jueves, 29 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Compañía" (Teatro)


Teatrix recuperó la obra argentina "Compañía", último trabajo del gran Carlos Carella, acá acompañado por María Fiorentino y Linda Peretz, bajo la astuta mirada de Ismael Hasse. La obra pertenece al autor y psicoanalista Eduardo Rovner y puede considerársele una obra menor dentro de su producción: es muy lamentable que el "Negro" Carella haya terminado su obra artística con este exponente y no con, por ejemplo, "El patio de atrás", de Gorostiza, obra que realizara justamente antes que ésta, que resultaba de mayor valía dramática. En la obra de Rovner hay no pocas risas y un sentido reflexivo de naturalizar una propuesta de por sí ridícula o traída de los pelos.
Osvaldo (Carella) llega a su casa a las 11 de la noche, teniendo preocupada a su esposa Ana (Fiorentino) y le cuenta una gran historia. Que sintiéndose mal en el juzgado en donde trabaja, miró por la ventana y vio que afuera brillaba el sol. Se excusó y se fue a los bosques de Palermo a contemplar la flora. Allí una mujer le sonríe y lo saluda, a lo que él responde. Luego se le acerca a hablarle, empieza a tocarlo y terminan recorriendo los lagos tomados de la mano. Ante todo esto Ana va asombrándose de lo que oye, tomándolo como una "canita al aire" que se haya tirado su esposo. Pero la cosa no termina ahí. Después fueron a tomar un café y terminaron en un hotel. Ana no sale de su asombro ante la imperturbable inocencia con que su esposo le relata todo. Le pide por favor que pare y que si tuvo una aventura no se lo cuente a ella. Pero Osvaldo asegura que no fue una aventura, sino que esta mujer le hizo reaccionar ante un montón de cosas que llevaba dormidas muy adentro de sí. Ana le tira la ropa, un bolso y le pide que se vaya, pero al abrir la puerta para darle salida, ahí está esperando Magda (Peretz). Esta pasa y le explican a la ama de casa que lo que ella quiere es simple compañía, ya que se siente muy sola, y como Ana dice también estar sola, Osvaldo y Magda pensaronque sería bueno vivir los tres juntos bajo el mismo techo para acompañarse. Hasta acá el planteo central de la obra. Como se ve, algo muy desnaturalizado quiere pasar por normal, en el planteo de los dos tortolitos. 
Pero Ana reacciona con furia, tomando una de las agujas que utiliza para tejer los poullovers que luego vende, y amenaza con ella a la intrusa, que viene para quedarse en su casa. Entre Osvaldo y Magda consiguen acallarla atándola de pies y manos y vendándole la boca. A partir de allí el descontrol va a ser total y todo se va a ir de sus cauces. Magda la tutea y le dice que pueden ser grandes amigas y empieza a arreglarle el pelo, que según ella, tiene muy dañado. Es el cumpleaños de Magda, y Osvaldo ha comprado una torta para festejárselo entre los tres. En una escena muy erótica, Magda se pone a desentumecer la espalda de Ana Y Osvaldo a su vez la de Magda, quien termina gimiendo. Osvaldo escribe poesías en sus ratos libres y Magda le pide que improvise una, a lo que él accede, ella es bailarina y cantante de tango y también saca a relucir su oficio. Entre los dos bailan un tango, en el que unen a Ana -atada todavía- a compartir el baile. Finalmente la desatan bajo el compromiso de que no va a gritar. Pero Ana, una vez libre, se pone como una loba a defender su autonomía dentro de la casa y, si es posible, salvar su matrimonio del naufragio. Ataca con la aguja de tejer a  Magda y la hace revolcar por el suelo. Finalmente le pide que le cuente cómo estuvo su marido en la cama con ella. Entre balbuceos, Ana intenta que repitan en la alfombra lo que han consumado, pero con ella como tercero incluído. Empiezan a desvestirse, hasta que el juego desagradable es cortado por Osvaldo. El cual toma la decisión de abandonar la casa y la esposa para irse con Magda a vivir los últimos años que le quedan. Hace su bolso y se despide de Ana, quien, llorando, invita a Magda a festejar su cumpleaños ahí. En el último momento, y al verse perder a su esposo, ha entrado en la locura del juego demente y ha optado por vivir de a tres.
Esta es la anécdota de la obra. Se trata sin duda de una mirada que quiere borrar las hipocresías de una sociedad que vive sin decirse las cosas y que juega a que todo está bien. Pero lo hace desde lo imposible, desde un juego no sólo perverso sino antinatural. La mirada de Rovner como psicoanalista es lúcida sin duda, y plantea hasta dónde pueden llegar los márgenes de lo "normal" y en dónde comienza lo desmedido. La inocencia de los dos personajes al contar como natural su proyecto de acompañarse mutuamente compartiendo la esposa, hace más creíble el asunto, si bien lo presenta desde un marco desfasado, salvado por la -todavía- lúcida mirada de Ana. Pero en el último momento entra en el juego ella también.
El trabajo de Carella es conmovedor, trabaja desde una inocencia casi infantil, al traer su propuesta, y con candor cuenta sus aventuras; María Fiorentino está impecable en esa esposa arrastrada por la locura -y hacia la locura- de una propuesta inviable, que ve perder sus tantos años de matrimonio. Y Linda Peretz, todavía a medio desprenderse de la "Flaca Escopeta", realiza el trabajo más arriesgado de los tres. Es la extraña, la que trae el planteo, la novedad, la intrusa en una casa constituída, la "atorranta" que se quiere llevar al marido. Lo juega con mucha dulzura y desde una escala de igualdad.
La labor de Ismael Hasse también es meritoria, aprovecha cualquier menudencia para lograr una réplica cómica e integra a los tres personajes en su hálito de locura dentro de una escenografía que peca por su solidez y cordura, llena de fotos de niños -lo que concuerda con el candor de la parejita- y viejos recuerdos, preludiado por una máquina de tejer que es donde Ana realiza la labor que le da de comer.
En suma, una obra menor, pero importante, dentro de una producción -la de Eduardo Rovner- que no deja de perturbar y sorprender. Se puede ver con agrado y dura sólo una hora exacta.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 27 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Madre Coraje" (Teatro)

"Madre Coraje", versión Muscari o cómo destrozar un potente Brecht en una hora y media... Fui a ver esta nueva puesta con toda mi ilusión, ya que si bien Muscari no es santo de mi devoción, había hecho un excelente trabajo con "La Casa de Bernarda Alba", de García Lorca, y eso me impulsaba a renovar mis expectativas. Pero ya desde el comienzo nos defraudó. Está bien, hay que reconocerlo, "Madre Coraje" es un texto muy angustiante y hasta agobiante, acá no hay momento para el aburrimiento. No se lo permite Muscari. Pero la música estridente, sumado a ese "cuerpo de baile" compuesto de seis chongos que hacen que bailan, con ajustados slips de cuero y trajes con tiras del mismo material que dejan ver toda su anatomía, resulta incómodo para una representación de este calibre. Y no irrumpen en escena una sola vez sino que lo hacen como en cuatro o cinco oportunidades (¿cuál se llevará a la cama Muscari? ¿o será uno distinto cada noche?). Los entendidos dicen que el sentido del baile es para producir el tan comentado "distanciamiento" brechtiano, puede ser, no te digo que no, pero acá suena algo anacrónico y disfuncional, con aire de pandilla nazi, tal vez para remarcar la omnipresencia de la guerra. "Madre Coraje" se desarrolla en la "Guerra de los Treinta Años" (1618-1648) entre católicos y protestantes. Brecht escribió la obra en 1939 para denunciar  el advenimiento del nazismo, que estaba en el aire. La Madre Coraje del título (excelente, como siempre, Claudia Lapacó) es una rica comerciante que va por los campos y ciudades con su carro lleno de mercancía, arreado por sus dos hijos, a falta de caballo para tirar de él. Hijo mayor (Esteban Pérez) e Hijo menor (Agustín Sullivan) son pronto enrolados en la milicia para ir a la guerra. Pero lo que destaca en la obra es la codicia comercial de esta mujer que antepone el dinero y su consecución a las crueldades de la guerra y celebra que mientras que haya contienda puede esquilmar a los pobres vendiéndoles sus artículos. Es lo único que le interesa. A sus hijos se suma la hija del medio, la Hija muda (encarnada por Iride Mockert), una hija que no puede hablar, pero no es tonta para entender, y si bien es bastante fea y va pintarrajeada grotescamente, no rechaza a los hombres sedientos de sexo cuando tratan de abusar de ella.
Pero la velocidad que imprime Muscari a toda la obra es casi abismal, no deja un momento para la reflexión ni para crear un clima donde experimentar sentimiento alguno. Todo es vértigo en esta puesta, repitiendo los actores sus textos como si fuera una competencia de ver quien es el que lo dice más rápido.  ¿Y qué necesidad tiene Muscari de llamar al Hijo menor "montonero", por el Sargento (Héctor Díaz), cuando es fusilado, y de decir que lo van a hacer "desaparecer", tal vez tirándolo al río desde un avión, un anacronismo puro? ¿Aggiornar la obra? No hace falta, es un clásico, los clásicos no se aggiornan. ¿Complicidad con el espectador? Eso puede ser. Para un espectador no amante del teatro y estúpidamente convencional. Como el uso del lunfardo, ¿era necesario?: "manyar", "mina", "laburo" y demás preciosidades que nos alejan de un texto de por sí potente. ¿Y la idea de vestir a Natalia Lobo, la puta, con ropas de vedette del Maipo en su esplendor? Incluso con pelucas de colores. Todo esto degrada un espectáculo que de haber caído en otras manos hubiese sido un digno ejemplo de teatro clásico.
La codicia de Madre Coraje es tal que no le hace mucho daño que sus tres hijos sean fusilados por el ejército, sólo se lamenta que ya no hay quien tire del carro. Por eso es que cuando llega la paz, su espíritu se ensombrece y hace vestir a la muda de negro, en señal de luto, porque sus aventuras comerciales van a decaer, ¿quién compra elementos supérfluos en tiempos de paz? Es así como, junto con la Cocinera (un gran trabajo de Silvina Bosco) se convierten en mendigas y llegan hasta las puertas de la mismísima iglesia que preside el predicador (Osvaldo Santoro, cómodo en su personaje), otro advenedizo que sabe aprovecharse de la guerra pero también de la paz para ascender en la escala de reconocimientos. Finalmente, tras recorrer miles de leguas tirando del carro durante la guerra, Madre Coraje se queda sin nada y pasa a vivir en la indigencia. Pero ¿necesita Muscari hacerle decir que vive entre una gran "grieta", haciendo referencia a la coyuntura argentina? O hacerle decir que mientras haya corrupción y jueces fraudulentos, hasta los inocentes pueden salir libres. Todo una gran agachada hacia los tiempos que corren y una crítica innecesaria al gobierno.
Finalmente, un espectáculo puramente comercial, con grandes músicas, poca escenografía, eso sí, pero gran desplazamiento físico en la acción de sus bailarines y en los cambios de vestuario que Lapacó hace con la velocidad que le imprime el texto. Sin ningún pasaje que pueda despertar empatía ni emoción alguna debido al vértigo con que ocurre todo, y la sensación de haber pasado una hora y media viendo... ¿qué? ¿Un clásico rejuvenecido? ¿Una mujer tirando de su carro sin problemas morales? ¿Algo que nos permita reflexionar sobre la unión de comercio y guerra? ¿sobre la fugacidad y la fragilidad de la existencia humana? No sé, realmente no tengo la respuesta. Sólo destacamos el trabajo de los intérpretes, que en mayor o menor medida hicieron un gran trabajo luchando contra sus fuerzas.
Si pueden, evítense un mal trago.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 19 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Cuerpos Perfectos" (Teatro)

Bueno, vamos terminando el año teatral y se van acabando las propuestas... Ayer fui a ver "Cuerpos Perfectos" y quiero decir que verdaderamente me sorprendió. Si yo me hubiese dejado llevar por la crítica de "La Nación", que le puso un "regular", me hubiera privado de una gratísima experiencia, por eso es que hay que tomar con pinzas las críticas de los medios, supuestamente "pagos". En primer lugar fui porque era una obra de Eve Ensler, quien me había deleitado con sus "Monólogos de la Vagina" (que la pacata Mirtha Legrand tituló como "Monólogos de la Vajilla", por no decir la incómoda palabra...), una obra audaz, humorística, dramática, pero sobre todo profunda, que revalorizaba el poder femenino y su derecho sobre su propio cuerpo. Esta parece ser una continuación de la anterior, ya que también se va a centrar en las experiencias de diversas mujeres (6) en la forma de monólogo sobre la relación con su cuerpo, sin obviar el aspecto sexual de cada una de ellas. Es todo un tema el vínculo de cada uno con su envase, porque casi nadie está satisfecho con el que le tocó ( o por sí mismo fabricó) y recurren a mil y un métodos para modificarlo. Pero ¿por qué no amigarse con uno mismo y aceptarse? ¿Por qué preferir uno sobre otro? se plantea la autora, que a estas alturas ya puedeconsiderarse una socióloga/antropóloga por su concienzuda investigación de la personalidad humana femenina y su relación con la sociedad.
Las actrices que lo llevan a cabo son cuatro (excelentes todas): Soledad Silveyra (quien asume la conducción, en la piel de la autora, la misma Eve Ensler), Andrea Frigerio, Laura Oliva y Florencia Raggi, en dos papeles cada una. Sobre el final, Eva, como se ha traducido Eve, nos cuenta un reportaje que hizo en África a una tal Lea, una mujer que cuida y alimenta chicas y a todo el que lo necesite. Ella le ofrece un trozo de pan, y Eva, preocupada por su silueta, lo rechaza. La misma Lea se lo explica: "Ah, cierto que usted viene de Europa, allí tienen de todo y puede darse el lujo de rechazar comida. Pero yo estoy agradecida a mi cuerpo, porque me da todo lo que necesito. ¿Qué estigma es ese de la belleza? Si me gusta un árbol, y también me gusta ese otro, ¿por qué odiar al primero porque es diferente? Todos somos arboles y todos somos distintos y debemos aceptarnos todos con nuestras diferencias". Esa es la lección más valiosa que aporta la obra después de haber asistido a regímenes, autoflagelaciones y operaciones varias para mantener la forma (una forma que atraiga al otro sexo, principalmente). Y agradecemos a Ensler su mirada tan lúcida y justa sobre la diversidad, que nos saca una pesada mochila y nos reconcilia con nosotros mismos. Yo, que sé lo que es ajustarse a una dieta por cuestiones de salud y soy enemigo de las cirugías reformadoras, las tinturas tapacanas y los gimnasios, agradecí que por un rato al menos, se me haya dado la razón y alguien compartiese su mirada conmigo.
Eva comienza hablando de sí misma. Que cuando era chica y le preguntaban qué quería ser de grande, ella contestaba "buena", porque creía que con eso le estaban abiertas todas las puertas de la aceptación. Luego comprendió que además de ser buena hay que ser inteligente, culta, divertida, mantener las piernas cerradas (aún durante el sexo), bajar la vista, rubia y sobre todo... ¡flaca! Y ahí reside su gran problema: no se lleva bien con su panza. Y por eso es que realiza diversos reportajes, para alivianar su culpa. La primera es Helen, una mujer ochentosa, súper flaca (Andrea Frigerio) que dirige la revista Vogue y habla de sus operaciones y sus dietas, con un toque de humor otoñal (más invernal que otoñal), y atiende diversos llamados por celular para provocar entrevistas o ajustar por photoshop la figura de la modelo de la tapa navideña de su revista. Un sketch que pasa sin pena ni gloria. Un poco más elevado el ángulo es el momento que le sigue, un instante entre humorístico y emotivo, a cargo de Carmen (Laura Oliva), una mujer que tiene problema con sus "rollos". Desde chica fue obsesionada por su madre que era gorda y fea, que tendría que ser inteligente para destacarse en la vida. De grande siguió  padeciendo no ya obesidad pero sí rollos, que la hacían parecer al muñeco de Michelín, y era tema constante cuando tenía que desvestirse ante un hombre. Sólo que cuando su madre murió, tomó la bicicleta, empezó a nadar, se inscribió en un gimnasio... y sus rollos desaparecieron. Hasta darse cuenta que lo que llevaba en su cuerpo era a su propia madre, que nunca la había mirado con cariño ni con respeto y siempre la había rebajado a un muñeco de feria. Por eso no sintió ningún peso cuando ésta murió, simplemente un grito desgarrador que la acompañó en el auto o en la bicicleta. Un momento de congoja bien manejado por la ductilidad de Laura Oliva. Le sigue el recuerdo de Nina (Flor Raggi), una vieja amiga quien le relata que no tiene un cuerpo perfecto ni mucho menos. Que cuando era chica le gustaba jugar con los varones porque hacían cosas en las que intervenía la rudeza del cuerpo... hasta que empezó a transformarse y dos grandes bultos le crecieron en su chato pecho. Ahí empezó a sentirse mirada y codiciada por los hombres y a odiar sus pechos. Hasta que el novio de su madre, un intelectual y amante del jazz llamado Carlo (así, sin "s"), la espió por la rendija de su puerta mientras se desnudaba. Y allí descubrió que puede haber placer en la mirada inquisidora del otro sexo. Después de una noche de borrachera, Carlo se metió en su pieza y empezó a chuparle los pechos sin que ella pudiera o quisiera detenerlo, y descubrió que sus pechos podían ofrecerle también placer. Pero, cansada de ser un objeto sexual, se los operó y pudo dormir en paz.
El momento más gracioso de la noche (y el que cosechará aplausos) llega nuevamente de la mano de Frigerio, como una tilinga que se hizo un "rejuvenecimiento vaginal" en obsequio a los 60 años de su marido. Allí, el énfasis está puesto en la actuación que raya en lo sublime, de esa mujer patética, muy bien manejada por el diestro director Manuel González Gil y en un libreto auténticamente cómico y bien dosificado. Otro momento brillante llega en el diálogo que Eva mantiene con Dana, una tatuadora y realizadora de piercings, que tiene la cara llena de ellos y asume tenerlos por todo el cuerpo, pero que nada estimula tanto a los hombres (y a ella misma) como los fierritos incrustados en sus pezones, ante lo cual Eva rehuye aterrada. Y más aún, con los dos aros puestos en su clítoris puede tener a todos los hombres a sus pies. La cultura del metal en su forma más descarnada y descarada. Ensler mete otro golazo con este monólogo. Y el último hace decaer un poco el ritmo. Se trata de Dolores, una modelo brasileña que acaba de hacerse una lipoaspiración (la recibe en su cama de hospital) y reconoce que su cuerpo es un monumento de operaciones, con lo que consiguió a su marido, el mismo cirujano que la opera y se enamoró de su trabajo. Con altibajos transcurre este nuevo diálogo que dará fin a la galería de personajes.
Un final con las cuatro actrices, sin disfraces y reflexionando sobre el cuerpo femenino y sus aceptaciones, pone fin a la obra. Es una obra despareja, pero finalmente muy efectiva en su balance final, con plenos momentos de comicidad y otros de emoción, que salpimentan esta continuación de los "Monólogos..." La pieza no es larga, tan sólo una hora y cuarto y estuvo muy bien dirigida por ese gran remador de comedias que es González Gil y por cuatro talentosas actrices, no siempre lo suficientemente valoradas. Una experiencia para recomendar. Véanla, saldrán reconfortados después de amigarse con su propio envase...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 17 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Jettatore!" (Teatro)


Lamentablemente, mi crítica no puede ser positiva. Y a pesar de todos los esfuerzos que haga Teatrix de acercarnos material variado y ecléctico, acá ha cometido una nueva pifiada. La obra ha sido grabada en el Teatro San Martín, en este año, con lo que todo hacía prever una espléndida adaptación de la obra de Gregorio de Laferrere... pero ya vemos que este autor no resiste al paso del tiempo. Y la dirección de Mariana Chaud es lo más horrible que he visto en teatro en los últimos años (y hablo de años largos...). En realidad, la puesta me hace acordar mucho a "Como el culo", otra obra que también aborrecí, por su adhesión al slapstik (esa forma de cine que se basa en golpes, caídas, corridas, porrazos, etc., acá trasladada al teatro). Recuerdo que huí literalmente del teatro cuando terminé de visionar esa obra, y acá me sucedió otro tanto. Porque como dijera don Inodoro Pereyra (el célebre personaje del genial "negro" Fontanarrosa) refiriéndose a la belleza de la Eulogia, su esposa, se demuestra por el absurdo. Acá pasa algo similar, la contundencia de la obra se demuestra por el absurdo. Pero lamentablemente no es un sano ejercicio del absurdo lo que provoca esta versión de "Jettatore!" sino más bien del más rayano ridículo. Todo da vergüenza ajena. El énfasis desmesurado de los parlamentos (que huelen a rancio con ese "tú"), los ademanes grotescos, las caídas, las confusiones, las entradas a destiempo (concientemente), la zoncera de muchos de sus parlamentos... y hay para más.
Otro de los pecados de esta obra es que posee una única línea argumental, es decir, no hay subtramas, lo cual enriquecería mucho al texto, todo se conduce monocordemente a comprobar que don Lucas, el obeso pretendiente de la joven y hermosa Lucía, es yeta, y todo lo que toca lo arruina. Eso es lo único que hay. Después, claro, hay muchos personajes alrededor: Carlos (Andrés Caminos), el primo de Lucía (Katia Szetchman), enamorados ambos, la madre, doña Camila (Raquel Sokolowicz), el padre, don Juan (Alejandro Vizzotto), el falso médico Enrique, que hace también de Don Rufo (Gadial Sztryk), Elvira, otra hija (Sol Cintas) Ángela y Leonor, también interpretadas por la misma actriz (Tatiana Emede), Pepito y Benito, el mismo actor (Nicolás Levín). La ejecución de dos personajes por los mismos actores se debe en el primero de los casos que el actor que debía asumirlo sufrió un accidente yendo para el teatro y los demás por la simple deserción o soponcio de los ejecutantes. La única buena idea fue la de crear un escenario más pequeño que el ancho del proscenio, con lo cual se puede asistir a las bambalinas y ver y oír los comentarios de los actores reclamando por la ausencia de algunos y obligando a otros a asumir los papeles. Así como declarar que en el elenco hay un actor que es yeta.
El argumento es simple, don Lucas (Javier Rodríguez) viene a pedir a doña Camila la mano de su hija Lucía, quien ama en secreto a su primo Carlos, para impedir que el casamiento se concrete, Carlos inventará que Lucas es un Jettatore (repitiendo esta palabra hasta el cansancio) y se confabula con todos los demás para hacer ver que sufren descomposturas, repentinos desvanecimientos o tics nerviosos no bien darle la mano, que parece irradiar fuego. El falso médico le hace creer que puede lograr la telepatía, de lo cual resulta muy convencido, y al final le revela a don Juan que él tiene un don que puede perjudicar a muchos, con lo cual queda establecido que es yeta de veras. Durante todo el transcurso de la obra recurren a clavos mágicos, herraduras o simplemente tocarse los testículos o los pechos cuando se les aparece don Lucas (lo cual no debe estar en el original). Una comparsa integrada por guitarristas y un acordeonista ponen brillo con la canción de apertura y cierre y musicalizan toda la obra. Hasta uno de ellos se aviene a hacer un "reemplazo". Este es el nudo tan original que presentó don Gregorio de Laferrere, que en su momento debe haber sido un éxito, no lo niego, pero hoy suena a humor para chicos, tan ingenuo e infantil que descoloca. Y ojo que lo digopeyorativamente, pues ya comprobé con Hugo Midón o con Luis Pescetti que el humor para chicos puede tener alto vuelo.
Bueno, en fin, una lástima que una obra tan importante de nuestros clásicos no esté a la altura de la actualidad. Y el elenco, mejor ni mencionarlo, ya que todos me resultaron iguales de patéticos. Esperemos que Teatrix levante vuelo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Indecent" (Teatro-Broadway)


Teatrix tuvo la afortunada idea de importar esta obra grabada en Broadway en el 2017 y que explora nuevos aspectos del mundo judío: su relación con el teatro como forma de protesta del orden establecido, sus ansias de libertad, su lucha contra la censura, la venganza contra un Dios impiadoso y por último, una nueva y fresca mirada sobre el holocausto judío. Todo esto en un milagroso espectáculo que dura poco menos de dos horas, con cierta mirada humorística pero también dramática, y bajo la forma de un musical. ¿Que todo eso es imposible? Pasen y lean este comentario.
La obra cuenta con siete actores y tres músicos en escena permanentemente (violín-clarinete-acordeón) y comienza con el elenco dejando caer de sus mangas abundantes cenizas. Claro, al principio no lo comprendemos, pero cuando se vuelva a repetir la escena al final sabremos que esas cenizas es en lo que ellos se convertirán luego de haber pasado por los hornos crematorios del campo de concentración. Es imposible que al final de la representación los actores contengan las lágrimas, y nosotros también, luego de haber sido sacudidos por emociones tan fuertes como hace tiempo no vivía en una obra de teatro. Magnífica, por cierto, como son así de magníficos sus intérpretes, quienes realizan más de un papel cada uno, todos disímiles, todos cantan, bailan y actúan superlativamente bien, y es una lástima no conservar el nombre de ellos, aunque se trata de una compañía de origen judío. La obra pertenece a Paula Vogel y cuenta con la estupenda dirección de Rebecca Taichman, quien aprovecha cada detalle para potenciarlo al máximo y extraer de su elenco cada fibra de verosimilitud. La obra se representa en inglés y en idish, con proyecciones superpuestas de las traducciones en ambos idiomas. La excusa del argumento es el acto de censura cometido en Broadway en 1923 al ejecutar la obra del polaco Shalom Asch "Dios de la venganza", que contenía el primer beso lésbico dado en la historia del teatro norteamericano, después de venir de una exitosa gira europea donde no fue prohibida sino que se la aclamó con vítores.
Es que ese beso, más allá de comprometer fuertemente a sus actrices, representó el primer grito de libertad y de liberación ante una cultura (como la judía) fuertemente impregnada por la tradición y la represión de las pulsiones. Mientras en Europa todo el mundo hablaba del Dr. Freud, en un pequeño pueblito de Polonia, Asch escribía la que sería su primer obra. Y ese beso de la polémica, más allá de levantar polvareda y opiniones encontradas se convirtió en el emblema y el símbolo contra todo tipo de represión, ya sea racial, sexual, política o cultural ejercida sobre el pueblo judío en los terribles años que le sobrevendrían. Sería la bandera que esgrimirían en los guetos los intérpretes aficionados y su público ante un cerco de muerte que los iba oprimiendo.
La obra, como dijimos, sale de la pluma atrevida y desprejuiciada de Shalom Asch y es venerada por su esposa y leída en la reunión semanal de encuentro de literatos en la casa del señor Peretz. Inmediatamente es reprobada por todos, menos Leml, un abogado que pronto se sumará a la defensa de la obra y acabará como jefe de escena en la puesta. Pronto la obra sube a escena y narra la explotación por parte de un matrimonio de unas prostitutas que atienden en el sótano de su casa. Una de ellas, Manke, es fruto de su atención de su hija virgen, Rifkele y juntas se enamoran y viven una historia de amor sincero, mientras que el padre de la familia echa a su hija de la casa y destruye la Torá en un acto de rebeldía. El autor se defiende, ¿es que siempre tenemos que mostrar a los judíos como perfectos, no pueden tener sus debilidades y expresarse como seres de carne y hueso? ¿Por qué debemos aceptar mansamente los dictados de un dios cruel sin vengarnos de él? Esa será su carta de presentación en todas las ciudades donde se presente con éxito "Dios de la venganza". Son aplaudidos en toda Europa y pronto se preparan para su gira por los Estados Unidos. Está involucrado el gran actor Rudolf Shildkraut como el padre de la chica y Dorothée, la primera actriz y Reina, en el papel de la prostituta y la chica virginal, se enamoran de verdad gritando su certeza a quien quiera oírlas. Pero en el traslado a Norteamérica Reina no podrá ser parte ya que no puede aprender su inglés y decide renunciar, siendo reemplazada por una estudiante de universidad, novata en teatro, que se entrega con gran pasión a la escena del beso.
Recorren media Norteamérica con la obra sin ningún problema, y el autor es elogiado por el mismo Eugen O'Neil, pero al llegar a Broadway, su artífice debe cambiar algunas líneas de texto porque reciben amenazas de atentados, aunque el momento de amor entre las dos lesbianas se mantiene. Luego de la función, los actores y el director de escena -mas no el autor- son arrestados por la Liga Anti-Vicio de la policía y encarcelados por exhibiciones obscenas. A todo esto Asch ha recorrido Polonia y ha visto lo que el nazismo está haciendo y directamente no puede hablar, ante tanto horror, al regresar a Estados Unidos, ni a su esposa puede contarle lo que vio. De allí se desprende una consulta psiquiátrica ante tanto mutismo y depresión en donde intentan internarlo, pero él huye antes. Se recluye en su casa a escribir novelas, aunque sus seguidores le pidan más teatro, y manda una carta al juicio que se le hace a los actores defendiendo su obra, mas no a ellos. Se levantan protestas en todo el país por tamaña obscenidad ofrecida en un escenario y los rabinos alzan su voz de enjundio, uniéndose a los puritanos. Los actores son devueltos a Polonia, donde irán a parar a un campo de concentración. En los campos se ofrece la obra a cambio de un trozo de pan o una verdura, peroinexorablemente son conducidos a la muerte.  Dos veces los actores son atravesados por las palabras del texto en una proyección que lo ocupa todo: durante el juicio y en sus últimos minutos en el campo. Allí, en los campos de exterminio, Leml cierra los ojos e imagina que Manke y Rifkele salen de las filas y huyen al campo, bajo la lluvia en donde se amarán... pero el fin llega también para ellas. Es allí cuando los cuerpos de los actores se convierten en cenizas que caen de sus mangas en una admirable solución de puesta en escena.
Al final de tanto horror prevalece la escena de las dos jovencitas amándose bajo la lluvia -esta vez una lluvia de verdad, que moja sus cuerpos y sus camisones-, dichosas y gozosas de poder vivir su libertad. Debo decir que el elenco se entrega con total vitalidad a toda la obra y que los músicos interactúan con ellos durante todo el tiempo. A pesar de lo devastador del contenido hay mucho espacio para el humor y buena parte para canciones y bailes, todos dentro del rico folklore judío, cantadas en idish. La experiencia de ver esta obra es muy movilizante y produce un verdadero shock anímico, sobre todo en sus últimos momentos, que revalorizan toda la pieza y entendemos por qué es tan importante conservar la memoria activa de esa escena de amor entre las dos chicas. Es más que una escena erótica, es un grito desgarrado, amplificado, terrible, de libertad y de igualdad, que resuena en nuestros oídos hoy en día de una forma más que especial. Recomiendo con todas mis ganas que vean la obra sólo haciendo un click aquí, porque realmente lo merece. Viene en inglés, subtitulada.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 8 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Nerium Park" (Teatro)


Ahora Teatrix estrenó esta brillante obra que se mantuvo con éxito durante tres temporadas. Es un apasionante thriller psicológico con un final inesperado e inquietante. Espléndidos Claudio Tolcachir y Paula Ransenberg. Mi crítica pueden encontrarla en el año 2016, año en que la vi, esta versión está capturada en este 2018. Búsquenla y verán que no les mentí ni un pelito... Igual pueden ver la obra clickeando el "Ver obra". Allá vamos. Les deseo feliz viaje por los infiernos del alma humana...
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 5 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Sin Filtro" (Teatro)

Después de tanto tiempo de espera por fin pude acceder a ver esta grandiosa obra de Florian Zeler, y la espera valió la pena. La obra es ligera y muy cómica, las risas no paran desde que empieza hasta que termina, y eso en gran parte por la conducción de dos estupendos comediantes como son el "Puma" Goity y Carola Reyna, que realmente se sacan chispas. Pero más allá de la aparente liviandad de la propuesta hay un trasfondo agridulce para dejarnos reflexionando: ¿qué pasa cuando está dividido lo que pensamos con lo que decimos? ¿Es un gesto hipócrita el pensar una cosa y decir otra o tal vez lo hagamos para no lastimar al otro? ¿Es tan envidiable una vida de lujos y de sexo desenfrenado cuando se tienen vínculos sólidos y una vida en común que compartir? Estos y muchos otros son los dilemas que plantea "Sin Filtro", una obra que brilla con luz propia dentro de la cartelera porteña.
El humor se ha vuelto un socio fundamental del teatro comercial actual, y esta no es una excepción. Todo se desarrolla en el living de la casa en donde viven Daniel (Goity) y Valeria (Reyna), una noche en que él vuelve más temprano de su reunión con editores (es un gran editor de libros de primera línea) y ella está corrigiendo exámenes (ella esta doctorada en historia y da clases en la universidad) y trae una noticia bomba. Se ha encontrado con su amigo Martín (Carlos Santamaría), quien ha dejado a su esposa Lorena, gran amiga de la pareja protagónica, para irse detrás de una jovencita de 28 años llamada Eva (Muni Seligmann), dejando en la más profunda depresión a su ex, y Daniel los ha invitado a cenar a su casa. Claro, no puede decírselo así nomás a Valeria, quien consuela todas las noches por teléfono a la desamparada Lorena. Y son sus pensamientos (los de ambos) los que se escuchan entre diálogos. De ahí que se vuelva tan cómica la situación. Porque los vemos rumiar lo que piensan de cómo va a reaccionar el otro, y digámoslo claramente, Daniel es un pollerudo que no se atreve a decirle la verdad a su esposa, de quien sabe, se pondrá como una furia. Así pasa el tiempo, dilatando la situación embarazosa hasta que por fin se decide a hablar (más bien se lo sonsaca ella a tirones). Y sucede lo esperado: ella estallará.
Pero así las cosas, por fin va entrando en razón y se decide a agasajar a su amigo con una cena agradable cuando les presente a su nueva pareja. Claro, todos nos presentimos lo que estará por venir. Aunque no en tamañas proporciones. Es francamente gracioso Goity cuando musita sus pensamientos y pone su mejor cara de galán, ganador, infeliz, perdedor, alternativamente, mientras duda y reflexiona sobre cómo comunicarle la buena nueva a su esposa. Carola no se queda atrás con su histeria natural cuando se la dice, y sus pensamientos van desde el ¿qué se esconde este? hasta el ¿cómo voy a hacerle ésto a mi amiga? Pero cuando por fin llega el sábado y la tan esperada reunión, todo se ha calmado: se preparan con el mejor de los ánimos a recibir a sus invitados. Martín llega primero, ya que Eva está con una llamada telefónica por entrar. Y lo hace entrando por la puerta grande, con el mejor de los vinos para su amigo (y el más caro) y desde entonces no dejará de aparentar sus dotes de nuevo rico y refregársela al matrimonio por la cara.
Pero cuando entra Eva todas las certidumbres se desmoronan. Es una rubia espectacular, con un vestidito suelto y muy corto, con el que luce su enorme pechera y una colita firme y parada con un par de piernas magníficas que seguro conducen a la gloria. Por cierto Muni Seligmann (quien hasta ahora había trabajado para el universo Disney) es esa rubia fascinante, verdaderamente una preciosura de chica... (¡¡¡ya me enamoré!!!). Y mientras Valeria trina en sus pensamientos por cómo Martín pudo cambiar a Lorena por una barbie sin cerebro y llena de curvas, Daniel se deshace en baba por su nueva "amiga". Es así que tiene los pensamientos más retorcidos en cuanto a lo que se va a "comer" Martín cada noche. Y no deja de asombrar a todos cuando pronuncie en voz alta "hermosa concha dorada", mientras se pregunta cuál será el color del vello púbico de Eva, sin darse apenas dado cuenta de que sus pensamientos han pasado a la palabra. Todos lo miran censurantes, incluso Eva, muy disgustada. Él sale por la tangente diciendo que es el título de un nuevo libro que está por editar... Se pone realmente celoso de su amigo y la suerte que ha tenido, mientras él debe convivir con su cincuentona mujer. Por supuesto, la parejita no deja de hacer ostentación de sus viajes, sus lujos y sus desvelos amorosos, lo cual pone de muy mal talante a Valeria de cómo "cancherean" y establece la envidia de Daniel. Pronto destaparán el champagne y Daniel, sin querer mojará el vestido de Eva. Martín les ha pedido muy encarecidamente (en ausencia de Eva) que no les pregunten dónde se conocieron. Y ésto es lo primero que hace Valeria. Obviamente, la chica es una stripper que baila desnuda en el caño de un bar cuatro noches por semana, mientras se prepara como modelo y actriz. Es de observar que no sólo los pensamientos de Daniel y Valeria se escuchan, sino también los de Martín, los que vuelven más patética la situación.
Después de la comida (Daniel ha cocinado unas deliciosas patas de cordero), éste se va a la cocina para preparar los profiterones y verter sobre ellos el chocolate caliente cuando Eva se le acerca y se le insinúa, en un evidente juego de seducción que resulta muy gracioso y a la vez muy incómodo para Daniel, que termina de ensuciarle el vestido manchándola con chocolate. Ella debe cambiarse en la pieza por un vestido de Valeria. La comida termina con el resentimiento mutuo, tanto de Martín como de Daniel, quienes dudan en haber elegido al otro como amigo, el uno porque lo desprecia por su comodidad burguesa y el otro por su sobreexposición y mandadas de parte. Pero antes de irse, Martín habla francamente con Daniel: "Te estás engañando si pensás que yo me equivoqué, nunca fui más feliz en mi vida, ahora, ¿vos estás viviendo realmente la vida que querés?" Lo cual pone en jaque todo el sistema de certezas mantenidas por Daniel hasta el momento y sólo piense ahora en viajar, escribir y tener buen sexo.
Pero Valeria vendrá a sacarlo de ese incómodo lugar con la propuesta de una noche de sexo salvaje, a la que Daniel accede, no sin alguna reticencia. Cabe preguntarse, ¿realmente Daniel está viviendo la vida que desearía llevar o esa noche lo ha conmocionado? ¿Todos nosotros, transitamos por la vereda del sol o sólo corremos por la de la sombra? Por supuesto que todos nos sentimos deslumbrados ante la presencia de una jovencita vital y pulposa, pero ¿eso implica que desdeñemos vínculos que supimos construir desde hace muchos años? ¿Cuándo nuestros pensamientos no nos representan con lo que decimos, no es hora de replantearnos nuestra sinceridad con nosotros mismos y con los que nos rodean? ¿Todos tenemos cosas que esconder y que no pueden salir a la luz? Recuerdo quele habían propuesto a Oscar Wilde escribir una obra teatral en la que un personaje dijese siempre la verdad, y él se negó ya que no llegaría vivo al segundo acto. Parce que así es la vida, en todas las épocas y en todas las sociedades. Pero ¿no es un acto de sinceridad para con uno mismo, el tener que decir la menor cantidad de mentiras posibles, aunque lo que digamos pueda molestar a otro?
Esta es la esencia de una obra que deja mucho en qué pensar y juega con nuestros instintos y nuestro deseo de felicidad. Me gustó mucho la pieza y debo admirar el trabajo de Marcos Carnevale en una dirección ágil y bien resuelta, que saca lo mejor de sus intérpretes. Como siempre, Goity vuelve a jugar con ese medio tono que ya lo hizo una marca en sus obras de teatro, Carola Reyna muestra que es una de las grandes comediantes argentinas, Santamaría se exhibe solvente y sin dificultades, pero la frutilla del postre es esa Muni Seligmann, tan hermosa como talentosa actriz en ciernes, hay que poner mucha atención en ella porque posiblemente sea la nueva revelación. Y vayan a verla pronto ya que baja de cartel el 25 de noviembre. La recomiendo con entusiasmo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).