viernes, 23 de febrero de 2018

Mi crítica de "Entonces la Noche" (Teatro)

Y sí, ya era hora. Volví al teatro. Después que pasaron los grandes calores de enero y febrero me animé y salí. Y para empezar elegí esta obra del director de teatro independiente Martín Flores Cárdenas (ya ex-independiente, porque accedió con todos los honores al escenario del Teatro La Plaza), que viene a ser la secuela de un éxito del teatro off "Entonces bailemos", que estrenara en el 2013. La obra está dirigida también por él (es actor, dramaturgo y director) y cuenta con las actuaciones de Cecilia Roth, Dolores Fonzi, Guillermo Arengo y Ezequiel Díaz. La pieza puede parecer un tanto inconexa al espectador apurado, ya que se trata de monólogos que expanden sus protagonistas por separados y se espera una fusión al final de la obra. Esta asociación llega por parejas (Roth y Díaz, Fonzi y Arengo) pero daría para pensar que puede haber más de una conexión.
Todo transcurre en un pueblo olvidado del Far West, en clave de western, pero podría ser imaginado también como cualquiera del conurbano bonaerense o incluso del sur de la Argentina. Asimismo toda la obra está aderezada por la música en vivo de dos genios: Fernando Tur (música original y músico) y Julián Rodríguez Runa (músico), eximios en el arte de la guitarra y, mientras que el primero se destaca también en piano, el segundo lo hace en armónica, creando a las claras el ambiente de música country que define la situación espacial del contexto. La música acompaña durante toda la pieza y no se interpone, viene a ser un contrapunto musical perfecto para las voces de los monologuistas.
Los personajes son cuatro: un chico de sucesivamente 5, 12 y 18 años (Díaz), una mujer anónima (Roth), un policía (Arengo) y una prostituta (Fonzi).  Claro que no son tan esquemáticos, todos tienen sus dobleces, en un texto ingeniosamente pergeñado  con múltiples aristas. El denominador común de los cuatro monólogos (que en realidad son ocho) es el perturbador orden social que impera en ese pueblo, atestado de vagabundos y jaurías de perros salvajes y voraces, como dejan en claro cada uno de los hablantes y actuantes. Las jaurías llegan a ser tan bravías y persistentes que en un monólogo de la prostituta se ve despedazada por los canes; y los vagabundos tan abundantes que uno de ellos llega a vociferar contra la "mujer anónima" en las afueras de un restaurante en donde ella está almorzando junto a un caballero, de forma tal que le instala la duda de si ella no lo conoció antes de que adquiriese su forma de linyera. Como vagabundos son también los que piden sus favores a la meretriz, los que encuentra destripados el policía, o bien crucificados en una iglesia abandonada, o los que atacan el auto del chico ya de 12 años que busca a su padre abandonante por todas partes. Sí, porque la violencia está instalada en esa noche del título que ya no resulta un tiempo acogedor y predispuesto al relax, sino un ámbito temible, hasta insoportable donde transcurre la mayor parte de las historias. La violencia no aparece sólo en la imagen de esos perros nocturnos que parecen ser el mismísimo Can Cerbero de ojos amarillos y fauces babeantes que custodiaba la puerta del Averno, sino también en la multiplicidad de crímenes cometidos por chicos de muy corta edad y de un grupo de heavy metal que les llena la cabeza de destrucción y de muerte. La violencia aparece de formas sutiles, como esas llamadas al portero eléctrico de la mujer que la despiertan a medianoche y que nadie parece contestar (lo que va instalando una especie de paranoia en ella, a punto tal que se siente perseguida por la calle), o como esa enfermiza religiosidad que ostenta el policía. También aparece en la mascota que el policía tenía de chico: una tarántula de su padrastro que devoraba indistintamente gusanos, ratones o sapos. El agente de la ley sin embargo es un inocente que tiene su lado tierno, y amén de refugiarse en la religión y de que el único libro que haya conseguido leer y al que recurra siempre sea la Biblia, es capaz de adoptar un pequeño perrito cuyo dueño ha sido cruelmente asesinado en ese pueblo sin ley.
La historia del chico va poro el lado de la búsqueda de un imposible: un padre que lo abandonó a los 5 años y del que sólo le quedó una marca de zapato estampada en cemento fresco, razón por la cual se pasó el resto de su adolescencia mirando los pies de los hombres a ver si descubría la horma de zapato que coincidiera con aquella olvidada. Para, después de muchas pesquisas, reencontrarse con él en la mesa de una morgue con un tatuaje con el rostro de una mujer en el pecho y un número colgando del pié (de nuevo la "marca" del pié). Al final este desdichado acabará encontrándose en un bar con la mujer del relato, totalmente borracha, a quien narra la historia de su vida, una historia tan privada como llena de huellas y cicatrices mal curadas. A su vez la ramera se encontrará con el policía, quien le solicita un rato de diversión en su patrulla a cambio de un poco de afecto (para lo cual ella no está dispuesta). Al cabo de esta disoluta noche, para todos los participantes, acaso una noche eterna, saldrá el sol de una u otra forma.
Lo que le critico al autor y director de la obra es no haber dado un final más acabado para sus personajes, alguno que uniera los hilos de cierta forma que terminara dando redondez a su obra. Si bien en la vida no puede terminar todo con un final coherente, es regla básica del arte (sea una obra de teatro, una película, una ópera o una obra literaria) dar cierta cohesión al conflicto que viene desarrollando. No me opongo a los finales abiertos, pero hasta éstos logran dar una coherencia a la exposición total.
Si hablamos de las interpretaciones podemos estar satisfechos. La verdadera frutilla del postre son tanto Dolores Fonzi como Guillermo Arengo. Ella expone un personaje que le teníamos desconocido hasta ahora. Una prostituta bien ordinaria, con mucho de lumpen y con una forma de hablar descuidada y atrofiada por el mal uso que diera a sus partes íntimas. Es una joya de actuación. La otra gema reside en Arengo, él, como director, autor y actor supo dar carnadura a un personaje que, a pesar de estar metido en el mundo de la violencia, es un espíritu sensible y bonachón, digno del mayor de los cariños. De Cecilia Roth ya sabemos lo que se puede esperar de ella. Es una excelente actriz pero sabemos hasta dónde da, y se repite una vez más (eso sí, con excelentes resultados). Lo único que le critico es la escena de la borrachera, ya que la hace demasiado evidente. Recuerdo el modo de trabajo de un grande como Martin Landau, cuando ganó el Oscar por su labor de Bela Lugosi en "Ed Wood". Él decía que para componer el acento húngaro de Lugosi lo que hacía era en vez de enfatizarlo, tratar de disimularlo, como aquel que está borracho y trata de disfrazar su ebriedad caminando lo más derecho que su cuerpo le permita. Aquí Roth hace todo lo contrario. Y es una pena. De Ezequiel Díaz podemos decir que está correcto sin haber descollado nunca en su papel.
En síntesis, una buena obra que podría haber sido mejor con una mayor terminación y más cohesión en su temática. Pero igualmente valiosa para la cartelera de verano en Buenos Aires, no todos los días se encuentra tanto derroche de talento sobre un escenario.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 17 de febrero de 2018

Mi crítica de "Marco Polo" (Teatro-Musical-Infantil)


Viene fallando Teatrix últimamente con los estrenos... Me tocó ver esta obra infantil para niñitos mogólicos autistas e infradotados que nada aporta a la cartelera porteña, a pesar de que su directora, Carla Calabrese pondere y alabe sus virtudes. Se dio en el último 2017 en el Maipo y la mayoría del público -¡ahora entiendo!- eran chicos entre cinco y ocho años... ¿Alguien me podrá explicar alguna vez qué es lo que le hace gracia a un chico? Porque yo, desde mi pequeño cerebrito de adulto no logro desentrañarlo. Después de haber visto "Vivitos y Coleando", del gran Hugo Midón y "Saltimbanquis", otra buena puesta, creí haberlo entendido, y me sentí muy reconfortado de que me gustaran esas obras, igual que como disfruto de Pescetti, a quien sí entiendo y  lo comparto con los chicos. Pero esta obra, francamente me parce colmada de idioteces y sandeces que hasta a un payaso le daría vergüenza ejecutarlas. No sé, se dice que al público infantil es imposible engañarlo porque cuando algo no les gusta lo dicen a viva voz, sin el pudor de los adultos, así que habría que preguntarle a los chicos que asistieron a las funciones a ver si les gustó (si les "encantó"). De todos modos me parece un producto para las vacaciones de invierno, que si bien está bien ideado y con mucha producción, se le huele lo pasatista de lejos. La directora asentó que su obra está hecha para que "reine la paz en el mundo" (¡¡¡!!!) lo cual me parece bastante simplista y superficial. ¡¿Qué quiere que le diga Señora?!
La anécdota es muy simple: se pone a un galancito adolescente de la tele (Franco Masini) a hacer de Marco Polo (un trabajo que no requiere gran composición, por lo menos en esta versión) a viajar hacia China, conocer al Emperador Kublai Khan (Pablo Sultani, el "Shrek" de la puesta vernácula) y a su hija, la princesa Mei (una hermosa Mariel Percossi) y saber que ésta está prometida con el abominable General Want Mo (Mariano Chiesa, actor de amplia trayectoria en musicales. Ver "Casi Normales") con quien ella rehúsa casarse y que se enamorarán a primera vista con el Marco Polo galancito de la tele... Pero entonces, el General, al darse cuenta, decide interpelar al Espíritu de la Guerra (una sacerdotisa que aparece flotando por los aires) para que le dé una piedra mágica con la que poder hipnotizar a Marco Polo para que intente asesinar al Emperador, él lo detenga, quedando como un héroe y Marquitos Polo como un traidor y sea ejecutado. Bueno, para que se las voy a hacer larga... Todo esto sucede, pero Mei sospecha algo raro y sigue enamorada de Polito, aunque su padre la entregue en matrimonio al General y este quede como héroe nacional y Polo deba huir. En su huída se topa con el Maestro (Manuel Victoria) y su ayudante Achú (Mariano Condoluci, un chiste estúpido, ya que se confunde su nombre con un estornudo, ante el cual todos pronuncian: "Salud"). Luego de unas lecciones de "vida" y de kung-fú, el Maestro da por apto a su alumno para enfrentarse al Maligno (que es de por sí "muy malo", grita, gruñe y hace todo tipo de maldades, cosa que no quede duda de su alma villana -acá no hay grises, o son algunos enteramente buenos o totalmente malos, como para que los chicos se vayan haciendo una idea del mundo y vayan poniendo en orden sus cabecitas, ¿no?-).
Bueno, Marquito llega, lucha y vence (por supuesto), se demuestra que el intento de homicidio lo hizo bajo hipnosis y por fin sea disculpado y el pérfido sea enviado al ostracismo, y por fin Marco y Mei puedan ¿casarse? ¿o darse un beso?. El hecho es que cuando Masini se saca la camisa para luchar y luce sus brazos arranca un grito enfervorizado de todas las adolescentes calientes que asistieron para el sólo hecho de verlo. Franco Masini, de la noche a la mañana se ha transformado en un "sex-symbol" juvenil... Lo que me hace recordar la frase de Bertold Brecht: "Esa chica tiene éxito porque es hermosa. Y alguien contestó: No, es hermosa porque tiene éxito". Así son las reglas de mercado y de consumo de hoy en día, sin darse cuanta que a los que consumen es a ellos (a los presuntos consumidores de mitos).
De más está decir que la obra se la roba Mariano Chiesa, el General Want Mo, cuando baja a la platea y se pasa quince (¡sí, 15!) minutos improvisando y jugando con los chicos (desde su rol, claro) y les pide que elijan un animal  para que los presuntos hipnotizados (Marco Polo, Mei y el Emperador) se comporten como tales. Acá sucede lo peor de la obra, los transformados en "animales", se tientan de risa, como si nunca hubiesen hecho un ejercicio de (no digo ya de primer año) sino de primera clase de teatro, la única que mantiene su compostura es  Mariel, la más digna, pero a los otros se los utiliza como efecto cómico y para despertar el aplauso de un público descerebrado que festeja sus carcajadas contenidas.
Otra. Franco Masini afirmó en reportajes y entrevistas que había tenido que aprender la técnica del kung-fú para sus escenas de acción... ¿dónde estaban? Lo único que debió aprender es a correr y evitar alguna que otra patada voladora a cargo de Chiesa. Pero de artes marciales, nada. Todo se reduce a una parodia mal hecha de la ceremonia de las ejecuciones, disfrazadas con gritos intempestivos y desaforados que penetran cualquier tímpano, horrorosamente llevadas a cabo y sin la menor vergüenza propia (yo sí sentí la ajena).
Las únicas dos chinas que aparecen en la obra hablando en chino deben haber salido de algún supermercado de barrio porque son chinas auténtica y hablan lo mismo que habla la china de al lado de mi casa. Lo de superproducción queda muy por debajo de los niveles de tal. La música... la música no es ni buena ni mala, es totalmente indiferente, salvo cuando el bueno de Marco Polo canta en ritmo de rock, con guitarras eléctricas sonando estrepitosamente y convierta todo en una fiesta (del mal gusto), ¿rock en tiempos de Marco Polo? ¡Ah, claro... es el "aggiornamiento" como se lo llama ahora!
Lo que sí resulta la gota que colmó el vaso es que una obra que dura una hora diez se extienda hasta ¡una hora y media! para que suba la directora al escenario y hable maravillas de cada uno de sus actores, músicos, iluminadores, letrista, acomodadores y vendedores de las entradas del teatro. La directora se llama Carla Calabrese, por si no lo tienen claro y la libretista y letrista es la ¿argentina? Alice Penn, también presente en el reparto de elogios. El autor de la música es el vago conocedor de musicales Javier Giménez Zapiola. Ah, sí, porque el mamarracho este es un musical, ¿se habían dado cuenta? de donde no se entienden las letras de las canciones, cantadas por gente que tiene una papa en la boca, salvados sólo por Masini y la Percossi. Lo único lindo de la obra es la presencia más que respetable de la joven y hermosa Mariel Percossi, linda, atractiva, dulce, de grandes ojos, gran sonrisa, gran nariz... pero como está bastante bien maquillada pasa todo poro un rostro hermoso. Como dijera Shakespeare: "lo demás es aire"...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 8 de febrero de 2018

Mi crítica de "Asesinato en el Expreso de Oriente" (Cine)

Hola, con una temperatura de casi 40° de sensación térmica me dispongo a hacer la crítica de esta película que vi ayer. Las adaptaciones de la obra de Ágatha Christie son siempre un lujo. La reina del misterio no escribía nunca sobre gente pobre sino sobre lo más alto de la sociedad, razón por la cual sus escenarios eran siempre lujosos y deslumbrantes, como este que nos ocupa ahora: a bordo del mismísimo Expreso de Oriente. Si bien ya se había filmado una versión anterior a esta, en 1974, a mi gusto la mejor y definitiva, dirigida por Sidney Lumet (la actual lleva la firma y la actuación protagónica de Kenneth Brannagh), con Albert Finney en una labor consagratoria como el detective belga Hércules Poirot (la minuciosidad de su interpretación, con una sutil ironía roza la perfección, aventajando mucho a la de Brannagh). La veta cómica que trasuntaba la versión anterior ha dejado paso a la solemnidad del actor shakespearano, incluso la música de antaño era mucho más zumbona que la más cargada y melancólica de la actual.
Pero vayamos a la película que nos compete. Todo comienza en Jerusalem, en el Muro de los Lamentos, donde un cura, un rabino y un imán son acusados de haber robado un importante joyero de una de las iglesias. Pero Poirot está allí para dar su veredicto, y en el mismo Muro, sentencia que el responsable es el Jefe de Policía. El cual resulta ser el verdadero ladrón, por supuesto. Acto seguido y por iniciativa de su amigo Bouc, el Gerente del Expreso de Oriente, logrará embarcarse en tan lujoso tren. Todo allí es pompa y boato: las bebidas, la comida, las mesas, los camarotes, la platería, los comensales... Pero de quienes tenemos que hablar es de los 13 pasajeros que viajan a bordo del coche en donde viaja Poirot. Uno de ellos debe morir, como es usual en estos who'd unit, como los designara Hitchcock, una historia donde el único suspenso consiste en saber quién lo hizo, y por eso desdeñaba tanto el maestro inglés  a las obras de su compatriota Christie (que por lo demás a mí me fascinan, tanto como las de HItchcock). El que resulta asesinado es un tipo hosco, huraño, desagradable, que tenía varias amenazas en su haber y se dedicaba a la compraventa de arte, el Sr. Ratchett (brillante actuación de Johnny Depp). Este pide a Poirot que le cuide las espaldas porque se sabe en peligro, pero Poirot, al intuir que no era un sujeto honesto, rechaza ese ofrecimiento, que por otra parte venía con una cantidad interesante de dinero adosada. Bueno, la cosa es que lo matan a Ratchett, de doce puñaladas, con su camarote cerrado por dentro y dejando una decena de pistas para desorientar. Quien haya visto la versión anterior, o leído el libro o visto la serie para la TV que hizo David Suchet ya sabrá quien es el (o los) asesino. Pero por bien de quienes permanezcan en la incultura, no lo voy a revelar acá.
Hay, sí, un gran trabajo de dirección. Todos los actores están perfectamente marcados, las cámaras cumplen un papel fundamental en la historia y se ha puesto la narración al servicio de los personajes. La cámara recorre ese tren de arriba abajo y se desplaza en sentido vertical en alguna escena desde el exterior nevado. Igualmente toma la acción en picado absoluto (desde arriba) cuando se descubre el cadáver, para que no podamos verlo ni ensuciarnos con sangre ajena ni efectos macabros. Siempre está atenta en remarcar la personalidad de cada uno de los 12 sospechosos con su movimiento o encuadre. En un momento en que se plantea la falsa identidad de un estudioso alemán que resulta ser un detective disfrazado, la cámara lo toma desde los vidrios trifáscicos, como remarcando la doble personalidad del personaje. Falla un poco al enfocar al tren desde afuera enclavado en esa nieve indiscreta que lo vino a detener a mitad  de camino, porque vemos la falsedad del tren y su representación en una maqueta, cuando por momentos parece también hecho por computación tridimensional. En una de las escenas finales toma a los 12 sospechosos sentados a una larga mesa, semejando a los 12 apóstoles y su simbología en el cuadro de DaVinci "La última cena", muy de acuerdo a la trama del relato.
El personaje de Poirot debe ser un reto para cualquier actor por ser un individuo ya emblemático, que riza la ridiculez con la perspicacia, la extravagancia con sus brillantes "células grises" y sus deducciones. Hasta ahora lo he visto interpretado brillantemente por tres actores: el mencionado Finney; por Peter Ustinov y en la serie inglesa por David Suchet, serie que duró siete temporadas. Ahora lo veo por Kenneth Brannagh, de aspecto más normal, a no ser por su célebre mostacho. Es un compendio de sabiduría y de inteligencia sumado a un andar chaplinesco y un moñito inusual. La fecha imprecisa en la que vive este personaje debe estar entre 1920 o 1940 por los datos que la modernidad nos proporciona, y nunca revelada.
Entre los viajeros está una avejentada Sra. Hubbard (Michel Pfeiffer), tan histriónica como su papel lo requiere, una anciana princesa rusa a cargo de la siempre exacta Judi Dench, un profesor alemán de la mano de William Dafoe (en otro trabajo impecable) y una misionera española, Pilar Estravados, interpretada por Penélope Cruz (el nombre Pilar Estravados está interpolado acá de otra novela de Ágatha Christie: "Navidades Trágicas", ya que corresponde a una española, para suplantar el rol de misionera sueca de la novela original), lo cual debió constituirse en un papel decisivo para Penélope ya que tuvo que competir con el recuerdo de una perfecta Ingrid Bergman (en la versión del '74) con el cual ganó su tercer Oscar, acá como actriz de reparto (que fue casi su última actuación de su vida). Los elencos de las películas basadas en Ágatha Christie son también otro lujo, ya que cuenta casi siempre con interpretaciones perfectas y con elencos de excepción (basta recordar el nombre de algunas de las figuras convocadas para la versión antigua: los ya mencionados Finney y Bergman, más Laureen Bacall, Sean Connery, Vanessa Redgrave, Michael York, John Guielgud, Anthony Perkins, Jacqueline Bisset y Richard Widmarck, entre otros). Acá el elenco no es tan notable si bien todos están excelentes en sus papeles. Es como exclama Poirot cuando deduce la verdad, azorado por su descubrimiento: "Hasta ahora estaba el Bien y el Mal, ahora están ustedes". La escena final, cuando la cámara recorre todo el largo pasillo del Expreso, junto a la marcha de despedida de Poirot, denota toda la melancolía que puebla este relato. Debemos sumar que acá Poirot recuerda un amor de juventud que parece que es lo que lo ha dejado marcado como para no acercarse nunca más al amor, sólo su mundo pertenece a la inteligencia y a las deducciones criminales.
Hay también dos principales sospechosos; el sr. Márquez y el Dr. Arbutnoth,, el primero por tratarse de un sudamericano y el segundo por ser negro. Así que instalamos en la historia también el tema de los prejuicios sean poro raza o nacionalidad. Brannagh no quiso dejar de lado a la xenofobia. Bueno, en resumen, no es la mejor de las versiones de Ágatha Crhistie ni hace mucho honor a ella, pero es una película de intriga que se deja ver y que tiene un final inesperado, así que la recomiendo para los que no hayan visto la anterior adaptación, y para quienes la vieron y quieren ver un material nuevo en su enfoque, pues acá está este nuevo "Asesinato en el Expreso de Oriente". Bienvenido sea.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 5 de febrero de 2018

Mi crítica de "La Madre que los Parió" (Teatro)


Y sí, me toca criticar este engendro de obra, que nos propuso Teatrix para comenzar el mes de febrero. Digamos en primer lugar que la autoría corresponde a  Juan Paya, quien nos había dado una buena sorpresa temporadas atrás con "Chicos Católicos", y que la dirección corre por cuenta de Héctor Díaz, a quien yo consideraba un tipo correcto, buen actor y hasta sensible. Pero todos los méritos de ambos quedaron opacados con esta especie de estudiantina (sí, porque parece una obra preparada a las apuradas para el día del estudiante por un retazo de ídem, aunque debo confesar que nuestras presentaciones eran mucho mejor que esto y por mucho más elegantes). Ya el título me resultaba incómodo, pero confiaba que el contenido fuese mejor, ya que se proclamaba como "un canto a la amistad".
Ya el comienzo es dificultoso, pues empiezan todos cantando la canción principal de la obra que dice todo el tiempo: "La madre que los parió... la madre que los parió..." como única e ingeniosa letra. Después nos encontramos con un narrador, en casa del cual se desarrolla la acción, Dennis, con aspecto de gay o de "new age", muy afectado y sensible. Y pasa a presentar a sus amigos, (son "el Grupo de los 6"): Mike ("Wachowsky", llamado así por el personaje de "Monster Inc.", el "gordo"); David (el "perrito alzado"); Bruce (el de la "papa en la boca"), Brian (el "villero") y Ricky (el jugador de Racing con muletas por una herida en la pierna). La anécdota es mínima. La noche anterior se celebró una fiesta en esa casa, de la que participaron todos, más chicas invitadas, y alguien rompió el "cáliz sagrado", copa en la que se sirvieron el primer fernet los 6 cuando hace 8 años se conocieron en Córdoba, y en dónde se servían siempre dicha bebida. El argumento será la pesquisa "legal" de quién fue el autor de tal rotura. Saber quién fue poco agrega a la obra y en verdad no me importa un pito. Mi estado de ánimo al ver la obra fue de una total apatía combinada con el desagrado y de mirar el "timming" a ver cuándo terminaba. Es tan vulgar, tan chabacana, con esa música de cumbia insertada a cada momento que da náuseas. Las palabrotas están a la orden del día y no comprendo por qué el público ríe frenéticamente y aplaude cuando se dicen las más gruesas. Es un ambiente de cancha de fútbol que ni me atrevo a definir como "prostibulario". El "villero" es ese personaje desagradable que es quien más groserías dice y a quién le salen más fácil. Pero nadie se queda corto. Durante la "pesquisa" todos se travisten usando pelucas con las cuales adoptan los personajes de chicas de la fiesta, que no se quedan atrás con las groserías.
No sé, será que soy un desubicado, que ahora los cánones de la amistad pasan por fiestas desenfrenadas y guarangas como esta, que a eso se le llama ser amigos hoy. No puedo menos que recordar mis reuniones de amigos del secundario... nos reuníamos a disfrutar de un momento, de una charla, nuestros temas iban desde el cine de autor hasta la filosofía, pasando por la música clásica y "Chespirito", por Woody Allen y Les Luthiers, todo sin desechar el mejor sentido del humor y las más divertidas ocurrencias. Nunca se nos hubiera ocurrido putear de la forma en que se hace en esta obra (aunque lo hacíamos, por qué no) Y hacíamos un verdadero culto a la amistad, al buen humor, a la inteligencia y a la cultura. Y me parece que no éramos jóvenes de "otra época". Aún cuando nos reunimos hoy (aunque la vida nos haya ido desperdigando por varios lares dispares) reina el ambiente distendido, de la cultura, la simpatía y la diversión. Es por eso que no entiendo los motivos que llevan a los amigos de esta obra a estar juntos, ya que todos son tan disímiles. Hasta a uno se le ocurre ir a acostarse con la madre del dueño de casa. Claro, la única forma de aceptar este despropósito es la forma de la comedia, pero una comedia que no hace honor a tantos títulos brillantes que pueblan la cartelera porteña y hacen reír con buenos méritos.
La comedia en sí es un género por demás difícil, ya es sabido que es mucho más difícil hacer reír que hacer llorar, y debe tener una pericia especial tanto el dramaturgo como los actores que están arriba del escenario como quien los dirige. Y si esa pericia no aparece, si se vuelve en simple material bastardo, si se apela al mal gusto de la gente (que la hay, el público de ésta demuestra que todavía existe ese auditorio que se ríe con lo más bajo), se está deformando el género y el esfuerzo de tantos buenos artistas por ofrecer un producto digno. Shakespeare intentó comedia y tuvo mala suerte, así como Bergman, por lo general suele ser lo más aburrido de la producción de ambos. Es que hay gente que nació con el don y gente que no. La gente que no, debería apelar, en palabras de Bergman a "el silencio de Dios".
En resumen, no vale la pena hablar más de este producto olvidable y ni dignarse a mirarlo, aunque yo acá lo ponga a disposición del que lo quiera. Como canta Serrat "Cada loco con su tema, sobre gustos no hay disputas". Los dejo librados a su buena suerte. Después no digan que no les avisé...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).