miércoles, 26 de agosto de 2020

Mi crítica de "Andrés Ini: Tributo a Mí" (Teatro-Musical)

https://www.teatrix.com/ver/andres-ini-presenta-tributo-a-mi


Esta es otra gran jugada de Teatrix, un buen estreno para coronar el mes de agosto. Empecé a verlo con cautela, con el resquemor que me dan los humoristas nuevos, y sobre todo de stand-up, encima con pretensiones de cantante y que se me aseguraba que cantaba desde "Balada para un Loco" hasta el complejísimo "Nessun Dorma" pucciniano. Empecé, como digo, viéndolo con cierto asquito de recién llegado, para colmo con esa voz de falsete que lo hacen más afeminado -incluso tiene que aclarar sobre el espectáculo que salió con un montón de chicas, como para autoexculparse, porque él también debe percibir lo ambiguo que pinta su personaje- y que dan a su voz cantante un registro de barítono. Como si esto fuera poco, empieza cantando la famosa "Balada para un Loco" de los endiosados Piazzolla-Ferrer, cambiándole la letra... Esto ya era demasiado. Crecía mi indignación, de ver quién se ha creído que es este Ini para venir a cometer semejante sacrilegio...

Tardé un rato en adentrarme al bueno y sano humor de Ini -una especie de "schlemiel" judío, un perdedor al que le salen todas mal y le cuesta ubicarse en cualquier parte. Claro, porque Ini es judío, y transita lo mejor de ese humor -la madre exigente y culpógena, el afán por vender y cobrar todo, así como el de esperar una rebaja- y lo hace con soltura y con la canchereada de quien transita los escenarios desde hace doce años. Su talento es el stand-up, pero también el canto, tiene un buen caudal canoro -con registro de barítono, como dijimos, pero puede imitar varias tonalidades de voz y de cantantes-, y lo de cambiar la letra de las canciones no es una falta de respeto sino una forma de adueñarse de ellas, de versionarlas de manera cómica, haciéndolo sólo para reírse un rato y para hacernos reír con él. Larga entonces su primer monólogo, el tema del paso del tiempo, y pregunta si no es cierto que cuando estamos en lunes solo queremos que llegue el viernes, y que cuando empezamos a trabajar sólo esperamos que lleguen las vacaciones. "La vida es una mierda -acota- vivimos esperando que pase el tiempo, y cuando queremos acordar se nos fue la vida". Lejos del chiste, parece una observación bastante aguda, y tiene razón. El público ríe porque se sabe cómplice, y con lo que va a contar este comediante es, una vez más, con la complicidad del espectador. Y viene un largo monólogo sobre el tema de las vacaciones, con no pocas observaciones jugosas. Ahí recién voy entrando en el "humor-Ini", un ejemplo de lo que es el humor sano, limpio, sin golpes bajos y con gran cantidad de ingenio. Y como estamos con el tema de las vacaciones se desata con "O sole mio", sólo que en vez de adjetivar los beneficios del astro rey se la pasa criticando las mil y una desventuras que ofrece la playa, desde que no hay sitio donde clavar la sombrilla, los peligros del sol, los desastres del bronceador y los efectos que producen las micro-biquinis para la psique masculina. Luego vendrá el monólogo destinado a los celulares, ese monstruoso invento del siglo XXI, en clave de madre judía, sobreprotectora, sobrecariñosa, que le decía que él era "la belleza de mamá", y que, andado el tiempo, le fue demostrado por toda la población que no lo era, incluso que las cosas no eran iguales a como se las pintaba su madre cuando era chico: que los automovilistas no lo iban a respetar, las mujeres no lo iban a querer y el público no lo iba a aplaudir de pie. Y ahí confluyen su madre con el celular, de mil y un modo: mandándole mensajes sobre cómo le fue en la función, informándole que está gravemente enferma pero que él no se preocupe, contestándole con un ok que nunca es ok sino pk u oj. 
Sigue cantando "Tan enamorados", lógicamente en versión propia para culminar contando cómo comenzó trabajando de vendedor de telas en el barrio de Flores, barrio que parece las Naciones Unidas porque de una cuadra a la otra se puede estar en Israel, Corea, Perú o Bolivia, y de las dificultades de venderle telas a un coreano. Pasando por las mil y una desventura de un vendedor judío que trata de vender sin aprovecharse del cliente, yéndole siempre con la verdad, y viendo que la verdad no es la mejor compañera de un vendedor. Pasa a contar cómo empezó en la televisión siendo guionista de "Gran Cuñado" para decidirse luego a buscar trabajo como lo que es: Licenciado en comunicación social y lo difícil de esa aventura. Culminará el monólogo comparando la búsqueda de un primer trabajo con la primera cita de una relación amorosa, y cómo es posible fracasar en ambas. Más cuando en esa primera cita no recuerda el nombre de la chica con la que está hablando. Y va a cantar trozos de canciones con nombres de mujeres, desde la famosa Noelia, pasando por Penélope o Violeta. Un remate ingenioso para otro gran aporte humorístico desde el stand-up. Ini tiene gracia para contar sus anécdotas y es buen rematador de los chistes. Es desgarbado y feucho como buen judío que se precie, y logra su efecto jugándola de perdedor, gran tema del humor de esta raíz telúrica. Sigue con otro monólogo desopilante: lo básico que es el hombre frente al mundo complejo de las mujeres, más perceptivas, intuitivas, dueñas de inteligencia y de humor, cuando no de una cuota de maldad. Y de los doble mensajes y las subtramas que hay en cada articulación femenina. De sus aventuras con su novia y de cómo resolvió dejarla porque se parecía mucho a su padre... hasta que decidió salir con el padre, que era igual pero con más plata. Y cuenta para sus canciones con un sexteto integrado por el tecladista, un saxo, un violín, un violoncello y un percusionista que hace todos los sonidos de la percusión pero con la boca. Y va a cantar la canción propia "Cómo sé que la mujer de mi vida sos vos", indudablemente eficaz.
Va a continuar con su monólogo acerca de los casamientos, de los cuales es animador. Hay variopintos casamientos, como aquellos de los cuales el invitado no es pariente del novio ni de la novia y aquellos otros que te invitan a una estancia perdida en el medio del campo un sábado a las diez de la noche. Y de cómo hay que acomodarse con el mozo para recibir las mejores porciones. Y de lo que se regala en la actualidad, incluyendo el famoso depósito en la cuenta personal. Y de ahí en más va a enganchar con un montón de profesiones de mujeres y sus fracasos con ellas por temas que. lógicamente, corresponden a la profesión, todo tomado por la plurisignificación de las palabras. Sigue con "Te extraño" para culminar tomando la guitarra y convirtiéndose en cantautor. Cantautor que busca las incoherencias idiomáticas en grandes canciones de amor de todos los tiempos, desde Nino Bravo hasta Armando Manzanero, desde Arjona hasta David Bisbal. Y los hallazgos que realiza son oportunos, más que nunca vale la pena detenerse en la letra de lo que uno escucha a diario y que toma por canciones elaboradas. 
Para terminar con el éxito de algunos veranos atrás; "Despacito", en versión propia y apoyado por el coro formado entre el público. Va a culminar con el "Himno al Amor", aquella pieza clásica en el repertorio de Edith Piaf, cantado en francés, pero un francés muy a su manera. Cantando sólo con palabras en francés desconectadas entre sí pero que suenan al idioma galo tales como Marcel Marceau, Truffaut o champagne. Y para el final va a recordar a su tía Norma, famosa por hacerle comer más de lo que podía, en una versión del clásico "Nessun Dorma", acá transformado en "Tía Norma". Pero para cantar esto hay que tener con qué. Y Ini lo tiene, puede lanzarse a arremeter contra la ópera con convicción de barítono. Termina así un espectáculo ingeniosamente armado con piezas de su antología y otras nuevas y con un público más que cariñoso aplaudiendo de pie. Y buen exponente del humor nacional-judío.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



domingo, 23 de agosto de 2020

Mi crítica de El Hombre sin Pasado -Cine-

El Hombre sin Pasado es una película más que agradable del talentoso cineasta finlandés Aki Kaurismäki -nacido el cuatro de abril de mil novecientos cincuenta y siete-, tiene en la actualidad sesenta y tres años. Sabrán disculpar pero se me estropeó el teclado en la barra de los números y los signos de exclamación, interrogación, comillas y paréntesis, así que tendré que acostumbrarme por un tiempo la numeración escrita. Kaurismäki es hermano menor de su zopenco hermano Mika, quien como director no tuvo ningún éxito. Es famoso por sus películas ambientadas entre las clases sociales más desfavorecidas, en especial las del norte de Europa, a menudo con situaciones y personajes extravagantes. Es el fundador junto a su hermano del Midnight Film Festival de Sodanykla y de la distribuidora cinematográfica Ville Alpha -que recibe su nombre en honor de la película Alphaville de Jean-Luc Godard-.

Kaurismäki, tras hacer estudios en la Universidad de Tampere, inició su carrera como ayudante de guionista y actor en films de su hermano mayor Mika. Su inicio como director independiente se produjo al rodar Crimen y Castigo -mil novecientos ochenta y tres-, adaptada de la novela de Dovstoyevsky en una Helsinski moderna. Y es que gran parte de su obra se centra en dicha ciudad, sucede especialmente en Calamari Union -mil novecientos ochenta y cinco- y la trilogía Sombras en el Paraíso -mil novecientos ochenta y seis-, Ariel -mil novecientos ochenta y ocho- y La Chica de la Fábrica de Cerillas -mil novecientos noventa-, donde se percibe que la perspectiva del autor es crítica y ajena al romanticismo, de modo tal que los destinos de los personajes son la huida a México -Ariel- o a Estonia -Calamari Union, Toma tu pañuelo, Tatiana- así como que la década decisiva para el autor fue la de los ochenta.
Su reconocimiento llegó con Los Vaqueros de Leningrado van a América -mil novecientos ochenta y nueve-. Ariel fue premiada en Moscú y Un Hombre sin Pasado -dos mil dos- en Cannes, siendo nominada además en Hollywood. Pero Kaurismäki ha preferido no asistir a las ceremonias de cine.
Si bien no se encuentra entre mis directores preferidos, acepto que esta anécdota es interesante y que plantea determinados interrogantes. Narrada en forma de comedia negra, con unos personajes muy fríos, que no pueden ocultar su origen finés, El Hombre sin Pasado comienza cuando a un hombre que viaja en tren y baja en un pueblito, lo asaltan tres delincuentes, golpeándolo con saña hasta darlo por muerto. El toque sarcástico de la escena es que ponen la radio con música clásica mientras le propinan la golpiza, y después lo dejan tapado con una máscara de metalúrgico que usaba para su trabajo. A partir de allí lo ingresan a un hospital en donde muere. Milagrosamente resucita en su lecho y se arregla su doblada nariz sin sentir el menor dolor. Acá empieza el cuento que nos va a contar Aki. El hombre es rescatado por una familia que vive en un conteiner debido a su pobreza, y es atendido con cuidados extremos hasta que se recupera y por fin habla. La madre de familia -Tú eres la jefa, le dice su marido- dice que creía que no hablaba y él le responde que no tenía nada que decir. Después de decir que no se acuerda quién es, Kaurismäki hace un plano del personaje que resulta cómico, lo centra en el plano y acerca la cámara mientras la música puntea. Ya queda demostrado que la intención del director es contarnos esta fábula de manera levemente graciosa. Pero lo central es que el hombre ha perdido la memoria definitivamente. Para cualquier persona, vivir sin memoria es una tragedia, pero mucho peor es para alguien que está en un pueblo extraño, sin referentes y que debe empezar a construir su vida de cero. Es como edificar sobre una ciénaga. La desesperación de la anécdota se ve tonificada por el humor zumbón con que la cuenta su director.
El pater familiae se está bañando en un fuentón con agua calentada desde el techo porque van a salir a cenar afuera. A dónde lo lleva no es otra parte que una olla popular, y allí conoce a la que será su gran amor. Pero no nos adelantemos a los hechos. El padre lo invita a tomar una cerveza, y mientras le hace preguntas sobre el nombre de los objetos, le pregunta cuánto es ocho por ocho: sesenta y uno, responde nuestro personaje, para corregirlo de que es sesenta y dos...  Le dice que no parece de Helsinski, le pregunta sobre su nombre, edad, ocupación, sin obtener respuesta, y le dice que tiene manos de trabajador. La música que se escucha en la película va desde el rock, pasando por el tango y la música sinfónica.
El Hombre tiene un diálogo agudo y filoso con un oficial de policía que le alquila un conteiner para instalarse. Su falta de memoria le juega una mala pasada en la oficina de empleos ya que lo rechazan de mala manera por no tener un nombre ni un documento que declarar. Dónde tiene más suerte es en el bar, dónde al ver que sólo pide agua y que no tiene un centavo, le regalan las sobras del almuerzo, que consiste en un sabroso plato. La empleada del ejército de salvación también le regala ropa para que se vista decentemente. Y le dice su nombre: Irma, y allí nacerá entre los dos una atracción madura imposible de rechazar, ya que para ella -vieja y fea- será su primer amor. Mientras que el policía le amenaza con que si no paga el alquiler será desalojado, y le deja a su feroz perro en guardia -el perro más bueno no puede ser-. El perro se llama Hannibal, en clara referencia a Hannibal Lecter, el psiquiatra caníbal, y duerme con el Hombre en su cama arremolinado a sus pies. Una característica del film es que nadie -como el Hombre- salvo Irma y el perro, tienen nombre conocido. A los demás los conocemos por su función dentro de la película. Entretanto el Hombre no pierde su tiempo e invita a Irma a cenar a su casa -conteiner-. Mientras escuchan música en la fonola se besan sin mucha pasión. Y bueno, qué querés, son fineses...
A todo esto su vida empieza a cambiar,,. no sólo ha encontrado el amor sino que se convierte en inspirador de la orquesta que tocaba para los pobres que iban a la olla popular: reemplaza sus alabanzas al Señor por música de rock que les hace escuchar en la fonola. Y los más atrevidos hasta sacan a sus esposas a bailar. La banda logra atraer a todo el mundo. También reconoce a dos soldadores que están haciendo un trabajo que él cree conocer. Y se convierte en obrero metalúrgico y empieza a cobrar un sueldo -y con él su identidad- Pero lo arresta la policía al ir al banco a abrir una cuenta -sin nombre y sin documento- y se ve envuelto en un robo, del que nada puede aclarar. Por suerte su novia le envía un abogado que habla con voz de borracho y lo salva de la cárcel. A su vez, el hombre que había sacado el dinero del banco le explica que era porque debió despedir a los trabajadores de sus dos barcos y no logró pagarles el sueldo, y lo contrata para que él haga esa tarea ya que él está vigilado.
Mientras se publica la fotografía de nuestro personaje y su esposa real lo identifica y manda sus datos y su dirección. Dice llamarse Lujanen. Se despide de Irma con pesar y va al encuentro de su esposa, en la ciudad de la que provenía. Allí la encuentra, divorciada de él y con nueva pareja. Luego de un diálogo cordial con ambos y de reconstruir su pasado se despide con cariño de su ex esposa y vuelve a la ciudad que lo cobijó. Al bajar del tren se encuentra con los tres muchachos que lo golpearon, que están atacando a un hombre con muletas, y al reconocerlo se dirigen a él para matarlo, pero todo el barrio de pobres se junta para salir en defensa de su amigo. Lujanen vuelve con Irma quien está escuchando la banda musical que él ayudó a reformar, en la cantina, y se van juntos de la mano.
Como para poner la firma de autor, vemos que la imagen de ellos queda eclipsada por la figura de otro tren que pasa.
Una película agradable, de la que no puedo decir que me haya deslumbrado -aunque yo ya la había visto- pero que se deja ver como una anécdota que nos contara un ser querido a quien le escuchamos los relatos una y mil veces.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito -un crítico independiente-.

martes, 18 de agosto de 2020

Mi crítica de Musiquitas -Teatro Infantil-Musical-

https://www.teatrix.com/ver/musiquitas


Con esta nueva modalidad de escritura, porque tengo descompuesta mi barra numérica del teclado, así como de los signos de interrogación, exclamación, encomillado o paréntesis, me tengo que arreglar con lo que me queda. Y el propósito que me convoca ahora es criticar la obra que acaba de estrenar Teatrix, con motivo del Día del Niño, obra que lleva la autoría de los talentosos Jorge Maestro y Sergio Vainman, así como la música de Jorge Danti y la dirección de otro peso pesado: Pablo Gorlero. Todo daba para convertirse en una sensación, sumado a la presencia de Ana María Cores en el elenco, pero no sé por qué todavía no entiendo bien el teatro destinado a los más chiquitos. No sé, me parece idiota, que carece de elementos atractivos para el público adulto, con la escasa lucidez de las obras de María Elena o de Hugo Midón. Esta obra rebosa en canciones pegadizas y un argumento que es fácilmente comprensible por los más chiquitos de la familia, y cuenta con un elenco que sabe atraer a los chicos, encabezado como dije por Ana María Cores y con Agustina Bauzo, Gabo Illanes, Hernán Lewkowicz, Federico Rodríguez Salcedo y Silvana Tomé.

Y aunque trate de ser graciosa, a mí no me mueve un pelo de la cabeza, así los chicos festejen las bromas del cuarteto protagónico, la Tía desmemoriada y los tres sobrinos simpáticos. Es notable el esfuerzo que pone cada uno en sacar lo mejor de sí mismo para complacer a la platea infantil, pero no logra hacer complicidad con los padres en este caso -muy alejado de los ejemplos que cité antes- y no importa que ese esfuerzo llegue límpido y sin magullones a la mente de los chicos, algo se pierde en el camino. Y es esa sabiduría que tienen pocos, como Luis Pescetti por citar un caso amigo, para crear un manto de complicidad entre cantante-padres-chicos. Pescetti toma lo más procaz de los infantes, los límites del buen gusto y la picardía o la escatología y lo transforma en arte con su sola mirada, haciendo que cada padre vea reflejada en la conducta de los chicos y del autor la misma que compartía él en su infancia, y se forma la coraza indestructible. Pero acá no pasa. Poco es lo que queda del ratón Perico, el pajarito Manuel o la hormiga Clarisa, de las cajas mágicas que inspiran la risa tonta y descontrolada al ponérselas en el oído, o de la tía con un bolso enorme a lo Mary Poppins que guarda todos los secretos del mundo.
Sí, porque esta tía es un émulo de aquella nodriza que llegara flotando del cielo para convertir la vida de sus discípulos en un cuento animado de alegría y diversión. Pero poco es lo que queda de Mary Poppins en esta tía que llega con su gran bolso y su pretendido alzheimer a alegrar la vida de sus sobrinos. Las canciones que canta son alegres y pegadizas, y fácilmente coreables por los chicos. Desfilan la Canción del Tren, Los Charquitos, Canción del Pie, Canción de la Amabilidad, El Ratón Perico, Calorcito de mi mano, Musiquita de Reír, El Cumpleaños, El Señor Imaginación y Constantinopla. Si bien no carecen de ritmo y alegría, les falta fuerza poética como las de María Elena o Pescetti. Cores pone todo lo que sabe, que no es poco, anima a su personaje con dignidad de vieja dama y construye una tía querible y risueña, pero no llega a divertir ni a enternecer. Con su falta de memoria hace un paradigma de las tías mayores con alzheimer poco feliz, si bien su desempeño en el escenario es cuidado y estilizado. Canta, baila y actúa todo con igual solvencia, así como los actores y cantantes que la acompañan y el eximio pianista que ejecuta su instrumento. Los actores tocan algún que otro instrumento también, como la guitarra o el acordeón y saben sostener el ritmo con la incorporación de pandereta o toc-tocs.
El resultado es un espectáculo que puede llegar a los más chicos y divertirlos un rato, pero que no deja consignas fuertemente aprehensibles por los mayorcitos. Un buen logro, a pesar de todo por el elenco y la dirección dinámica de Gorlero que hace que este show de una hora se disfrute y pase volando aún para los padres que deban acompañar a sus criaturas.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito, un crítico independiente.

domingo, 16 de agosto de 2020

Mi crítica de "Un Minuto de Gloria" (Cine)

Asistí con verdadero deleite a la visión de esta película, de la cual, el título me pareció de lo más ingenioso que he visto esta temporada, ya que está plenamente integrado al planteo del film. La película es de origen búlgaro y está dirigida en colaboración por dos directores que suelen trabajar juntos: Kristina (sí, con K, como la nuestra) Grozeva, una joven de 44 años nacida el 26 de enero de 1976 en Sofía, Bulgaria, y recibida en la Universidad de Sofía; y su compañero Petar Valchanov, de 38 años, nacido el 15 de mayo de 1982. Juntos hicieron cuatro largometrajes hasta ahora: "La Lección" (2014), "Un Minuto de Gloria" (2016), "8 minutos y 19 segundos"(2018) y "El Padre" (2019) Todos con una solidez formal irreprochable, un sentido de la acción que parte de un hecho nimio y acciones aparentemente intrascendentes que van formando una gran bola de nieve en la que se producirá un desenlace trágico. Si bien tiene de dramatismo (ésta, que es la única que vi, hasta ahora), no dejan de lado el humor y toques de comicidad absurda a lo largo de su metraje. Trabajan con el sistema de cámara en mano, lo cual permite un mayor acercamiento a los personajes y un nerviosismo propio de tal efecto, siguiendo a sus criaturas de cerca, ya sea de espaldas o de frente, técnica que ya identificamos en los hermanos Dardenne, por ejemplo, o en Lars von Trier, pero ellos son mucho más ampuloso en el manejo de esta steady cam, creando una mayor distancia entre la cámara y el personaje.

Todo empieza acá cuando Tzanko Petrov (Stefan Devolyubov) un empleado ferroviario cuya función es ajustar los rieles de las vías, y que padece como menos de un severo tartamudeo, por no decir discapacidad mental, encuentra un millón de pesos tirados en las vías. Instantáneamente y sin dudarlo llama a la policía para devolverlos. Rápidamente se convierte en la noticia del día, y es entrevistado por la cámara de relaciones públicas del Ministerio de Transporte, cuya jefa es la despótica Jules Steykova (Margite Goskera), una incansable trepadora que busca la publicidad a costa de este pobre y honesto hombre, algo de lo que ninguno de sus compañeros puede hacer alarde. Mientras ella está inmersa en un complejo tratamiento de fecundación asistida, por la cual deben congelar embriones para darle a ella la capacidad de ser madre, Tzanko vive una vida sencilla cuidando de sus conejos (en el campo) como si de sus propios hijos fuesen. Lo que uno tiene por demasía, y ciertamente sublimado, la otra lo busca denodadamente, casi con un frenesí obsesivo que la aleja de una maternidad amable. Para ello debe hacer un tratamiento consistente en una inyección en la panza cada día, a la misma hora. Con el tema de la hora hay un problema. Tzanko vive obsesionado por poner su viejo reloj a cuerda, herencia de su padre, en hora con el teléfono cada día. Aparece aquí también el tema de la incomunicación: mientras que a Tzanko le cuesta hacerse entender por su tartamudeo defectuoso, la ejecutiva vive rodeada de teléfonos celulares que interrumpen hasta su consulta con el ginecólogo reiteradas veces, creando un efecto molesto para el profesional que trata de explicarle su tratamiento, y para el público.
Una vez que se ha recuperado el dinero le organizan un homenaje al esforzado y honesto trabajador, que se verá plagado pro miles de inconvenientes, como que no llega a la hora indicada, se ha manchado lo pantalones con gaseosa, por lo cual todos los hombres deben prestarle sus pantalones hasta encontrar alguno que le calce. Para esto lo dejan en calzoncillos, humillándolo delante de todos, esperando hasta encontrar un pantalón de su talle. Empezado el homenaje, el iletrado y sucio empleado, que tiene el pelo grasiento y la barba mal recortada (se ha bañado para ese día) debe soportar el recitado de un niño que habla sobre las virtudes del trabajador ferroviario. Finalmente le sacan el reloj pulsera que lleva y que defiende con los dientes, ya que el premio consiste en regalarle otro reloj, ahora digital. Hecho el homenaje y recibido por el Ministro de Transportes, él quiere hacerle una grave denuncia: hay un robo sistemático de nafta a nivel de los trabajadores y él sabe dónde y cómo se produce. Pero el Ministro le desvía el tema y todo queda en la nada. Vuelve a esperar como un monigote de trapo, en calzoncillos en un pasillo a que le reincorporen su pantalón. Y que le devuelvan el reloj, el cual no aparece por ningún lado. Lo tienen por un retardado, y se lo comenta Jules a su pareja en el mismo momento en que ella se está olvidando su preciosa inyección en el auto, y su esposo deba advertírselo.
Tzanko, sin su reloj, no entiende el funcionamiento del nuevo, digital y de difícil puesta en hora. Llama a la empresa para reclamar su viejo y querido objeto pero todos se lavan las manos ante su no aparición. Evidentemente lo ha perdido la Steykova. Finalmente se le dice que vaya el lunes a recepción que allí se lo entregarán. Puntualmente concurre a buscarlo, pero le dan un reloj similar que no es el suyo: el de él tenía la inscripción que le había dejado su padre. Reclama nuevamente, no lo dejan pasar porque no tiene cita y para acordarla debe llamar por teléfono a un número que le facilitan. Él no entiende de números, y finalmente la línea da ocupada. Es que se han retirado a comer. Su reloj es un viejo "Gloria" y el que le han dado en cambio si bien lo es también, no es el correcto. (De allí lo de "un Minuto de Gloria").
Le hacen la ecografía a Jules y todo está bien, ya puede dedicarse a poner un nombre a su óvulo, peor cuando habla con el médico, nuevamente aparece el tema de la incomunicación (o de la sobrecomunicación): el teléfono celular sonando: es Tzanko quien reclama su reloj, ella se sale de sus casillas y le pregunta qué es lo que quiere, si es dinero cuánto. Pero él no responde. Lo han herido en lo más hondo. Finalmente comprobamos que no es tan retardado como parece, pues comprende perfectamente la proposición de una prostituta que encuentra por la calle, y se va con ella. Toma contacto con un periodista que lo va a ayudar con su problema, no sólo a recuperar el reloj sino a hacer pública la denuncia sobre el tráfico de nafta. Tzanko dice que la han dado un reloj que adelante y el que le regalaron, atrasa. Evidentemente Tzanko está con un problema de ucronismo, de desfasaje con el tiempo propio y el del mundo que lo circunda. Hace la denuncia por televisión y esta llega a miles de espectadores, entre ellos Jules, que está en la clínica esperando para un tratamiento, con la bata puesta. Lo abandona todo en pos de aclarar su cabeza. Ésta contrata a un peso pesado para que le plante plata en la casa y se lo acuse de haberse quedado con dinero. Así lo hacen y Tzanko va detenido. Para sacarlo de allí, este mafioso le pide que se disculpe con el ministro por su acusación y quedará cerrado el caso de la plata. Tzanko, con pocas luces, lee un mensaje delante de caámara para un noticioso, retractándose de la acusación. Pero otro grupo de malvivientes lo cargan en un auto y se lo llevan por la fuerza.
Cuando Steykova lee en un diario que un ferroviario se ha arrojado bajo un tren no lo puede creer. Llega al despacho y se pone a buscar obsesivamente el reloj, luego de lo cual opta por emborracharse. Su esposo la carga en el auto y se la lleva, pero pasan la noche en el vehículo hasta que amanece ya más sobria. Ahí encuentra el Gloria, tirado en el piso del auto y decide ir a devolvérselo a su dueño. Éste le abre la puerta todo desfigurado, golpeado y machucado, ya afeitado y rapado, con lo cual, paradójicamente parece una persona normal. Ella le extiende el reloj, pero él toma un palo seguramente para matarla. Su esposo, que está esperando en el auto pone la radio a todo volumen y no escucha los gritos. Así, lo que empezó como un acto de heroísmo termina al borde de la muerte. La decencia lo ha conducido a la tragedia, algo que Tzanko, con su corta capacidad no logra entender (o tal vez sí, más cabalmente de lo que creemos) y sospechamos que se arrepentirá toda su vida de haber tenido tal acto de honestidad, algo de que todos los que lo rodean carecen y que nunca tendrán en su existencia. Todos lo manipularon y lo usaron a su conveniencia para sacar algún provecho, y el pobre honrado es el que casi resulta muerto. Gran producción del cine búlgaro hecha con dos pesos ya que no hay nada que sobresalga en el film como costoso, y un ejemplo de lo que el cine de los países periféricos es capaz de ofrecernos. Necesitamos más cine de este tipo. Ahora me queda pendiente ver "La Lección", también de estos dos directores jóvenes y talentosos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).





miércoles, 12 de agosto de 2020

Mi crítica de "Adiós a los Niños" (Cine)

Louis Mallé es uno de esos cineastas que siempre me iluminaron, más allá de tiempo y espacio. Recuerdo cuando me vi deslumbrado por la bellísima y talentosa Brooke Shields cuando filmó junto a él "Pretty Baby" (1978), a quien vería cuando la censura me lo permitió y quien me enamoraría desde la pantalla (era mi chica preferida, hasta que se hizo más grande y me desilusionó) en films como "La Laguna Azul" y "Amor Eterno", de la mano de Zeffirelli (luego la reemplazaría por Alicia Silverstone o Jennifer Connelly). También me emocionó la adolescencia cuando vi a Juliette Binoche y un maduro Jeremy Irons en "Damage" (1992) o cuando recreó mi obra favorita de Chejov en la Nueva York de entre bambalinas en "Vania en la Calle 42" (1994). Imposible olvidar también que Malle inauguró el cine francés con "Ascensor para el cadalso", ese clásico de 1958. Lo cierto es que Louis Malle vivió tan sólo 63 años, nacido el 30/10/32 en Francia y muerto el 23/11/95 en Estados Unidos. Con "Adiós a los Niños" (acá traducida como "Adiós muchachos") marcó otro hito importante para el cine francés, en 1987.

Narra la vida en una institución católica, mejor, en un convento carmelita en plena ocupación nazi en Francia, en enero de 1944, y la amistad entre dos niños muy similares, Julien Quentin y Jean Bonnet. Con el agregado de que este último es judío (su verdadero nombre era Kippelstein), pero disimulado tras la fachada de un niño católico (protestante, en realidad) para no caer en manos de los criminales invasores. Todo empieza cuando inician un nuevo año escolar, volviendo de las vacaciones, Julien y su hermano mayor y se conocen con Jean, recién ingresado al colegio. Las travesuras de los chicos no parecen sacadas exactamente de "Juvenilla", aquel libro de MIguel Cané sino que estos chicos son mucho más "avivados", a pesar del año en el que transcurre la acción. Se suma a esto el despertar sexual de los adolescentes y la ebullición de sus hormonas. Bonnet entra tímidamente al grado y es víctima involuntaria de todas las bromas de sus compañeros, que, si bien un poco pesadas, no dejaban de ser lo que eran: juegos de infancia. Más traumático es el ambiente social y político que se respira en el aire, cortadas las clases cada tanto por la alarma antibombas para ir a cobijarse a un refugio antiaéreo. Mientras afuera nieva y hace frío, los chicos, de pantalones cortos, sufren los estragos de la temperatura jugando con zancos o desmayándose de hambre pues deben estar en ayunas para confesarse, y los profesores asisten a clases bien abrigados con bufandas y guantes sin importarles el resto del alumnado.
Jean es un alumno ejemplar, eficiente en todas las materias, al igual que su amigo Julien, incluso en la ejecución del piano, para lo que este último es malo, disputándose la simpatía de la profesora de música, una chica joven y linda. Igualmente, Julien y Jean comparten su amor por la lectura, ya sea Jules Verne o "Los Tres Mosqueteros", van a quedar arrobados más adelante con un ejemplar de "Las mil Noches y una Noche" (como nos enseñó a decir Borges, quien leía correctamente el título del libro árabe) ese ejemplo de lo que la literatura erótica puede llegar a alcanzar. Julien juega a pincharse la mano con el compás, aduciendo que no le causa ningún dolor, pero acto seguido irá lesionado por una raspadura en una rodilla a llorarle su dolor a la cocinera. Mientras, hace negocios "sucios" con el ayudante de cocina, Joseph, quien lo hace entrar en el "mercado negro", cambiando tarros de mermelada que le manda su madre por dinero. Joseph siempre necesita plata para mantener a "sus" mujeres, que según sus propias palabras "las mujeres son muy caras".
Jean (coincidencia de nombres, que es simbólica), el cura confesor y una buena persona, después de confesar a Julien, recibe un llamado telefónico que lo transforma, y le dice a su pupilo que sea bueno con Jean (Bonnet). En realidad los curas saben el origen judaico de Bonnet y tratan de protegerlo a toda costa, lo que finalmente le va a terminar costando la vida al padre Jean. Hay muchas pistas, quizá demasiadas, para reforzar la misteriosa identidad religiosa y étnica de Jean, entre ellas el que no va a tomar la comunión porque es protestante, también Julien lo ve y oye rezar en yddish una noche junto a su cama y encender dos velas. Mientras llegan los colaboracionistas para buscar a los "refractarios" (es decir a los que no quieren ir a trabajar a Alemania), los curas se ocupan muy bien de darle escondite a Jean, lo que pone más en alerta al desconfiado Julien. Lo que nos está mostrando Malle era que en esa época era muy peligroso ser judío en Francia (algo que siempre supimos, lo que haría redundante a toda la película e innecesaria, pero perdonémoselo por ser Malle) y que se trataba de esconderse o morir. Julien averigua el verdadero apellido de su amigo, pero sin juzgarlo, es más, protegiéndolo, tratándolo con cariño y dándole confianza. Le pregunta por su origen y dónde están sus padres: el padre está prisionero y de su madre no sabe ya desde hace mucho tiempo dónde está. Por otros chicos se entera Julien que se les dice "japen" a los judíos, a los que no comen cerdo.
Julien se pierde en el bosque buscando el tesoro del juego infantil (y lo encuentra), pero también encuentra a Jean, también extraviado como él. Viven un intenso miedo por no saber cómo volver al colegio hasta que son recogidos por dos soldados alemanes (y ahí viven más miedo todavía), quienes los devuelven al convento, pero se pegan flor de susto. A su regreso son internados en el hospital del colegio y hay un breve desencuentro entre ellos cuando Julien le ofrece paté a Jean y este lo rechaza: "porque es de cerdo", le injuria Julien a su amigo. En la misa, el padre Jean acusa a los ricos de serlo, lo cual provoca airada reacción en algún padre. E incluso se niega a darle la hostia a Jean cuando este se pone en la fila para tomarla (¡che, ya más datos imposible!). La madre de Julien, quien ha asistido para la comunión de su hijo, lleva a un restaurante a sus dos hijos y a Jean, por el mozo sabemos que las provisiones de que cuentan son escasas y que tratan de servir a sus clientes lo mejor que pueden ofrecerle pero no hay de todo. Llegan los colaboracionistas a pedir documentos y se las agarran contra un viejo que resulta ser judío, diciéndole que salga del lugar, pero el mozo interviene a su favor. Ahí nos enteramos por Julien que quiere ser cura, lo cual no es muy bien recibido por su madre que tiene otros futuros para él. Luego se proyecta un film de Chaplin en el colegio ("Charlot inmigrante") por el cual los chicos pueden sacar a relucir sus preocupaciones, ya sea las del amor o la de sentirse extranjero en una ciudad desconocida. Al final de la película, Joseph, el ayudante de cocina es acusado por el cura de estar en el "mercado negro" e insta a los dueños de los productos que éste guardaba a reconocerlos como suyos. Finalmente acaban expulsando a Joseph del colegio y de su trabajo.
Cuando suene la alarma antibomba, Julien y Jean burlarán el escondite para quedarse tocando el piano juntos. Este simple acto va a ser resignificado como el acto de comunión entre ambos niños, final, antes de ser separados por el destino. Allí se sienten felices y sin preocupaciones, libres. Porque llega la Gestapo a reclamar a los judíos, y buscan expresamente a Kippelstein. Nadie se delata, pero Julien, en un gesto inconsciente reconoce a su amigo, el cual es apresado y sacado de allí antes de que pueda darle la mano para despedirse. Se llevan también a otros dos compañeros y al padre Jean por ocultar judíos en el colegio y terminan cerrándolo por tiempo indeterminado. Jean morirá en Auschwitz junto a los otros dos chicos, y al tiempo lo hará el cura en Mathaussen. Por la escena final sabemos que todo esto lo está recordando Julien desde un futuro lejano, cuando ya todo ha pasado, y por eso el significativo título de "Adiós a los niños", porque significa el capítulo de cierre para una etapa de su vida, la de la niñez, así como la de los valores de la amistad, los juegos, la camaradería, el amor inocente y tantas cosas más que han quedado para siempre enterradas entre los recuerdos de la infancia.
Un film nostálgico e imprescindible para recordar la memoria de lo ocurrido en los pueblos durante la guerra.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



lunes, 10 de agosto de 2020

Mi crítica de "Los Amantes de la Casa Azul" (Teatro)

https://www.teatrix.com/ver/los-amantes-de-la-casa-azul


Buenas noticias trae Teatrix para dar comienzo a agosto, con el estreno de "Los Amantes de la Casa Azul", obra de Mario Diament con la excelente dirección de Daniel Marcove y las actuaciones de Maia Francia, Roberto Mosca, David di Nápoli y Silvia Kanter. La obra cuenta el encuentro entre Frida Kahlo (Francia) y León Trotsky (Mosca) en la casa de la primera, en México, en el exilio del líder revolucionario comunista, y del romance que nació entre ellos. Los acompañan sus parejas: Diego Rivera (di Nápoli) y Natalia Sedova (Kanter) y todo ocurre bajo la atónita mirada de ellos dos. La Casa Azul es una herencia de los padres de Frida que ella pintó de azul porque decía que ahuyentaba a los malos espíritus. Frida es una mujer mutilada. Con el accidente que sufrió de niña cuando chocó el colectivo en el que viajaba, quedó prácticamente destrozada, y esto marcará a fuego su vida, pero no la hace menos alegre, propensa a la juerga ni a disfrutar de los placeres del amor. Ella dice tener un puercoespín dentro del cuerpo, y acostarse cada noche en una cama de agujas: encorsetada de por vida, con la cadera destrozada y una pierna más corta que la otra, Frida es un espíritu indomable, dueño de una fuerza para soportar el sufrimiento, y vivir cada instante como si fuera el último. Trotsky es otro ser mutilado: fue uno de los líderes más importantes del comunismo en la Unión Soviética, dirigió revoluciones, transitó por varias cárceles y ahora huye del monstruo demoníaco de Stalin que le quiere dar caza. Se encuentran en el momento y el lugar justo. Diego Rivera es un amante compulsivo, se acuesta con cada mujer que conoce ("no sé si te las cogés para pintarlas o las pintás para cogerlas", le retruca su esposa), pero todo desbordó el límite cuando le fue infiel a Frida con su propia hermana. Aunque Diego insista que lo que tiene con las demás mujeres son "encuentros sociales". Frida está cansada de ese juego y quiere jugar el suyo. Si bien ya lo viene jugando desde hace mucho tiempo. Conoce el poliamor e incluso ha tenido relaciones con mujeres. Viven en una etapa de plena libertad sexual y nadie se priva de nada. Rivera, a la vez se define como "más comunista que Trotsky", visitó la Unión Soviética en 1927, a 10 años de la revolución, y lo haría otras cinco veces más, incluso le pidieron que pintara un retrato de Stalin el mismo año que Trotsky fue expulsado del partido.

Trotsky y Natalia están siendo los huéspedes de Diego y Frida y no quieren abusar de la hospitalidad que les brindan. Pero los juegos eróticos de Frida son demasiado explícitos, y León termina sucumbiendo al amor por ella, aunque esté cubierta de cicatrices no deja de ser una mujer enteramente deseable. Aunque Trotsky afirme que la cultura de la muerte que se hace en México va en contra de los ideales marxistas. Y este librepensador y revolucionario, es el más reprimido de los hombres, está en contra de toda actitud "depravada" en cuanto a la sexualidad. Por eso es que se escandaliza al saber que a Frida le gustan también las mujeres. Ella se lo explica mediante un experimento que consiste en cambiar sus polleras por los pantalones de él y viceversa: el placer que puede albergar una mujer en su "cueva de Alí Babá" no tiene ni punto de referencia con el que puedan sentir los hombres, nadie como una mujer para hacerle sentir el verdadero placer a otra mujer. Esto no se le hace fácil a alguien como Trotsky, pero la ama y la acepta con todas sus manías. Ella le explica que cuando tuvo el accidente, el manubrio del colectivo le entró por la cadera y le salió por la vagina: así perdió su virginidad, le dice entre risas amargas. Frida hace de todo un motivo de goce, porque, según ella "no sabe cuánto tiempo le queda", y hasta el mayor trauma puede ser tomado a broma por la extenuada Frida.
Trotsky va a afirmar que "la muerte es como mi sombra"; "Yo también me acostumbré a convivir con la mía", concluye Kahlo. Y pinta autorretratos, tal vez para afirmar más su presencia sobre la Tierra, al comprobarla en el lienzo. Aunque ella diga que pinta lo que mejor conoce, que es a ella misma. Y acusa a los críticos que la tildaron de surrealista, cuando ella es "hiperrealista", ya que pinta la vida tal cual como es. Mientras tanto, mientras pasa y pesa el amor de ellos dos, no como un romance pasajero sino como algo destinado a la inmortalidad, el sindicato está preparando una manifestación para la expulsión de Trotsky de tierras mexicanas. Frida reconoce que ese hombre que tiene 30 años más que ella le atrae como nadie en el mundo. "Cada una de estas arrugas cuenta una historia", le dice León, y ella concluye que es como cada una de sus cicatrices.
Y canta "La llorona", con la clara y hermosa voz de Maia Francia, alguien experta en musicales, y estremece el aire. Todo en ella le cuesta un sacrificio, desde sentarse hasta pararse o deambular con una pierna coja, pero lo hace sin autocompasión, ni acepta que los demás se la tengan. Porque es una mujer libre, con sus pinturas se ha ganado la libertad que sólo generan la belleza y el arte, y al amar sin medidas se siente un poco más liviana de lo que experimenta al arrastrar su deteriorado cuerpo. No hubo época más bella para Trotsky, según asegura, él que tiene un hijo amenazado por Stalin y dos hijas consumidas hasta la muerte por la cárcel stalinista. Pero si bien Frida y Trotsky son los ejes de este relato, no se ha descuidado a sus parejas respectivas, que tienen motivos de orgullo y monólogos y diálogos para explicitarlos. Natalia está preocupada porque conoce bien a su marido y sabe lo que él está viviendo por esos días (aunque todo esté oculto). Rivera sospecha de su mujer pero no la cree capaz de un acto así, de serle infiel con quién él está ayudando en el exilio no sólo moral sino económica y políticamente. Frida llega a pintar otro autorretrato suyo para dedicárselo a su por entonces enamorado León Trotsky, como recuerdo imborrable de aquellos días.
Y llega el momento de la separación de los amantes, diciéndole Frida que debe abandonarlo antes de que sea muy tarde y ya no pueda volver atrás. Trotsky lo siente con el alma, ve perderse el último destello de juventud que aún le quedaba (o que había recuperado) gracias a ella. Ve perder sus sueños de futuro, aunque todo es incierto, el riesgo de que lo maten aumenta, y el ir a todas partes sin guardaespaldas se convierte en una locura o en un acto de suicidio. Finalmente se separan y él se vuelve a exiliar.
Pero la muerte lo encuentra a Trotsky en tierras mezcalitas, atenazada de la mano de un sicario que no duda en asesinarlo con un picahielos en la cabeza. Y se desangra mientras la ambulancia lo conduce al hospital. Sólo queda la última carta de él, que no se atrevió a mandarle a Frida. Y la carta de ella, cuando llora de dolor, atrapada en el sufrimiento de su cuerpo y cuando están por cortarle una "pata", como dice ella. El trabajo de Maia Francia adquiere ribetes trágicos y nos demuestra que estamos frente a una potente actriz. Roberto Mosca también logra convicción en su Trotsky y llega a momentos de gran lirismo con su cuerpo avejentado. Mientras que di Nápoli y Kanter acompañan muy bien desde su presencia a alumbrar sus papeles con la calidad de un intérprete. Excelente obra, muy bien tratada por Diament y fantásticamente dirigida por Marcove. Acá les dejo el link para que puedan verla. No se la pierdan. Algo digno.
Y gracias poro leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 8 de agosto de 2020

Mi crítica de "El Hijo Perfecto" (Cine)

 Bueno, vi por fin "El Hijo Perfecto" (¿o debería traducirse como "La Hija Perfecta"?), la tan esperada película de la directora sueca Sanna Lenken, nacida en Gotemburgo el 15 de agosto de 1978 (tiene en la actualidad 41 años). El film narra la relación de las hermanas Wastergen, Stella y Katja, quien, esta última, está envuelta en serios problemas de anorexia. Digamos para empezar que toda la película está contada desde el punto de vista de Stella (Rebecka Josephson), una adolescente de 11 años, todo lo que en la película aparece es cuando Stella está presente, así que todo lo que sabemos es lo que sabe ella, piensa o siente con respecto a ella misma y a los demás. No hay fotograma en la película en dónde Stella no esté presente. La hija perfecta parece ser Katja (Amy Diamond), una chica hermosa, esbelta (demasiado), estudiosa, buena hija y hermana, y que practica patinaje artístico a nivel de competición. Todo en ella parece cerrar en un círculo perfecto. Y Stella parece ser la que le va en saga, gordita, con un rostro común, no hermoso, más bien torpe en el ejercicio físico y que se interesa más por juntar escarabajos que por practicar patinaje, aunque ella también lo hace. Al comienzo parece ser la envidiosa ante la hermana, la resentida (cuando le dan a cuidar las flores que le regalan a la hermana por su desempeño artístico, ella las destruye al frotarlas contra una valla). Pero luego veremos que los roles están intercambiados, cada una tiene lo que la otra desearía para sí. Stella envidia de su hermana todo, su belleza, su físico, su aptitud para la expresión artística. Acá me voy a detener un momento. Es el deseo de los padres que Stella practique patinaje también, ya que es algo que no le es dado naturalmente a ella, más allá de eso tendrían que contemplar que hay diferencias estructurales y psicológicas entre ambas hermanas, que por ahí el deseo de Stella se dé por la entomología.

Las hermanas juegan, como toda hermana, y Katja bromea con Stella sobre que le está saliendo un pequeño bigote. Luego le aclara que era una broma y allí se enfrentan a manotazos. Las vemos reflejadas en un espejo, tal vez para confirmar la identidad de hermanas que tienen. Pero Katja, con su seducción (porque la tiene, y hace gala inconsciente de ella) es una niña caprichosa y malcriada: cuando Stella come el huevo que estaba designado para ella, esta hace un escándalo digno de los niños pequeños y el padre tiene que salir corriendo a comprar más huevos. Se nota que la parte madura de la relación la lleva Stella, desde su inferioridad de edad, cuando una amiga le pregunte qué le está pasando ella contesta: "Maduré". A lo que agrega a colación que ya no le gustan los chicos de su edad, que se inclina por los mayores de 35. Y así vivirá su primer desencanto amoroso, al enamorarse del entrenador de Katja, un muchacho maduro al que le tirará propuestas que el otro parece ignorar (o se hace el que las ignora). Pero los problemas entre las hermanas aparecen cuando Stella nota que Katja cada vez come menos, e incluso en su fiesta de cumpleaños la sigue hasta el baño y la ve meterse los dedos en la garganta para inducirse al vómito. Hay un secreto compartido entre ambas hermanas, Katja le suplica que no se lo cuente a sus padres (de lo contrario les contará de sus poemas "obscenos" con respecto a Jakob, su entrenador) y amenaza con matarse si se sabe cuál es su proceder con respecto a su extrema delgadez. En otra escena la ve mirándose las costillas, dentro de su flacura, ante un espejo. Pero ante todo establezcamos de qué hablamos cuando hablamos de anorexia. Se trata de un trastorno alimentario que provoca que la persona que lo padece se obsesione con su peso y lo que ingiere. Se caracteriza por una imagen corporal distorsionada y el miedo injustificado a subir de peso. Como Katja debe estar en su peso justo para la competición, se transforma en un suplicio todo acto de comer (y vomitar luego), lo que produce a la vez gran estado de angustia y de inestabilidad emocional que conduce a los ataques de histeria y de "caprichos" que padece la adolescente Katja.
Por supuesto que el secreto entre ambas hermanas es silenciado por Stella, quien deja de envidiar la delgadez de Katja y a empezar a asumir su propia identidad física. Se convierte en una chica valiente y más confiada en sí misma, más segura y resuelta, a pesar de su corta edad. Pero cuando va a ver a la psicóloga de la escuela para decirle que tiene una prima que vomita después de comer, ésta la alarma diciéndole que la anorexia es una enfermedad muy seria, que debe decírselo a sus padres porque puede causar incluso la muerte. Al salir de ver a la profesional, Stella va al baño y rompe un espejo de un puñetazo, tal vez por la impotencia que le genera la situación pero sospechamos que desde el plano simbólico para no verse reflejada en él. Finalmente se lo dice a los padres y es allí donde estalla el conflicto mayor. Tanto Karin (Annika Hallin), la madre, como el padre, Lasse (Henrik Norlén) (Lasse, como Halsström), asumen con cuidado y precaución la información que Stella les da y se enfrentan a Katja tratándola con todo el cariño y el amor de que son posibles. Pero saben que están frente a una lucha dura que dar. Prometen llevarla a ver a un médico pero ella les jura que va a comer por su cuenta para engordar sin necesidad de una consulta. A todo esto, el entrenador, que le ha prohibido seguir practicando, es burlado por ella y continúa con las prácticas. Se rearma la relación entre ambas hermanas y empiezan a entenderse y a llevarse mejor. Los padres deciden llevarlas a su cabaña de vacaciones para lograr la recuperación de Katja. Pero esta se hace cada vez más difícil, hasta que llega al punto de no retorno. Katja ya no quiere probar bocado y los padres, en su desesperación hacen lo que no hay que hacer: forzarla a comer, incluso la violentan para introducirle un vaso de agua en la boca. Ahí Stella estalla pidiéndole que la dejen en paz. Pero Katja escapa y se pierde en dirección al bosque. Infructuoso es buscarla por todas partes: Katja ha desaparecido. Desesperados, vuelven a su casa sin Katja, y Stella colabora en buscarla por los más insólitos lugares. Hasta va a la casa de Jakob y le dice que su hermana ha desaparecido y se abraza a él y logra estamparle un inocente beso en la boca. Ante el atónito Jakob que opta por llamar a los padres, Stella va a buscar a Katja a la pista de patinaje. Y allí la encuentra, practicando sola de noche. La ve desvanecerse y caer, ¿acaso muerta?
Esto es lo que la directora quiere hacernos creer, porque incluso los desahogados gritos de Stella, Katja no logra volver en sí. Y la escena siguiente está filmada con toda ambigüedad a propósito: vemos a Stella tras un vidrio esmerilado junto a sus padres y un ramo de flores. Creemos estar en el funeral de Katja. Pero no es así. Están por entrar a la clínica donde está internada para su recuperación. Debieron tocar fondo (Katja y sus padres) para darse cuenta de que el único método para la cura de la anorexia consiste en un tratamiento médico-psicológico, y que por propia voluntad no se logra llegar a un resultado. Katja se está recuperando bien y se la ve saludable. Tiene un buen contacto con su hermana y termina el film con Stella y sus amigos estimulados recogiendo insectos y escarabajos en el bosque.
Una película a las que nos tiene acostumbrados Carlos, con mucho material para el debate y (esta vez) no tanto drama, sino que el film intercala situaciones simpáticas que aligeran la carga de la tragedia.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



domingo, 2 de agosto de 2020

Mi crítica de "Como si Pasara un Tren" (Teatro)


Tercer estreno de Teatrix en lo que va de julio, y esta sí es una pegada, mucho más que los recontra probados Diego Reinhold y Pepito Cibrián, que me resultaron muy malos. Esta es una obra escrita y dirigida por Lorena Romanin, nombre desconocido aún para quienes frecuentamos las salas de teatro, pero de muy buena factura. Y en parte, el éxito se corresponde a tres grandes actores: Silvia Villazur (la madre), Luciana Grasso (Vale) y Guido Botto Fiore (Juan Ignacio), tres talentos descomunales que hacen que esta pieza funcione y que no sea sólo una más del montón. No podía haber caído en mejores manos "Como si Pasara un Tren", título que parece remitir a la nada misma, pero en cambio, en esta obra pasan muchas cosas, y no sólo de las exteriores, sino sobre todo a nivel emocional.
Un sistema es un conjunto de piezas tales que, cuando falla una de ellas, fallan todas las demás. Y la familia compuesta por la madre y Juan (madre e hijo) puede considerarse como un sistema, como, al fin y al cabo, lo son todas las familias. Tiene una forma de funcionar en donde todo está en orden, nada falla, hasta que viene a insertarse una pieza nueva en el juego, la sobrina, un ser extraño, que viene de la gran ciudad, con reglas y normas que no se corresponden con las de la pequeña urbe, y todo pasará a otra fase de funcionamiento entonces. Juan es un muchacho con serios retrasos madurativos a nivel intelectual, sobreprotegido por una madre que tuvo que hacerse cargo de él porque el padre decidió huir. Es comprensible que funcionen de este modo, aunque no es el más recomendable para ninguno de los dos. Es el síndrome que muy bien describe Gabriel Rolón como el "dejá, vos no vas a poder", o "lo hago yo, vos te vas a lastimar". "Bajate de ahí, te vas a desnucar", le oímos decir a esta madre sin nombre cuando en plena euforia Juan se sube a un banquito. Y este síndrome lo padecimos muchos, en mi caso, criado por una madre, padre y abuela que tenían miedo por lo que no pudiera llegar a hacer, y eso deja secuelas irreversibles -asegura Rolón- en la adultez. A aquel chico que se le dijo "vos no vas a poder", cuando llega a grande, "no puede" un montón de cosas en su vida. La madre procede con cautela debido a la enfermedad mental de su hijo y lo trata como a un bebé a quien hay que controlarlo a cada paso, darle las órdenes indicadas para que se maneje y acompañarlo en todo su hacer. Pero llega Valeria, que no lo va a ver como alguien inferior sino que cree en sus potencialidades, y efectivamente, Juan responde bien. "Puede", a pesar de sus claras limitaciones que lo acompañarán de por vida.
Vale llega castigada al "campo", una ciudad de 40.000 habitantes en realidad, llega enviada por una madre psicóloga que le ha descubierto un porro en su poder. Y eso la condena a perder su año del CBC, su independencia, su teléfono celular y hasta probablemente, su novio. Y llega con toda la mufa que tiene a purgar condena en la casa de su tía por tres meses, sin wi-fi dónde conectar su computadora ni poder ir sola al locutorio porque según su tía está "en proceso de rehabilitación". "Es lo más común tener un porro", se ataja ella, "y no estoy defendiendo a la droga". Juan lo único que hace es jugar con su tren eléctrico día y noche, además de ir al colegio y cumplir con ciertos quehaceres domésticos. La convivencia entre los tres al principio se hace dura, porque Vale es vegana, rebelde, como toda adolescente y llega huyendo de la autoridad, lo único que le falta es encontrarse con otra figura de poder en la persona de su tía. Los únicos momentos de liberación los tiene cuando se quedan solos con Juan (la madre es maestra y trabaja todo el día en la escuela) y pueden bailar, ensayar coreografías y liberarse a su manera. Cierto que Vale es muy bella, esto despierta en Juan la necesidad de que sea su novia, y se lo plantea, pero ella esquiva el bulto al decirle que son primos. Escuchan música en la computadora de ella y bailan, único momento de liberación que tiene Juan de la sobreprotección de su madre, y cuando ésta le pregunte qué estuvieron haciendo en su ausencia, Juan se muestre renuente a contestar. "Yo ya soy grande y puedo hacer lo que tenga ganas", es su respuesta. La madre intuye que algo anda mal, y le exige a Vale que no le meta ideas raras en la cabeza a su hijo. El colmo llega cuando Vale le pregunta si alguna vez viajó en tren, y ante la negativa, le dice que lo va a llevar a dar una vuelta en un tren de verdad, que la sensación es alucinante. Juan se lo comenta a su madre y ésta, que no lo había dejado ir con la escuela a una excursión a una granja, por miedo a que se contagiara algo, pone el grito en el cielo. Silvia Villazur es un prodigio de intérprete: capaz de convertirse en la madre autoritaria y pasar a la ternura de un momento a otro, es también la que lleva la parte cómica de la obra, y puede ponerse a cantar "El Baile del Ladrillo" con total desenfado (pese a su gordura) o tentarse y hacerse pis de la risa después de haberse bajado un whiskicito. Luciana Grasso compone a una chica de dieciocho años bella y espontánea, lo hace con mucha solvencia y desparpajo. Y Guido Botto Fiore se la ve con la composición más compleja, la del chico con retraso mental, limitado en su accionar por su madre y sus propias incapacidades, rol que asume sin ningún problema.
Cuando juegan a decir las cosas que más desean, Juan dice que lo que más quiere en la vida es hablar con su padre y viajar en tren. Y lo primero lo conseguirá, porque pasa el número de la oficina del papá a Vale para que lo llame, a pesar de que ésta se oponga, y logre hablar con él, para que le diga que no lo vuelva a llamar nunca más. Esto descompensa a Juan, quien estalla en una crisis de llanto y agresión, que sólo pueden contener una medicación y la mano cariñosa de la madre que le acaricia la cabeza. En cuanto a viajar en tren, la madre se lo tiene prohibido, por los "muertos que se acumulan" en los accidentes, porque lo pueden tirar del tren y miles de excusas más. Aún así, decide que ha llegado el momento de mandarlo al colegio solo. Y allí se va, de expedición, Juan, en su primer día de libertad, a la escuela. Cuando llega, vuelve con la noticia bomba de que hubo revuelo en el colegio porque "Demián le metió el pito a Eve". La madre lo toma de la peor manera y le pregunta si sabe lo que está diciendo, mientras que su prima se ríe del problema. Y encima Juan hizo un dibujo "explícito" sobre la situación. Entre risas e indignaciones se supera el trance.
Pero una noche Juan despierta a Vale para que lo acompañe a tomar el tren para hacer el prometido viaje. Ella se niega, temiendo las represalias de su tía, pero al ver que su primo decide irse solo, ella lo acompaña. Vale es la única que cree en el potencial de Juan y lo sabe capaz de enfrentar sus desafíos. Toman el tren y disfrutan del viaje, aunque Juan le pide que lo bese, que el tercer deseo que tenía era ser besado por ella. Ésta se anima y le da un casto beso en la boca a su primo.
Ha llegado el momento de partir para Vale, y lo que deja atrás suyo es una situación muy distinta a la que encontró cuando llegó a la casa familiar. Juan no se autovale pero sí es mucho más independiente. Incluso Vale les regala la computadora para que puedan escuchar y cantar música con el karaoke. Juan quiere ir a la estación con ella, y le pide permiso a la madre. Ella se lo otorga. No sabemos si va a despedir a su prima o se va con ella, esto queda como un mensaje ambiguo. El resultado es liberador, es una bocanada de aire fresco que entra en esa casa después de tantos años de miedos y represión. No por nada esta excelente obra duró seis años en cartel, y fue registrada en febrero del 2020 en el teatro El Picadero, quienes siempre ofrecen espectáculos de categoría. Gran obra para disfrutar en estos tiempos de pandemia, acá les dejo la dirección en donde la pueden ver.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 1 de agosto de 2020

Mi crítica de "La Decisión" (Cine)

Bueno, vimos esta semana "La Decisión" (2017), del iraní  Vahid Jalilvand, película por demás movilizante y perturbadora y que nos hace tomar postura ante un hecho accidental de trágicas consecuencias. Pero antes, unas palabras sobre el director. Vahid Jalilvand nació en Kermanshah (Irán) en 1976 (Tiene en la actualidad sólo 44 años y dos largometrajes hechos, ¡qué envidia!) Se graduó en la Universidad de Teherán en Dirección de Teatro. Comenzó su carrera como actor de teatro e hizo su debut cuando sólo tenía 15 años (yo le gané, me subí a un escenario profesionalmente a los 14, amateur mucho antes). En 1996 comenzó a trabajar en los canales de televisión estatales iraníes como editor y luego como director de televisión. Más tarde dirigió dos series de videos caseros y más de 30 documentales en campos sociales e industriales. Ha sido director y actor en muchas series de TV y obras de teatro. "Miércoles 8 de Mayo", su primer largometraje recibió el premio FIPRESCI y el Premio Interfilm por proponer el diálogo interreligioso en Oizzoti, Festival Internacional de Cine de Venecia en 2015. "Sin fecha, sin firma" ("La Decisión"), su segundo largometraje fue galardonado como Mejor Director y Mejor Actor en Oizzoti, Festival Internacional de Cine de Venecia 2017. "Sin fecha, sin firma" fue la representante de Irán en los 91 Premios de la Academia como Mejor Película en Lengua Extranjera, 2019.
El médico Kaveh Nairmman (Amir Aghari) tiene un accidente automovilístico en plena autopista, roza a una motocicleta con una familia a la que tira a la banquina. Por supuesto que se detiene y pregunta por la salud de todos: son un padre Moosa (Navid Mhammadzadeh), su esposa Laila (Zahiyah Babhahavi), y sus hijos, Amir, de 8 años y una beba de brazos. Todos están bien, sólo la moto ha salido averiada, mientras Moosa trata de arreglarla, el médico hace subir a su auto al niño y le hace los exámenes médicos de rutina. Todo parece estar en orden, sólo siente un poco de mareos. Moosa rehúsa llevarlos a la clínica que Kaveh les indica y toma algo de dinero como compensación. A partir de ese momento Kaveh empezará a cargar su propia cruz, aún sin saberlo.
Al día siguiente, tras pasar a buscar a una colega, Sayeh (Heidah Taknori), una médica forense igual que él, se dirigen al instituto en donde trabajan y él guarda total silencio sobre lo ocurrido. Pero en un conteo de rutina, uno de sus asistentes le da el nombre y apellido del niño Amir como que ha ingresado a la morgue. Esto descompensa al médico, quien debe recurrir a un ansiolítico para calmarse. Entretanto tiene que sobrellevar la vida de su madre, internada en su casa y con asistencia de enfermería, quien, en coma, se debate entre la vida y la muerte. Esta es una situación que pone sensible por demás al atribulado médico. Le encarga a su colega Sayeh la autopsia del niño y aguarda ansiosamente los resultados. El motivo de la muerte fue botulismo por haber ingerido carne podrida y fue incubado desde hacía diez días. Ya había presentado síntomas, según le declara la madre a la doctora. El padre se ve muy conmovido porque fue +el quien compró la carne de pollo más barata, que le ocasionó la muerte. Tanto Kaveh como Moosa son hombres muy diferentes, pertenecen a distintas clases sociales (el médico a una media y el otro a la baja), su aspecto externo es igualmente disímil, una barba bien recortada y prolija en Kaveh, así como pulcritud en el vestir, y una barba de tres días y desalineo en Moosa, pero los dos sufren de un mismo síntoma: la culpa que les ocasiona la muerte del niño, en el fondo son dos caras de la misma moneda. Uno por haberle suministrado la carne fatal, el otro por sentirse responsable de la tragedia debido al choque. Kaveh no se va a quedar de brazos cruzados con el veredicto de la autopsia: le pregunta a su colega si verificó si no hubo lesiones a la altura de la nuca y si no se registró sangrado. Ella contesta que no fue necesario investigar eso porque la causa del deceso fue otra. Al fin Kaveh desembucha y le cuenta a su ayudante el accidente. Ésta lo calma diciéndole que él no tuvo nada que ver, que aunque no hubiese habido choque el niño hubiera muerto igual.
Por estas cuestiones, el director se emparienta mucho con su colega u coterráneo Ashgar Farhadi en otro film de resonancias judiciales parecidas: "Una separación", y a todo el cine iraní en general por tratarse de planteos morales profundos y sumamente arraigados con lo religioso. El peso de la culpa se corresponde con la concepción del pecado en la tradición judeo-cristiana, desconozco cómo actúa en la musulmana pero está visto que de una manera similar. La culpa, en este caso se va a instalar de tal forma que se transforme en obsesión para el médico, creyéndose absoluto culpable de la muerte de Amir. Aunque acá voy a diferir con la mayoría de los analistas cinematográficos de este film: yo considero que más que el peso de la culpa es el de la responsabilidad moral como médico lo que lleva a Kaveh a obsesionarse de esa manera cruel (para él y para los demás). Sayeh le insta a que la cuente cómo sucedieron las cosas, y Kaveh, atorado le contesta: "¿nunca te pasó que no puedes hablar?" Creo que esto es fundamental para los primeros instantes de silencio de Kaveh, sumado a la cercana muerte de su madre y la del niño. 
A todo esto Moosa debió soportar el desprecio de Leila, quien le adjudica la culpa de la muerte de su hijo por haber comprado carne en mal estado y amenaza con abandonarlo siete días después del funeral. Moosa va a buscar directamente al responsable de haberle vendido carne de pollo sin faenar y lo encuentra, insultándolo y culpándolo, entre llantos, de la muerte de un inocente. Habib, que así se llama el hombre, dice no conocerlo. Pero al final Moosa le da tal paliza que lo deja en coma. Por lo tanto va preso. Y Kaveh va a visitarlo a la cárcel, él quiere asegurarse, pero también quiere saber... Y acá el saber se convierte en nudo argumental del film, y el que lo convierte en un gran exponente del género del suspenso, el desenlace se espera cada vez con mayor ansiedad, y cuando llegue ese momento, y por fin el médico haga la autopsia del niño y se enfrente con la verdad, y se entregue a la justicia, llegado ese momento, decía, Sayeh, en una gran escena, le hará detener el auto para que le diga si fue él el verdadero culpable o no. La pregunta quedará sin respuesta y la pantalla fundirá a negro. Creemos saber que Kaveh se ha adjudicado una culpa que en realidad no tenía -a la vista de los estudios sobre el cadáver producidos por Sayeh- pero que cree merecer. Desde Edipo hasta estas tierras, la búsqueda de la Verdad (así, con mayúsculas) ha producido verdaderas calamidades, tal vez sea una de las fronteras más peligrosas de cruzar, tanto a nivel personal como popular. No por eso el psicoanálisis es una teoría tan utilizada, porque va en busca de desenterrar la verdad como un arqueólogo o un espeleólogo, llegar hasta el hueso sin importar las consecuencias, y es así que vamos dejando varios cadáveres en el camino tras esa busca. La verdadera razón por la que se hizo esta película es la de abrir el debata sobre las cualidades morales de las personas, y no del resultado de la búsqueda en sí. No importa tanto saber quién fue el culpable sino el arduo y trabajoso camino, tanto científico como espiritual y ético que conlleva. Por lo tanto podemos estar agradecidos a este film que vino a echar un poco de luz sobre el amoral mundo de hoy, presentándonos otra mirada, como la iraní, más cercana a los temas del universo moral.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente)