domingo, 29 de octubre de 2017

Mi crítica de "Humor Bovo" (Teatro-Narrativa)

Era una vieja deuda, mi amiga Amalia me había prometido invitarme a un espectáculo de Ana María Bovo para que la conociera. Llegaba tarde el "descubrimiento" ya que es conocida y valorada en todo el ámbito de las "cuentacuentos", pero yo permanecía virgen de ella y le había prometido a mi amiga que iríamos a verla. Tengo de Ana María Bovo la referencia de que fue la adaptadora y directora de "Emma Bovary", un espectáculo que sí vi, encabezado por la gran Julieta Díaz (otro de mis amores imposibles) cuando todavía no era demasiado conocida y que me había gustado mucho (recuerdo que en esa ocasión le llevé un gran ramo de rosas, un cassette grabado por mí y una carta en la que le proponía noviazgo, y todo fue agradecido por Julieta a la salida, hasta la proposición, pero ya estaba de novia y no pudo ser...).
Así que mis referencias eran las mejores. Ahora vamos al espectáculo "Humor Bovo" que bajó de cartel hoy en "La Carpintería". Con ese título y sabiendo que la intérprete era una narradora me esperaba un sinfín de chistes o de salidas graciosas más al estilo de Gabriela Acher. Nada más alejado de ello. El espectáculo se estructura en seis o siete cuentos que tienen bastante de graciosos (sin proponer la carcajada franca) pero que bien mirados podrían ser considerados melancólicos o dramáticos también. Es la impronta de la actriz la que los conforma en relatos humorísticos. Es atrapante el trabajo de la Bovo en su calidad de actriz, más allá de sus dotes como contadora. Da el tiempo exacto en el relato, los tonos precisos, la ironía en la narración; pero también sabe poner las caras y poses adecuadas, sus ojos expresivísimos saben manejar la picardía de lo que está contando, su cuerpo todo viene en ayuda para hacer un combo especial de transmisión oral.
Se por mi experiencia como humorista que el humor debe ser siempre verdadero, es imposible hacer reír con algo que el público considere que no es cierto: si hiciéramos un chiste sobre la población de Venus, para que resulte efectivo tenemos que estar todos de acuerdo que Venus está despoblado. Y así son las historias que encarna Bovo, provienen de la realidad, de su pueblo, de su infancia, de su hija o de su madre, o de ese tío socialista que se constituyó en el centro de la fábrica y que cuando se retiró levantó un cine. Los otros cuentos, los que toma de autores prestados pertenecen sí, al campo de la ficción, pero de una ficción que tiene un fuerte rasgo costumbrista, un anclaje en lo real.
Empieza el espectáculo como para romper el hielo diciendo que su madre siempre le desea suerte antes de una presentación, y que le dice que si el tiempo está lindo la gente preferirá pasear que ir a verla a ella o que si está lluvioso optará por una película en la casa. Luego cambiará el tono para hablar de su hija (siempre con humor) y de su vivienda en Francia y por los diversos pesares que tuvo que pasar hasta establecerse sólidamente, para rematar todo con un viaje que ella hizo a ese país en dónde pidió un menú en un restaurante y fue atendida por un mozo asturiano y ella le declaró su origen de la misma zona, con lo que se consiguió "un primo en Francia".
Mas adelante seguirá con otro cuento de su autoría y es cuando decidió cambiar el opaco cristal de su cocina por un vidrio transparente con el que poder ver el exterior, aunque estuviera en un aire-luz poblado de caños y cables, pero a través del cual vio una noche la luna iluminando su cocina y fue plenamente feliz. Es en las pequeñas cosas, en los más minúsculos detalles en los que hace hincapié para contribuir a que el relato funcione, y son sus observaciones jugosas las que deparen el plumazo de humor o de introspección.
Ana María me hace un gran homenaje a mí, porque al hablar de ese tío socialista que vive en Córdoba y que se construyó un cine, recuerda una de sus narraciones del espectáculo "Maní con Chocolate 2", justamente en la que evoca escenas de la gran película de Ettore Scola "Nos habíamos Amado Tanto" ("C'erevamo tanto amati", 1974), una de mis favoritas, las escenas en donde Nino Manfredi conoce a Steffania Sandrelli y se enamoran, para luego enamorarse ella de uno de los grandes amigos de Manfredi, el abogado que interpretaba Gassman. Son 20 minutos del más puro placer, hablando en castellano e italiano. Luego, opta por adaptar un relato de la mexicana Ángeles Mastreta. "La historia de mis tías", en donde se centra en las aventuras amorosas y sexuales de una de sus tías, adelantada a sus tiempos, por estas mismas costumbres y de cómo dejó escapar a su primer novio por no casarse con nadie y disfrutar de todos.
El relato sigue con "La sinfonía en La Menor", relato costumbrista de un consorcio alterado por la 7° Sinfonía de Beethoven, que uno de los inquilinos decide poner a todo volumen, provocando indignación primero y comentarios eruditos más tarde. Para demostrar que nadie sabía nada de música y que habían estado escuchando una marcha tocada por la banda de bomberos local. Sigue con el recuerdo de su infancia en donde impulsada por las monjas de la escuela fue puesta como centro de referencia de todos los ballets que se hacían en el colegio (siendo el centro de "La Danza de las Horas", de la ópera "La Gioconda" de Amilcare Poncchielli). Y de como su madre, quien quiso bailar siempre desde su infancia, vio desplazado su deseo a la figura de su hija. Todo mezclado entre la nostalgia de lo ya sucedido y perdido en el recuerdo, el humor de la situación y el cariño profesado hacia su madre.
Y termina su espectáculo regalándonos un relato más: el de cómo un hombre compró un reloj cucú para su esposa, con la intención de disfrutarlo él y de cómo el pajarito del cucú resultó muerto en el armado del aparato.
En suma, un delicioso espectáculo de una hora veinte en el que se junta la magia del cuento, la excelente actuación, los buenos textos elegidos, un vestuario sencillo y la música incidental (¿había una canción mexicana cantada por Alberto Cortéz, otro amigo mío?), que hicieron alegrar momentáneamente mi existencia y provocarme no pocas reflexiones y asistir a la última función de este año de un espectáculo único.
Un enorme descubrimiento.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 25 de octubre de 2017

Mi crítica de "Quién Retiene a Quién" (Teatro Musical)

Esta semana hicimos duplete de Fabián Vena (es de remarcar que invitados por él gentilmente) ya que el viernes lo vimos en "Edipo Rey" y ayer en este musical extraordinario en el que todo está a punto caramelo. Hay que reconocer el buen olfato o sentido común que tiene Fabián para aceptar ofrecimientos, ya que todos los trabajos que encara son, en esencia, buenos proyectos. Acá el nivel actoral y canoro de sus acompañantes es un verdadero lujo y todos están por la buena línea. Lo acompañan Laura Oliva (en el rol de Silvia, la madre de Debbie, demostrando que no hay papeles pequeños sino actores pequeños, y que una verdadera actriz puede hacer brillar un papel de reparto), la hermosa e inigualable Florencia Otero, mi amor imposible (Anita Moriarty), Meri Hernández, Tiki Lovera (Mary), Florencia Rovere, Elis García y Máximo Meyer (Eddie). Los que no puse qué papel hacen es porque no los conocía y no pude relacionar su nombre con el personaje. Las voces de soprano de las mujeres son excepcionales y cuando se juntan todas y arman un ensamble crean climas de gran altura. Fabián se luce en una canción como solista demostrando que no sólo es buen actor sino que también... ¡canta bien el muy guacho! Realmente, para mí que lo conozco, toda una revelación ya que no lo había oído cantar más que en la inefable radio FW50 "Radio Kilombo", una ocurrencia de la secundaria, en donde hacía dos cantantes "Piedro" y "Víctor Heredas" (una radio fascista en tiempo de la democracia de Alfonsín) en donde entonaba "para el pueblo lo que es del pueblo, porque el pueblo se lo ganó, para el pueblo los militares... para el pueblo la represión." Sin duda fue uno de nuestros hits como grupo humorístico durante el colegio.
Pero basta de divagaciones. Digamos que este es un musical diferente, plenamente emotivo, en la línea de "Casi Normales", que arranca lágrimas y emociones a lo largo de su hora y media. Fabián es Jason, un medium (medium petisum...) que tiene el don de comunicarse con espíritus de difuntos. Hasta él llegan Mary, quien hace 30 años hubo perdido a su hijo de 20, Debbie, una chica embarazadísima cuya madre murió al entrar ella a su cuarto de hospital después de padecer de linfoma de Hopkins y finalmente Cristina, madre de Sofi, otra adolescente muerta a los 23 años por suicidio. Vienen a reencontrarse con sus seres queridos. A la vez está en el limbo de los muertos Anita Moriarty, una actriz de Clase B (muy B) quien nunca en su vida tuvo un éxito y que muriera en un accidente aéreo acompañando a una de las 50 "Lassie". Esta Anita era el gran amor de Jason y nunca se ha podido comunicar con ella. Pero sucede que una vez hecha la conexión, los espíritus empiezan a desmaterializarse para pasar de plano, "allí donde sus sueños los lleven".
Convivimos con el mundo de los muertos (que cantan, y muy bien, fundiendo sus voces con los vivos) en donde se destaca una arrasadora Laura Oliva, poniendo el tamiz cómico sobre tanta melancolía, un verdadero huracán de frescura dentro de un clima que también tiene sus cotas altas de humor en el mundo de los vivos. Podemos acotar que el musical está muy bien construído (siendo sus autores Vinnie Favale y Frankie Keane), alternando partes dialogadas con otras cantadas, y que las canciones no ejercen aquí de mero adorno musical sino de extensión cantada de lo que no se dijo hablando, hay un verdadero complemento entre parlamento y canto. Como mencionara, apuesta a la emoción, sobre todo cuando esas madres o hija desesperadas por tener contacto con el más allá logran escuchar por un momento las voces o los soplidos de sus seres queridos. Todo acá apunta a la armonía, las canciones son muy bellas tanto en letra como en música (son a veces movidas y divertidas, otras veces más tranqui), el vestuario apunta a la concentración en lo que se dice o bien en el delirio (caso Laura Oliva) o en el clacisismo (Florencia Otero); la escenografía está de acuerdo con el texto y acompañan muy bien esos paneles que suben o bajan según sea la ocasión y la dirección de Juan Álvarez Prado es muy correcta y de mano sagaz en las marcaciones actorales y vocales. Las obras solistas se alternan con ensambles de coros (los más festejados) y resplandece en un gran ensamble de las voces de todos al final, cuando ya no queda otra que apelar a los Carilina...
Fabián está muy correcto en esta obra, pero en realidad todo el elenco lo está, la selección parece haber sido muy rigurosa, y él me dijo que no me pusiera celoso cuando amaba a Florencia Otero o cuando la besaba, pero la verdad es que no pude resistirlo (será degollado próximamente... aunque me queda el (des) consuelo de que ella es casada). Pero bromas aparte digamos que se establece muy buena química entre ambos así como entre todos los personajes en general (es amplia las redes de vinculaciones que hay entre todos). Como dije en alguna oportunidad es un placer ir a sufrir al teatro, para hacer catarsis y pasarla bien llorando por lo que le sucede a esos seres en la escena, es un acto de salud mental compartir los padecimientos de aquellos que tanto aman que son capaces de reencontrarse con el más allá.
Es una lástima que esta obra termine tan pronto y que se dé sólamente los días martes y con tan poca publicidad. Hago votos acá para que se reponga el año que viene y en unos días más accesibles al público en general (aunque ayer el teatro estaba lleno) porque es una pena desperdiciar un material tan hermoso. Los que no la vieron, sonaron, y aquellos que puedan concurrir a la última función que supongo será el martes que viene, la recomiendo calurosamente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 21 de octubre de 2017

Mi crítica de "Edipo Rey" (Teatro)

Anoche fuimos, invitados por mi amigo Fabián Vena, mi compañera y amiga teatrera Amalia y yo,a ver la impactante puesta en escena con adaptación de Jorge Vitti, del clásico de Sófocles "Edipo Rey". Dos imágenes cómicas vienen a mi mente siempre que hablamos de Edipo. La primera, la escena inicial de "Poderosa Afrodita" de Woody Allen (1995), aquella en que aparece Edipo, caminando tambaleante y a punto de caerse, tras haberse herido en los ojos hasta quedar ciego, acompañado por su madre/esposa Yocasta (Olympia Dukakis) quien dice: "por mi culpa se ha inventado una profesión que atiende por 50 minutos y que te cobra fortunas". La segunda evocación es la maravillosa "Epopeya de Edipo de Tebas" de mis queridos Les Luthiers, aquella que dice:
"Edipo al saberlo en una entrevista
con su analista,
se quita, se quita la vista".
Pero dejemos ya todas las referencias graciosas que se hayan escrito sobre este personaje mítico y adentrémonos en la tragedia sofóclea, de la cual Jorge Vitti parece haber respetado su texto a rajatabla, sólo haciéndolo un poco más actual (¿es necesario "actualizar" los clásicos?, si para eso ya son "clásicos"). Cuando uno empieza análisis va con una idea regente: conocer. De-velar, hacer accesible a la Conciencia aquello que hasta el momento pertenece a los terrenos del Inconsciente. No es otro el motivo que dirige a Edipo, "saber", "conocer", "hacer visible lo que el Destino le ha marcado", y eso es el motivo de su derrumbe y de su tragedia. Porque después de develar la pregunta de la Esfinge ("¿cuál es el animal que en la mañana anda en cuatro patas, a la tarde en dos y a la noche en tres?"): "el Hombre", por supuesto; mata a Layo, su padre, sin saberlo conscientemente y es coronado Rey de Tebas casándose con Yocasta, su madre, también sin saberlo, de la cual tendrá cuatro hijos. Esa es la encrucijada de Edipo, llegar al conocimiento. Por unas causas parecidas, en la mitología judeo-cristiana, Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva por comer del árbol prohibido: el árbol del Conocimiento. Parece que en todas las culturas y todas las épocas el saber ha sido motivo de conflictos ("es mejor no saber", decían las viejas). Justamente Freud tomó de este personaje el nombre para su tan conocido Complejo de Edipo, un conflicto por el cual todos hemos pasado y que estructura al hombre (y a la mujer, claro) como tal y en cuanto a su elección amorosa para la vida futura, de acuerdo a si haya podido resolverlo o no. De ese deseo del niño de acostarse con su madre y de la niña con su padre, se estructurará toda la compleja elección del ideal amoroso.
La historia de Edipo de Tebas es, a grandes rasgos conocida por todos: un niño a quien, al nacer, el Oráculo de Delfos anunció que mataría a su padre y se acostaría con su madre, por eso, sus padres, reyes de Tebas mandan a un criado a matarlo, pero este lo entrega a un pastor, quien a su vez lo regala a los reyes de otra polis que no han podido tener descendencia y lo crían como hijo propio. Al llegar a la adultez, Edipo marcha hacia Tebas y en el camino mata a Layo, su padre y se casa con Yocasta, su madre. Al conocer la cruda y trágica y demencial verdad se hunde un alfiler de un broche de su madre/esposa en los ojos, hasta destruírselos.
Edipo, como todo buen rey es un conductor de masas, un emblema que padece de soberbia y atiende los pedidos de su pueblo con toda la condescendencia que ello implica. Acá está presentado como un líder político actual, y Fabián lo trabaja desde ese registro. Su voz está impostada de discursos vacíos pero altisonantes y la conservará así durante toda la obra, pasando de la certeza a la confusión, de ahí a la ira y por último a la gran vergüenza y desgracia. Me costó trabajo descifrar el nivel de la impostación de voz de Fabián y no pude resolverme si es porque estaba encarnando a un político en campaña o si era por tratarse de un clásico griego. Tal vez él pueda resolvérmelo. Decir que Fabián Vena es imprescindible para esta obra sería una perogrullada, ya que sin él, la obra no existiría: Edipo está permanentemente en escena y, en un escenario despojado, sabe darle vida y sangre a este papel consagratorio, llevándolo con toda la pasión que le imprime a su personaje. Se mueve en el escenario a ras del suelo del Centro Cultural de la Cooperación con tal naturalidad y tal trabajo del cuerpo y de la voz que su presencia abruma al espectador, sufriendo su misma tragedia (hablo de tragedia y no de drama, porque como bien describe Oscar Martínez en su obra "Pura ficción", la tragedia no tiene solución, un drama sí, las tragedias las resuelven los dioses, los dramas los seres humanos). El trabajo de Alejandra Darín en su Yocasta no deja de ser igualmente conmovedor, con un máximo rigor de planteamiento mímico y corporal, tanto como de voz y emocional.
Un párrafo aparte merece (si no se va a enojar Amalia, a quien le encantó), Creonte, el cuñado de Edipo, en la piel de ese otro gran actor que es Alfredo Castellani. Su cuerpo es preciso, al igual que su presencia y dicción.
Todo el elenco está muy bien, ninguno desentona. Pero se extraña al coro griego (hay un corifeo, igualmente), aquí reemplazado por una banda sonora que incluye un "decidor" de rap que comenta las acciones. Porque como bien estudió Nietzsche en su libro "El nacimiento de la tragedia", el coro griego era dionisíaco (en su antinomia contra lo apolíneo): dionisíaco era todo aquello que bajaba a lo popular, a lo sucio, lo bárbaro, lo titánico, lo demoníaco, en fin, todo lo que a Nietzsche, ese gran nihilista le encantaba.
Pero sirvámonos un poco más del gran filósofo alemán: "La figura que más sufre sobre el escenario griego, el desdichado Edipo, es comprendida por Sófocles como un hombre noble que abocado, pese a su sabiduría, al error y la miseria, termina deparando a su alrededor, gracias a su monstruoso sufrimiento, una beneficiosa fuerza mágica cuyos efectos siguen teniendo efecto incluso después  de haber muerto..." (Nietzsche, "El nacimiento de la tragedia", en "Grandes pensadores: Nietzsche I", pág. 67). Y es que como dice Edipo, ningún hombre puede ser catalogado sino hasta después de haber muerto, de haber vivido su existencia completa.
En fin, que pasamos una gran noche con esta nueva puesta de "Edipo Rey", recomendada para todo público y muy fervientemente para que nadie se pierda estos trabajos interpretativos de altísimo nivel.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 17 de octubre de 2017

Mi crítica de "Tierra de Ángeles" (Cine-2004)

¿Cuál es el poder de la música? ¿Hasta dónde se extiende en toda su intensidad? Podríamos decir, siguiendo esta maravillosa película sueca de Key Pollak, del 2004 (No confundir con Sidney Pollack, el creador de "Tootsie" y "África mía" por decir dos de las más conocidas, ya fallecido), que tiene la fortuna de manipular la vida y la muerte de las personas, de hacer convulsionar la tranquila vida de un pueblito de campo y hasta de revertir la noción de pecado. Todo esto y mucho más pasa en "Tierra de Ángeles".
Empezamos con la visión de un niño que está entre los trigales tocando el violín y es atacado por otros tres chicos. De ahí saltamos al mismo personaje, muchos años después, ya director de orquesta, que deja caer unas gotas de sangre sobre la partitura mientras dirige y que, presa de un ataque al corazón se desmaya mientras se retira del escenario. Ese músico genial es Daniel Daréus, quien, por prescripción médica debe alejarse de la escena y retorna al antiguo pueblito de su niñez. Daréus es interpretado por el actor Michael Nyqvist (¿tal vez hijo del gran Sven Nyqvist, el mejor fotógrafo de las películas de Bergman?), quien alquila la vieja escuela, ya abandonada para convertirla en su casa. No bien llega al lugar todo empieza a trastocarse. Es visitado por el pastor protestante del pueblo quien no sólo viene a darle la bienvenida sino a obsequiarle una Biblia. Pronto empezará a hacer compras y conoce en la caja del supermercado a Lena (Frida Hallgren) quien finalmente terminará cambiándole su vida de soledad. Enseguida es invitado a escuchar al coro de la iglesia para dar su opinión y, tal vez, piensan los más arriesgados, a aceptar su dirección. Y cuando se acerca al coro queda tan impresionado de oír esas voces de ángeles que no duda en comandarlo. Pero los ejercicios que trae este músico son revolucionarios para un pueblo chato y pacato como ese: les impele a buscar a cada uno su propia tonalidad, y esto mediante ejercicios muy poco ortodoxos. No faltará quien sospeche de él, diciendo que está llevando agua para su molino, pero no, el joven director quiere sacar un grupo de cantantes de excelencia.
Hay una mujer que es golpeada por su marido, una jovencita (Lena) que cambia de novio como de zapatos, un joven discapacitado y la mujer del cura... sobre todos ellos influirá hasta cambiar sus vidas. Nos encontramos ante una película de reconversión, de esas que hacen estallar todos los valores preestablecidos e infringir las reglas. Por supuesto que todas las mujeres están enamoradas de su maestro de canto, y esto llenará de zozobra a los maridos en juego y a los novios. Porque el poder de un dirigente influye mucho sobre la población adepta, y el poder en sí (ya lo sabemos) tiene una alta cuota de erotismo. Pronto logra que ese coro alcance la cima de sus posibilidades, y que venda muchas entradas para el concierto a llevarse a cabo. Pero Daniel influye mucho más de lo pensado, consigue que Lena se enamore perdidamente de él, como lo harán en silencio las otras mujeres, y consigue que Gabriela, la mujer golpeada, tome la decisión de abandonar a su marido después de una fuerte golpiza. Y lo logra de la manera más persuasiva: dándole una letra para cantar como solista en la cual canta su situación de vida y de cómo quiere vivirla (la canción la compuso el propio Daniel especialmente para Gabriela). Allí, entre el público, está su marido y reaccionará de la peor manera. Pero consigue que también un hombre mayor le declare su amor desde chicos a otra componente del coro de su edad; y que el "gordinflón" del grupo se libere de años y años de ser "ninguneado" por el otro que lo llamaba siempre con los apodos más denigrantes.
Así es como también se rebela la mujer del pastor, diciéndole que sólo sabe asustar a su grey con la idea del pecado y de un Dios vengativo, siendo que nada de lo que haga una persona pueda considerarse pecado, y que en todo caso él es el más pecador de todos porque sufre de soberbia. Cuando el pastor haga despedir a Daniel de la conducción del coro por envidia (él tiene más adeptos que el cura feligreses), su mujer estalla en llantos y lo abandona, yéndose a vivir a lo de su profesor quien le presta una cama por algunas noches. Una vez despedido, todo el coro decide acompañarlo e irse a ensayar a su casa, para lograr su cometido de llegar al gran certamen internacional de coros a realizarse en Austria. Hasta allí llegan todos, y cuando el director no se presente a la función porque se está desangrando en un baño, por haberse golpeado por un ataque cardíaco, todo el auditorio se pondrá de pie para acompañar en la tonalidad al grupo de cantantes.
Daniel no sabe andar en bicicleta y está aprendiendo, a quien ayuda la joven y apetitosa Lena después de convertirse en su novia, lo que simboliza que Daniel es capaz de andar solo: de encauzar su vida y saber sostenerse sobre dos ruedas. Así también será golpeado en el río por Cony, el esposo de Gabriela quien lo culpa de su separación, y es dejado maltrecho. Pero es mucho lo que la comunidad aprende de sí tras las lecciones de canto, aprenden a quitarse las máscaras y a vivir sin hipocresías, a decirse las cosas en la cara y aceptar las derrotas (como el pastor desesperado por la pérdida de su mujer quien se alcoholiza y trata de matar al director y de suicidarse él, en lo que falla). Hay mucha pasión puesta en juego en el film, pasión por la música, por aprender, por vivir, y por filmar, por parte de una excelente mano como es la de Polak, quien sabe guiar el barco sin titubeos y con todas las cartas sobre la mesa. "Algunas personas son como ángeles", le dice Lena, "y pueden verse sus alas". Y todos los que aquí cantan, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, son ángeles para el espectador satisfecho y agradecido. Si hay algo que se le pueda reprochar a la película es su falta de humor, pero un espíritu bonachón acompaña durante todo el metraje. Si no la vieron, traten de hacerlo porque son dos horas a pleno disfrute. La recomiendo con toda mi pasión.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 8 de octubre de 2017

Mi crítica de "Filosofía de Vida" (Teatro)


Ahora Teatrix desempolva del baúl de los recuerdos esta interesante obra protagonizada por Alfredo Alcón, Claudia Lapacó y Rodolfo Bebán, y dirigidos por Javier Daulte. Digamos en principio que se trata de una obra restaurada en homenaje al gran Alcón (se promete para octubre también su versión de "Rey Lear") y es una pieza del periodista y escritor mexicano Juan Villoro (1956) de quién se conoce también otra obra teatral: "Muerte súbita". La obra es sólida y está bien construída, si no fuera por algunos excesos en el lenguaje y en el dudoso gusto: parece que a toda comedia hay que ponerle malas palabras subidas de tono e insultos gratuitos con el fin de hacerla más reídera... Salvado este escollo podemos decir que su percepción del modo filosófico del pensamiento es correcto y arriesgado, ya que basar una pieza teatral en las estocadas intelectuales de dos filósofos puede resultar aburrido (para quién no guste de este arte que es la filosofía), si no fuera porque la obra tiene algo esencial que la caracteriza: sensibilidad y sentido del humor. Esto salva cualquier situación por engorrosa que sea.
Es mi deber decir que también, verlo a Alfredo Alcón en su silla de ruedas, con la cara deformada por la vejez (tenía más de 80 años cuando la presentó) y tirando puteadas al viento sin ton ni son, resulta poco menos que patético. Podría habérselo cuidado un poco más en el ofrecimiento de obra. No estoy para nada de acuerdo con mi amiga Amalia, quien dice que la actuación de Bebán, haciendo un pobre papelito de reparto al final de la obra causa vergüenza ajena. Para nada, Bebán aparece mediando la obra y su papel de sostén es imprescindible para el desarrollo dialéctico del conflicto. Zanjadas estas cuestiones, metámonos en la obra.
El Profesor (Alcón) es un gran filósofo que vive con su esposa, Clara (Lapacó, siempre brillante y ennobleciendo la escena), quien transcribe y redacta sus libros, y hace lo imposible por mantener la llama de ese amor encendida, rebajándose a ser la esclava de los deseos más perversos del Profesor o figurando un chofer de auto por un imbécil interpretado por un actor para que el Profesor tenga en quién descargar su ira. Este filósofo sesudo y renombrado (ha trabajado en los más altos cenáculos de filosofía del mundo) se encuentra trabajando en la ardua división del cuerpo/mente, lo cual sería renombrable sino fuera porque ese tema lo han abordado todos los filósofos del mundo de todos los tiempos, y podríamos decir que ya no queda posición por tomar, o sea que es una falta del texto situarlo en este contexto. Bermúdez (Bebán, un filósofo que ha crecido a su sombra, profundamente despreciado por el Profesor y con el que, en su juventud, han sido grandes amigos) viene a pedirle, suplicarle, casi, que acepte el honor de presidir la Academia de Filosofía, cargo que el Profesor está decidido a rechazar ya que se han acordado de él muy tarde, ahora, en las postrimerías de su muerte. Bermúdez no sólo comparte la pasión por la filosofía, su lugar de comensal en el ya desaparecido restaurante "El Hoyo 19", sino que ha compartido el amor de Clara con el Profesor, tal vez como una maniobra perversa para satisfacer los deseos ocultos de éste. Pero Clara quiere salir de ese rol de ser un botín de guerra entre dos mentes poderosas y egocéntricas. Y grita, para descargarse. Es una mujer todavía activa, más joven que el Profesor y, según se dice al final, la mente brillante que ha sido la verdadera creadora de los textos de este pensador. El Profesor no sólo está sentado en su silla de ruedas; no, también camina torpemente unos pasitos y deambula por ahí.
Pero todo se complica cuando llega, recién venida de la India, la joven sobrina del Profesor, Pliar Estévez (Alexia Moyano, muy hermosa y regular actriz), una escritora en ciernes que ha publicado su primer novela con críticas muy positivas y se conozca con el actor que interpreta al chofer "presocrático" del Profesor (éste lo ha bautizado así porque su existencia se remonta a antes de la razón), Esteban (Marco Antonio Caponi), un alumno de Bermúdez, quien es el tutor de su tesis en la facultad sobre "El ser en sí". Juntos preparan la comida macrobiótica que Pilar servirá en la cena, y como son jóvenes y talentosos... se enamoran. Pero Bermúdez reconoce en él a su alumno y todo el castillo de naipes de ilusiones se derrumba. Clara debe explicarle al Profesor que ha contratado a un actor para hacerlo enojar a él, pero que seguirá buscando mentiras que lo motiven a seguir batallando.
La obra tiene un texto difícil, se habla de mucha filosofía y se recogen pensamientos sutiles sobre la futilidad de la vida, sobre el amor y sobre el arte, además  de mencionar los cuatro Principios de Inmanencia de Kant con la forma de una novela policial (gran acierto del autor). Hay bajezas y altezas en el diálogo entre los dos pensadores (el Profesor dice que necesita su silla de ruedas para "pensar") y además de enterarnos que Bermúdez estuvo profundamente enamorado de la hermana del Profesor, sabemos que también sintió lo mismo por Clara, pero como una forma de poseer lo que le pertenecía al otro, con el afán de "ser" ese otro y poder suplantarlo, tal el grado de envidia al que llegó Bermúdez. La obra tiene mucha tela para cortar y desata pensamientos, éste es su máximo mérito. El deber de cada uno es apropiarse de esos pensamientos y desarrollarlos dentro de sus posibilidades. Conviene verla más de una vez ya que Teatrix nos lo permite. Y no se olviden que cliqueando el "Ver Obra" pueden acceder a la obra completa. Una pieza difícil, que requiere de gran memoria para sus textos y delicada de paladear.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 4 de octubre de 2017

Mi crítica de "Lolo" (Cine-Julie Delpy-2015)

Y sí, Julie Delpy lo hizo de nuevo. Ya va creando un estilo marcado como directora/guionista/actriz y realiza aquí una comedia reidera y eficiente en la que está ella al mando de los tres timones principales. La comedia que por momentos se vuelve muy negra y toca la tragicomedia de vivir, con todos sus altos y sus bajos.
A pocos días de ir a ver "Edipo Rey" con mi amigo Fabián Vena, acá Delpy presenta una remozada versión del Edipo entre joven adolescente y su madre, el Lolo del título ha pasado ya la etapa del Complejo de Edipo pero sin haberlo resuelto, es por eso que va a espantar a todos los novios de su madre de las formas más macabras que existan. Violette (Delpy) es una mujer divorciada de 45 años con un hijo ya pasado los 18, el Lolo del título (Vincent Lacoste), un verdadero demonio que no para ante nada ni ante nadie con tal de conservar a su madre para él solo. El respiro viene al final, cuando Violette lo abandone a su suerte y decida empezar a vivir su nueva vida en compañía. Pero para eso ha tenido que atravesar mucho sufrimiento, muchos novios espantados que salieron huyendo de ella, hasta el mismo padre de Lolo, quien se separó de Violette por todos los entuertos que le hizo pasar su propio hijo.
En su momento se acusó a esta película de chabacana, con el chiste fácil y un tanto obsceno. Nada más alejado de eso. Julie Delpy hace comedia, y sabe transitar por todos sus tonos. Lo que puede resultar ofensivo no son más que las charlas entre mujeres solteras de 45 años, que hablan a calzón quitado de su sexualidad y sus experiencias de vida. Delpy es delicada, todo lo contrario al humor por el que transita la NCA (Nueva Comedia Americana), llena de chistes sexuales fáciles y escatologías de todo tipo. Eso es un horror para los sibaritas del buen cine, acá pasa todo lo contrario, los mejores momentos del film son los más distantes de cualquier atisbo de facilismo.
Violette conoce a un separado, Jean-René (Dany Boon) y pronto hay química entre ellos, y esa misma noche compartirán cama, lo cual llena de celos al adolescente del título. Parecen llevarse bien, él es técnico en informática y un verdadero capo en toda el área de la computación; ella se dedica a los desfiles de modas y su hijo pinta unas pinturas vanguardistas de las que es imposible decir si son buenas o no. Jean-René es un cuarentón que se acaba de mudar a París, en donde conoce a Violette y decide abandonar momentáneamente su departamento para irse a vivir con ella. Difíciles son las pruebas por las que lo hará pasar el pequeño Edipito. Primero trata de intoxicarlo rociándole toda la ropa con polonio, lo que le producirá una tremenda comezón a Jean-René, y Violette, la hipocondríaca y malpensada lo hará hacerse todos los estudios que puedan detectar una enfermedad de transmisión sexual. Pronto el problema será superado. Pero esto no termina allí. Conviviendo los tres bajo el mismo techo, Lolo no pierde la oportunidad de afectar a su nuevo "padre". En un happening organizado por Violette le sirve una copa de champagna con sedantes disueltos en ella, lo que lo hace emborracharse y pasar papelones en la fiesta e irse a roncar con Violette. Después será el yeso en el brazo, necesario para tomar como modelo de sus pinturas al codo del hombre, yeso que él romperá fracturándose un hueso y debiendo utilizar otro yeso. Después le hackearan la computadora con un amigo, introduciéndole un virus, y cuando Jean-René se presenta ante el directorio de una enorme corporación a quienes quiere vender su programa para hacerles ganar millones de euros por segundo, aparece el virus en la pantalla y se lo contagia a toda la red de computadoras de la empresa y lo echarán prácticamente a patadas hasta terminar en la cárcel acusado de "destructor cibernético". Pero la gota que rebalsó el vaso fue cuando Violette lo descubrió en su cama con una hermosa rubia a cada lado durmiendo con él, lo que también fue obra del perverso hijo.
Jean-René, desde la cárcel (acusado por querer tirar a Lolo por la ventana, tras descubrir su diario íntimo con todo el detalle de maldades que le fue haciendo), llama por teléfono a Violette y le dice que todo fue culpa de su hijo, pero ella no quiere creerlo y piensa que se ha metido con otro desquiciado. Recién dos meses después, cuando la hija de su amiga Ariane le cuente que Lolo es un psicópata y lo que hizo para desprenderla de cada uno de sus conquistas, allí caerá ella en la cuenta de que su mala suerte se la debe pura y exclusivamente a su adorado hijito. Tratará de reencontrarse con Jean-René pero ya es tarde: él se ha mudado y cambiado el teléfono y la cuenta de mail.
Lolo le declara su amor y le dice "lo que pasa es que yo te quiero toda para mí", exaltación edípica que hace ver a la madre que su hijo está gravemente enfermo de la psiquis. Así es que ella le deja el departamento, empaca sus cosas y se marcha rumbo a Londres para continuar su historia amorosa con Jean-René.
Como en toda película de Julie Delpy el clima de comedia se mantiene del principio hasta el fin, aunque, como dijimos antes, alternándola con el humor negro. Todo en el film está bien, las actuaciones son estupendas (uno termina odiando a ese canalla adolescente), el guión se mantiene en pie tirando siempre hacia adelante, la música acompaña, la escenografía y la puesta en escena también y los movimientos de cámara no incomodan, sino que más bien tratan de contar una historia por sí solos. Las lágrimas que corren por el rostro de la Delpy son no pocas, en sus momentos de soledad o de impotencia frente a su ocasional amante/enemigo.
Véanla con confianza que no los decepcionará, es otra demostración de que Julie Delpy es el Woody Allen francés con pollera. Una muy buena nota para la película.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).