sábado, 1 de agosto de 2020

Mi crítica de "La Decisión" (Cine)

Bueno, vimos esta semana "La Decisión" (2017), del iraní  Vahid Jalilvand, película por demás movilizante y perturbadora y que nos hace tomar postura ante un hecho accidental de trágicas consecuencias. Pero antes, unas palabras sobre el director. Vahid Jalilvand nació en Kermanshah (Irán) en 1976 (Tiene en la actualidad sólo 44 años y dos largometrajes hechos, ¡qué envidia!) Se graduó en la Universidad de Teherán en Dirección de Teatro. Comenzó su carrera como actor de teatro e hizo su debut cuando sólo tenía 15 años (yo le gané, me subí a un escenario profesionalmente a los 14, amateur mucho antes). En 1996 comenzó a trabajar en los canales de televisión estatales iraníes como editor y luego como director de televisión. Más tarde dirigió dos series de videos caseros y más de 30 documentales en campos sociales e industriales. Ha sido director y actor en muchas series de TV y obras de teatro. "Miércoles 8 de Mayo", su primer largometraje recibió el premio FIPRESCI y el Premio Interfilm por proponer el diálogo interreligioso en Oizzoti, Festival Internacional de Cine de Venecia en 2015. "Sin fecha, sin firma" ("La Decisión"), su segundo largometraje fue galardonado como Mejor Director y Mejor Actor en Oizzoti, Festival Internacional de Cine de Venecia 2017. "Sin fecha, sin firma" fue la representante de Irán en los 91 Premios de la Academia como Mejor Película en Lengua Extranjera, 2019.
El médico Kaveh Nairmman (Amir Aghari) tiene un accidente automovilístico en plena autopista, roza a una motocicleta con una familia a la que tira a la banquina. Por supuesto que se detiene y pregunta por la salud de todos: son un padre Moosa (Navid Mhammadzadeh), su esposa Laila (Zahiyah Babhahavi), y sus hijos, Amir, de 8 años y una beba de brazos. Todos están bien, sólo la moto ha salido averiada, mientras Moosa trata de arreglarla, el médico hace subir a su auto al niño y le hace los exámenes médicos de rutina. Todo parece estar en orden, sólo siente un poco de mareos. Moosa rehúsa llevarlos a la clínica que Kaveh les indica y toma algo de dinero como compensación. A partir de ese momento Kaveh empezará a cargar su propia cruz, aún sin saberlo.
Al día siguiente, tras pasar a buscar a una colega, Sayeh (Heidah Taknori), una médica forense igual que él, se dirigen al instituto en donde trabajan y él guarda total silencio sobre lo ocurrido. Pero en un conteo de rutina, uno de sus asistentes le da el nombre y apellido del niño Amir como que ha ingresado a la morgue. Esto descompensa al médico, quien debe recurrir a un ansiolítico para calmarse. Entretanto tiene que sobrellevar la vida de su madre, internada en su casa y con asistencia de enfermería, quien, en coma, se debate entre la vida y la muerte. Esta es una situación que pone sensible por demás al atribulado médico. Le encarga a su colega Sayeh la autopsia del niño y aguarda ansiosamente los resultados. El motivo de la muerte fue botulismo por haber ingerido carne podrida y fue incubado desde hacía diez días. Ya había presentado síntomas, según le declara la madre a la doctora. El padre se ve muy conmovido porque fue +el quien compró la carne de pollo más barata, que le ocasionó la muerte. Tanto Kaveh como Moosa son hombres muy diferentes, pertenecen a distintas clases sociales (el médico a una media y el otro a la baja), su aspecto externo es igualmente disímil, una barba bien recortada y prolija en Kaveh, así como pulcritud en el vestir, y una barba de tres días y desalineo en Moosa, pero los dos sufren de un mismo síntoma: la culpa que les ocasiona la muerte del niño, en el fondo son dos caras de la misma moneda. Uno por haberle suministrado la carne fatal, el otro por sentirse responsable de la tragedia debido al choque. Kaveh no se va a quedar de brazos cruzados con el veredicto de la autopsia: le pregunta a su colega si verificó si no hubo lesiones a la altura de la nuca y si no se registró sangrado. Ella contesta que no fue necesario investigar eso porque la causa del deceso fue otra. Al fin Kaveh desembucha y le cuenta a su ayudante el accidente. Ésta lo calma diciéndole que él no tuvo nada que ver, que aunque no hubiese habido choque el niño hubiera muerto igual.
Por estas cuestiones, el director se emparienta mucho con su colega u coterráneo Ashgar Farhadi en otro film de resonancias judiciales parecidas: "Una separación", y a todo el cine iraní en general por tratarse de planteos morales profundos y sumamente arraigados con lo religioso. El peso de la culpa se corresponde con la concepción del pecado en la tradición judeo-cristiana, desconozco cómo actúa en la musulmana pero está visto que de una manera similar. La culpa, en este caso se va a instalar de tal forma que se transforme en obsesión para el médico, creyéndose absoluto culpable de la muerte de Amir. Aunque acá voy a diferir con la mayoría de los analistas cinematográficos de este film: yo considero que más que el peso de la culpa es el de la responsabilidad moral como médico lo que lleva a Kaveh a obsesionarse de esa manera cruel (para él y para los demás). Sayeh le insta a que la cuente cómo sucedieron las cosas, y Kaveh, atorado le contesta: "¿nunca te pasó que no puedes hablar?" Creo que esto es fundamental para los primeros instantes de silencio de Kaveh, sumado a la cercana muerte de su madre y la del niño. 
A todo esto Moosa debió soportar el desprecio de Leila, quien le adjudica la culpa de la muerte de su hijo por haber comprado carne en mal estado y amenaza con abandonarlo siete días después del funeral. Moosa va a buscar directamente al responsable de haberle vendido carne de pollo sin faenar y lo encuentra, insultándolo y culpándolo, entre llantos, de la muerte de un inocente. Habib, que así se llama el hombre, dice no conocerlo. Pero al final Moosa le da tal paliza que lo deja en coma. Por lo tanto va preso. Y Kaveh va a visitarlo a la cárcel, él quiere asegurarse, pero también quiere saber... Y acá el saber se convierte en nudo argumental del film, y el que lo convierte en un gran exponente del género del suspenso, el desenlace se espera cada vez con mayor ansiedad, y cuando llegue ese momento, y por fin el médico haga la autopsia del niño y se enfrente con la verdad, y se entregue a la justicia, llegado ese momento, decía, Sayeh, en una gran escena, le hará detener el auto para que le diga si fue él el verdadero culpable o no. La pregunta quedará sin respuesta y la pantalla fundirá a negro. Creemos saber que Kaveh se ha adjudicado una culpa que en realidad no tenía -a la vista de los estudios sobre el cadáver producidos por Sayeh- pero que cree merecer. Desde Edipo hasta estas tierras, la búsqueda de la Verdad (así, con mayúsculas) ha producido verdaderas calamidades, tal vez sea una de las fronteras más peligrosas de cruzar, tanto a nivel personal como popular. No por eso el psicoanálisis es una teoría tan utilizada, porque va en busca de desenterrar la verdad como un arqueólogo o un espeleólogo, llegar hasta el hueso sin importar las consecuencias, y es así que vamos dejando varios cadáveres en el camino tras esa busca. La verdadera razón por la que se hizo esta película es la de abrir el debata sobre las cualidades morales de las personas, y no del resultado de la búsqueda en sí. No importa tanto saber quién fue el culpable sino el arduo y trabajoso camino, tanto científico como espiritual y ético que conlleva. Por lo tanto podemos estar agradecidos a este film que vino a echar un poco de luz sobre el amoral mundo de hoy, presentándonos otra mirada, como la iraní, más cercana a los temas del universo moral.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente)

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