jueves, 30 de julio de 2020

Mi crítica de "Las Pequeñas Patriotas" (Teatro)

Esta semana me di un empacho de la mejor Norma Aleandro, acá acompañada por otro talento: Adriana Aisenberg, en otra labor consagratoria. Y junto a ellas Juan José Hermida, la "Señorita" de música, aquellas maestras que eran de verdad "señoritas", capaces de aporrear el piano y de enjugar sus lágrimas ante "Aurora" o la "Marcha de San Lorenzo". La dirección corre por cuenta de Helena Tritek, quien supo imprimir toda la veracidad y locuacidad en estas dos pequeñas "estudiantas". Los actos escolares dan mucha tela para cortar, y este, que nos retrotrae a los años 50, plena época peronista en donde se hacía un culto militarista de los héroes nacionales de bronce, nunca tan alejados de la realidad como en aquella época, sumado a cuanto motivo folklórico o bucólico hubiese por ahí.
Son dos niñas de 10 ó 12 años, una cumplidora y atenta, quien lleva la voz cantante (Aisenberg) y la otra medio tarambana, distraída o directamente díscola (Aleandro) quienes desglosan canciones escolares de manual o pequeñas poesías eglógicas. Cuánto ha cambiado la educación (para bien) al no hacer repetir a los niños esas pacaterías que les ahuecaban el cerebro, creyendo que los hacía más "sensibles" y "receptivos". En mi época, por ejemplo, teníamos una maestra de música a la que se le había dado por enseñarnos tangos, y así cantábamos "Sur" o "Chiquilín de Bachín" mientras las madres abrían los ojos grandes ante eso de "y a su madre mira, yira que te yira..." pero bueno, éramos pibes "progres", apoyados por mi maestro al que le gustaban mucho los tangos.
Pero volvamos a la obra. Los números musicales o recitativos se suceden sin solución de continuidad y ahí pueden verse las artes escénicas de Normita y Adrianita, dos niñas que nacieron para el escenario. Así desfilan "El abanico negro", "El mendigo", recitado de Rosalinda Pérez o "Don Secundino", poesía campestre de Hilario Roldán. Y la gracia está en el decir, marcando las ll de "lliuvia"o "ieso" por yeso, todo según marcaba la maestra de declamación, algo muy común en la época en que las niñas recitaban para conmover a sus tías y abuelas e invitados a las reuniones. El andar de ambas niñas también es emblemático, moviendo esos piecitos con una gracia... rayana en la zoncera. Como así las manos con sus ademanes cadenciosos o las efusiones de sentimentalismo que provocaba cada poesía eran remarcadas a fuego y sangre en esas niñas que apenas podían pronunciar sus nombres. Pero viera lo lindo que recitaban... y que cantaban las canciones patrias. No hay espíritu de burla por parte de la directora ni de ambas actrices, sí de una gracia desmañada que es innata de aquellos años de la niñez en donde se pretendía que los chicos fueran un ejemplo de nobleza y rectitud, así como de moral cristiana.
Le siguen "La espigadora", otra declamación y "La japonesita" una canción pretendidamente pícara que no alcanza tal altura. La niña Adrianita es la que lleva el compás y Normita se pierde en los meandros de tan difíciles composiciones, y en su propia niñez, que estaba más para juegos infantiles que para declamaciones ante el público, si bien se tentaba por momentos en saludar a algún familiar entre el auditorio. Adrianita era más consecuente con la formalización de la maestra y de la profesora de música, llevaba las medias altas mientras que Normita ostentaba zoquetes que la hacían más chambona. Normita nunca entra a tiempo, dice su parte como un trabalenguas rápido que hay que cumplir como una obligación y a otra cosa. Sufre horrores cuando la "señorita" se lo obligue a repetir y allí va ella, embalada como una saeta a cumplir nuevamente con su cometido patrio. Siguen los "Consejos morales", impartidos por las dos niñas, algo que estaba muy de moda en estas épocas del General: la moral y la rectitud en la escuela y en la casa (pero no en la Nación, no vayan a confundir) y sabiamente impartidos desde la más tierna infancia, para que se les inculque bien a esos energúmenos cómo tienen que proceder en la vida. (Haz lo que yo digo mas no lo que yo hago). Además había que fomentar el amor por todo lo que fuera nacional, por eso se enseñaba folklore en los recreos, para que los niños no se distrajesen de lo "importante": amar el suelo argentino como así también amar al General Perón y a su esposa Evita. Sigue otro recitado didáctico: "La papa" así como la poesía acumulativa "Peces del Paraná". Sigue luego un número gracioso (pretendidamente) "La magia del Lejano Oriente", manejado a solas por la niña Normita, que termina en desastre por su mala capacidad para la magia así como un truco impensado que termina por asustarla de sus propios dones.
A continuación un "Consejo maternal", poesía lacrimógena del tan vapuleado Olegario Víctor Andrade y tan frecuentado por las maestras de aquella época (y de la mía también, para qué engañarnos). Acá se vuelven a lucir las dos en un papel a la medida para cualquier gran actor (o actriz, en este caso). Sigue un compilado de "Canciones infantiles" donde se sienten más cómodas aunque "con el pico cortaba la rama, con la rama cortaba la flor", les da un poco de vergüenza. No importa que la Señorita de música interprete la Marcha triunfal de "Aída", "Para Elisa" o la "Polonesa", e incluso el tan vapulado "Danubio Azul", siempre será un deleite escucharlos de la mano de ese gran intérprete que es Hemrida, incluso fallando, como en la ejecución de la "Polonesa" (inconclusa). Llega luego el número "Honor de la juventud", en donde se hace alarde de las virtudes gimnásticas y acrobáticas de miles y miles de jóvenes adoctrinados para fortalecer el cuerpo (y el espíritu) como en los desfiles mussolinianos, en donde abrevó el General para llevar adelante su doctrina, sin duda. Luego Normita, con un pequeño violín de reducido arco acompañará a su maestra al piano para sacar sonidos coherentes. Un acierto de la talentosa Aleandro. Adrianita recitará "El negrito zulú", poesía negra americana de autor anónimo, con toda la gracia y la potencia que esta actriz sabe infligir a sus composiciones. Normita recitará versos sobre la marcha "Aurora" (de la ópera del mismo nombre), calzando un gran gorro frigio y apurada porque se está haciendo pis encima. Sólo le importa terminar de una vez, y recita todo con extrema rapidez y como sacado por un tirabuzón mientras se trabuca de lo grande. Luego viene una Oda a Colón, con ambas niñas portando carabelas y que finaliza en un solo de castañuelas por parte de la Aizenberg. Se siguen sin solución de continuidad los temas folklóricos "Anahí", "El Humahuaqueño", "Pala, Pala" y un Malambo con bombo y boleadoras que termina en espanto. Y finaliza el gran acto conmemorativo, como no podía ser de otra manera, con las niñas bailando el "Pericón Nacional" (danza aburrida si las hay), pero con todos los pasos dictados a voz en cuello por la Señorita.
Conclusión, un manantial de recuerdos para quienes vivieron aquellas épocas, y la evocación de lo que pudo haber sido para quienes no las vivimos, una catarata de humor y de buen gusto, todo aderezado por la buena mano musical y marcial del piano de Juan José Hermida. Y un gran logro para Norma Aleandro y Adriana Aizenberg que calzan justas en esos papeles de niñas (que parecen tan fáciles) pero tan difíciles de interpretar sin caer en el grotesco o en la machietta.
Lo pueden encontrar en el canal del maipo en youtube. ¡Que lo disfruten!
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



martes, 28 de julio de 2020

Mi crítica de "Norma Ríe" (Teatro)

"Cuando tu sonríes (todo el mundo sonríe contigo)" decía una vieja canción. Y eso es lo que logra Norma Aleandro encima de un escenario despojado. Ella sola y su alma (por momentos con un guitarrista). No necesita de nada más para provocar la magia del encuentro. La magia del teatro. Cuando el talento se junta con la calidad, cuando ésta se une con el humorismo, cuando éste se alía con la falta de groserías, cuando ésta se liga a la sutileza y a la delicadeza, estamos frente a un combo irresistible. Y Norma Aleandro muestra durante una hora y cuarto que es la mejor actriz argentina, y lo demuestra con creces. Y el material que ha elegido para hacernos reír es inmejorable, desde Lope de Vega a Tirso de Molina, desde Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa, todos son autores probados e irreprochables.
"Sobre el amor y otros cuentos sobre el amor" es el título que Norma ha elegido para este espectáculo, y lo explica, medio en broma, que porque todo comienza y termina con el amor y en el medio hay muchos cuentos, y medio enserio, porque era un título capicúa y dicen que trae suerte. Pero Norma no necesita de la suerte, tiene talento, y eso basta para hacer grata la función. Y además de talento tiene la gracia necesaria para encarar cada uno de los poemas o los relatos, una gracia mitad estudiada y mitad natural. Y tiene la suficiente sensibilidad como para no caer en la chabacanería en que otros caen para hacer reír, ella se basta del buen gusto y de la sana expresión. De esto deberían aprender tantos monologuistas que andan por ahí (y que no me convencieron sus trabajos), como Dalia Gutman, Diego Reinhold, Verónica Llinás, Fernando Peña o Sergio Gonal, por citar algunos que me vienen a la mente. No sólo no son graciosos sino que apelan a lo más bajo de la condición humana para sacar una sonrisa. Norma, en cambio, recurre a la inteligencia y a una forma de adentrarse en cada personaje que lo vuelve único, le da vida, le otorga todo su talento de actriz para conformar una creación en cada texto que encara. Y lo hace bien desde el humor, bien desde la sensibilidad. Así recurre a sus dos musas: Sherezade por un lado, como la gran contadora de cuentos que fue, y la abuelita por el otro, su propia abuela, que para cada cosa tenía un refrán, una anécdota o una respuesta ágil; lo sabía todo, lo había visto todo y todo había pasado en su pueblo. Y esto lo cuenta Aleandro con gran despliegue de recursos teatrales y con infinita gracia. Y eligió el tema del amor porque nadie puede disentir sobre tan encumbrado tema. Dígase lo que se diga nadie puede refutar unas declaraciones tan oportunas. Siempre hay gente discutidora para cada tema, pero sobre el amor hay como una unanimidad: "Lo hizo todo por amor", "Vivió por amor", "Se mató por amor", "Mirá a dónde llegó por amor", son afirmaciones ante las que nadie puede disentir.
Y vamos a los dos temas del espectáculo: los amores que tienen prestigio y los que no. Entre los primeros se encuentra el amor de un hombre por una mujer, o viceversa, y lo pasa a ilustrar de la mejor manera posible. Con un poema de Lope de Vega sobre el amor. Lope era fraile, pero sabía mucho sobre el tema, era la época en que los frailes practicaban. Y no se queda corto con el excelente poema. Claro, la gracia está justamente en la gracia que pone Norma para decirlo. Y sigue con otra poesía sobre Baltazar de Alcázar e Inés, quien a fuer de ser maliciosa, encima le cobraba por amor, pero logró cautivarlo sirviéndole berenjenas con queso, lo que trajo beneficios para la digestión de don Baltazar, uniendo su estómago a su corazón. Otro relato en verso: Magdalena era la amante de don Mendo, pero lo despreció. Entonces este se alejó y se transformó (bhá, se dejó la barbita y se hizo trovador) y andaba de aquí a allá con su mandolina. Acá Aleandro hace un parate. Como hay escasez de elenco va a tener que representar ella a Magdalena y a don Mendo: para diferenciarlos hará que Magdalena menee un abanico y don Mendo... no. Para eso va a recurrir a la imaginación del público, los va a hacer trabajar. Y como la imaginación es la gran aliada de los actores... ¡a la obra se ha dicho! Y pone toda su eficacia en asumir los dos personajes en verso que tratan las aventuras de Magdalena y don Mendo. Magdalena se ha hecho amante del rey, y encuentra seductor a Mendo debajo de su disfraz (su barbita) irreconocible, y tratará de seducirlo. Seducción va y seducción viene que entretejen los más jugosos diálogos y hacen reír a toda la platea.
Luego, Norma se va a atrever a cantar una copla: "La Tarara", con guitarrista invitado, y la verdad es que todo el empeño encuentra su justo resultado. Ahora vienen los amores que no tienen prestigio. El amor al fútbol es el primero, el amor por ciertas músicas (uno puede decir que le gusta Bach, Mozart... pero ¡Wagner! con lo largas que son sus óperas y encima todas cantadas en alemán... no da prestigio). Luego menciona a su maestra de música de primaria a la que le daba por componer himnos, con la mala suerte de que ya estaban todos compuestos... Hasta que se declaró el Día del Árbol y pudo conseguir su sueño: componer un himno al árbol. Por supuesto que todo el pasaje está contado con infinita sutileza y simpatía, provocando las más sonoras carcajadas. Viene luego el amor por ciertos animalitos: uno puede amar a un perro o a aun caballo, está bien visto, pero no a un gato... y ahí se instala la grieta entre los que aman a los gatos y a los que les da picazón, urticaria, escozor, acercarse a un felino. Y por último, el amor a la pesca, está muy mal visto no como el amor a la caza, al que dedicará dos poemas y un cuento, de lo más efectivos.
Luego canta un cuplé: "La carta", en donde resulta airosa. Y llega el cuento de Gabo, que no sé si se llamará "El ahogado" o "Esteban". Este cuento no tiene nada de gracioso, pero sí hace referencia al amor, y narra las desventuras de un pueblo que recibió a un ahogado en sus costas, dicho muerto era tan grande, tan largo y bien parecido que enseguida todas las mujeres se enamoraron de él desdeñando a sus maridos. Conclusión, que no hay lugar donde enterrar a semejante muerto, tan estirado, que deben devolverlo a las aguas. En el proceso todo el pueblo se hace un poco mejor, tanto hombres como mujeres, en honor al difunto, que los engrandece con su presencia y los ilumina. Norma sabe relatar el cuento con las mismas palabras de García Márquez, y se nota que allí hay hechura de poesía. Todo en la narración es pintoresco, bello, armónico, poético, inspirador. Un gran aplauso corona la extensión del relato.
Y se viene el gran final: el monólogo de "La Señorita de Tacna" en dónde Vargas Llosa refleja toda su humanidad. Aleandro no necesita de caracterización, es una gran actriz, la más grande, y sólo utiliza un mantón para encarnar a esa anciana nonagenaria con pecados por confesar con total compenetración en el personaje. Pero cuando se descorre el velo es la misma persona, pero una jovencita de 20 años con total frescura y verdor, y pasa de una a otra composición con la distancia de un segundo. Ahí Norma nos da una clase de teatro, de sensibilidad, de humanidad, de nobleza de actriz, todo puesto en los dedos sarmientosos de esa anciana a la que le cuesta hablar y mantenerse erguida para convertirse en la lozana muchacha que fuera hace setenta años atrás.
Estoy seguro de que tenemos la mejor reserva de actores del mundo, reíte de las "master class" que vinieron a dar Pacino o Malkovich. Norma Aleandro es una actriz inmensa y mi visión de la obra se convirtió en el más puro placer orgiástico de acceder al mejor teatro. Lo pueden encontrar en youtube buscando: maipo norma ríe. No se lo pierdan porque vale la pena. Y uno puede reírse con ganas sin necesidad de trucos de humo. Hay una gran diferencia entre divertirse, que significa apartarse de lo importante, y pasarlo bien. Yo la pasé muy bien.
Y en el palco avancen estaba María Luisa Robledo, madre de Norma, quien se ganó un gran aplauso también. ¡Vivan las grandes!
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 23 de julio de 2020

Mi crítica de "La Casa de Bernarda Alba" (Teatro-2002)

En esta nueva modalidad de pandemia, de ver teatro de archivo desde nuestra casa, pude ver esta maravillosa puesta de la última obra de Federico García Lorca, realizada por Vivi Tellas con un elenco extraordinario, montada en el San Martín. El principal inconveniente que tiene esta filmación es la cámara en plano general (bastante alejada) y fija, con lo cual nos priva de ver los rostros de las actrices y su gestualidad, así como de primeros planos o planos detalle. Conozco el reparto por lo que he leído, pero me es imposible identificar a cada una con su papel. De todas formas es un elenco de lujo para tan prestigiosa obra, algunas de ellas eran todavía muy jovencitas. Bernarda Alba está interpretada por la gran Elena Tasisto, en un rol que le calza justo. Poncia, su sierva y confidente es otra grande: Mirta Busnelli. Las hijas son: Magdalena (Muriel Santa Ana), Angustias (María Onetto), Adela (Moro Anghilieri), Martirio (Carolina Fal) y Amelia (Andrea Garrote). La abuela es un gran trabajo de Lucrecia Capello, así como la criada es Mausi Martínez y Prudencia esa actriz gloriosa y desaprovechada que fue Nya Quesada. Ya está planteado el equipo, vamos ahora al partido.
La escenografía, despojada al extremo, sólo con una mesa, sillas y camas con colchones sobre los elásticos, así como unas paredes flexibles de las que se puede salir y entrar con permeabilidad son obra del gran artista plástico argentino Guillermo Kutica. La obra está fechada en el 2002, así que cuenta con varios años ya en el haber de todas estas prestigiosas actrices (algunas ya muertas incluso). Como versión, debo confesar que me gustó más la de Muscari (¡oh, sacrílego!), pero no sé si será por la música envolvente de Michael Nyman (el colaborador de Peter Greenaway), o por la adaptación del propio Muscari que decidió suprimir personajes en pos de la dramaturgia encerrada en esas ocho mujeres, lo cierto es que me conmovió mucho más que esta despojada puesta.
El tema de la obra es bien conocido. Con la muerte de Antonio María Bermúdez, marido de Bernarda da comienzo la acción y acudimos al día del sepelio, con la opresiva presencia de la madre ante unas hijas que quieren romper el duelo. La férrea mano tiránica de Bernarda venía a representar la dictadura de Franco, algo que iba a llevar a la muerte al propio Lorca, allá por el 38, como tantos poetas más (Machado, Miguel Hernández). El luto impone que todas vistan de riguroso negro, pero el luto que cargan en su vida, víctimas como son de esa madre dictatorial, las hace que el negro sea el color presente en todas sus vidas. Sólo la más joven de ellas, Adela (gran trabajo de Moro Anghilieri, que rezuma sensualidad por todos sus poros, como en la vida real) se anima a ponerse un vestido verde, lo que provoca el escándalo entre sus hermanas y su criada Poncia. La más "vieja" de las niñas, Angustias (quien porta 39 años, contra los 20 de Adela), está pro casarse con Pepe el Romano, un buen candidato, según parece, ya que todas las hermanas sueñan con él. Aunque, dicen las malas lenguas (en la lengua viperina de Poncia) que éste sólo se casa por la herencia, que al ser la mayor de las chicas la ha heredado casi toda del padre. En otras palabras, que Angustias, debido a su edad ya no resulta deseable para hombre alguno y debe sentirse bien conforme de su próxima boda. Las chicas se entretienen bordando encajes para las sábanas de la próxima novia y se disputan con pequeñas bromas y chicanas que se hacen entre ellas. Pero todo se ensombrece cada vez que aparece la siniestra sombra de Bernarda por los alrededores, que, en su reciente viudez, ha prohibido las risas y las juergas entre sus hijas. La única que escapa a toda esa pesadilla es la abuela, que está loca, y deambula por allí cuando logra escaparse de su reclusión, pidiendo un novio y diciendo a las niñas que se casen, que escapen del yugo de la tiranía antes de que se sequen sus carnes. La abuela significa la cordura entre tanta sinrazón y se presenta como una bocanada de aire fresco ante tanta negrura. Incluso, sobre el final de la obra, Lucrecia Capello no sólo pone la voz sino el cuerpo al servicio del personaje al salir completamente desnuda clamando por libertad. Esta es una transgresión que sólo Vivi Tellas podía hacerse cargo.
Pero la gran protagonista de la obra es Martirio (Fal, en una excelente composición), la "fea" de las hermanas, jorobada y enclenque de salud que pone blanco sobre negro a la hora de la verdad, y es quien se anima a patear el tablero enfrentándose a su propia madre. No permitirá que le pegue más ni la castigue, toma las riendas de la situación e incluso es la voz delatora de Adela, la más joven quien tiene amoríos secretos con Pepe el Romano, el novio de su hermana. Es lógico, Pepe la desea a ella, y es con ella con quien se divierte para sus juegos sexuales, los que no estarían permitidos con alguien como Angustias. Adela es quien disfruta de su despertar sexual más que sus reprimidas hermanas, y lo hace sin culpa. En realidad todas, cada cual a su modo ponen coto a las represalias de su madre, aunque ésta siga mandando y ordenando que se tapien los ventanales de la casa y se viva a oscuras, como "buenas mujeres decentes". El humor no abunda (es un drama hecho y derecho), pero hay pinceladas que lo dejan trasuntar. En la puesta de Muscari se hacía más hincapié en el recurso humorístico de las situaciones.
Poncia es la única que sabe del deseo de Adela de casarse con Pepe el Romano, y se lo advierte a ésta que se está metiendo en un juego sin retorno. Le dice con maldad que deje que se case con su hermana, que es de caderas chicas y vieja, que no resistirá al primer parto, y luego de muerta Pepe buscará refugio en alguien más joven, como ella. Claro, esto no deja de estar cargado de maldad y de humor, así de franca es Poncia. Y así también advierte a Bernarda que tenga abiertos los ojos sobre lo que ocurre a su alrededor, que muy pronto se desatará la tormenta. Bernarda está muy segura de su mano de hierro y no hace caso a las habladurías de su criada. La otra en saberlo es Martirio, y es quien despierta a todos cuando Adela salga al establo a "refrescarse" con su amante. Se arma gran jaleo y confusión. Bernarda acude presta y es martirio quien la alcanza la escopeta para que mate al Romano. Bernarda sale y dispara. Adela, creyéndolo muerto, entra a su cuarto y se suicida colgándose de una cuerda. Pero Pepe ha escapado... La fatalidad, sin embargo se ha derramado sobre la casa de Bernarda Alba, quien grita, desbocada que vistan de blanco a su hija, que ha muerto virgen. "¡Guárdense las lágrimas! No deben llorar. A la muerte hay que mirarla de frente" son las últimas palabras conmovedoras de esa mujer fuerte y despótica que arrastró a la desgracia a sus hijas con su dura presencia. Todo es griterío y locura en la casa de Bernarda Alba porque la menor de sus hijas ha muerto, y eso sus hermanas no lo soportan. Cae el telón y el público aplaude agradecido ante esta lección de teatro. 
Admirables son todas las interpretaciones aunque aquí sólo pueda inferirlo por la impostación vocal y las manifestaciones corporales, debido al mal uso de la cámara. Bueno hubiese sido ver los rostros jóvenes de tantas buenas actrices de una camada muy significativa para el teatro argentino. Pueden verla en la página del TGSM. No se la pierdan porque es una obra clave del genio y la poesía lorquiana.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 20 de julio de 2020

Mi crítica de "El Maestro de Música" (Cine)

Justamente hoy estaba pensando en lo poco de cine musical que vemos con Carlos. Como si me hubiera leído el pensamiento llegó el mail de visionar esta película, que sin duda está entre mis favoritas y engrosan mi catálogo de películas en DVD. Bienvenida sea entonces ver de nuevo "El Maestro de Música", de Gerard Corbiau. Corbiau es un director de cine nacido en Bruselas, Bélgica, el 19 de septiembre de 1941, por lo que tiene en la actualidad 78 años. Es mejor conocido por sus dramas musicales, como "El Maestro de Música" (1988), "Farinelli" (1994) y "Le roi danse" (2000) Las dos primeras fueron seleccionadas para el Oscar del Academia. Vive en Bélgica y actualmente está trabajando en varios proyectos. Esta película esta protagonizada por José Van Dam, otro belga, el barítono bajo conocido en todo el mundo por su carrera como cantante lírico. Van Dam fue el intérprete de otra película, el "Don Giovanni" de Joseph Losey de 1979, actuando el rol de Leporello (o Leporino, como bautizaron Les Luthiers a su personaje, combinación de Leporello y Nemorino).
Esta película se destaca sobre todo por su cuidada partitura, que está integrada por temas de Verdi, Mozart, Mahler, Schubert, Schumann y Bellini. Es asimismo prodigiosa la fotografía que realiza verdaderas imágenes pictóricas, con una maravillosa luz que nunca deja afuera a sus personajes ni a sus ambientaciones, todas ellas de principios del siglo XX. Es igualmente elogiable el vestuario con todos esos vestidos elegantes y añosos lo mismo que las locaciones, amplios palacios y elegantes estancias.
Todo empieza cuando Joachim Dallaynac (Van Dam) canta en Londres el "Cortigiani" de "Rigoletto", dando por finalizada, sorpresivamente, su carrera profesional, y dedicándose de ahí en más a dar clases particulares a alumnos selectos. Toma bajo su protección y enseñanza a la bella Sophie (Anne Rousell) una joven de 18 años que entra en competencia inmediata con su esposa Estelle (Sylvie Fennec) de 40 años, quien es su gran compañera y pianista asegurada. Sophie es puesta bajo su tutela por el tío Francois, un gran amigo de la pareja. Enseguida se produce por parte de la chica el enamoramiento de su maestro, como especie de transferencia psicoanalítica que parece muy adecuada para todas las relaciones tan cercanas de succión de conocimientos. "Te vas a enamorar de ella", le anticipa Estelle. "Ya lo hice", contesta Joachim, quien la recontra dobla en años. Así las cosas, empieza el aprendizaje, de un maestro severo pero cariñoso y sensible a la belleza (de la voz y de la persona). Aunque Sophie, en un arranque de furia le pregunta a Estelle: "¿por qué no me ama?" "Joachim se pertenece a sí mismo", es la enigmática respuesta de la compañera del cantante.
Pero en un viaje a la ciudad conoce a un astuto ladronzuelo de poca monta que está entonando una de las arias de "Los Cuentos de Hoffman", de Offenbach, y reconoce en él a un portento vocal. Logra salvarlo del linchamiento y se lo lleva bajo su tutela a su mansión para ofrecerle sus clases. Allí le da ropa buena y un buen pasar, pero es muy exigente con él; lo hace solfear a viva voz cuando ya todos se han ido a dormir. Joachim se demuestra como un ser egocéntrico, maniático, sensible y rigoroso (me enseñó a escribir esta palabra nada menos que Ortega y Gasset). En un paseo por el lago, Joachim en bote y Jean, tal el nombre de su alumno (Philippe Volter), a nado. Le sumerge la cabeza bajo el agua y cuenta hasta veinte para ver si es capaz de aguantar la respiración y convertirse en un tenor. Su impostura no le impide pegarle un cachetazo a su alumno. Luego, en un paseo por el campo con Sophie, ésta le pregunta "¿por qué te escondes bajo la máscara de maestro tiránico?", a lo que él contesta que "es por tí y por Jean, quiero sacarlos buenos". Ella intenta besarlo a lo que él le responde tímidamente pero le dice que no se puede enamorar de ella porque muy pronto uno de los dos ya no va a estar. Él es consciente de su fragilidad ya que sufre de ataques al corazón que le interrumpen los ensayos, y le aconseja "en el escenario estás solo, tienes que aprender a convivir con tu soledad". Ella se aleja indignada gritándole que "uno no puede cantar cuando no es feliz, y yo no lo soy". Se ve que todavía no ha aprendido a sublimar su embelesamiento por su figura de autoridad. A la noche, mientras ella ve por la ventana a su maestro cantar el lieder de Schumann "Du meine seele, du mein herz" y recorrer son su mano inquieta el cuello y espalda de su compañera, por despecho se abraza a Jean, quien desde hace bastante está interesado en ella y le ha dicho que si se quedaba allí era por ella.
Llega de visita Francois, el tío de Sophie y le trae de regalo a Joachim un gramófono, en donde puede oír su propia voz cantando "Recondita armonia", de "Tosca". Y trae la noticia bomba de que el Príncipe Scotti los invita a Sophie y a Jean a un concurso de canto. Este personaje es el antagonista de Joachim, ya que se enemistaron hace ya 20 años cuando a él se le quebró la voz en otro concurso compitiendo con Joachim y ya no pudo volver a cantar. Pero es un ser peligroso, es capaz de crear y destruir reputaciones de la noche a la mañana. También de impulsar nuevos talentos. ¡Por fin aparece el conflicto, todo había sido muy calmo en la película hasta ahora sin un trazo marcado en donde se deban dirimir dos opciones contrapuestas, como es la definición de conflicto en lo dramático!
Joachim los acompaña en el carruaje hasta la puerta misma del palacio, pero decide no quedarse para no enfrentarse a su rival. Confía en la pericia de sus alumnos que parece que todo lo que aprendieron lo hicieron velozmente. El secretario de Scotti es rengo, como para demostrar que todos tenemos defectos o venimos "fallados" en esta carrera por el éxito. Scotti conoce a Jean y se disgusta mucho al oír el amplio registro que éste tiene ya que deberá competir con su protegido, Arcas, y comprueba que los dos tienen la misma voz. Al volver a su mansión, Joachim es recibido por Estella, quien lo ve dormido en el carruaje y por un instante se lo representa muerto, como si vaticinara lo que iba a pasar.
Scotti le aconseja a su protegido que la primera impresión suele demoler, y que no bien conozca a su rival se ponga a cantar. Así lo hace, con "Questa o quella", de "Rigoletto". Jean comprueba que tienen la misma voz y sale huyendo. Mientras tanto Joachim muere en su residencia, y la taza donde estaba tomando el café cae al duelo fragmentándose, claro símbolo de cómo se sentía él de disociado entre su amor por las dos mujeres de su vida. Se presentan al concurso y va a cantar primero Sophie, y arranca con "Caro nome che il mio cor" y "Sempre libera", de "La Traviata", de Verdi, pero su compañero hace su parte entre bastidores, deslumbrando al público con su diáfana voz. Son muy aplaudidos ambos. Pero como queda en evidencia que ambos participantes tienen el mismo tono de voz se propone un reto con máscaras, interpretando el mismo tema. Los trajes son los mismos con los que aparecía el padre en "Amadeus" pero en vez de en negro, en un impecable blanco.
Y cantan "A tanto duol", de "Bianca e Fernando", de Bellini. Allí, a uno de los dos se le quiebra la voz, quedando triunfante Jean, después de un momento de suspenso. El Príncipe los felicita muy sinceramente y les ofrece contratos. Pero llega la noticia de la muerte del Maestro y todo se apaga. Ya en el lago donde iban a nadar, se llevan a cabo las exequias, llevando su cuerpo envuelto en una funda blanca, en un bote para ser depositado en el agua. Se oye "Ich bin der welt..." un lieder de Mahler. En el viaje en el carruaje, después de tanto drama, por fin Sophie y Jean esbozan una sonrisa...
He visto con inmenso placer esta película dedicada a la ópera, que es una de las artes que más me fascina en mi vida. Muy agradecido. Que se repita.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



domingo, 19 de julio de 2020

Mi crítica de "Por el Nombre del Padre" (Teatro)


Esta nueva entrega de Teatrix también deja mucho que desear... Si bien el Nombre del Padre, en psicoanálisis hablando es el que marca los límites, forja un camino y delimita una personalidad, Pepe Cibrián Campoy parece hacer caso omiso de esta norma y va a encarnar a un padre que tiene muy poco de ejemplar. O mucho, según como se lo quiera tomar. Pero vamos por partes. La comedia me resultó de lo más anodina, está lejos Cibrián de sus grandes creaciones en el campo del teatro musical, tales como "Drácula", "El Jorobado de París", "Calígula" o "Aquí no podemos hacerlo"; y del teatro de texto con esos dos grandes monólogos en verso que fueron "Marica" y "Juana la Loca", excelentes ambos. Está claro que Cibrián decanta más para el drama que para la comedia, lejos de lo que podría suponerse. Pero aquí la emprende con una comedia con un final "serio" (que hubiese sido mucho más efectivo si se lo hubiese tomado con humor), de muy dudoso gusto y con un sentido del humor para deficientes o para perversos. Las comedias con muchos personajes en serie han dado resultados desparejos, pero baste recordar dos ejemplos: la célebre "Salsa criolla", de Pinti o la magnífica "Como quién oye llover", de Juan Pablo Geretto, para darse cuenta que aún con varios personajes deshilvanados se puede lograr un muy buen resultado. No es el caso de Cibrián, como actor, autor y director de esta obra, aquí acompañado por una desaprovechada Viviana Saccone. Tenía razón mi médica clínica cuando me dijo "me ofrecen una promoción para jubilados para ir a ver a Cibrián, pero la voy a rechazar porque no me gusta". Y yo confiado en las críticas que había leído le dije: "pero mire que es buena..." Cuánta razón tenía ella.
Saccone (Lala) y Cibrián (sin nombre, paradójicamente en la obra que trata de "el nombre del padre") son una pareja de muchos años que llegan tarde a su casa de una fiesta y se plantean el tema de la operación de él. Parece algo serio y grave, de lo que cuesta mucho tomar una resolución. Creemos que él está muy enfermo y debe someterse al quirófano para salvar su vida. Veremos luego que no era tan así, por lo menos en el sentido clínico de "salvar". Luego de un pequeño interludio él se mete a tomarse una ducha y queda sola ella. Se aparece entonces Jacinta (una composición de Cibrián que nos recuerda a su madre Ana María Campoy, a quien imita con su acento castizo), una empleada doméstica española muy desenfadada, que a pesar de sus años, se dedica a "hacer felices" a los demás porteros de la cuadra, ejerciendo el oficio más antiguo del mundo. Le dice a Lala que mantiene cuatro relaciones por día, aunque no en estos términos tan bien educados. Realmente, Cibrián no escandaliza, si era eso lo que se proponía, pero sí desagrada mucho la forma de encarar el protocolo. A cada insinuación de Lala, la mujer le informa que la va a denunciar al INADI, por discriminación, y le cuenta que perdió su virginidad con el cura del pueblito español de donde proviene, y quien le hizo cuatro hijos, uno tras otro. Gran despliegue pirotécnico en el arte de deformar palabras, dada su falta de "cultura" (algo que muy bien podría haber hecho Minguito Tinguitella). Las risas son de compromiso -creemos- porque es un artilugio muy viejo y conocido el de cambiar el sentido de los vocablos para llevar agua a su molino de lo chabacano. Luego de este diálogo que no aporta nada al argumento (como ninguno de los personajes incidentales lo aportan) tiene Lala un diálogo telefónico con su hija Amanda que sirve para... para estirar el tiempo porque tampoco es inherente a la acción. Se ve que Cibrián, a pesar de haber transitado los escenarios largamente y desde muy niño, no aprendió nada en lo que a construcción dramática de una obra se refiere. Y menos en aportar gracia desde sus papeles.
Aparece luego otro hijo del matrimonio (también sin nombre), que se ha convertido en monje tibetano, y viene "disfrazado" con un ropaje acorde. La gracia de este scketch reside en pronunciar nombres de ciudades o nombres propios tibetanos que son onomatopéyicos... Jajaja, cómo nos reímos. Hasta hay que soportar un baile epiléptico de Lala en beneficio de lucirse como reina del ridículo. Nada más que comentar. Irrumpen luego los padres de ella, interpretados por ellos mismos y en el que se luce la corpulenta anatomía de ella enfundada en un traje que la hace ver gorda y "culona" (son un matrimonio viejo). Y la gracia del episodio está en que quieren hacer el amor en la casa deshabitada momentáneamente de su hija y yerno y traen un video porno para excitarse. Nada del otro mundo y menos para provocar las risas que no surgen aunque lo pretendan. Con un remate muy burdo termina el episodio.
Vuelve a aparecer Lala y Jacinta, quien luce esta vez un vestido de "luxe" regalado por una prima española, prostituta ella también y que acaba siendo donado para los niños pobres. Continúan con la confusión de nombres y palabras y aportan muy poca gracia al espectáculo. Luego viene una reunión de la madre con sus hijos (quienes hablan en off) sobre la importante decisión de operarse de su padre.
Y por fin llegan Lala y su marido después de la operación. Miren, se veía venir, lo sabía desde el principio, que la cirugía de él era para... cambiar de sexo. Aparece vestido de mujer y muy orgulloso de su elección, y dispuesto a irse de la casa para no incomodar a su esposa. Ésta le dice que no se vaya, que serán compañeros y "amigas" y que hasta las mejores amigas pueden compartir la misma cama. Hay algunas lagrimitas en ese final edulcorado y reivindicatorio de la identidad sexual de Cibrián, que, a esta altura ya peca de redundante (sabemos que se casó con otro hombre hace ya... varios años) y no necesitamos que nos venga a dictar cátedra de lo orgulloso que se siente con ser gay.
Una comedia (que pretende serlo) muy deslucida y con un final que si se hubiese prestado para la comicidad más que para las lágrimas hubiera levantado (un poquito) la valla. Pero ni aún así logra transmitir algo esta obra que bien podría no haber existido que nadie se hubiera molestado por no verla.
Cibrián, volvé a amigarte con Mahler y hagan lo que saben hacer.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



viernes, 17 de julio de 2020

Mi crítica de "El Regreso" (Cine)

La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires agradecida por esta película... "El Regreso" (2003) es el primer trabajo para el cine (después de haber trabajado para la televisión) del director y guionista ruso Andrei Petrovich Zvyaginstev (6 de febrero de 1964). Este film ganó el León de Oro en Venecia. Tras éste, dirigió "El Destierro" (2007) y "Elena" (2011). Su película "Leviatán" (2014) fue nominada para el Oscar. Su más reciente film, "Sin Amor" ganó el Premio del Jurado en Cannes (2017) y estuvo entre los nominados a la Mejor Película en Lengua Extranjera a los 90 Premios de la Academia. También ganó el Premio Achievement in Directing por esta película en los 2017 Asia Pacific Screen Awards.
Carlos tiene predilección por presentarnos películas (como buenos amantes del cine y de la filosofía que somos) en donde las preguntas son más importantes que las respuestas. Y este film no es la excepción, todo su metraje está plagado de interrogantes, los cuales, en su mayoría, quedarán sin solución. La película empieza con un pasaje subacuático, como homenaje al inconsciente, todo lo que (sub)yace, está oculto, en el fondo, remite a lo que está por fuera de la conciencia. Y aquí, como en los mitos griegos, el inconsciente es el que guía la historia, llegando al parricidio (involuntario) como en la mejor versión de Edipo Rey. Todo comienza cuando Vanya (también llamado Iván, pero yo prefiero ese nombre por las reminiscencias chejovianas de mi personaje favorito) y su hermano Andrei están tirándose al agua desde cierta altura. Vanya (de unos 12 años) tiene miedo a las alturas y no logra arrojarse, siendo burlado por su hermano, unos años mayor que él. Luego juegan a la pelota en un edificio abandonado, cruda metáfora de cómo está el alma de estos dos chicos, criados con amor por su madre y una abuela que escucha ópera junto al fuego. Después de 12 años de ausencia el padre ha vuelto. Un padre sin nombre, del que sólo nos importa saber que porta el "nombre del padre" como generador de personalidad y conflictos en el interior del alma de los chicos. Este padre es todo aquello que no podemos pedir en un progenitor: despótico, tiránico, nada cariñoso, autoritario, apático. Se me dirá, ¿puede existir un personaje en el que no se le encuentre nada de bueno? Es muy difícil de concebir, pero el que nos entrega este director tiene todas esas cualidades (y muchas más que no me atrevo ni a mencionar). Estamos en el día lunes, y el padre se sienta a la mesa con su familia y ordena que se le sirva vino a los niños, tal vez como forma de iniciación, tal vez para compartir la sangre de Cristo, vaya uno a saber. Lo que es cierto que cuando se acuesta con su esposa no la reclama para el sexo, lo que nos hace suponer que tiene otras mujeres fuera de ese hogar al que recién arriba. Les promete a sus hijos que al día siguiente los llevará de viaje-excursión con él.
El martes parten los tres con rumbo a unas cataratas en el viejo auto de él. Y ya comienza con los desplantes y las agresiones a sus hijos como cuando le dice a Vanya que le diga "¿Qué, papá?", subrayando el "papá", tal vez como forma de imponer respeto o para verificar su rol en este mundo. Empiezan las reticencias por parte de Vanya, y cuando paren para almorzar, él no va a probar bocado, a pesar de que su padre se lo obligue. Cuando salen del restaurante, unos muchachos les roban la billetera a los chicos. El padre los persigue y logra atrapar al ladrón y como les había pegado a sus hijos, les pide a éstos que le peguen. Ellos se rehúsan. Quiere "hacerlos hombres" a la fuerza, o vengarse de quien los robó y los violentó. Vanya se revela con su padre diciéndole que se vaya y vuelva dentro de otros 12 años, lo cual parece tocar las fibras íntimas de ese hombre abusivo.
El miércoles hay otro episodio clave, y es que el padre le hace apagar la música de la radio del auto a Andrei, y ante la queja de Vanya, de que por qué no los deja pescar si a eso fueron, el hombre lo baja rudamente del coche, le da las cañas y lo deja solo en mitad de un puente, librado a la buena de Dios mientras él parte en el coche. Después de verse empapado por la lluvia, el padre regresa a buscarlo a ver si aprendió su lección. Vanya lo enfrenta: "¿Para qué nos trajiste? ¿Para qué nos necesitás?" es su pregunta crucial. Lo mismo nos preguntamos todos, aunque no encontremos la respuesta en el film.
El jueves los hace embrear un bote y lanzarse al mar para arribar a una isla a la que el padre tiene mucho interés en llegar. Como hombre dado a las labores manuales y a los trabajos rudos no tiene problema en manejarse con todo aquello que necesita de la fuerza bruta, desdeñando a los dos infantes que, todavía no saben usarla. Ya en la isla, se burla de sus dos hijos que no saben armar una carpa. Dentro de la misma, y luego de escribir su diario -es muy importante para ellos fechar día tras día lo que ocurre con su padre y en sus "aventuras"- Andrei asusta a Vanya diciéndole que su padre lo va a degollar con su navaja. Esto, por supuesto que no sólo logra asustar a Vanya sino además ponerlo sobre aviso.
El viernes el padre ha salido temprano a pasear por la isla, momento que aprovecha Vanya para robarle su navaja, y jurarle a Andrei que si su padre lo toca no dudará en matarlo. El hombre se sirve de la ausencia de los chicos para desenterrar un botín oculto en un cofre, el cual no sabemos qué contiene, parece ser un radiotransmisor o algo así. Los niños deciden alejarse en el bote para ir a pescar, pero el padre les impone un horario de vuelta y le da a Andrei su reloj. Se entretienen más allá del límite y aprovechan en recorrer un barco abandonado, clara metáfora de su propia soledad frente a un mundo que se les revela adverso. Cuando vuelven, tres horas más tarde, el padre le pega a Andrei y Vanya lo amenaza con la navaja y le grita que si hubiese sido un buen padre, más cariñoso y comprensivo, él no sentiría la necesidad de matarlo. Y huye hacia una torre desde donde habían estado observando la isla días antes. Venciendo el pánico a las alturas, logra llegar a la cima, seguido por su padre quien, en un acto de cariño impensado, quiere salvarlo de que se arroje de allí. Pero tiene la mala suerte que se cae y se mata. Los dos niños se enfrentan al cadáver de su padre y dudan qué hacer con él. Deciden transportarlo hacia el bote.
Ya estamos en sábado y tras larga y penosa marcha han llegado con el cuerpo de su padre a la nave. Cargan las cosas y emprenden el regreso. Por suerte el motor les anda (no van a tener tanta escomúnica que ni siquiera les ande el motor). Cuando llegan a orilla, descienden los bultos del bote pero este es arrastrado por la corriente y se hunde con el cadáver del padre sin poder hacer nada para rescatarlo. Con una sucesión de fotografías tomadas durante el viaje termina el relato.
Como en las más encumbradas tragedias, los hijos han dado muerte (simbólica) y concreta a su padre, aún sin pretenderlo, aunque, como bien sabemos, está todo en el inconsciente, el deseo de matar y su concreción: no existen las casualidades, diría Sábato y el psicoanálisis. Sin música incidental (apenas se escucha un fragmento del "Réquiem" de Mozart en algún tramo) y con una pátina de coloración que trabaja con los tonos fríos, sobre todo el azul, lo cual viene a simbolizar la relación de padre e hijos, y con una puesta en escena muy elaborada (hay tomas cenitales, travellings, cámara en mano, etc.). Esta excelente película nos ha hecho trepidar por casi dos horas que a pesar de la morosidad del relato, se pasan volando. Un film inolvidable, aunque ya lo hayamos visualizado con Carlos un par de veces siempre vale la pena volver a ver.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



miércoles, 15 de julio de 2020

Mi crítica de "La Vida es Sueño" (Teatro)

Por obra y gracia del TGSM pudimos acceder a esta versión de la célebre obra de Calderón de la Barca (de chico lo llamaban Ollita del Bote, jajaja) en puesta del 2010 por Calixto Bieito, con las actuaciones protagónicas de Joaquín Furriel y Muriel Santa Ana. Se ve que a Furriel lo llamaban para hacer de todos los loquitos de época (Hamlet, Segismundo...), los cual por otra parte le salen muy bien, o será que ya nos tiene acostumbrados. La gran sala del San Martín se presta para esta "superproducción", enmarcada en la arena de la pista circense, con arena de verdad y los actores trabajando descalzos. Pedro Calderón de la Barca fue un autor del Siglo de Oro barroco español y compuso gran cantidad de piezas en sus 81 años de vida (1600-1681), siendo esta la más famosa y la más representada. En ella se plantea la idea filosófica de que la vida es como un sueño, de que los seres que deambulamos por ella no lo hacemos sino dormidos y de que tal vez la muerte signifique el verdadero despertar. Para esta obra, Calderón se inspiró en la teoría platónica de la caverna, aquella en donde un hombre encadenado en una caverna sólo podía ver las siluetas que reflejaba la luz sobre la pared de ésta, y creía que eso que veía era la realidad. Segismundo, el personaje de "La Vida es Sueño" vive encerrado en una torre a donde lo ha confinado su padre desde su nacimiento, el cual produjo la muerte de su madre, y las estrellas le indicaron que sería un tirano en el uso del poder. Basilio, su padre (Patricio Contreras) es rey de Polonia y hasta allí llega Rosaura (Muriel Santa Ana), primero vestida como un hombre y acompañada de su fiel criado Clarín (Pacha Rosso) quien es el que pone el toque de humor a la obra. Llega y se enfrenta a Segismundo que, encadenado en su torre, es un hombre-animal, sin educación ni formación, sólo enseñado por Clotaldo (Osvaldo Santoro), su guardia, quien lo ha adoctrinado sobre cuestiones filosóficas, religiosas y mitológicas. La obra está escrita enteramente en verso y es un desafío para los actores memorizar ese español antiguo (aquí adaptado y actualizado por el director) que supone todo un esfuerzo suplementario a la memoria del actor. Después de que Segismundo intente matar a Rosaura al confundirla con un hombre, interviene Clotaldo, quien ve el puñal que porta Rosaura y lo reconoce como suyo. Él es el verdadero padre de Rosaura, quién, ésta, viene de Moscovia, ciudad donde ha nacido. Pero no le revela esto hasta el final, sin embargo la hace entrar en la corte de Basilio, en donde se encuentra con Astolfo (Lautaro Delgado), príncipe moscovita quien se ha casado con ella y ahora le jura su amor a Estrella (Ana Yovino) sobrina de Basilio.
Así dispuestos los personajes está todo servido para que comience el drama. El tema de la obra es también el del libre albedrío, promulgado por la iglesia católica y el de la predeterminación, auspiciado por la reforma protestante. Pero el centro de la obra desarrolla el tema de la libertad humana como contrario al dejarse llevar por el destino. Los nobles (comandados por Basilio) deciden sacar a Segismundo de su prisión y llevarlo a palacio, para ver si es un príncipe bueno o en cambio es avaro y malicioso. Lo confunden con brebajes en la prisión y lo despiertan en una cama florida del palacio, desde allí puede mandar a su antojo y decidir sobre el destino de sus congéneres. Rosaura, reconocida por Astolfo, entra a servir a la bella Estrella bajo el nombre de Astrea, para estar cerca del hombre que la desposó y hacer venganza. Sólo clama la sed del rencor. Segismundo, a todo esto se comporta de modo animalesco y arroja por la ventana a un criado enano (Hernán Cuevas) porque se disgustó con él. Además de portarse de modo muy indecoroso con las "señoras" de la corte. Intenta asesinar a Clotaldo y esto es la gota que rebalsa el vaso y lo vuelven a meter en su caverna-torre de reclusión. Y le hacen creer que todo cuanto vivió lo ha soñado en realidad. Es aquí cuando Segismundo, ya gran filósofo del pensar acopia los versos que hicieron famosa a la obra:
"¿Qué es la vida? Un frenesí,
¿qué es la vida? una ilusión
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que todo en la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
Vuelto a su torre vuelve a penar por su insólito destino, hasta que un soldado del pueblo (Enrique Federman), lo viene a rescatar y le dice que todo el pueblo de Polonia lo está reclamando como rey. Luego de unos entuertos con este soldado, a quien se resiste a acompañar convencido de que todo lo ha soñado, se deja llevar a palacio. Allí es recibido por su padre y la corte, quienes le indican que debe retomar el trono. Pero luego de una entrada animalesca, logra contenerse y al ver a su padre postrado a sus pies, pidiendo la muerte, le otorga clemencia y lo perdona. Con este simple gesto se lo considera un rey bondadoso y se le permite ejercer su poderío. Rosaura, que ha desbaratado el presunto casamiento de Astolfo con Estrella da por cumplida su misión y reconoce a su padre en la piel de Clotaldo. Y todo termina como Dios (y Calderón de la Barca) mandan.
La puesta es excelente, tiene muy buena mano este Calixto para el teatro barroco y la adaptación que ha hecho es digna de los tiempos que corren. Muy buenos resultan tanto Muriel como Furriel en sus papeles, salvando las distancias con un Patricio Contreras algo farragoso en su hablar, ya que acá la pronunciación debe ser perfecta para que lleguen con claridad los versos al oído del público. Osvaldo Santoro, como siempre, exhibe autoridad como actor y su papel de guardia/siervo lo hace con rudeza y la templanza necesaria. De menor presencia son Delgado y Yovino pero se dejan ver. Y Pacha Rosso, en su Clarín, es todo un descubrimiento histriónico pues está siempre al borde de la comicidad y la burla, no dudando en meterse entre el público y dejar sentir allí unos bocadillos muy ocurrentes. En resumen, que la puesta es el lujo y el ornato a que nos tiene acostumbrados el San Martín a la hora de presentar textos sublimes que no por transitados, sean menos valiosos. Enhorabuena esta reposición y esperemos que esta cuarentena siga por mucho tiempo así podemos acceder a las viejas funciones del San Martín desde el sillón de nuestra casa, el televisor o la computadora.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



sábado, 11 de julio de 2020

Mi crítica de "Diego Reinhold-Comedy Show" (Teatro)


Acabo de ver por Teatrix el nuevo show unipersonal de Diego Reinhold y me queda una indecisión de no saber si lo que vi fue una maravilla o una porquería... Paso a explicar. Reinhold se corta solo para este espectáculo y lo hace todo: baila, canta, hace stand up... pero baila mejor que lo que canta y canta mejor que lo que actúa. Y sí, es porque gracias a su actuación se pierden algunos de los mejores chistes del monólogo -que abundan, aunque no todos con la misma eficacia- es buen actor, es muy expresivo, peor algo falla en su forma de decir, o de interpretar los chistes, que no cumplen su cometido. Los pienso en boca de otro actor y me desternillo de la risa, pero en la suya no funcionan. Puede ser que hable muy rápido, o que dé mucho el tipo gay, no sé qué es lo que tiene, a mí no me llega, no me logra transmitir.
Acá nos enfrentamos con otro problema: está al servicio de la tecnología y no al revés. La puesta en escena del espectáculo es abrumadora, está muy bien ideado, y espectacularmente ensayado, pero la técnica se come al comediante. Hay una introducción donde se juega con las imágenes y el doble sentido que adquieren los vocablos que las designan, todo sucede muy vertiginosamente y hay algunos gags que se escapan. Hay una pantalla de proyecciones y todo pasa por ella, incluso cuando Reinhold baile o cante, todo se juega a través de la pantalla, hasta verse desdoblado en un coro de bailarines que son... él mismo. El director del show es el mediocre Daniel Casablanca (el mismo de Los Macocos) y la verdad que la puesta en escena se luce, pero la tecnología es más importante que el show mismo.
Después de la deslumbrante presentación a todo ritmo viene un monólogo en donde hace referencia a nombres de ciudades o de países hábilmente mezclados en el discurso, se nota que hay mucha creatividad en juego y mucha idea, pero el resultado se ve opacado por una rigurosa actuación (tal vez se vea muy encadenado al texto, se lo nota temblar en todo momento, aunque está muy atento a la improvisación y al juego con el público). O tal vez sea que detrás del juego de palabras no hay alma, no hay vida, no haya substancia que lo justifique. Además, que quieren que les diga, a mí Reinhold me resulta muy putazo, no obstante que se justifique diciendo que "salí con una chica... grande. Sí, lo que pasa que cuando son grandes uno ya las encuentra separadas... una pierna por un lado, el brazo por el otro, la cabeza más allá... Fuimos al cine y en la puerta la atropelló un camión, tuve que entrar solo al cine. No vio el trailer... de la película". Sí, juega mucho con las palabras y lo hace a una velocidad tal que buena parte del público se queda en ascuas. (Y muy pocos son los que aplauden). Aún así, a toda rapidez, logra mantener un show por una hora diez, sin parar, él solo ayudado por sus proyecciones en la pantalla. Baila y canta "Sunny of the street" con mucha gracia y ductilidad para el baile y el canto y termina agitado (gran error para un artista que se precie). También se escucha en off la canción "Champan" por María Martha Serra Lima y a continuación "Puerto Pollensa", por Sandra Mihanovich en donde se juega con la iconografía de los vocablos, es decir, con la representación visual, en dibujos, de las palabras de la canción. Y Diego sabe cómo sacarle el jugo a todo esto con su mímica y su gestualidad.
Enseguida viene un monólogo en dónde el juego de palabras que se hizo antes con los nombres de ciudades se realiza ahora con términos de informática. Es rápido e ingenioso, pero no llega a producir gracia. Repito, hay muy buenas ideas puestas en juego pero su ejecución no es brillante. Reinhold insiste en hacer chistes sobre la parálisis de la Michetti. Se juega a la incorrección política, al humor negro y al mal gusto, amén de repetirlo hasta el cansancio. Me enseñó mi directora de teatro Elsa Orrea, que un chiste puede repetirse hasta tres veces en un mismo espectáculo, más veces ya pierde la efectividad. Y Reinhold juega con la silla de ruedas de la pobre Michetti hasta llegar a cansar (es la muletilla del show). Sigue un enganchado de imágenes de cine que el revive con gran entusiasmo pero no son llegadas a decodificar por el público poco ávido de cinematografías. Sólo utiliza la imagen de Pinti (casi sobre el final del sketch) para decir: "¿Vieron lo joven que estaba Pinti? Si uno lo ve ahora es el regreso de los muertos vivos". Engancha con un monólogo sobre enfermedades y el paso de la vida cruel (y es mucha) y lo que más me resonó es que después de los 50 hay que hacerse todos los años el examen de la próstata (Ayyyyy). Y que ahora la ciencia avanza un montón, pero para dicho estudio siguen utilizando el diagnóstico táctil... y encima el médico no te promete que se van a ver otra vez... así, sin romance, dice el avezado Reinhold. También comenta que cuando cumplís los 20 sos un veinteañero, cuando los 30 un treinteañero, pero después de los 40 ya sos un "cuarentón", luego un cincuentón, y después pasás a la categoría de "sexagenario". Todo muy negro, ¿vio? Reinhold insiste en utilizar un vocabulario lleno de puteadas y un "boludo" constante. Más aún cuando habla del trabajo, de lo mal que hace trabajar (¡¡¡ !!!), que en un país lleno de vacas tendría que ir cada uno y pedir que le regalen su litro de leche. Pero no, te inculcan desde chico que si querés conseguir algo en la vida lo tenés que hacer trabajando. Y que si querés obtener algo te tenés que "romper el culo", ¿por qué hay que romperse, digo yo? (dice él), y con el sudor de tu frente. Yo prefiero mejor romperme la frente con el sudor de mi culo (dice en un chiste sin nada de gracia Dieguito). En fin, que canta una oda a la vagancia y a obtener las cosas gratis, digno de los mejores "planeros". ¿O acaso no sabe este señor que él es un dichoso que hace lo que le gusta, y no por obligación, como tanta gente que tiene que levantarse para ir a un trabajo que no le gusta y que encima está mal pago y tiene que luchar en el tren o en el colectivo para llegar al mismo? Realmente me parece de muy poca gracia que esta persona escupa para arriba, no agradeciendo la bendición que tiene. Insiste una y otra vez en "escribir" los chistes que le son aplaudidos y en desechar aquellos que no tienen respuesta del público.
Y termina agradeciendo a la escuela de teatro adonde lo mandaban en la casa los viernes por la tarde, porque sabía que allí podía ser libre, que no había que izar la bandera ni cantar el himno, no había que hacer deberes ni pruebas sino que sólo tenía la obligación de ser él mismo. Y que eso es lo que le forjó una profesión que ama (¡por fin, tarde te diste cuenta!). Y termina el show cantando y bailando con aquellas figuras del cine que siempre admiró, desde Bugs Bunny y la Pantera Rosa hasta Fred Astaire, Gene Kelly, Judy Garland o Shirley Temple. Y lo hace con la gracia y soltura de bailarín que es, que puede imitar todas las coreografías sin verlas en la pantalla pues él está por delante y se proyecta detrás, lo que demuestra una gran sincronización y mucho tiempo de ensayo.
Es una pena que un show tan estudiado milimétricamente, tan coreografiado al segundo y tan pensado desde su estructura visual y temática, con tal fortuna para el chiste fonético en cuanto al vocabulario, tenga tan poco resultado en su concreción. Algo en la dirección falló (Daniel Casablanca), o en la elección del actor. Hay que tener más cuidado cuando se planifica un show que en manos de otro podría brillar y ser un éxito u opacarlo definitivamente como en este caso.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 9 de julio de 2020

Mi crítica de "Pan y Rosas" (Cine)

"La chingada, chingue tu madre y pinche patrón..." si los dejáramos hablar toda una película a los mexicanos no saldríamos de estos vocablos, que parecen ser los únicos que enriquecen su lenguaje... Hoy vemos "Pan y Rosas", de Ken Loach, del 2000. Kenneth Loach (nacido el 17 de junio de 1936), más conocido como Ken Loach es un director de cine y televisión británico, conocido por su estilo de realismo social y su temática socialista. Loach es uno de los directores más laureados en el Festival de Cannes, siendo uno de los nueve directores que han ganado la Palma de Oro en dos ocasiones; en 2006 por "El Viento que Agita la Cebada" y en 2016 por su film "Yo, Daniel Blake". En la actualidad tiene 86 años.
Pero yo me pregunto, ¿debemos ver con Carlos enteramente directores afiliados al comunismo? ¿No hay otras realidades en el mundo? ¿Es que les pedimos el carné de afiliación y después decimos: "veamos esta película"? ¿Nunca podremos ver, por ejemplo, alguna de las buenísimas películas de Clint Eastwood o de Héctor Olivera, para nombrar algunos, que tanto enriquecieron a la cinematografía? Si bien es cierto que no tuvieron mucha suerte con Carlos -justo es decirlo- gente como Ettore Scola o Nanni Moretti, o Godard, que también ostentan el cartel de comunistas... Bueno, así son las cosas, yo lucharé desde adentro para que esto cambie alguna vez y tengamos más pluralidad de aceptación, sin importar la filiación sino la calidad del producto (¡qué feo me suena eso de "producto"!)
Pero vamos a la película (y no digo la "peli" porque me parece rebajar al arte del cine). Estamos en 1999, en plena frontera de México con Estados Unidos, allí comienza el film, cuando algunos inmigrantes ilegales cruzan la frontera ayudados por un grupo de "mercenarios". Llegados a territorio norteamericano, Rosa (Elpidia Carrillo) es la única que no puede pagar la totalidad del "pasaje" de su hermana Maya (Ana Padilla) y por eso no la dejan bajar de la camioneta. Astutamente, logra escaparse de su captor que la quería para sus fines sexuales, e ingresar en la corporación donde trabaja su hermana como limpiadora. Parecería ser que es el cargo más alto al que pueden aspirar estos inmigrantes ilegales, debiendo pagarle a Pérez, el supervisor de las limpiadoras la comisión del sueldo de un mes para que tramite sus papeles como legales. Acepta hacerlo en dos meses. "Estos uniformes nos hacen invisibles", le dirá su amigo Rubén (otro limpiador) y con ello la garantía de pasar desapercibidos allí donde lo necesiten. Pero de tan invisibles que son, tienen todas las de perder, ya que, según se lo hace ver un muchacho que se ha inmiscuido en el edificio, no gozan de servicio de salud ni vacaciones pagas ni todos los beneficios a los que debe aspirar cualquier trabajador que se precie. El muchacho en cuestión es Sam Shapiro (Adrien Brody, Oscar por "El Pianista", de Polanski y el Dalí de "Medianoche en París", de Woody Allen), un activista por los derechos de los trabajadores que anda buscándose problemas en todos lados y agitando el avispero reclamando por los derechos de la clase obrera.
Hasta aquí todo en orden, se conoce con Maya, ella lo ayuda a escapar de la persecución de los guardias del edificio, lo hace entrar en su casa, donde conoce la situación de la hermana de Maya, también limpiadora y su marido diabético que no tiene una atención de calidad con referencia a su problema, y es echado violentamente de la casa por Rosa por venir a meter la nariz en sus asuntos. De todas formas le cayó bien a Maya y le deja su tarjeta. Ya nos imaginamos que Maya y Sam van a ser quienes reivindiquen la condición de trabajo de sus compañeros y se la jueguen por ellos. Pero, claro, la protagonista tiene que ser una chica joven, linda y flaca, para conseguir inmediata empatía con el espectador, ¿no podría haber elegido a una gorda petisa y fulera? No, evidentemente no, hasta para los que luchan contra el sistema hay cosas que los hacen ser compatibles con el mismo. No se negocia. Rubén, el amigo (y pretendiente) de Maya, quiere entrar a estudiar derecho en la universidad, pero, aunque su examen de matemáticas fue el mejor, también es latino y no le quieren otorgar una beca. Por suerte existe una fundación de unos hermanos mejicanos que pueden ayudarlo, para eso necesita aportar 1600 dólares, que supuestamente sacará de su trabajo.
Pero los problemas empiezan cuando el supervisor despide a una limpiadora por (vieja, aunque no lo diga) haber llegado tarde y haberse olvidado sus anteojos en la casa, sin los cuales no puede trabajar. Entonces Maya se comunica con Sam y éste acude en su ayuda inmediatamente. Estamos en Los Angeles, y la compañía de limpieza se llama Ángel, desde donde se organizan para que los empleadores contraten un seguro para la empresa de limpieza. Se reúnen en secreto en horario de trabajo todos los limpiadores con Sam quién los adoctrina sobre sus derechos. Algunos prefieren el "statu quo" pero hay quienes le prestan oídos. Maya se convierte en la voz cantante de la lucha por la reivindicación social de los trabajadores inmigrantes. Cuando la resistencia es descubierta por el "maldito" Pérez (siempre tiene que haber un antagonista en toda película que se precie), éste intenta saber quién es la cabecilla. Nadie dice nada. Hasta que le ofrece a una limpiadora, Berta, vacaciones pagas, seguro médico y un ascenso a calidad de supervisora... a cambio de que denuncie... como ella se niega a hacerlo Pérez la echa, sin más ni más.
Cuando Pérez va a decirles algo se amparan en la ley, ya que han sido asesorados por abogados y vienen pelando folios con la ley impresa, los cuales se los entregan a su supervisor, tapándole la boca. Lo que más me reconfortó fue oír de boca de los limpiadores-luchadores su grito de batalla: "¡Sí, se puede!" Me hacía sentir en plena campaña (aunque el cántico de Macri se transformó de un "¡Sí, se puede!" en otro "Si se puede"). Lo que me enardeció un poquito fue ver tantas remeras rojas y el puño en alto reclamando... pero, bueno, bueno...
Lo interpelan al mismísimo Griffin, el gerente de la compañía, mientras está devorando su almuerzo, y le dice Sam en persona si sabe que su empresa le paga 5,75 U$s a sus empleados por hora, con lo cual no lo dejan comer en paz. Mientras amenizan viendo una represión violenta contra los trabajadores en 1990, en un video, en la cual el "pueblo" gritaba: "el pueblo unido jamás será vencido" (me parece haberlo oído en algún otro contexto...). Finalmente logran colarse en una fiesta para abogados exitosos (de los de verdad), ejecutivos y actores de renombre, para desbaratarles el evento con un discurso de Sam y la entrada intempestiva de los limpiadores en acción en pleno ágape. Por supuesto que cuando Pérez toma represalias va a ser muy duro, echando a cuantos tenga ganas, pero Maya se interpone y le dice que fue la organizadora de todo y ahí va derechito a la calle. Para esto ya ha vivido su historia amorosa con Sam, aunque muy tangencialmente.
Rubén es uno de los echados y como ve frustrarse sus sueños de estudiar, Maya roba una estación de servicio para pagarle los 1.600 dólares que necesitaba para entrar a la universidad. Luego nos enteramos que la organización de la "fiesta" fue denunciada por Rosa, la hermana de Maya, a quién esta no se lo perdona. Rosa le revela que para mandarles dinero todos los meses a ella y su mamá tuvo que prostituirse por años, haciendo las más ingratas labores sexuales para mantenerles el buche lleno. Ante esto Maya sólo responde con llanto.
Se hace una masiva manifestación de limpiadores en el mismo edificio de la corporación, reclamando que "no sólo quieren pan sino también rosas", slogan que fue heredado de otra manifestación que tuvo lugar tiempo atrás y de la que sus intérpretes salieron ganando. Por supuesto que enseguida se presenta la policía con "el palito de abollar ideologías" (Mafalda dixit) y los meten a todos presos. Estando en la cárcel reciben la noticia de que el movimiento ha triunfado y las reivindicaciones son tenidas en cuenta. Pero (estamos en una película de Ken Loach, no puede terminar bien), cuando le hacen la ficha a Maya la identifican como la autora del robo a la gasolinera y... la deportan para que no pague con cárcel. Allí se acaba la historia social de la que Maya tuvo buena parte en salir vencedora y la propia historia de amor con Sam. Es despedida en el colectivo que la lleva a la frontera por su hermana, arrepentida y llorosa quien le jura que la quiere.
Y así hemos recibido otra lección cívica por parte de Loach, quien, es justo decirlo, filma muy bien y nos hace comprometer con sus causas sociales, involucrándonos en todo el proceso de reivindicación y poniéndonos en el lugar de los oprimidos y los injustamente apaleados. Y lo hace no recurriendo solamente al drama sino poniendo dosis de comicidad en toda la historia. Reivindicación para el cine de Loach.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).