciente. Y es del inconsciente, justamente de lo que nos hablan sus primeras y más fecundas películas. Después se dedicaría a una etapa del cine más netamente de corte musical, como lo fue su genial trilogía "Carmen", "Bodas de Sangre" y "El Amor Brujo". Agregaría "Flamenco", "Tango" y "Folklore" (estas dos últimas filmadas íntegramente en nuestro país). Estas últimas tres de dispar calidad.
Para "Cría Cuervos" va a contar como actriz principal a la niña Ana Torrent, un caso excepcional de precocidad y ductilidad en el cine español. Debutó a los 7 años en "El Espíritu de la Colmena", de Víctor Erice y siguió sin parar hasta la que hoy nos convoca, filmada a los 9 años (Torrent nació en 1966) hasta deslumbrar en "El Nido", de Jaime de Armiñan en 1983. Ya adulta, se convirtió en una hermosa mujer de muy buena presencia, y la pudimos ver en la originalísima "Tesis" de Alejandro Amenábar, de 1997, a sus 31 años. Hoy en día sigue dedicándose al cine y vive en Nueva York. Anita, que nunca pudo entender por qué los personajes y las personas que los interpretaban tenían nombres distintos, lleva aquí su propio nombre como el del personaje que juega.
Ana va a ser la testigo involuntaria de varias escenas claves de su vida. En su corta existencia ha visto morir a su padre Anselmo, un militar de carrera interpretado por nuestro Héctor Alterio, muerto de un infarto en pleno acto sexual con la esposa de un colega y amigo, Amelia. Ella es sorprendida por Ana cuando sale a las apuradas de la habitación, y aunque lo cuente, nadie lo creerá. Vio también agonizar a María, su madre (Geraldine Chaplin, por entonces esposa de Saura), en una lenta y espantosa agonía plagada de sufrimientos. Estuvo en su cuarto la noche de su muerte también. Justamente es Chaplin quien asume el papel de Ana a los 30 años para hablarnos de su pasado. Ana y sus hermanas, Irene y Maite (mayor y menor respectivamente) pasan a vivir con su tía Paulina y su abuela después de la muerte de su madre. Paulina es la figura autoritaria por excelencia, enmarcado todo en una falsa dulzura. Ana se resiste a las figuras autoritarias lo cual va a simbolizar la etapa final del franquismo (Franco murió el mismo año en que se rodaba la película). Y es a su tía a quien le desea la muerte repetidas veces, de forma desembozada y abierta o bien sutilmente en silencio. Y es para su tía justamente para quien va a preparar la pócima asesina. Su madre le había dado un pote que según ella contenía un veneno muy poderoso, para que lo tirara, pero Ana lo guardó, y es ahora que le servirá a su tía una leche mezclada con los polvos funestos en el último tramo de la película. Por supuesto la bebida no le hace nada y Paulina continúa con vida, pero una mezcla de culpa y frustración quedará implantada en Ana.
Ana convivió con la muerte desde muy temprano, vio morir a su padre, a su madre e incluso intentó poner fin a la vida de su abuela muda quien se resistió a último momento al viaje al más allá. Vio morir también a Roni, su amado cobayo, a quien le organizó un entierro cristiano no sólo con ataúd de cartón, ruegos y rezos sino con la estampita de algún santo. Así como les anuncia la muerte a sus dos hermanas cuando las descubre, jugando a las escondidas en la finca de Nicolás Lara (el amigo cornudo de su padre), y las dos chicas se caen redondas con tal dictamen de muerte. Para resucitarlas reza una oración con toda devoción. De la misma forma en que descubre a sus hermanas detrás de un árbol es como verifica que su padre está engañando a su mamá con la amiga de éstos, Amelia, besándose apasionadamente detrás de un árbol. Lo cierto es que Anselmo siempre tuvo fama de mujeriego y de mano larga (lo confiesa Rosa, la empleada rolliza de la casa, que se le iba la mano con ella). Y así se lo reprocha entre llantos María una noche en que él vuelve tarde a la casa. Lo cierto es que vamos del pasado al presente y viceversa sin solución de continuidad, y que en todos estos momentos álgidos estuvo la mirada de Ana para certificarlos.
Ana cree ver el fantasma de su madre a menudo, habla con ella, incluso le cuenta cuentos o la reprende cuando la encuentra en una falta. Son sólo alucinaciones, pero metidos en el mundo de Saura sabemos que esto no es así, tienen el carácter de lo real, del compromiso afectivo con el aquí y ahora de la alucinación. De tal forma es que Ana juega en el fondo de una pileta de natación vacía, lo que nos hace pensar en la representación del inconsciente, algo que subyace, que está por debajo de esa piscina que debió de haber estado llena. La seriedad y sordidez de Ana es constante, no sonríe jamás, salvo en los contados encuentros con su madre fantasmática o cuando escucha la canción de un disco infantil que se llama "Por qué te vas", interpretada por una voz de niña, una tal Jeanette, que sin embargo nos habla de un romance entre adultos. Así de niñas-adultas es el juego de las tres hermanas de vestirse con la ropa de su tía (kimono. corpiño, zapatos de taco) y utilizar sus maquillajes para revivir teatralmente una escena de reproches entre su padre y su madre muy vívida, con la candidez y la verosimilitud que tienen los juegos infantiles. No importa que las tres asuman roles de mayores, pintadas como mujeres adultas u hombre de bigotes y con pelucas o gorra militares, serán descubiertas por su tía quien las reprenderá cariñosamente.
Ana, desde la treintena, analiza que por qué se dice que la infancia es el territorio de la felicidad y la inocencia si para ella fue todo lo contrario, un campo minado donde debía tener cuidado al dar cada paso porque no sabía dónde podía explotar el misil. La infancia para Ana fue ese lugar de los conflictos que la dejarían marcada de por vida, a punto tal de perder la sonrisa, algo que sin embargo parece haber recuperado a sus 30 años. Saura nos somete de esta forma a un constante ir y venir del pasado al presente y lo contrario, como una visita al psicoanalista gratuita, donde el analista, en este caso es él. Y nos regala un paseo por los demonios de una niñez signada por las desdichas pero también, por algunas alegrías, sobre todo cuando se escucha la alegre canción.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 11 de junio de 2020

Mi crítica de "La Lechuga" (¿Teatro?)


Venimos derrapando en Teatrix, los últimos estrenos han sido lamentables. Y este que me convoca hoy me pareció de lo más espantoso, algo aborrecible, todavía estoy con ganas de vomitar después de haberlo visto. Explico: yo soy muy visceral, muy emocional y me involucro demasiado con las obras, ya sea de teatro, cine, literaria o musical. Cuando algo me gusta, me enamoro totalmente, la sangre me bulle, se me acelera el corazón, salto de alegría (pero realmente, sin eufemismos). Y cuando algo me disgusta me repercute en todo el cuerpo: me pongo de mal humor, me siento mal, me descompongo del estómago, me asqueo, siento verdadera ira. Como ven no puedo ser indiferente ni ecuánime ante las manifestaciones artísticas. Es por eso que esta obra de César Sierra, adaptada por el siempre desagradable Juan Paya (era autor de "Chicos católicos" -esa no era tan mala- "La madre que los parió" y "Salvajes" -dos desastres totales-) no me hacía augurar nada bueno. Lo único que agradezco es no haber aceptado el par de entradas que la tarjeta Black de La Nación me regalaba durante dos años para ver la obra. Sumado a malas críticas que había leído, me esperaba lo peor. Y mi pesadilla se hizo realidad.
Burda, sin gracia, pesada, grosera al máximo sin ningún sentido y de mal gusto, "Le Lechuga" me confirma que Juan Paya es un autor insalvable, haga lo que haga, ya sea desde su calidad de escritor, adaptador o actor. Porque acá actúa también. La anécdota gira en torno de tres hermanos Víctor (Santiago Mallarino), Virginia (Sabrina Carballo) y Vinicio (Nicolás Maiques), que se reúnen junto a sus respectivos cónyuges: Héctor (Juan Paya) y Dora (Julieta Granja) de los dos primeros. El último no trae pareja porque es un gay irredimible, más cercano a la desmesura que a la sutileza del actor (recuerdo con cuanta delicadeza interpretó Rodolfo Ranni a un homosexual en el antiguo y excelente programa "Nosotros y los Miedos") y me pregunto por qué ahora todas las historias tienen que tener a un gay como centro del relato, ¿es que no queda nadie normal en el mundo del teatro, caracho? Se reúnen, decía, con el propósito de festejar el cumpleaños del padre, quien está en estado vegetativo desde hace 9 años (como una lechuga, de ahí el título) en el departamento de la pareja rica, Virginia y Héctor. Esto de que son muy ricos lo desmiente la escenografía (simple) y con un cuadro de la "Creación" de Miguel Ángel, ese fragmento de la Capilla Sixtina, que denota la mayor ordinariez. Y para la comida de celebración ofrecen... arroz blanco solo. El único detalle que demuestra que son ricos es su whisky importado y que a su hijo (adoptado) lo envían a colegios privados.
El tema de la reunión no es sólo el festejo del aniversario, sino el cansancio que tiene la pareja de cuidar a un muerto viviente por tanto tiempo y piden a sus hermanos que alguno se haga cargo. Por su puesto que los dos se lavan las manos: Víctor, viviendo en un barrio humilde del conurbano, en una casa chica, con cuatro hijos y uno en camino (un almohadón mal puesto haciendo de panza de Dora), y Vinicio porque vive solo y se encuentra con sus amigos de noche, y además tiene que cuidar de sus mascotas. Es insultante como el yerno del pobre hombre se refiere a él: esa cosa, la porquería, el muerto, y finalmente, esa mierda. Claro, Virginia llora por su impotencia, pero no le dice nada a su marido sobre la forma de dirigirse a su padre. Además Vinicio está muy enojado con el progenitor porque siempre lo discriminó, así que lo único que le desea es la muerte y lo insulta de las peores maneras. Víctor no se queda atrás. Lo único que ofrece es pagarle los medicamentos, pero ni hablar de llevarlo.
El hombre (sin nombre) no puede más que agonizar en la cama de su cuarto sin poder reaccionar y sin voluntad propia. Me hace acordar a la canción de Víctor Manuel refiriéndose al "chico de la burbuja".
Vida, que perra vida
ya no me atrevo ni a preguntar,
muerte, maldita muerte
ni me lo quitas ni me lo das.
Dios Todopoderoso
cuando te busco tu nunca estás.
Claro, acá el tema no se trata con tanta poesía, hay que bancarse casi dos horas de puteada viene y puteada va, lo peor del género humano exhibido en una vitrina de circo, pero no porque eso quiera mostrar las miserias humanas ni dejar algún resquicio de piedad, sino porque al autor no se le ocurrió mejor forma de tocar el tan delicado tema. Ya les dije, las groserías están a la orden del día, y no sólo en la persona del gay que exhibe su peor condición, la más baja y ordinaria, sino en la de todos los personajes que no muestran delicadeza alguna ni piedad de sentimientos. Sólo la hija parece conmoverse (aunque también combata a insulto en boca), se dicen cosas tan fuertes que cualquier familia que se precie se enemistaría de por vida y los insultos invitarían a retirarse inmediatamente a quienes los reciben. Pero no, esta bolsa de gatos lo toma como lo más normal del mundo, con su alma de conventilleros de cuarta y rebajándose a las peores vilezas. Todo es muy desagradable por donde se mire. Al final caen en la cuenta que lo más sencillo sería desconectar al hombre y poner fin a tamaño sufrimiento (de todos ellos). La única que se resiste es Virginia, pero tanto su marido como los dos hermanos están muy de acuerdo en hacerlo sin el menor remordimiento. Claro, no saben que eso es un crimen, ya que la eutanasia por mano propia no está admitida en nuestro país, y sin temor a las consecuencias, lo hacen. Pero como es una comedia y todo tiene que ser ¡up para arriba! todo termina en fiesta. Y aquí no ha pasado nada...
Una muestra del peor teatro de nuestros días (es increíble pensar que la gente paga una entrada para ver esto) y que las risas y los aplausos acompañen a estos (pésimos) actores durante toda la función. Pero hay gente para todo, que se le va a hacer, el que no fue educado para ver buen teatro se conforma con los residuos.
Una pena que haya gastado dos horas de mi tiempo en ver semejante porquería.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).