lunes, 29 de octubre de 2018

Mi crítica de "Papaíto Piernas Largas" (Teatro-Musical)

Ayer viví una experiencia fantástica junto con tres amigas, fuimos a ver "Papaíto Piernas Largas" y salimos literalmente flotando del teatro. Es una obra tan cálida, donde impera el buen gusto, el talento y la emoción a raudales. Los personajes son dos solos y dos sus intérpretes, en contra de todas las teorías del musical, que dicen que hay que llenarlo de gente, coros, extras y bailes. Acá hay canto y actuación nada más. Pero eso lo suple todo. Y nada hubiera sido posible sin esos dos artífices mayores que son Ángeles Díaz Colodero (Jerusha Abbot) y Juan Rodó (Jervis Pendleton). Rodó mejoró muchísimo desde sus años de bajo monocorde con Pepito Cibrián, en donde todas las obras eran iguales para él, ha trabajado la voz y ahora se convirtió en un tenor con gran potencia y afinación, ductilidad expresiva y buen soporte para su compañera. Pero la sorpresa de la noche fue Ángeles Díaz Colodero ¿donde estaba metida esta chica? que es la imagen de la belleza, la dulzura y una voz de soprano que muchas envidiarán (los dúos entre los dos me pusieron la piel de gallina). Es fresca, resuelta, con gran capacidad actoral y eso que estaba engripada en la función de ayer, pero eso no hizo mella en su actuación. Dieron juntos una clase magistral de lo que hay que hacer en un musical.
La dirección es de Lía Jelín quien se anota otro poroto para su trayectoria, tiene tan buena mano para la dirección de actores y cantantes que realmente ha puesto en escena un espectáculo mágico. La obra está casi textualmente sacada del libro de Jean Webster y ha sido adaptada con libro de John Caird y letra y música de Paul Gordon. Además la música es una obra de arte, endulza los oídos y está muy bien interpretada por un trío de músicos excepcionales en escena. Casi toda la obra se resuelve en dos planos, como espacios privados en donde cada uno no ve al otro, pero conectados en el mismo escenario: los baúles de ella, que son verdaderos practicables, ya que pueden hacer tanto de mesa, como de cama o montaña, convirtiéndose en un exquisito espacio para caminar por encima de ellos; y la otra escenografía es el despacho de él, con una gran biblioteca y un ancho episodio. Y toda la relación que hay entre ellos dos (bueno, no toda, pero casi) se reduce a un contacto epistolar: son las cartas que Jerusha le manda a ese benefactor desconocido que la saca del orfanato en que vive para pagarle su paso por la universidad, en donde ella cambia de vida. Con estos monólogos aislados, a veces sostenidos por los dos, muchas veces cantados, vamos viendo el transcurrir de la obra.
El deseo de conocimiento es el motor que mueve a la historia. El ansia de conocer lo que dicen los libros, tanto tiempo vedados a ella y que le abren un mundo nuevo y le abren la cabeza, y el otro deseo, casi enfermizo, de conocer a su benefactor, a pesar de que él fue muy explícito en su primera carta, que nunca deberían tener trato y que él no se presentaría con su nombre verdadero ni contestaría a sus cartas. Pero la insistencia de ella, de saber si su ángel guardián es un viejo pelado y añoso o un joven bien parecido, hará que él se presente ante ella como tío de una de las compañeras de Jerusha en la universidad. Entre los dos va naciendo algo que puede calificarse como más que una amistad y el final se ve venir de lejos. Por suerte que termina así, con beso y todo, porque sino, te juro que les quemaba el teatro... Es tan fuerte la atracción que nace entre los dos que desde un principio queremos que caigan los velos y salga a relucir la verdad. Todo esto cantado, por supuesto, y no hace falta más... Él la irá viendo crecer, en esos cuatro años que pasan desde 1908 a 1912, año en que se gradúa, y convertirse de niña en mujer. Así van pasando las estaciones y las modas. Ella, que sólo conocía los harapos que le daban en el orfanato pasará a vestir como toda una dama con el correr del tiempo. Y logrará lo imposible, que el huraño y ermitaño Jervis Pendleton se enamore locamente de ella y pida su mano, claro que ella se ha ido enamorando de él sin saber que es su mentor. Sólo ha visto una sombra de él, cuando fue a buscarla al orfanato, la que le pareció larguísima y de ahí el apodo de "Papaíto Piernas Largas", pero busca saber... Y como sabemos que el deseo es el motor de la vida y ella desea, y mucho, no sólo convertirse en escritora, sino en salir de ese encierro al que fueconfinada por la ausencia de padres, que la ponen en desventaja con sus amigas adineradas y con familias establecidas. Y como escritora es buena también, pues logra con sus cartas sacar de la monotonía de su rutina al benefactor que debe auspiciar un joven por año para que haga su carrera universitaria. Su primer manuscrito de novela, le será devuelto, con la esperanza de no publicarlo jamás, pero ella no se da por vencida y vuelve a intentarlo con temas que le son más conocidos: su vida en el Hogar John Grier. Y lo logra finalmente. Y pasará de vivir una vida sin futuro a convertirse en una escritora de verdad.
Como dije antes hay muy poco contacto entre los dos, sólo las visitas del tío de Julia Pendleton a la universidad o al campo en donde la invita a pasar sus vacaciones. Pero eso solo hace que ella encienda esa llamita de curiosidad por lo nuevo, por el mundo, por los hombres. Y en él se libere la lucha por conseguirla cueste lo que cueste (parece que él tiene facilidad para conseguir todo lo que se propone), pero acá no será tan fácil. Lo único que me defraudó de la obra es el momento en que él le reconoce que es su benefactor, que sea hablado y no cantado a voz en cuello, después, todo lo demás estaba perfecto. El diseño lumínico es otro detalle milagroso que envuelve con una aura mágica toda la obra, en este caso a cargo de Matías Cannoy y Mario Gómez. El vestuario es otro punto a favor, así como la escenografía, ambos de Vanesa Abramovich. Todo está perfecto en este musical que empezó tímidamente en el Centro Cultural San Martín y luego pasó a la avenida Corrientes. Invito desde ya a todo el que no la vio, que vaya corriendo a sacar entradas ya que el sábado y domingo que viene, baja de cartel. Realmente es un lujo tener en Buenos Aires esta obra y con esta calidad de intérpretes (a Ángeles ya la quiero para novia...). Toda mi eufórica recomendación.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 23 de octubre de 2018

Mi crítica de "Las Canciones que Nunca Volví a Cantar" (N. Guevara- Musical)


Ayer vi, gracias a Teatrix este espectáculo musical que me dejó un regusto amargo en la boca (del estómago). El motivo que empuja este espectáculo parece ser la nostalgia por un maravilloso tiempo ido, pero en realidad lo que se ve es el resentimiento, este gran encono que le provocó a la rencorosa cantante-actriz no haber sido reconocida en su época. Y para eso nos retrotrae a los maravillosos años 60 del Di Tella. Y con un buen pianista, José Tambutti, recrea algunos de sus "éxitos" de aquel tiempo. Eran años locos, como ella bien lo aclara, en que un puñado de jóvenes que eran "libres" porque soñaban con la "libertad" (lo machaca una y otra vez a lo largo del recital) se atrevían a delirar en medio de ese espacio. Y se asomaban a la puerta a ver si la gente entraba. Ella cuenta que una vez llegó a tener 19 personas de público... Claro, con ser "libre" no alcanzaba, había que cantar bien también. Y Nacha, con esa voz de falsete aguda que se asemeja a las de las viejas cancionistas, hay que decirlo, desentona. Cuando se le presenta algún tema más exigente como acá es el caso de "Te quiero", de Benedetti-Favero o "No llores por mí, Argentina", de Lloyd Webber, desafina bastante. Claro, ella empezó con cancioncitas más modestas, especie de monólogos cantados, que si bien eran "de protesta" (porque yo canto y la gente protesta, habría dicho el querido Facundo Cabral), no eran tan exigentes en el canto. Un célebre crítico llegó a decir de ella: "Si fuera una piedra, sería una esmeralda. Si fuera una flor, sería una orquídea. Y si fuera cantante... sería maravilloso", que ella misma recuerda en escena. Como no puede olvidar el desagravio que le hizo el talentoso crítico Ernesto Schóo, quien tiempo después le escribiera una canción para que ella interprete: "La doble cero", de ánimos más bien protestona.
Ella toma todo desde el pasado que fue y no volverá, cuando un militar la llamó para decirle: "Señorita Nacha, conocemos muy bien su repertorio y nos parece muy bien que lo cante. Pero con la condición de que sea siempre en cafés-concert, sótanos, arrabales, piringundines, que nunca llegue a los grandes teatros ni al público masivo. Queda prohibido su acceso a la TV ni a los grandes shows". Añorando porque esos tiempos no vuelvan nunca más. Claro, ella no habla de su condición de montonera y estando en la lucha armada peronista. Y deja ver la hilacha cuando canta "Lamento indio", en donde se pregunta por qué Colón tuvo que venir a descubrirnos, y acota como para matizar: "por eso está muy bien la estatua de Colón donde está, tirada detrás de la Casa Rosada, entre los yuyos, la porquería y las ratas", dejando ver un tufo kirchnerista revanchista que a estas alturas ya creíamos superado en la sociedad. Pero no. "La Cámpora" y Cristina siguen existiendo y destilando odio. Es obvio, el público que la va a ver es el que la sigue de siempre, el que comulga con ella y su pensamiento, el mismo que la aplaude de pie ante cada arrebato colérico como ese o ante cada canción "comunoide".
Pero vamos a lo que nos interesa. El repertorio. Nacha llega vestida muy a la moda hippie (peinado explosivo, tacos con plataforma, pantalones "patas de elefante", blusa con grandes mangas, muchos collares) y con una delgadez que raya en la anorexia y no en el vegetarianismo que profesa y que no le sienta para nada. El pianista abre con los sones mágicos de "El Golpe", de Scott Joplin, para dar paso a la primera canción de la noche: "Que una sea diferente". Claro, con eso nos va a martillar todo el tiempo, no sólo que eran "libres" sino también que eran "diferentes", como si eso constituyera una virtud en sí mismo. Diferente es un esquimal de un africano, un chihuahua de un gran danés o un elefante de una hormiga, sin que eso los haga mejor ni peor. Pero ella dale con que eran todos "diferentes". Como lo consigna un texto de un grande en serio: Federico Peralta Ramos, con la lectura de su breve obra "¿Qué es el arte?". Le sigue "Cómo preparar los huevos Kimbo" en la cual habla de bombas, dinamita y explosivos, como cóctel para preparar unos buenos huevos de esta especie, lo que habla a las claras ("no, se baten las claras", hubiera dicho Daniel Rabinovich) de su afecto por la lucha armada. Cada nueva obra es recibida por un aplauso cada vez más gigante, como si estuviéramosdelante de una pre clara. Que Nacha Guevara es o fue una pacifista, eso es "pa' la gilada". Siempre fue una tirabombas.
Luego habla de su primer "Nacha de Noche" y su relación con Jorge de la Vega, el cual escribió varias canciones para ella, aquí canta dos: "Proximidad", un bolero hecho con un diccionario de sinónimos y "Diamantes en almíbar", dedicada a Amalita Lacroze de Fortabat. Después vendrán las ya mencionadas "La doble cero" y "Lamento indio" y seguirá con una canción satírica: "La mucamita", que deja muy mal parado al mundo de la burguesía. Sigue "La Cosa", una canción "bien erótica", en donde la palabra del título se usaba como metáfora del acto sexual. A continuación canta otra "provocativa": "Los boludos" en donde se usa este término a diestra y siniestra para enrostrar a varias generaciones variopintas de seres con esta cualidad (lo que enojó mucho a los militares de turno). Empieza la etapa más constructiva de canciones y las que le requieren mayor esfuerzo interpretativo, con otra canción de "protesta" como fue "Mazúrquica Modérnica", bien interpretada, con gracia y con potencia. De su relación con la dupla Benedetti-Favero llegan enganchadas "Enciende esta candela" y "Te quiero", en donde la pifia con la afinación (es una canción aparentemente simple pero en el fondo muy compleja de cantar). Continuará con "Yo te nombro: Libertad", de Giannfranco Pagliaro, con la que confirma una vez más su condición de "artistas libres" (sí, porque no estaban presos)... La canción es muy hermosa y sentida, así como difícil de ejecutar.
Una vez más "Los patitos feos", para dejar en claro su condición de "diferentes" que de feos al final se tornan cisnes. Va finalizando el recital con "Y estoy aquí", con la que reivindica lo mal que la pasó en la vida por censuras y dictadores pero que conserva su vigencia (agradecele a la lechuguita vegetariana y al público que te banca). Y da por terminado su recital con el clásico "Mi ciudad".
Nacha dijo que si se quedaban hasta el final tendrían una sorpresa. Y llega con un "bis" (en realidad esta palabra se utiliza para designar la repetición de una pieza ya interpretada), la gran "No llores por mí, Argentina", de la mano del genial Andrew Lloyd Webber, que contrasta con el cartel de "Eva, un musical argentino", que luce en escena. La interpreta a media voz y con lágrimas en los ojos, como corresponde. El viaje musical que nos propuso Nacha fue creativo en cuanto a la composición, pero no deparó sorpresas en lo tocante a su modo de ver la vida, que, ahora sí, quedó al descubierto, como si la hubiésemos espiado entre bambalinas o hubiera descendido un mágico telón.
Es lo que hay. Pasen y vean. Pueden acceder al espectáculo haciendo click en "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente, sí, cada vez más...).

sábado, 20 de octubre de 2018

Mi crítica de "Mentiras Inteligentes" (Teatro)

El jueves pasado fui a ver esta brillante obra dirigida por Valeria Ambrosio e interpretada por Betiana Blum, Arnaldo André, Mariano Martínez y Flor Torrente. La obra es un vaudeville clásico, con lenguaje y temática de hoy, pero responde a las célebres comedias de enredos y ocultamientos tan conocidas por el público argentino y de buena parte del mundo. Mentiras hay muchas en la obra, aunque no sé si puedan calificarse de "inteligentes". Son mentiras que cuesta mucho ocultar y nada más. La mentira es como esa puerta en la que clavamos un clavito, luego otro y así siguiendo. Que aunque luego los desclavemos, el agujero queda y no se puede ya volver a cerrar. Parecería ser que esto es lo que ocurriría en la obra, que todos los afectados quedasen con cierto tipo de rencor. Nada más alejado. Las mentiras se producen -así como las acciones que las desencadenaron- y luego impera la felicidad más absoluta. Son los misterios de la comedia. Que nadie salga herido de gravedad.
Lo cierto es que fui a verla con un cierto resquemor, ya que no aguanto ni a Mariano Martínez ni al pétreo Arnaldo André. Pero debo reconocer que me sorprendieron, y gratamente. Lo que pasa es que la mágica Ambrosio sabe sacar todo el jugo posible de sus intérpretes, y hasta la más mínima acción se vuelve significativa y graciosa en este contexto. Arnaldo André resulta manejar muy bien el timming de la comedia y tiene la autoridad suficiente para plantarse en el escenario y con su potente voz, modificar la escena. Mariano Martínez está muy bien también y sabe explotar su personaje de casanova engañador (no tolero su espalda recontra tatuada, por suerte se ve sólo algunos momentos). A Betiana Blum ya la conocemos de larga data y sus dones para la comedia, amén de haber intervenido en la mejor película argentina de todos los tiempos como fue "Esperando la Carroza", y sabe moverse con soltura dentro del plan delirante. Y Flor Torrente, además de ser muy bella y engalanar el escenario, se revela como buena actriz también (ya lo había demostrado como la hija suicida en "La Casa de Bernarda Alba"), pero sabe jugar al paso de comedia con amplitud. Lo cierto que esta es una obra en dónde todos pueden lucir sus momentos graciosos, no está destinada la comicidad sólo para determinados personajes sino que todos resultan ser material para la risa. El autor es Joe di Pietro, de quien no tengo mayores referencias, y el programa de mano no ayuda.
La acción comienza en el vestuario de unas canchas de tenis, en donde Guillermo (André) ha batido por paliza a su hijo Willy (Martínez), abogados ambos, y es en ese sitio en que el hijo le confiesa al padre que está viviendo una historia de amor con su entrenadora personal del gimnasio a donde concurre y que ya está perdidamente enamorado de ella y piensan irse una semana a las playas de Hawaii a tener sexo salvaje. Claro, Willy está casado hace un año con Juana (Torrente) y acaba de tener una hija con ella. Está bien, ella nunca fue la persona erótica por excelencia, hace todos sus deberes sexuales como si se trataran de tareas del hogar, y con la entrenadora de nombre desconocido (para nosotros) ha recuperado su estado erótico. Le pide ayuda al padre y le suplica que por favor no le comente nada a su madre, Alicia (Blum) ya que ésta puede complicarlo todo. El padre se lo jura y le dice que deje a la amante para concentrarse en su mujer, que hay que hacer lo correcto, como ha hecho él durante toda su vida de casado.
Pero ni bien llega a su casa, Guillermo se topa con Alicia, que está saliendo para su clase de aerobics en el mismo gimnasio que su hijo, sólo que en el turno de la mañana, y ella enseguida se da cuenta de que algo no anda bien. Logra sacarle a su esposo, entre tira y afloje, la confesión de que su hijo tiene "problemas de hombres" y que no dirá una palabra más sobre el asunto. Alicia tiene una gran librería en donde lee todo el material que le llega y ahora está sorprendida porque quieren hacer continuar la saga de las "Cincuenta sombras" con unas "Sesenta sombras", que el libro es prácticamente una basura inleíble y que quieren que ofrezca un free-shop para promocionarlo. Ella piensa muy seriamente en alquilar su librería. Guillermo le insinúa que deberían hacer un viaje a Hawaii para renovar su pasión conyugal (Hawaii será el leiv-motive que recorra toda la obra). La madre, más preocupada por solucionar el problema de su hijo, lo llama para invitar al matrimonio a cenar esa noche, quienes acceden de mala gana.
Será en la velada nocturna donde transcurra el grueso de la acción y donde se destapen varias máscaras (aunque, como ya comenté, la sangre no llegará al río). Recién llegados los invitados, aparece Guillermo con el cheese cake recién comprado y la única que se anima a probarlo es Juana, aunque se establezca un momento tenso con Willy para hacerle probar un bocado, a lo que él se niega. Como el matrimonio ha ido con su pequeñuela recién nacida, se intercalan para atenderla, momentos en que el otro queda a solas con sus padres o suegros y aprovechan para las confesiones. Es allí cuando Juana les comenta que lo ha visto a su marido muy enfrascado en la computadora consultando viajes para Hawaii y que ha decidido sorprenderlo con dos pasajes para ellos para esos pagos. En otro momento en que Willy se queda a solas con sus padres tiene un fallido y pronuncia el nombre de Jazmín por el de Juana. Allí es donde Alicia se da cuenta de que su hijo se está acostando con la tranning, a quien ella también conoce y le parece una preciosa criatura de 21 años. Se entrecruzan temores de engaño en el joven matrimonio, tanto por parte de uno como de otro, pero todo queda zanjado. Ahí es cuando Alicia decide soltar lo de su "affaire". Ocurrió hace 30 años, cuando ella estaba ya casada con Guillermo y criando a un infante Willy de 5 años. Era bibliotecaria y se le apareció un joven estudiante quien la sedujo y la cosa pasó a mayores. Vivieron un romance de unos seis meses, los suficientes para hacerle ver a ella que eso era inviable, que tenía un esposo al que amaba y un hijo al que criar. Entonces decidieron separarse. Esto hace enfurecer a su marido y le dice que él lo conoció y le plantó una trompada en plena cara. La sentencia de lo que ha contado debe servir para hacer reflexionar a su hijo, quien enseguida comprende la lección y acepta el viaje que su esposa le propone. Deciden quedarse juntos y chan-chan, final feliz. Pero ¿puede desaparecer así una pasión tan fuerte como la que Willy sentía por Jazmín? ¿Cuánto tiempo le durará hasta que vuelva a serle infiel a su mujer? Son preguntas que quedan instaladas en el público que no queda conforme con un final tan "moralizador" y modelo. Yo, al menos, no quedé contento. Quería ver más acción, que saliera a relucir toda la ropa sucia y que las "mentiras" fuesen al menos "inteligentes".
Así las cosas, la obra terminó y todos enfilamos para casita, con la conciencia limpia y el alma en llamas. Pasé un buen momento, no lo voy a negar, hay chistes buenos y el enredo que se arma es creíble. Pero algo faltó... No sé, tal vez quien ya la haya visto o esté por verla me pueda aportar otra visión. Esto es todo lo que puedo yo decir...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 15 de octubre de 2018

Mi crítica de "Heinsenberg. El Principio de Incertidumbre" (Teatro)

Fui ayer a ver esta excelente obra del prolífico Simon Stephens, autor inglés de 47 años con muchas más obras que yo... con la actuación de Catherine Fulop y Luis Agustoni, bajo la dirección de este último. El principio de Incertidumbre afirma que no se pueden determinar, en términos de física cuántica, simultáneamete y con precisión arbitraria, ciertos pares de variables físicas, como son, la posición y el movimiento lineal (cantidad de movimiento) de un objeto dado. En otras palabras, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento lineal, y por tanto, su masa y velocidad. Este principio fue enunciado por Werner Heisenberg en 1925. Es complicado, ya sé, pero no se preocupen, tiene poco que ver con el argumento de la pieza. Se menciona, sí, durante la obra, pero con una enunciación mucho más simple y haciendo referencia al hijo de la protagonista, que se ha ido de su casa.
Lo que sucede es que toda la obra se puede caracterizar bajo el proceso de incertidumbre: nunca sabremos dónde estamos parados, por la dificultad de desentrañar los sentimientos y las intenciones de ella con respecto a él. Georgina y Alex, ella de 42 años y él de 75 se conocen en una estación de tren. Pero por el comienzo de la obra presumimos que vienen de vivir alguna relación íntima, ya que él viene acomodándose la ropa y ella acusa haberlo besado en la boca de sopetón. Nada más equivocado, y será el primero de los "actos fallidos" que se produzcan a lo largo de la función. Acto seguido viene la presentación formal y la historia de cada uno (o lo que cada quien deja ver de sí). Él, que es un solitario y medio agrio desesperanzado de la vida. Ella todo lo contrario, es un torbellino en el hablar y gesticular, y viene de una historia traumática: el haber estado casada con un hombre que murió joven, de un infarto en su casa mientras ella estaba trabajando y que sobrevivió 45 minutos buscando ayuda desesperadamente. Y la dejó sin un hijo que lo recuerde. Alex es carnicero, pero de un alma refinada, que gusta de largas caminatas por Londres (sin salir de él) y de consumir todo tipo de música (sabe escuchar con paciencia una suite de Bach y explicarla, así como de bailar el tango, su pasión favorita).
La obra está estructurada en seis escenas que tiene a ambos como protagonistas: la primera en la estación de trenes, la segunda en la carnicería de Alex, la tercera en un restaurante nocturno, la cuarta en la cama del dormitorio de Alex, la quinta en el trabajo de Georgi (como le gusta llamarse) y la sexta en un hotel en Estados Unidos. Pero en la segunda escena, la que se desarrolla en la carnicería de Alex, a quien Georgi googleó para encontrarlo, ella desmiente todo lo que dijo en la primer escena: nunca estuvo casada, su marido no murió, tiene un hijo de 19 años que se fue de su casa a Estados Unidos con una  novia sin dejar rastro ni dirección porque ya no aguantaba a su madre y su trabajo no es el que había dicho sino que trabaja de recepcionista en un colegio. Desde aquí en más la incertidumbre es permanente. ¿Es ella quien dice ser? ¿Qué cosas oculta de su pasado? ¿Está realmente fascinada con Alex u otro interés la empuja? ¿Por qué habla sin parar sin dejar intervenir al otro, qué tiene que ocultar? Y finalmente... ¿por qué es tan mal hablada y hace preguntas tan inconvenientes ("¿viven tus padres?")? Todo esto se irá deshilvanando a lo largo de la función, y quedarán hilos sueltos, cabos sin atar sobre su verdadero interés, que parece ser sólo el de formar una pareja (¿pero con un hombre al que no le queda mucho?).
El carácter de Álex es apagado, rutinario, previsible, se lo diría poco aventurero ni dado a correr riesgos, habla con voz cansina, parece sin fuerzas vitales. En cambio ella parece llevarse el mundo por delante y se esfuerza todo el tiempo en tener el culito salido y paradito, es un poco histérica, gritona, carismática y muy, pero muy guaranga. Álex en cambio le da por llorar. Sin motivo la mayoría de las veces. Cierto es que tuvo una hermana dos años mayor que él que murió cuando él tenía 8 años y con quien dialoga en sueños y recuerda todos los días de su vida. Nunca se casó, tuvo una novia, sí, a los veinte años con quién estaba a punto de casarse hasta que a ella se le ocurrió casarse... con otro. Y la recuerda a menudo también. Así expuestas las cosas, Georgi le pide que la invite a salir -ante lo que él es reacio porque sospecha algo de ese amor tan desparejo- y terminan yendo a un restaurante en el que lo pasan muy bien. Y finalmente ella le propone acostarse con él.
Lo llevan a cabo en la casa de Álex y tienen muy buena cama, aunque él reconoce que puede medir en años el tiempo en que no tenía sexo con otra persona, que él se arregla muy bien solo, para esos fines. Ella va a la cocina a buscar algo para comer y encuentra sólo... un chocolate. Y en ese interín es cuando se le ocurre pedirle 10.000 U$s para viajar a Estados Unidos a buscar a su hijo. Álex le pregunta si se le ocurrió en ese momento o lo tenía pensado desde antes. Incluso desde antes de conocerlo y él dio en el "fisic du rol" que estaba buscando. Ella reconoce que lo pensó en el momento en que lo vio por primera vez, pero tampoco podemos estar seguros de ello. Finalmente él accede y le da el dinero, pensando en no verla nunca más. Pero ella le propone que la acompañe a Norteamérica. Él duda, teme, tiembla, pero ella le insiste en que se vive sólo una vez y que los riesgos que no asuma ahora, no los podrá recuperar porque tal vez mañana esté muerto. Álex accede y vuelan juntos a un país que ella odia con todas sus fuerzas y que él enseguida aprende a amar. Allí por fin ella le propone ser novios.
Todo termina bien, para eso es necesario un recorrido de una hora cuarenta que por suerte se transita con una buena dosis de humor. Y otra de sentimiento. Pero lo que prevalece es el carácter lúdico de la relación, entre una mujer alocada decidida a embarcarse en los riesgos del vivir y un hombre temeroso de la vida. El saldo es positivo para ambos y muy gratificante para el público. La escena cuenta como escenografía unos cuantos hierros que bien pueden ser asientos, como transformarse en mesa o en cama, gracias a la ayuda de dos colaboradores en las sombras.
Las actuaciones son parejas. Agustoni, gran docente de teatro, autor y actor se desenvuelve sin riesgos, en tanto que estos los toma la Fulop, una actriz que, a pesar de haberse formado con su compatriota Amalia  Pérez Díaz y aquí con Julio Chávez y Augusto Fernández, se le nota ciertas flaquezas en lo actoral, cosa que defiende muy bien a fuerza de desparpajo y calidad venezolana. Salen airosos los dos. La dirección del mismo Agustoni es correcta, sin deparar grandes sorpresas en el despliegue pero sí en materia de composición de personajes. Altamente recomendable para todo el público, y apúrense porque ya baja de cartel.
Y gracias por haberme leído nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 13 de octubre de 2018

Mi crítica de "Isabel de Guevara" (Teatro-Unipersonal)


Teatrix sigue sumando porotos. Ahora tuvo la brillante idea de agregar a su catálogo este unipersonal de Mónica Villa, con dirección de María Esther Fernández, sobre un texto de Alicia Muñoz, que nos habla sobre la carta que Isabel de Guevara decidió escribirle, en 1556 a la reina de España, Juana, desde la nueva descubierta Tierra de Indias, más precisamente desde Asunción del Paraguay, hablándole de todos los atropellos y los deshonores cometidos por los hombres en este nuevo continente. Esta carta está considerada por Alfonsina Storni como el primer documento de literatura femenina escrita en América.
La actuación de Mónica Villa es apasionada y potente, si bien falla en su dicción del idioma castizo, no así en la entonación, que es correcta. Parece una mesa con tres patas porque sin uno no hay otra, pero así se lo ha marcado la directora, y así se interpreta. El llanto que brota a sus ojos es natural y habla de una gran compenetración con el personaje y el ajustado traje de época no le impide los movimientos ampulosos.
Isabel de Guevara arribó a la Tierra del Río de la Plata con Pedro de Mendoza  en 1336, estuvo 20 largos años fuera de su ciudad de Granada de la que huyó como una convicta, de las órdenes de su padre, para embarcarse rumbo a la aventura, a las capitales del oro y el misterio, de los indios y de la peste. Se casó, ya llegada a América con don Pedro de Esquivel, de quien no da otra información que esa. El unipersonal, que dura unos ajustados 40 minutos, recorren todo el fermento y la ebullición de una podredumbre que habitaba entre los conquistadores, entre los cuales el Teniente de Gobernador era el pillo principal, según ella, y de la que no se salvaban ni los sacerdotes venidos al nuevo continente, quienes sostenían relaciones con varias indígenas a la vez. Pero lo peor de todo fue la traición cometida al capitán Juan de Osorio, que "era el mismo sol", llevada a cabo arteramente por don Pedro de Mendoza, quien ordenó que se lo apuñalara por pecho y espalda en vista de todos, y por quien Isabel se desgarra.
Isabel comenta que el "paraíso" al que habían llegado en el Paraguay, era el "paraíso de Mahoma", donde cada hombre recibía siete huríes para cada uno, mujeres que eran vendidas por los guaraníes por un hacha. La concupiscencia y el descalabro general reinaban entre esos hombres bravíos que más que a fundar llegaron para quedarse con el oro salvaje y someter a los indios. ¿Para qué matarlos?, se pregunta Isabel, si ellos son muchos más, y cuando tomen reprimenda, ésta será desastrosa. Y además la matanza se produjo en Viernes Santo. Sí, Isabel de GUevara era una beata que guardaba cuidado con todas las festividades religiosas y no rechazaba la comunión ni la confesión. Pero lo peor estaba por llegar. Con la rebelión de los indios se produjo el asedio, y con ellos el hambre (que tan bien relatara Manucho Mujica Láinez en el cuento "El Hambre", de su libro "De la Misteriosa Buenos Aires"), al hombre que matara un caballo para comer su carne lo esperaba la horca, y muchos jugaban su pellejo por saciar tan imperiosa necesidad. Sólo las mujeres ofrecían resistencia, al parecer. Pronto comenzó la antropofagia, y los cadáveres eran devorados por quienes quedaban vivos.
Además de detestarlo por sus ínfulas de Adelantado (no era este desgraciadamente don Rodrigo Díaz de Carreras, hijo de Juana Díaz y Domingo de Carreras), Isabel no soportaba su hedor, su olor a ser que se iba pudriendo en vida y del que deja traslucir una enfermedad venérea que lo iba carcomiendo. Igualmente, Pedro de Mendoza no le hacía asco a cuanta india generosa se le acercara, ya sea por curiosidad o por obligación de dominio. Y mientras sigue el hambre se espera a Ayolas que llegue con los comestibles, él, quien hubo de asesinar a don Juan de Osorio. Mientras eran asediados por los querandíes (que eran mucho más de díez, eran como quinientos...).
Todo se transforma de repente e Isabel de Guevara vuelve a sus quince años, en tierra de Granada, vestida para la fiesta por su buena criada, y lista para embarcar en el puerto de San Lucar de Barrameda, a escondidas de su padre y con los sueños virginales de mujer joven y aventurera, quien tiene todo el mundo delante de ella y todo el horizonte por descubrir, soñando con una tierra pródiga en manantiales y oro, y con la promesa de que el botín sería repartido en partes iguales a cada persona de la tripulación. Nada sabía que moriría de una fiebre de indias, en las peores condiciones de hambre y miseria, de miedo y de desfortunio. Desde su juventud programa su muerte envuelta en rayos de oro, sujeta al corcel de Juan de Osorio y con el corazón partido por una flecha de oro arrojada por los indios.
Un espectáculo exquisito, llevado por la mano ágil de la directora que encontró en Mónica Villa el envase perfecto para hacer de caja de resonancia de su discurso feminista. Un unipersonal para ver más de una vez, dada su corta duración y la cantidad de datos que en él se derraman y que es imposible retenerlos a todos.
Gracias Teatrix.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 11 de octubre de 2018

Mi crítica de "La Ratonera" (Teatro)

Ayer pude ver por fin esta esperada obra de la reina del misterio, Ágatha Christie, que, después de 67 años de éxito ininterrumpido en cartel en Londres, llega a Buenos Aires. Estamos ante un verdadero who'd unit, como le gustaba decir a Alfred Hitchcock, en el que -según él- no existía el suspenso, sólo la intriga por conocer el nombre del asesino. Pero más allá de las opiniones, yo, como verdadero seguidor de la "gata Christie", disfruté como loco de la función. Ya desde la entrada al teatro nos vemos acosados por todo ese clima sombrío y de misterio que se refleja en la música y en las llamas de la estufa encendida, todo lo contrario a las divertidas y chistosas exposiciones de la obra de la Christie, ya sean en sus diáfanas transposiciones para cine o en las diversas series que filmó la BBC. Pero bueno, la cosa es así. Y como en toda obra de esta mujer talentosa, hay muchas oportunidades para crear personajes, ya sea desde la actuación, ya desde la psicología, así que acá nos damos una verdadera panzada de creaciones, todos con personajes muy elaborados y alejados de lo que antes hayan compuesto esos actores. El elenco está formado (miren qué lujo) por Valentina Bassi (Srta. Casewell), Gloria Carrá (Mollie Ralston), Fabián Mazzei (Giles Ralston), Guillermo Pfening (Sgto. Trotter), Walter Quiroz (Christopher Wren), Daniel Miglioranza (Comandante Metclaff) con la participación de Hugo Arana (Sr. Paravicini) y María Rosa Fugazzot (Sra. Boyle). Se sacan chispas todos, pero especialmente estos dos últimos, los más veteranos, en papeles a su medida: Arana como un viejo chistoso y escabroso que rompe con la cuarta pared en más de una oportunidad para comentar la acción y lo que está por venir, así como la Fugazzot en una dama que es jueza y con un carácter agrio y criticón que la llevará a ser la más odiada por todos (y amada por el público), así como el primer fiambre de la noche. Si bien todos están muy bien se destacan también Valentina Bassi en su poco femenina dama y excéntrica, Gloria Carrá en su dulce anfitriona y Walter Quiroz en el arquitecto afeminado e hiperquinético y aniñado.
El lugar de reunión es la hostería Monkswell Manor, recién inaugurada por los Ralston, que recibe en esa primera noche a cinco huéspedes y un sargento de policía que viene a investigar el crimen. Hay una tormenta de nieve espantosa y todos quedan varados en la hostería sin posibilidades de comunicación con el mundo exterior (el teléfono, por supuesto, ha sido cortado, como en todas las variantes del género). El clima de la obra se mantiene entre la comedia, el misterio y el suspenso (a pesar del sabio HItch). Las últimas noticias que llegan del exterior es que se ha cometido un crimen de una mujer en Culver Street, en Londres, pergeñado por un individuo de sobretodo oscuro, bufanda clara y sombrero gris (que coincide con tres de los recién llegados) y que ha dejado una nota firmada con la canción de "Tres Ratones Ciegos" y un ratón tachado en la hoja de papel. Con lo que el policía sospecha que los otros dos ratones están por morir y esa es la dirección que ha dejado el asesino en el papel. Inmediatamente los cinco inquilinos y los dos propietarios se convierten en sospechosos del asesinato. Como siempre en Ágatha Christie hay una historia que se remonta al pasado, y que aquí es la de una pareja que habitaba una granja colindante con la hostería que hubo recibido tres chicos en adopción (dos varones y una nena) y que fueron castigados hasta la muerte de uno de los chicos. Se supone que el asesino es el otro chico que busca venganza. Se trata de un joven de aproximadamente 30 años, lo que todo lleva a Chritopher  Wren como principal sospechoso. Claro, los que estamos avezados en "la gata triste", sabemos que el criminal será el menos sospechoso y ya nos largamos a realizar hipótesis (que en mi caso fueron correctas) y hay una develación de último momento que se veía venir. También la jueza fue quien dio a los tres chicos en adopción, por lo que resulta altamente sospechosa, pero de forma contraria, es el segundo ratón ciego en morir.
Llegado un momento, todos desconfían de todos y ni los esposos se salvan, ya que ambos ocultan mentiras, y recelan el uno del otro, no queriendo quedarse a solas ni un momento. Claro, la mayoría de ellos está representando un papel que no coincide con su verdadera identidad, por lo que se hace más complejo el embrollo. Cuando al fin sabemos quien es el asesino (o asesina), y después de los aplausos finales, Hugo Arana, nos confía en que desde ahora pertenecemos todos a la Sociedad del Crimen, y que sabemos el nombre del criminal, así que el que revele el secreto a sus conocidos o amigos, aquellos que no se puedan contener o sean lengua larga, están siendo vigilados... Más allá de la broma es lícito pedir que no se revele el enigma ya que eso significaría el fracaso de la obra. Y en todas las obras de Ágatha Christie, el nombre del responsable está sigilosamente guardado por sus lectores o espectadores.
La dirección de Jorge Azurmendi resulta funcional a la puesta y es una caterva de explotación de talentos, así como del clima de tensión y de misterio que impera a todo lo largo de la obra. Sólo un pequeño defecto en la puesta de luces que dio un molesto parpadeo, por momentos, pudo embarrar la función, pero confiamos en que ya ha sido arreglado (quiero pensar que no se trataba de un artificio más de la puesta). La escenografía de Daniel Feijoo, el vestuario de Pablo Battaglia y la música de Martín Bianchedi también son altos puntales que encaraman el edificio que es "La Ratonera", una obra tan bien presentada y aceitada que es un lujo para el espectador. Fue vista por 61 millones de espectadores en los 92 países en que fue estrenada, con lo cual le auguro desde acá mucho éxito y años de funciones a sala llena (el nivel de la sala en el día de ayer llegaba hasta la fila 7, claro que era miércoles, pero...). Es una obra bien pensada y escrita, con una adaptación brillante que hará trepidar a más de uno en su butaca. Y celebramos la nueva inauguración del Multiteatro Tabarís Comafi. ¡Éxitos, amigos!
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 7 de octubre de 2018

Mi crítica de "De Aquí a la Eternidad" (Teatro Musical- Broadway)


Vi, gracias a Teatrix este musical registrado en Londres en el 2014, con letras de Tim Rice (quien lograra sus mejores éxitos junto a Andrew Lloyd Webber) y música de Stuart Brayson. La partitura es ágil, melodiosa, vibrante y concisa, pero no presenta ningún hit ni ninguna canción para el recuerdo, evidentemente, "De Aquí a la Eternidad", no es una banda sonora que pase a la eternidad de los musicales. Nada que ver con musicales históricos como los del siempre eficaz Lloyd Webber o Bob Fosse, "Los Miserables", "West Side Story" o "La Novicia Rebelde", por mencionar sólo algunos icónicos. El reparto está bien seleccionado, salvo la actriz-cantante que encarna a Karen Holmes, una rubia teñida bastante desabrida y algo vejeta, que rompe con la homogeneidad del elenco. Todo lo contrario sucede con el rol de Lauren (el otro personaje femenino fuerte y de contrapeso con Karen), la prostituta de buen corazón que busca redimirse, muy expresiva, con una bella voz de soprano y bastante linda. Los hombres son otros dos, el sargento primero Milt Warden (alto, pintón, de buena voz y carismático), bien elegido y el ex boxeador y soldado Robert E. Lee Prewitt (de tesitura barítono, nada de pinta pero también un prodigio en cuanto al atractivo actoral) muy bien escogido también. Los demás personajes, como el capitán Holmes, cornudo marido de la rubia, el soldado italiano Maggio, compinche de Prewitt y el sargento Galovitch, que tiene problemas con la conjugación de los verbos, son roles secundarios pero de peso en la historia, bien jugados por los actores que debieron sostenerlos.
La acción transcurre (para quien no haya visto la película) en la Segunda Guerra Mundial, en el verano de 1941, en una isla de Hawai, centrándose en el accionar diario de la Compañía G, a la cual pertenecen los personajes masculinos ya enunciados. La guerra permanece latente, no se enfrentan nunca a contiendas armadas salvo en el ataque final de Pearl Harbor, en el que muere toda la agrupación y por la que serán llamados los "héroes del '41". En el marco de esta lucha tiene lugar la acción. Milt Warden, quien comanda la Compañía G, conoce a la esposa de su jefe, el capitán Holmes, Karen Holmes, y se enamora perdidamente de ella, quien... le da calce inmediatamente, como hiciera con todos los demás miembros de la base en su paso anterior. Quedan en encontrarse furtivamente en la playa, y al saber Milt de la actitud promiscua de la mujer se lo echa en cara. Sabremos luego que ella fue operada por una infección a causa de la gonorrea que le contagiara su marido de jóvenes, con lo que, sintiéndose defraudada de él, buscó refugio y amor en cuanto hombre se le puso a tiro. Buen argumento y buena estrategia... Milt la perdona inmediatamente y continúa el romance con ella a pesar de poner en juego su pellejo si llega a ser descubierto por el marido. Igualmente la relación sale a la luz pero la guerra no le da la oportunidad al capitán de matarlo.
Entretanto, el soldado Robert E. Lee Prewitt, quien ha dejado las dos cosas que más amaba, como tocar la trompeta y el boxeo (luego nos enteraremos que eso lo decidió cuando en un combate dejó ciego a su contrincante, habiéndole prometido a su madre, en su lecho de muerte, a sus 11 años, que nunca le haría daño a nadie, y habiendo traicionado su juramento), es presionado por sus generales a que vuelva a boxear, para hacerse valer en el cuartel. Él se niega a toda costa. En una visita que hace al prostíbulo de mujeres hawaianas (es un "muchacho decentito",como hubiera dicho mi abuela, y no quiere transgredir nunca norma alguna) en donde no acepta los servicios de ninguna chica, se enamora perdidamente de Lorane, la llamada "la Princesa", súmun de las putas, quien lo rechaza y le dice que no es conveniente tener nada con ella. Finalmente, tanto va el cántaro a la fuente... que logra que ella se enamore de él y lo reciba en su casa como novios. Pero ella lo que quiere es hacer fortuna y volverse a América, donde encontrar un hombre decente con quien formalizar y constituir una familia decente con hijos decentes. Proponen amarse hasta que ella parta. Es muy bella el aria que entona ella pidiéndole que no se enamore porque constituye la perdición.
A la vez Karen le pide a Milt que se convierta en oficial, lo cual va en contra de sus principios, ya que odia la Armada. Es muy significativo que todos los soldados canten alabanzas a la Armada, -muy de "patrioterismo" norteamericano- a la cual consideran su hogar y que nada de lo que suceda fuera de la Armada les incumbe, y que se alistaron allí para pasar sus próximos 30 años bajo su cobijo. El único que reniega, además de Prewitt, es su amigo Maggio, un petiso italiano que está disconforme con todo su reglamento. Y que lo impulsará a Prewitt a una noche de juerga en el bar gay Waikiki, donde, por robarle dinero a los muchachos será arrestado por la Guardia Militar y recluido a trabajos forzados. Morirá en el calabozo después de ser inducido por un oficial a volarse la cabeza. Cuando caiga también Robert preso, le jurará a este delincuente que lo va a matar.
Mientras tanto, una pelea fuerte con otro de los soldados, Bloom, lo llevará a revivir el boxeo dejándolo fuera de combate a pesar de que el otro lo ataque con un cuchillo. Luego, ya cebado, matará al oficial que indujo a la muerte a su mejor amigo y, herido, se refugia en casa de Lorane, de donde saldrá para luchar en el ataque de Pearl Harbor. Pero la vuelta al cuartel, de noche, le costará la vida, a mano de los soldados vigías.
Como vemos, es un dramón al mejor estilo shakespereano. El elemento masculino es muy fuerte durante toda la obra y vemos peleas y bromas que se cruzan en los dormitorios, así como la explosión en ralenti cuando son atacados por la aeronáutica japonesa. Esta fuerte impronta de masculinidad choca un poco con los cánones del teatro musical clásico, siempre centrado más en los romances que en acciones militares. Pero aún así el tema amoroso persiste y es el motor de las acciones que se desarrollan en la obra. Lo importante de las canciones (hay bellos momentos en que se cruzan las dos parejas creando cuartetos elogiables), es que hacen avanzar la acción siempre hacia adelante y no son un mero decorado de la misma. La escenografía es funcional a la acción, y tanto representa los cuartos de los soldados como las oficinas de los generales o las canteras de trabajos forzados, todo con una estética minimalista que echa mano a los menores elementos.
La duración de dos horas y media no le juega en contra, muy a su pesar, la hace llevadera y acentúa los conflictos. Es un musical entretenido, que se deja ver, recurre a motivos musicales que no son frecuentes en este género y como ya dijimos antes, es uno más de la adocenada transposición de éxitos del cine o del teatro a la estética del musical. Se deja ver.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).