martes, 19 de abril de 2022

Mi crítica de "Competencia Oficial" (Cine)

 Me pareció excelente esta película tan esperada del binomio Gastón Duprat-Mariano Cohn; este dúo parece redoblar la apuesta en cada nueva producción, sorprendiéndonos gratamente y dándonos a entender que se han superado a sí mismos otra vez. Esta vuelta, con una coproducción argentino-española, protagonizada (casi exclusivamente) por Oscar Martínez, Penélope Cruz y Antonio Banderas, los cuales parecen entregarlo todo de sí, rozando la perfección en unos papeles tan bien elaborados que no sería osado aventurar que cualquiera de ellos podría alzarse con un Oscar (y el film también, por supuesto). Apuesto todas las fichas porque así sea.

Como lo hicieran antes con el mundo de las artes plásticas en "El artista", de la pintura en "Mi obra maestra" o la literatura con "El ciudadano ilustre", ahora le toca el turno al mundo del cine, algo que por supuesto conocen a dedillo, con sus miserias y sus grandezas -más de lo primero que de lo segundo- y se enfocan pura y exclusivamente en ese insondable abismo que resulta el ego de los actores o directores. Hay de todo y para todos. Desde el "humilde" deseo de trascendencia de un exitoso empresario que a cumplir sus 80 años desea hacer algo por lo que se lo recuerde, algo así como una película... Pero tiene que ser con los mejores: el mejor libro, la mejor dirección y los mejores actores. Para eso escoge un libro de un Premio Nobel -a pesar de que reconoce que él no "es mucho de la lectura"- hasta designar a la excentirca y personal directora Lola Cuevas (Penélope Cruz, inmejorable) y a los actores Iván Torres (Martínez) y Félix Rivero (Banderas). Algo parecido como mezclar el agua con el aceite. Uno viene del mundo del teatro, Torres, de método, concentrado, humilde, perfeccionista; y el otro del show-bussiness, Rivero, de entretener a las masas, banal, superfluo, intrascendente, tosco pero que sabe cómo meterse a público en el bolsillo. Iván, en cambio trabaja para las elites de intelectuales que aprecian el arte con mayúsculas y que no realizan concesiones.
Desde el primer encuentro se nota que estas dos personalidades van a chocar, aunque deben interpretar a dos hermanos separados por el destino, uno de los cuales purgó años de cárcel y vuelve con rencor a encontrarse con su Abel. Desde el trabajo de voz, excelente, de Oscar Martínez, hasta la composición corporal, nos damos cuenta que el verdadero actor es él, el otro es sólo un burdo entretenedor... pero deben conciliar, para éso se los ha contratado. Todo es un gran despliegue de "yoes", tanto del uno como del otro, sin excluir a la directora que viene llena de manías, como lo demuestran los rebuscados ejercicios a los que los somete con ta de encontrar la "verdad" en sus actuaciones. Desde la gran piedra de cinco toneladas bajo la cual los sitúa para un ensayo -con el fin de provocar tensión en la escena del juicio- hasta la entrega de los premios obtenidos por ambos a la trituradora para destrozarlos y así desbaratar sus orgullos -todos ejercicios que denotan un gran sadismo por parte de la directora- hasta la escena de los besos con la actriz protagonista, muy cómica, sí, en dónde se devela el costado lésbico de actriz y directora, todos están teñidos de una sutil carga de humor. Porque la ironía es el principal condimento que sazona el plato que constituye esta "Competencia Oficial", título polisémico en sí, ya que no sólo alude a la sección del festival a dónde es destinado el film, sino principalmente a la batalla que se entabla entre los dos actores para comprobar cuál destaca más.
Las bajezas están a la orden del día, pasando por la supuesta enfermedad de uno de ellos, enfermedad que hace tambalear el tablero entero del film, hasta los adulones comentarios que le dedica el otro, ensalzando su capacidad para devorar al público y lo equivocado que ha estado él en la vida, para terminar blanqueándose los dientes cuando se supone que el otro se está muriendo. El guión de Andrés Duprat no se estanca nunca, avanza siempre hacia adelante a fuerza de golpes de efecto, el film no produce jamás aburrimiento ni modorra, se ve con interés del principio al fin, y en aquellos tramos en que parece entrar en un bache, pronto nos sacudirá con una nueva vuelta de tuerca. Todo es banal y superficial en el mundo de la actuación y en el de la dirección, parece decirnos agudamente este film, hasta los sentimientos más auténticos son tapizados bajo una capa de barniz espeso. Como esa música disonante que parecen disfrutar Iván y su esposa, en una demostración de esnobismo más y que acaba estrellando su concepción de lo que él considera como el gran arte.
Todo es puro disfrute en estas casi dos horas de proyección, desde unas actuaciones rayanas en lo perfecto hasta un cuidado trabajo de escenografía y puesta en escena, hasta la soberbia dirección a cuatro manos del dúo Cohn-Duprat, un tándem que nos demuestra que se puede hacer arte con mayúsculas refiriéndose a las pequeñas miserias y sin dejar nunca de entretener.
Para no dejar pasar.
Y gracias por leerme nuevamente y espero sus devoluciones.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).