lunes, 27 de febrero de 2017

Mi crítica de "La Herencia de Eszter" (Teatro)

Algo malo debe haber ocurrido en la función de ayer de "La Herencia de Eszter" para que la obra sonara tan deslucida. Tal vez fue el calor (el termómetro marcaba 36° a la hora de la función) y el aire acondicionado de la sala no funcionaba. Ellos, vestidos con sus pesados trajes de época tal vez estuviesen aplastados bajo el calor. O tal vez algo más grave. Lo cierto es que la obra, basada en una novela de Sándor Márai y adaptada por María de las Mercedes Hernando y dirigida por Oscar Barney Finn nos dejó un sabor a nada en la boca. Y mirá que la esperamos, porque habíamos ido a verla en agosto y justo Thelma Biral había sufrido la fractura del fémur en un accidente doméstico y la repusieron ahora en enero (ella con bastón y casi toda la obra sentada) y elegimos uno de los peores días del verano para ir.
Pero todo fallaba en la pieza. La voz de Thelma Biral estaba muy baja y apagada, como si no se sintiera bien (ah, pero eso de llorar qué bien que le sale, es la más llorona de las actrices argentino-uruguayas). Víctor Laplace, con un papel a medida para él, luce opaco y cansado, no se motivan el uno al otro. Y todo el resto del elenco (de quienes no tengo los nombres porque el programa de mano es el que se imprimió para agosto, y de esa fecha a acá cambiaron algunos integrantes) hace lo que puede dentro de un clima de sopor general. Estaban todos como con miedo a que se les fuera a desparramar Thelmita... En resumen, una obra sin bríos (no importa que casi no tenga acciones) y de un aburrimiento total. Recuerdo otra adaptación de Márai: "El último encuentro", con Duilio Marzio, Hilda Bernard y Fernando Heredia, sobre una novela escrita en primera persona, que se constituía en un extenso monólogo de Duilio Marzio de casi hora y media, con esporádicas intervenciones de los otros dos. Fue brillante. No se precisaban acciones para darle carnadura a un texto sabio y sabiamente escrito y con actuación memorable (actuó ese papel hasta el día de su muerte, llevándolo por los cuatro rincones de la Argentina, ya que no quería que nadie se perdiera de ese texto genial). Acá la anécdota no es muy original ni tampoco muy movilizadora.
Tiene algo de la Rosita lorquiana: una mujer que se ha privado del placer de amar esperando veinte años el regreso de su novio, quien se casó con su hermana. Muchos años después de la muerte de ésta, viene Lajos a visitar a Eszter, con su hija Eva. En realidad viene a llevarse todo lo que le queda a Eszter, su casa con un eterno jardín (como el de Lorca), porque es un embaucador, un mentiroso de siete suelas que ha despojado, en el pasado, a todos sus amigos, de cuanto pudo. Pero no el ladrón de guante blanco, sino el aprovechador, el que necesita dinero para pagarle al cochero, al sastre, el que se queda con un reloj, etc. Ahora vuelve con el ala caída a hacerle a Eszter el cuento de la fuerza de los complementarios. Los que nacieron para estar juntos, y que nada, ni el tiempo ni la vejez pueden ni podrán separarlos.Eszter le cree porque aún lo ama, y sabe que es un mentiroso, pero quiere entregar todo por amor. Y Lajos viene a obligarle a que venda su casa (lo último que le queda) y para eso cuando anuncia su llegada hace ir a un notario, el viejo Enre, amigo de la familia y de Eszter particularmente. Y él le recomienda, le implora que no firme el documento de la venta. Pero el amor es más fuerte, pero el amor es más fuerte... ¿les suena? Sí, igual que en la historia de Tanguito, acá Eszter sucumbe por un beso y un abrazo... y firma. Con la condición de que Lajos la llevará a vivir con él... Bueno, en realidad no con él porque no tiene espacio en su casa, pero sí en una residencia para damas solas que queda muy cerca de su casa, y en donde acabará sus días con Nunú, su vieja criada de siempre. También está Lachi (Edgardo Moreira), que es el hermano de Eszter, vive de su librería (como puede) y llora como todos la pérdida de la casa.
Hay un enigma con unas cartas (no del todo bien resuelto) que según Lajos le envió a Eszter cuando estaba casado con Vilma, su hermana, y que ella nunca recibió, tal vez secuestradas por su hermana. Pero las cartas están en poder de Lajos, o sea que sabe a ciencia cierta que nunca fueron recibidas, no se entiende a qué viene a llorar ahora sobre la leche derramada. En todo caso estaban guardadas en una cajita de palo de rosa que Eva viene a regalarle ahora. Ella lee las cartas y las estruja con furia.
Por supuesto que el reencuentro está signado de reproches. Los de Eva, hacia una tía que los abandonó en su desgracia después de haber perdido a su madre (parece que Eszter vivía con ellos), los de la propia Eszter hacia el único hombre que amó en su vida y que fue a casarse con su hermana, y finalmente, los más duros (y cínicos) los de Lajos, diciéndole a Eszter que fue una cobarde, que no amó como una mujer que se precie debe amar, y que, en definitiva, ella es la causa de todos sus males. Y con un reproche aún mayor: que él siempre fue débil de carácter moral y que ella podía haberle inyectado la moral que le faltaba. Ser SU moral. Todo esto es mucho para Eszter, tal vez por eso firma el documento de venta. O lo firma sólo por amor. Sabe que está poniendo la cabeza en la boca del león, porque lo sabe y porque todos se lo advierten, pero igual se inmola. Sí, tiene algo de inmolación esto, de un complejo por deber muchas cosas en la vida, cuando la vida fue la que se las debió a ella. Eran personajes escritos a propósito para Thelma Biral y Víctor Laplace, que tan buen jugo le hubieran sacado. Pero no sé qué les pasó. No los supieron aprovechar. Thelma había comprado los derechos de la obra y por eso a pesar de su accidente estaba empecinada en actuarla ella, que estaba tan cerca de su universo lorquiano. Una lástima.
El peor pecado en que puede incurrir una obra (teatral, literaria, musical, operística, lo que sea) es aburrir. Y esta lleva ese precepto al máximo extremo. Un enorme pecado, porque con esos elementos podría haber sido mejor el material. Barney Finn construye una pieza melancólica, triste, monótona, con la luz, la música, el vestuario y la dirección de actores. Esperamos ver mejores logros.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 25 de febrero de 2017

Mi crítica de "Cleo, de 5 a 7" (Cine-1962)

Hay distintos tipos de tratamiento del tiempo en el cine. Existe el tiempo histórico, que es el que nos narra la vida entera de una persona. Carlo, en "La Familia" (Ettore Scola, 1987) comienza naciendo en el inicio de la película y termina cumpliendo sus 80 años, todo en dos horas de película. Existe el tiempo subjetivo, que es aquel que transcurre sin una duración específica y está compuesto de flashbacks o flashfowards. "8 y 1/2" (Federico Fellini, 1963) es un buen ejemplo de eso. Y existe el tiempo real, el que transcurre al igual que avanza el film. El hundimiento del Titánic en "Titánic" (James Cameron, 1997) transcurre en las dos horas de ese tiempo real, y lo mismo podríamos decir de la historia de "Antes del atardecer" (Richard Linklater, 2004). "Cleo de 5 a 7" está en esta última línea, y en realidad es una falacia, ya que la película dura una hora y media y la historia se cuenta (con el anuncio de los minutos en pantalla) de 17 a 18.30 hs. Es el periplo que sufre Cleo, hasta que se haga la hora de ver a su médico que le confirme si tiene cáncer en el vientre, mientras le suceden varias cosas y cuenta el tiempo que le falta para la cruel verificación.
"El zoom es una cuestión de moral", afirmaba Godard en sus años mozos. Y esto se convirtió en un paradigma de la "Nouvelle Vague", a la que pertenece esta película de la excelente realizadora Agnés Varda. Cuestión de moral porque el que decide poner un zoom para filmar es poco menos que un cobarde, según el parecer del cineasta francés. Él instalaba la cámara en plena calle, a la vista de todos los viandantes, y así es como la instala Varda, con la gente que se sorprende al salir en una filmación y mira a cámara descaradamente (por suerte nadie saluda), modificando la actitud de los transeúntes y modificando a la vez la de los actores y la del propio camarógrafo o director. Hay muchas cosas que cambió la "Nouvelle Vague" (Nueva Ola), como el hecho de salir a filmar a la calle y utilizar escenarios reales, ya desprendidos de los estudios, un poco como lo hacía en Italia el "Neorrealismo", a la luz del cual nació la ola francesa.
Cleo (Corinne Marchand) es supersticiosa al máximo, y empieza la película haciéndose tirar las cartas del tarot, las cuales no le son favorables ("Tiene cáncer. Va a morir." le dice la tarotista a un hombre sentado detrás de una puerta cuando Cleo sale de la habitación). Y rehúsa leerle la mano a Cleo tras ver un futuro funesto. Pero a la salida la espera Angéle (Dominique Davrey), quien es más supersticiosa que la propia Cleo (comprarse ropa nueva un jueves es mala señal, así como llevarla en la mano, descarta un taxi por el número de su patente y Cleo tiembla cuando se le rompe un espejito de cartera). Angéle es la empleada de Cleo, servidora, vestidora, confesora y todos los "ora" que se les ocurra, y se tutean la una con la otra. Entran a una confitería, en dónde Cleo se pone a llorar desconsoladamente por su incierto futuro y porque ya siente "el cáncer dentro". Por supuesto que no le cobran el café que toma y todos, dueño y mozos, se desviven porque lo pase bien. Enseguida entran a una sombrerería donde Cleo, en un acto por alejar la muerte, entra a probarse compulsivamente sombreros, uno tras otro sin solución de continuidad y adquiriendo uno para el frío (siendo que es el día que empieza el verano) como un manotazo de ahogado, una esperanza de que durará hasta los primeras heladas. Sombrero que después se lo regala a una amiga, convencida de que ya no hay futuro para ella.
Ya en su casa cambia su modelo de moda por una bata y unas chinelas que la hacen parecer a madame de Pompadour recibiendo a su amante recostada en su cama, rodeada por sus gatos, y luego a los músicos que vienen a proponerle un nuevo hit. Cleo es cantante recién comenzada su carrera (solamente ha grabado tres singles) y odia los temas que canta (son músicas totalmente bobas, salvo una, que le ofrecen sus músicos, -el pianista es el propio Michel Legrand- "Sin tí", que habla de los temores de la desaparición y la muerte, y la conmueve de tal forma que la hacen abandonar el recinto. Sale sin rumbo fijo y se mete en una confitería en dónde coloca en la máquina de música uno de sus temas sin que nadie le preste atención. En la confitería está lleno de cuadros surrealistas que la confunden aún más y aumentan su desesperación. Llega hasta el estudio de unos escultores donde una modelo posa desnuda. Se siente la fascinación que tiene la directora por el culo de la modelo, al que toma desde todos sus ángulos. La chica resulta ser amiga de ella y parten juntas en el auto del novio ya que es su primer día de conductora y se lo ha dado para que lo pruebe. Los mensajes de muerte son varios, el novio de la chica es un proyectorista de cine que está exhibiendo un corto cómico en donde la protagonista muere y es subida a un coche fúnebre. Cuando viaja en tranvía, éste para repetidas veces en pompas fúnebres. Ve en su deambular sin sentido por la calle a un hombre que se traga ranas vivas y a otro que se perfora el brazo con una aguja, todas imágenes que la conectan con el dolor y el deceso.
Finalmente llega a un parque con cascadas, en dónde se cruza con un soldado de la guerra con Argelia que trata de seducirla. Ella, reticente, pronto entra en su juego y le cuenta de su terror a que le diagnostiquen un cáncer. Él se ofrece a acompañarla a ver al médico si ella hace lo mismo con él de acompañarlo hasta la estación de tren porque parte esa misma tarde. "Tienes respuestas para todo", le dice ella, "yo sólo tengo preguntas". Y debe ser así la angustia de la muerte, de ver cercano el final. Con preguntas nos deja también Agnés Varda al final de la proyección de "Cleo, de 5 a 7", ya que nada es seguro. El médico le dice que su caso puede tratarse con rayos por dos meses y saldrá adelante, pero no sabemos si le está diciendo la verdad o es una mentira piadosa. No sabemos si Cleo vivirá, todos esperamos que sí, pues su belleza no es fácil de apagar ni desvanecerse en el aire así como así.
La cámara de la directora, siempre inquieta, juega con los rostros de la gente, con los espacios a los que hace flotar y aprovecha la sorpresa de los "filmados sin previo aviso". Una obra maestra que nos hace revalorizar a ese gran movimiento ya perdido que fue la "Nouvelle Vague". Gracias Agnés. Gracias Cleo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 24 de febrero de 2017

Mi crítica de "Dorian Gray. El Retrato" (Teatro musical)


Teatrix nos acerca, en calidad de estreno, este magnífico espectáculo musical de la dupla Pepe Cibrián Campoy-Ángel Mahler. Siguiendo por su recorrido por lo siniestro nos introducen ahora en la atormentada alma de ese Dorian Grey que vende su espíritu en cambio de la eterna juventud. Para quienes no conozcan la obra que pergeñó Oscar Wilde, Dorian Grey es retratado en un óleo, el cuál, con el correr de los años empieza a mostrar su imagen más y más envejecida, mientras él se mantiene lozano y fresco. Pero Dorian se corrompe y empieza a asesinar prostitutas (y pintores) sin que se altere su espíritu. Va haciéndose cada vez más sádico hasta que se ve redimido por una prostituta virgen y joven (¡!) por la cual se desvive, Sibil Bayle, por quien es temido en un principio. Hay que ver lo bien diseñado que está el personaje, ya que ella parece inmaculada, sin mancha, frente a las otras prostitutas, a pesar de que todas visten de igual modo, debe ser el peinado, o la visión aniñada del rostro de ella lo que le confieren esa lejanía. Consigue enamorarla y justo antes del casamiento es persuadido por su amigo y mentor, Lord Henry, de que suspenda esa boda. Esto destruye a Sibil, quien ve descender su vida nuevamente en ese pozo de degradación que son las casas de citas. Ella esperaba ser salvada por su príncipe, como lo dice en una canción. Dorian Grey acaba suicidándose, para que el cuadro reponga inmediatamente su fisonomía de juventud. Sibil queda totalmente consternada junto al cadáver de su futuro esposo cantando "Escrito está el final", el bellísimo tema con letra de Cibrián y música de Mahler compuesto tanto para él como para ella.
Pero acá empiezan los problemas. La obra está tomada en el 2013, cuando Juan Rodó (Dorian Grey) no había hecho todavía ese cambio para mejor que noté en "Jekyll & Hyde", sigue siendo un tenor casi bajo, con esa voz grave y monocorde que vuelve monótono todo espectáculo. Y como éste está escrito para su lucimiento... ya saben lo que les espera. Una hora tres cuartos de gravedad. Para colmo, el actor que encarna a Lord Henry (no se consignan los nombres de los actores en esta emisión) también tiene una voz de bajo, así que compiten a ver cuál de los dos monopoliza más el canto. Por suerte en Sibil está Luna Pérez Lening, que hace mágico cualquier papel, con su excelente voz, su belleza y su capacidad actoral. Esta vez, el elenco se ciñó a 12 personas, pero que parecen un ejército. Hay buenas y buenas composiciones en el resto. El cantante que trabaja a Basil, el pintor, también es bueno y por suerte tiene una voz más aguda, que rompe con tanta monotonía.
Es acá imperioso citar la broma de Les Luthiers que le decían a Jorge Maronna "El Retrato de Doris Day" porque no envejecía nunca (ya no debe aplicarse tal chiste, porque está viejo igual que el resto).
Pero siguiendo con la obra, es de lamentar que esta versión no incluya la magnífica "Obertura", que era todo un hallazgo de canto grupal y resaltaba mucho la obra. Acá se pasa a escuchar directamente el grito de Dorian Grey y a que Lord Henry entone "Gritos". Se destacan como siempre las canciones corales ("Den"; "Tus compañeras de antro", son ejemplo de esto), así como las arias (ya dije que podía llamarlas así) para una o dos voces ("Escrito está el final" es una de ellas, repetida varias veces; "Ese cuadro soy"). Está muy bien también la preparación del cuadro, que muestra el envejecimiento progresivo de ese Dorian que en realidad no es él. En estos tiempos de deshumanización y consumo está muy bien recordar que no siempre la belleza física es lo importante, que también existe un interior, y que si ese interior puede llegar a ser noble y generoso, es más importante lo uno que el otro. Dorian es un bicho repelente (no confundir con repelente para los bichos), su dependencia de la lozanía física le ha corrompido de tal modo que hasta comete crímenes y no duda en dejar a quien tanto deseó y admiró por su pureza, una pureza que faltaba en él.
El regente del prostíbulo es todo un personaje y está muy bien logrado, poniendo la cuota de humor dentro de tanto horror gótico, con su eterno peluquín que se le cae, sus ojos y cachetes ultrapintados y su panza descomunal. También la figura de Dorian está muy inteligentemente construida, con esos cabellos leoninos y su saco hasta el suelo le dan un aire siniestro muy propio de la situación.
Esta vez no hay escenografía, tan sólo dos escaleras a los costados, cercando a la orquesta, que ocupa el escenario, y el cuadro, como una estampa religiosa, siendo partícipe de las acciones que se juegan y que con muy buen tino no está presente todo el tiempo, sólo el necesario. La orquesta, dirigida por Ángel Mahler, como siempre, suena muy bien. Es una pena que no hayan incluido los créditos para hacer justicia con los distintos rubros. 
Es, en definitiva una muy buena manera de acercarse al universo tenebroso de Oscar Wilde y de apreciar su obra. Y ésta, es totalmente disfrutable, a pesar de los contratiempos que acá marqué. Recomendable para toda la familia, en especial para quienes gusten de los musicales (acá no hay diálogos hablados, todo se canta).
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 23 de febrero de 2017

Mi crítica de "Un Cuento Chino" (Cine-2011)

Tal vez sea el oficio de crítico lo que nos vuelve más serios (por fijarnos más allá de lo aparente), el caso es que no me reí tanto con "Un cuento chino", como sí le pasa a mi amiga Amalia que se despatarra de la risa cada vez que la reve. No sé si es porque no me hicieron gracia las puteadas de Darín (hay gente que sabe putear y gente que no: Pinti sabe putear como Dios manda, la Morán sabe putear, Darín no sabe) o que le presentí un trasfondo más dramático desde el comienzo (el final me dio la razón), lo cierto es que "Un cuento chino" me amargó bastante.
Todo empieza en un tranquilo lago de China, en un bote, en dónde está Yun (Ignacio Huang), protagonista de la historia y su novia a quien va a entregarle los anillos de compromiso en el momento en que... una vaca cae del cielo y destroza el bote, llevándose a la novia de Yun con ella. Pasamos sin solución de continuidad a la ferretería de Roberto De Cesare (Darín), donde está contando una y mil veces los clavos que vienen en la caja y siempre tiene entre diez y cinco clavos de menos (Roberto es un obsesivo de libro), haciendo el correspondiente reclamo. Le contestarán siempre lo mismo, que la máquina a veces se equivoca. Pero se equivoca a favor de ella, contesta Roberto. Éste tiene que apagar la luz para dormirse siempre exactamente cuando el reloj cambia las 22.59 por 23 hs. Así como le regala una miniatura de cristal a la foto de su madre muerta cuando él nació (que conserva en una vitrina) para cada cumpleaños e ir con tres claveles a la tumba de sus padres en Chacarita cada sábado, sin faltar ninguno, eh. Y así es como recorta de los viejos diarios que le trae un amigo cuanta noticia insólita o irónica lee. Así es como también viene de visita la cuñada de su amigo, quien está enamorada de él y éste le responderá con indiferencia por enésima vez a sus pedidos de amor (la hermosa Muriel Santa Ana, demasiado dedicada a componer mujeres solas en los últimos tiempos).
Y así es como una tarde en que Roberto descansa mirando aviones en el aeropuerto (recordemos que el director, Sebastián Borensztein es fanático de los aviones y él mismo es piloto) que su vida se cruza con la de Yun, que ha venido a parar a la Argentina en busca de un tío (tapu, le dicen ellos) sin saber el idioma y sin dinero. Para ser breves, Roberto termina llevándoselo a su casa a convivir, le depara un cuartucho en donde lo encierra para que no le robe nada y lo deja así hasta el día siguiente. El primer paso es llevarlo a una comisaría para ver si lo pueden ayudar a buscar a su tío, pero en cuanto el oficial dice de ponerlo en un calabozo, Roberto se revela y el empleado lo ofende y le pide que le pida perdón. Roberto no sólo no se lo pide sino que le da un cabezazo en la nariz que lo deja fuera de combate y lo obliga a salir corriendo con su amigo oriental. Es curioso como el chino pasa a cosificarse por el hecho de pertenecer a otra cultura y no hablar el idioma, pasa a convertirse en un objeto ("Traelo", "ponelo ahí", "metelo", sacalo") y a ser esclavizado y pasar a hacer tareas ingratas (lo hace que le limpie el fondo, siendo que está lleno de porquerías y finalmente le hará que le rasquetée la pared y se la pinte. Todo esto, por supuesto, por lenguaje de señas ya que ninguno de los dos comprende al otro; están en una relación especular, sólo que es Roberto quien se aprovecha ya que él no está perdido ni indefenso. Por un momento alguien se pone en el lugar de él. Es Mary (Muriel): "Me preguntaba qué haría yo perdida en China, sin plata, sin entender el idioma, sin un lugar a dónde ir... Por suerte lo tengo a Roberto..."
Irán a la Embajada China, donde dejan sus datos y la esperanza de una posible conexión, hasta habrá el contacto con un hombre ciego de La Plata, que dice ser el tío pero finalmente no lo es. Recorrerán el barrio chino, en Belgrano, pidiendo informes, pero nada... Mientras tanto Yun va aprendiendo algunos hábitos de Roberto, como hacer el desayuno o comerse la miga del pan. Los más amables con él son los parientes del amigo de Roberto, quienes los invitan a cenar y lo tratan con suma delicadeza, mientras el ferretero es duro con él. Pero cuando le mande a desalojar la pieza en donde vive de cachivaches y transportando trastos le rompa la vitrina de la madre, será el acabose, lo sube a un taxi y le dice al tachero que lo lleve al barrio chino y lo deje ahí. Pero pronto se cruzan por la calle Roberto y el policía que lo maltrató y al que él fajó y se la cobra (y aquí es donde interviene el inverosímil, más inverosímil de que una vaca caiga del cielo) dándole flor de paliza en un baldío. Por suerte Yun los ve, desde su desprotección en el barrio chino, y sale en defensa de su amigo, rompiéndole un cacharro en la pelada al cana. Vuelve a casa de Roberto.
Un día en que el "patrón" quiere conocer la suerte de Yun, invita a comer al repartidor de comida china para que oficie de traductor. Así logran entenderse y lo qué quiere saber el chino es por qué recorta diarios y pega noticias Roberto. Éste le contesta que pega las noticias que parecen increíbles, y le cuenta que el álbum lo inauguró su padre quien había venido huyendo de la guerra en Italia y recibía semanalmente un diario italiano. En ese diario figuraba la noticia de que Argentina había entrado en guerra con Inglaterra, pero lo que más lo inquietaba es que en ese recorte estaba la foto en primer plano de su hijo con un fusil en las Islas. Eso lo conmovió tanto que ahí nomás murió. Roberto estuvo confinado a las Malvinas hasta el rendimiento y volvió para ver que la ferretería estaba cerrada, y ahí comprendió todo: a los 19 años se había quedado huérfano. Sigue leyendo noticias hasta dar con una del país de Yun, y es que una vaca caída del cielo hundió un barco pesquero. Ahí Yun se ensombrece y dice "Ese soy yo". Y cuenta la historia (real, por cierto) de que unos ladrones de ganado iban en un avión y que las vacas empezaron a ponerse nerviosas y hubo que deshacerse de ellas tirándolas al vacío, con tan mala suerte que una de ellas cayó sobre el bote en el que estaban los novios. 
Finalmente llega una llamada desde Mendoza diciendo ser el tío de Yun y hacia allá parte él. La película termina felizmente cuando Roberto se dirige al campo en donde vive Mary para encontrarse con ella.
La dirección de la película es excelente, nunca decae ni pierde el rumbo ni el interés, proveniente de una historia verídica como esta y hace pie en las diferencias, como nos limitan, incentivan la desconfianza y generan odios y rencores. El guión es perfecto, tomando cada escena por su doblez gracioso o dramático, según se lo quiera ver, y las actuaciones son impecables. Por fin Darín componiendo a un no-Darín, un ferretero obsesivo, huraño, gruñón, malhumorado pero de un gran corazón. El chino Ignacio Huang está muy bien también, luchando contra esa cara de nada que tienen los chinos (recuerdo que Dolina decía que los chinos no ven, sino que sospechan) y hace querible a su personaje. Así como Muriel Santa Ana, siempre simpática y con una sonrisa en los labios para conquistar a ese Quijote hosco. Lo mejor son los efectos especiales, que hacen que una vaca caiga del cielo quebrando por la mitad a el barquichuelo en donde estaban los querubines. Una película para sacarle mucho jugo en su debate, y para agradar aún a aquellos que recelan del cine nacional. Ah, es una coproducción con España (¿?).
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 18 de febrero de 2017

Mi crítica de "8 y 1/2" (Cine-Fellini)

Continuando con mi estudio para el curso de las películas de Fellini, ahora le ha tocado el turno a la mejor de toda su carrera (a mi entender) y mejor película de la historia del cine: "8 y 1/2". Es de 1963 (¡cuando yo nací ya se había inventado el cine!) y el guión pertenece al propio Fellini, a Ennio Flaiano, Tullio Pinnelli y Brunello Rondi. Se podría decir que tiene un guión perfecto, es un gran deleite asistir a las dos horas  y cuarto de la "representacion" del mago sempiterno de Fellini.
Para comenzar diremos que no es una película fácil de entender, ya que tiene tres niveles de análisis: el real, el onírico y el simbólico. El real corresponde a toda la estructura general del film y pueden contarse los recuerdos de la Saraghina o de la escena de infancia de los chicos bañándose; el onírico corresponde a la imagen del sueño con que empieza el film y el simbólico a la escena del harén de Guido o a la del suicidio del mismo.
La película comienza con un embotellamiento de autos en un túnel, donde Guido (Marcello Mastroianni, al que reconoceremos después de un rato comenzado el film) está encerrado en su auto y no puede salir, el gas comienza a invadir su auto y se desespera pateando ventanillas y rasgando sus dedos contra los vidrios para luego salir volando y aparecer en una playa. Es atrapado en su vuelo con una soga por su pie y arriado a tierra al grito de "lo tenemos". Esta escena tan hermética, puede interpretarse como el proceso del nacimiento, el túnel es el canal de parto, de ahí sale al exterior unido por un cordón umbilical (la soga) y finalmente depositado en el mundo. Otro de los enigmas es por qué Fellini tituló "8 y 1/2" a la película. Sucede que por su argumento, representa un film a medio completar, inacabado, y habiendo hecho hasta el momento 9 películas sintió que esta era media película y por eso su mitad en el título. Los psicoanalistas dirán que es un parto abortado antes de su término, no llega a los 9 meses señalados y por eso el 8 y 1/2.
"¿Qué nos prepara de nuevo? ¿Una película sin esperanza?" -pregunta el médico del balneario a Guido en la segunda escena. Y es que Guido ha despertado del sueño en un grito de angustia, en ese lugar de aguas termales a donde ha ido para preparar su ambicioso film. Guido es un director de cine y el alter ego de Fellini, un director que ya lo ha dicho todo y que se encuentra en una etapa de falta de imaginación creativa y siente que ya no tiene nada por decir. Fellini nos retacea la aparición de Mastroianni en la película, vemos como le realizan los controles clínicos y una enfermera toma nota sobre su estadía en las termas, acá escuchamos la voz inconfundible de Marcello pero no lo vemos hasta que se encierra en el baño y se asoma a un espejo, ojeroso, despeinado, en mal estado, al son de la "Cabalgata de las Walkirias" de Wagner. Comienza el show. Enlaza la escena con la siguiente, un desfile de tipos del balneario, placidísimo, -en contraste con la música, cuyo director aparece en campo- con miradas a la cámara, ancianos decrépitos, monjas, viejas damas. Un silencio y una luz deslumbrante envuelven la primera aparición de Claudia (Claudia Cardinale). Guido se baja los anteojos de sol para ver lo irreal. Guido ha concebido para la Cardinale desde el principio un papel que simboliza la pureza y la perfección femenina. Claudia es la obra, el fantasma que guía con su lámpara al artista a través del bosque de la creación. No se trata de una mujer sino de una alegoría. La primera vez que aparece en el film, en el balneario, lo hace silenciosamente, sin música, como saliendo de un cuadro.
No nos preguntamos qué película está haciendo Guido Anselmi, pero sí en qué grado de realización se halla al inicio del film. Se ha movilizado al equipo, se ha hecho venir a actores extranjeros, se ha construido la plataforma espacial. Está estancada, a causa de las dudas del director y de sus complicaciones personales, pero sí lo suficientemente avanzada como para que el crítico Daumier comente su guión con palabras no muy halagüeñas en una escena temprana.
Carla (Sandra Milo), la amante de Guido que él hace ir hasta allí es una "bella culona", concebida desde el principio por Fellini, según sus propias palabras, como sumisa, aparentemente el ideal de la amante porque no causa problemas, de femineidad venusina y al mismo tiempo maternal, nutricia. Carla es todo lo contrario de la esposa, Luisa (Anouk Aimée). En la entrevista con el cardenal Guido rememora su pasado de haber conocido a la Saraghina. Saraghina, dragón horrendo y espléndido, pertenece a la infancia del propio Fellini, o al menos eso decía él. Su manera de describir ese streap-tease de la mujer ante la mirada infantil tiene esa gracia un poco gruesa que le es propia. La describe como "la mujer rica en femineidad animalesca", correspondiendo al deseo del adolescente hambriento de sexo que quiere "una gran cantidad de mujer". Debemos decir que el personaje de Saraghina es de lo mejor de la película. Unir la torpeza y la gracia, la deformidad y la belleza en un solo personaje es una de las habilidades de Fellini, y en la Saraghina, alcanza cotas muy altas. El baile de la giganta al ritmo de la rumba es maravilloso.
La segunda gran escena con el cardenal tiene lugar en los baños termales. Comienza con una grandiosa procesión de los pacientes del balneario que bajan por una escalera, cubiertos con sábanas, al son de la música. Finalmente Guido llega donde se halla el cortejo del anciano, el cardenal está siendo desnudado, de modo que su cuerpo se ve en sombras a través de unas pantallas de sábanas y velos que despliegan hábilmente sus acompañantes. Guido confiesa que no es feliz. El cardenal pregunta con voz silenciosa por qué habría de serlo. No hemos venido a este mundo a ser felices. Y luego repite, en italiano y en latín, que fuera de la iglesia no hay salvación. Eso es todo el gran mensaje.
La imposible amistad de Luisa y Carla, fantaseada por un Guido que se entrega al delirio infantil, de dar rienda suelta y poner en escena sus sueños de unión de todas las mujeres en una, o al menos de tenerlas todas juntas para él solo, comienza con una conversación entre ambas que se va volviendo afectuosa y acaba en un baile. La música es la felicidad, lo paradisíaco (la banda de sonido de Nino Rota es la mejor que se haya compuesto para película alguna) o, al menos, lo que puede enlazar con ello. Las dos mujeres danzan, se enlazan, formando un círculo. Las mujeres están contentas de ser suyas, y su encuentro conduce al escalón más profundo y juguetón del delirio: el harén, que repite y amplifica un tema sobre el que Guido ya ha fantaseado antes: el de las mujeres cuidándolo en ese otro harén que es su casa de la infancia. El espacio del harén de Guido es una vieja casona parecida a lo que él mismo imagina como escenario de su infancia. Antigua, amplia, con escaleras que conducen a misteriosas alturas. Guido queda como único macho en ese enjambre de hembras complacientes, felices. Penetra en él desde el frío mundo exterior trayendo consigo la nieve de afuera. Dentro hace calor, hay agua caliente en la que lo bañarán como en su infancia, envolviéndolo luego en una sábana. Allí están todas. Luisa con su estatuto de esposa, cocinera, fregona, con el cabello oculto por un turbante de ama de casa atareada. Está también Carla, Saraghina, hay también una hermosa negrita de aspecto salvaje y gracioso, que las otras le regalan como un juguete con el que hubiera soñado. En el harén doméstico no sólo están todas las mujeres; ya que la música es símbolo de lo fusional y paradisíaco, está también todo el repertorio de sonidos y de músicas del film, que van entrelazándose y tomando el relevo, del mismo modo que las propias mujeres desfilan y danzan ante la la cámara. El cruel reglamento del harén, relega a las que se van volviendo viejas al piso superior, donde no son maltratadas pero quedan marginadas sexualmente. Incluso dentro de este mundo utópico e imaginario hay representación. Para Fellini no cabe engañarse con ningún tipo de efecto de realidad, como forma de representar, aún dentro en un episodio mítico o imaginario, pues en definitiva no hay diferencia cualitativa alguna entre este espacio y el que podríamos llamar "real". Ambos forman parte de un mismo proceso de desarrollo textual.
Durante la visita a la plataforma, Guido habla mucho de su película, en abstracto, sin imaginar escenas. "En ella lo pondré todo", dice, y añade que quisiera hacer un film honesto, sin mentiras, algo simple que ayudara a sepultar lo que llevamos muerto adentro. Y lo que es más importante: "No tengo nada que decir, pero quiero decirlo igualmente". Todas estas confidencias no se las hace al crítico o al productor, sino a la amiga de su mujer, a alguien ajeno a sus preocupaciones. En realidad, está hablando solo.
Incluso la posibilidad de búsqueda todavía del ideal de mujer encarnado en Claudia está sometido a representación en la típicamente felliniana escapada nocturna, sincera en su etapa fílmica anterior, pero que, como ocurre siempre en sus películas, no conduce a ninguna parte más allá de una reflexión íntima en la mítica y mágica noche donde tienen lugar las apariciones. En esas fugas los personajes parecen ser sinceros consigo mismos, despojados de máscaras, pero en "8 y 1/2" esto ya no es posible: otra vez somos engañados, nuestra posición es incierta, la vida es representación y se muestra como tal. Tras una conversación amistosa e íntima entre Guido y Claudia, la distinción entre vida y representación no es posible y todo está en el mismo plano: se representa la escena y se comentan los diálogos y la concepción del personaje en el gran teatro del mundo, sin que esto sea distinto de la vida.
Cuando Guido y sus colaboradores han visto las pruebas y tras la aparición de Claudia, tiene lugar el cóctel y la rueda de prensa que inaugura el rodaje de la película de Guido en el descampado donde se alza la plataforma de la astronave. No es la "realidad" la que se nos muestra, sino un tratado de angustia de Guido, una larga secuencia cruel a la que tiene que ser llevado en andas, a la fuerza, y en la que la música trepidante, la luz deslumbradora y la muchedumbre de personajes mirando a cámara y vociferando, crean una atmósfera de pesadilla. Conminado por el productor a que diga unas palabras a los periodistas, Guido huye y se oculta debajo del tablado. Y se suicida en off. No lo vemos, oímos el disparo.
Sin solución de continuidad, parece que Guido renuncia a hacer la película. Despide al personal. El crítico Daumier alaba su decisión: "Es mejor destruir, que crear cosas inútiles". Tanto Guido como el espectador experimentan un sentimiento de liberación, y entonces tiene lugar el desfile de los personajes, vestidos de blanco, precedidos por payasos  músicos y dirigidos por el mago hasta que Guido toma el mando de la comitiva y, tras un espectacular descenso por las escaleras de la plataforma de todos los actores que han trabajado en la película de Fellini, se forma una rueda en la que participan todos y a la que se unen Guido y Luisa. Es un saludo final de carácter teatral, que pone fin a la única película "real" de esta obra: la de Fellini, de la que Guido es sólo un personaje más, privilegiado en tanto que representante parcial del director.
He dicho.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 17 de febrero de 2017

Mi crítica de "Lord" (Teatro musical)

Hola, de nuevo al teatro... Ayer fui a ver "Lord", el nuevo musical de Pepe Cibrián Campoy con dirección suya junto con Valeria Ambrosio y protagonizada por él mismo y Georgina Barabarossa. El libro y las letras le pertenecen y la música original, dirección musical y arreglos corales son de (¡!) Santiago Rosso (¿Se separó la dupla Cibrián-Mahler?). Bueno, lo cierto es que la música suena renovada, nuevos vientos (y cuerdas) soplan en dirección Cibrián. Otra de las sorpresas es que la escenografía, en este caso es concreta y es siempre la misma: grandes paredes con relojes estampados, muchos relojes, como advirtiéndonos que el tiempo pasa, que en la vida el tiempo es corto, que todo es efímero... La decoración se completa con sillas, muchas sillas, que resultan innecesarias porque acaso las usarán los personajes para construirse un puentecito y una chaise-long en la que nunca se acostará.
Hasta ahora todo muy lindo, pero esta vez no la pegó Cibrián con la historia. La narración está casi calcada de la novela "Cuento de Navidad" (o "Canción de Navidad") de Charles Dickens y si ya la novela del gran escritor inglés era tediosa, la transposición a un musical de dos horas (habría que darle algunos tijeretazos al libro) lo es más. Y aburre además porque Pepe trabaja en un solo registro, su personaje no tiene cambios, salvo al final, y la juega de viejo avaro, muy, muy, muy avaro que odia la Navidad y cualquier tipo de celebración que implique gastos, y de esa tonalidad no sale. Y es raro, porque ver a Pepe Cibrián en escena se parece a estar ante un prócer del musical, y acá eso se diluye, además de no salir ni un segundo de la escena, hace monótono el espectáculo. Lo salva la ductilidad y los matices de la Barbarossa, que hace un raid de humor tanto en su personificación de La Parca como en el de Matilde, la difunta esposa de Lord (¿no tiene nombre Lord, que todos lo llaman así?). Se luce de veras con su vis cómica y su cambio de tonalidades de voz, desde ser una gata seductora hasta la más arrabalera de las muertes. Y en Matilde brilla con el acento español y bailando flamenco y con todas sus gracias "gallegas". La verdad es que Georgina salva la plata, que no es poca, ya que la entrada está en 700 $ (yo la pude ver por 430 $ porque la saqué por Tickets). Los secundarios también están correctos aunque no haya ninguno que se destaque por sobre los demás. Sucede que cada uno tiene su momento de lucimiento (y una canción como mínimo) y luego desaparece. El ensamble con todos, ya sea como compañía de circo mortuorio o de flamenco está muy bien y son muy ágiles esos cuadros.
Pero vayamos a la comparación con el original. En el libro de Dickens (que acá no se menciona como germen ni como nada) un hombre avaro, Mr. Scrooge, trabajaba y trabajaba para ganar dinero y guardarlo y se convertía en un avaro que odiaba la Navidad y sus fiestas. Llegaba al colmo de la avaricia. La noche de Nochebuena, en pleno sueño, es visitado por los fantasmas de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras y, conmovido por lo que ve, decide cambiar su vida. Acá es casi idéntico lo que pasa, salvo que este hombre ha tenido esposa y una hija, que perdió (a ambas) en un accidente y su hija le ha dejado un yerno y una nieta a la que nunca quiso conocer, es más quiere negar su existencia. Su hija se le presenta en sueños, así como su esposa, y también todo ocurre la noche de la Nochebuena. Se le va a presentar su socio en el comercio, Jonás, quien le pide dos horas de franco para estar con su familia, y Lord, a regañadientes se las otorga pero le dice que las va a descontar de su sueldo; Patrick, un socio que murió y a quien él le dedicó un entierro de miseria, su yerno, que lo reclama en su mesa navideña para que conozca a su nieta, una madame adivinadora del futuro (componente del circo de la muerte), y el que fuera él mismo en su niñez, que está dentro de él y a quien ya tiene olvidado. Y finalmente Vera, esa nieta reticente, que termina conquistándolo  por su parecido a su madre y por la extrema suavidad y armonía en su tratamiento, una chica que debe rondar los 16 o 17 años (nos preguntamos, ¿y cuándo su madre vivía tampoco la quiso conocer?) .
La obra resulta aburrida porque no hay nada que la empuje hacia adelante, a avanzar, siempre rondamos la imagen de su avaricia (hay humor, sí, pero la mayoría de los chistes suenan flojos, no hay humor negro ni corrosivo como el que lucen las obras de hoy en día) y la idea de una muerte inmediata y de que se va a ir al infierno, mientras su esposa e hija están en el cielo. Y porque es una obra en la que sabemos todo lo que va a pasar porque ya es archiconocida la "Canción de Navidad" (el cine ha hecho innumerables versiones de ella; hasta Mickey Mouse tiene una propia). Cae casi de maduro (perdonando la mala palabra) compararla con ese gran exitazo que fue "Drácula". Si bien "Drácula" también era una historia donde todo el mundo conocía el final, y era mucho más difundida que la "Canción de Navidad", esa tenía el sabor de lo nuevo, del pan recién horneado, del futuro que renovaba el teatro musical en la Argentina para siempre. Ésta no. No pasa lo mismo porque es más de lo ya visto (ojo, la música y las letras son muy buenas, no hay que desmerecer todo, y la coreografía también, así como el vestuario), porque acá el personaje de él no genera empatía por derecho ganado, es un personaje el que no nos genera tristeza que termine sus días en el infierno y porque el mismo Cibrián se ve deslucido por su presencia (con un eterno camisón blanco y sus pelos largos al viento de la ignominia). En resumen, una obra que recomiendo sólo para aquellos fanáticos del musical, que no tengan miedo de aburrirse con una obra de 2 hs sobre temas ya conocidos y poco atractivos. Eso sí, el público aplaudió de pie. Y entre ese público estaba Zulma Faiad en la función a la que fui yo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 15 de febrero de 2017

Mi crítica de "Aquarius" (Cine)

Ayer vi una película maravillosa, "Aquarius", protagonizada por esa gran actriz (es más grande ahora que está grande que de jovencita) que es Sonia Braga. La dirigió un tal Kleber Mendonca Filho, la película es brasileña y nos gana a todos por el carácter de esa mujer que es el centro de un relato coral. Es un film donde abunda el amor, el amor por los hijos, por los nietos, por las nueras, sobrinos, la música por sobre todas las cosas y por ese departamento que defenderá como una fiera.
El argumento es así, Clara (Sonia Braga, que está vieja y fea, pero que al término de las dos horas y media de la película la veremos como joven y hermosa, por la fuerza magistral de su interpretación) vive en un edificio llamado Aquarius, al que una empresa constructora quiere derrumbar y por eso ha ido comprando todos los departamentos, menos el de Clara, su hogar, su lugar en el mundo, el que se niega a vender ni por toda la plata del mundo. Clara ha padecido cáncer a sus 30 años, y como consecuencia de eso le han extirpado un pecho (lo vemos en una escena de desnudez), así como batalló con el cáncer hasta sobrevivirlo, ahora a sus 65 años, luchará para defender su postura en la Tierra. Tiene tres hijos, Ana Paula, separada y con un chico; Martín, de novio con una chica preciosa y Rodrigo, gay a punto de presentar su novio a su madre (y ella muy orgullosa por ello), que la apoyan en todo. Una mucama de su edad, Ladjane, con quien se tutea y es como su hermana, y tiene un hermano menor que ella. Este le ha proporcionado sobrinos y novias de ellos a los que aconseja en sus gustos musicales. Clara es escritora y periodista, se supone que crítica musical, porque ama la música y tiene su preciada colección de discos de vinilo en su biblioteca. A ella le gusta todo, desde Queen hasta John Lennon, desde María Bethania hasta Héctor Villa-Lobos y disfruta escuchando sus discos, bailando o viendo sus videos.
La película se divide en tres capítulos que poco tienen que ver con el título: 1-"El cabello de Clara", 2-"El amor de Clara" y 3- "El cáncer de Clara". Lo que podemos decir es que el primero empieza en 1980, donde Clara tenía 35 años y el pelo muy corto debido a los tratamientos que tuvo que sufrir. En el cumpleaños 70 de su tía Lucía, su marido expone muy bien toda la batalla que tuvieron que padecer los dos para ganarle a la maldita enfermedad. Pero así como abunda el amor, también lo hace el odio y la dureza de esta mujer cuando se enfrenta a los de la constructora (abuelo y nieto que la persiguen noche y día para comprarle el departamento y poder iniciar su negocio). Pero el departamento es aquello que la contiene, que la salvó de la enfermedad, y así como el título parece traído de los pelos, ese "Aquarius" que es el edificio también contribuye a que por momentos veamos a los personajes enmarcados como dentro de una pecera de acuario. En "El amor de Clara", Clara va a bailar con sus amigas a un club y cree haber encontrado al amor (su marido ya lleva 17 años de muerto), un hombre sesentón como ella, que, cuando la empieza a besar en su auto e intenta tocarle los pechos, ella lo detiene diciéndole "tuve una cirugía", "¿de mama?", pregunta él, y será la última vez que lo veamos. Y en "El cáncer de Clara" ella dispone que si ha podido ganarle al cáncer no se dejará vencer por una empresa, y prefiere repartir cáncer que padecerlo, cuando le desparrama las maderas con las termitas que ellos han metido en sus departamentos contiguos, encima de la mesa de los empresarios.
La batalla por el departamento empieza de manera soterrada, pero luego se hace más virulenta. Una noche ve invadido su edificio por jóvenes que van a hacer una orgía. Ella va hasta el departamento superior, los espía y como se muere de ganas tiene que llamar un taxi-boy para que sacie su sed de sexo. Después de la orgía quedarán manchas de excremento en las escaleras como símbolo de que la agresión es contra ella. Otro día aparece un pastor de una secta religiosa con cientos de seguidores por las escaleras que alaban a Dios y cantan y rezan frente al departamento de ella. Los enfrentamientos con nieto y abuelo de la constructora son cada vez más feroces, y es allí donde Sonia Braga demuestra todo su carácter de actriz de raza, encolerizada, a lo Medea, verdaderamente furiosa pero controlada, nunca dice una palabra de más de lo que hay que decir. Tiene un cabello largo, luminoso, que utiliza a modo de fetiche. Baila, canta, su vida para ella es una fiesta y bebe de todos los néctares aunque a menudo se enoje.
El director supo darle brío a una película que, por su extensión, podría haber resultado tediosa, pero que gracias a su mano de titiritero y a los buenos oficios de una Sonia Braga que está para el Oscar, la hacen no sólo potable sino disfrutable del principio al fin. El cáncer no sólo es un mal recuerdo para Clara, es lo que le da vida, lo que la mantiene como esa loba que cuida de sus cachorros a diente y espada. Todos sus recuerdos están en ese departamento, su vida misma, su convivencia con su esposo al que tanto amó, su ver crecer a los hijos, a los nietos, a los sobrinos (a uno de ellos, al presentar novia le recomienda que le haga escuchar a María Bethania para demostrarle cuán apasionado es), su convivencia con su mucama, su pasión por la música, el vino y el sexo. Todo, en resumen, se da la mano en ese hogar. Es una película sin concesiones, sin medias tintas, que apuesta a la fortaleza y a no bajar los brazos. Por eso la recomiendo denodadamente. Tal vez todavía esté en alguna sala de cine, ya que no tiene mucho de estrenada (es del 2016) y sino la pueden bajar de alguno de los sitios de la Internet.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 12 de febrero de 2017

Mi crítica de "Jersey Boys" (Cine-2014)

Acabo de ver esta magnífica película del amigo Clint Eastwood (del 2014) y veo que no le tiene miedo a nada, hasta se le arriesgó al musical. Por lo general los musicales de grandes directores fueron su piedra de toque del fracaso, por nombrar dos, Francis Ford Coppola con "Golpe al Corazón" y Scorsese con "New York, New York". No sé si calificarla abiertamente de musical a esta o de película con números musicales intercalados, ya que la estructura no es la del musical clásico. Hasta se le anima a la comedia en ésta. Está bien que el guión pertenece a Marshall Brickman y Rick Elice, Brickman escribió junto con Woody Allen sus más grandes éxitos ("Annie Hall", "Manhattan" y "Un Misterioso Asesinato en Manhattan") y de ahí vienen las réplicas de comedia. Pero adentrémonos a la película.
Me surgen varios interrogantes: ¿El talento puede llevar a destruirlo todo? ¿El ego desmedido puede provocar choques y rupturas aún con tus mejores compañeros? ¿Qué es la fama? ¿Cómo sobrellevar su peso sin dejarse invadir? A estas preguntas trataré de darle alguna respuesta. Ante todo debo decir que los cuatro actores que cantan en ese cuarteto llamado primero "The four lovers" y más tarde "The four seasons", pasan de un aspecto adolescente a otro de juventud y después de adultez en el que transcurren 40 años con una transformación camaleónica asombrosa. "The four season" existieron, y la película está producida por dos de ellos, los principales Frankie Valli y Bob Gaudio y deben haber intervenido en el guión, que está basado en el libro de uno de ellos.
Frankie Valli (ese no era su apellido, sino uno italiano, pero se lo cambió para hacerse más comercial) es un adolescente que tiene una excelente voz de barítono muy barítono (casi de nenita, diría yo) y es convencido por su amigo Tommy de juntarse con el otro amigo NIck y formar un trío musical para amenizar cenas y fiestas. Así lo hacen, y si bien en los primeros años son rechazados de todas partes, Frankie consigue conquistar una chica, Mary, y casarse con ella. Los otros atorrantes se la pasan de festichola en festichola. Con el tiempo y la extraordinaria performance de Frankie son aceptados por más público, hasta que se les acopla al trío un cantante, músico y letrista, que lanza un hit tras otro, Bob Gaudio y el trío deviene en cuarteto. Allí empiezan a conocer la fama pero también la tiranía de Tommy por dirigir el grupo y designar quien es admitido y quien no. Tommy es un violento, vicioso y gastador compulsivo que será finalmente quien provoque la ruptura del grupo. Pero para eso faltará. Empiezan a grabar discos que se venden como el pan caliente y a estrenar un hit detrás de otro. Son admirados por miles de jovencitas que llenan estudios de televisión y deliran por ellos, de una forma similar a la que sufrieron los Beatles. Todo esto empezó en el pueblito de Belville, Nueva Jersey, en 1951. Pero es muy difícil de controlar la fama, todo lo que se toca puede convertirse en oro o bien en barro. Las relaciones familiares dejan de existir porque los esposos se ven distanciados por las constantes giras, y cuando se vuelve, todo es reproches, gritos e insultos. A veces nos preguntamos si no somos más felices llevando una vida anónima que una de lujos y reconocimiento masivo...
No obstante el matrimonio de Frankie y Mary logra tener una hija, Francine, que más tarde se suicidará, quebrando el corazón de su padre y toda la supuesta estabilidad familiar. Es el golpe más duro que recibe Frankie, pero nada lo detiene a estrenar su próximo éxito. La banda -acosada por deudas que contrajo el truhán de Tommy- terminará por escindirse y sólo quedarán Frankie y Bob como grupo solitario. Claro, los éxitos que tienen son las pegadizas canciones tontas norteamericanas, no les exijamos una letra profunda, en la cultura inglesa no existe un Serrat, ni un Sabina, ni un Cortéz, ni un Víctor Heredia, ni un Víctor Manuel ni un Ismael Serrano. No, son lo más simplón que puede haber (vaya mi crítica para el último Premio Nobel de literatura otorgado a un letrista mediocre como es Bob Dylan, vergüenza total de los Premios Nobel), incluso las letras de los Beatles estaban llenas de yha yha yha, yeha yeha, etc.
Bueno, pero lo cierto es que Eastwood lo hizo nuevamente, y transforma un material que en otras manos podría haber sido una zoncera en una película con agallas, polémica y sumamente entretenida, como todo lo que filma él, aún pasados los 80 para el 2014. Las canciones, sí, tienen ritmo y son pegadizas, tal vez eso enfervoriza tanto a la juventud y la elección vocal que hizo en el casting es excelente, ya que son los cuatro actores los que cantan. Por suerte, con el correr de los años sus voces se van afiatando y van tomando coloraturas más masculinas y más melódicas. Pero Frankie, con su potente don, se cree el dios de la creación, y deja que todas sus relaciones sean llevadas por la tormenta, alzándose en un patriarca de la música que puede elegir qué tomar y qué dejar. Otro tanto sucede con Bob, de sus tiempos en que escribía cuatro hits en dos horas a unos momentos más tranquilos, en que la cordura le gana al entusiasmo.
Por fin vuelven a reunirse los cuatro amigos en el Salón de la Fama del Rock, en 1990, y ya maduros, vuelven a ensamblar sus voces para lograr el efecto tan esperado: que vuelvan a sonar como jóvenes, y así lo pinta Eastwood en la última escena del film, donde del escenario de 1990 vuelven a surgir esos cuatro adolescentes de antaño con sus voces juveniles. Y terminan cantando en la calle, bajo la luz de un farol para... nadie.
Como bonus track tenemos la presencia de uno de esos actores que levantan cualquier película, Christopher Walken, ya avejentado pero siempre efectivo, es un placer ser espectador de las escenas donde interviene ese Gyp De Carlo, especie de protector mafioso del grupo. Bueno, no sé si respondí a las preguntas que me hice, pero seguro que dejé otras planteadas para ustedes. Es una gran película, aunque no esté entre lo mejorcito del viejo Clint.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 10 de febrero de 2017

La película que me hizo más feliz en mi vida: "Todos dicen te quiero" (Cine)

En diciembre del año pasado La Nación preguntó a una decena de gente del espectáculo cuál había sido la película que más feliz lo hizo en la vida. Así como Norma Aleandro elegía "Fanny y Alexander" de Ingmar Bergman o Valeria Bertuccelli optaba por "La Fiesta Inolvidable", de Blake Edwards, a mí me vino inmediatamente la imagen de "Todos dicen te quiero" (1996, Woody Allen) como una película donde la felicidad es posible, desborda por los cuatro márgenes del cuadro e inunda la pantalla. Ya desde el título, que todos digan te quiero me produce una emoción insuperable, casi cautivante. Y que además sea un musical ("Le dije a Skylar que sería una buena idea para una película, y ella me contestó que salvo que fuera un musical nadie la iba a creer", dice Djuna, la hija de Woody Allen y Goldie Hawn en el film).
Hay muchas cosas para tener en cuenta. La primera es que Woody contrató un grupo de actores sin decirles que iban a tener que cantar y bailar. Por supuesto no todos sabían hacerlo, y la idea es que lo hicieran con los recursos que tenían, aunque lo hicieran mal, como inexpertos. Por suerte todos entonan bastante bien, hasta Woody, que con su media voz, sale airoso. La única que se hizo doblar fue Drew Barrymore porque canta verdaderamente mal, pero no se quería perder de estar en la película. El elenco es ambicioso, y a todos Woody le pagó la misma suma de dinero, como suele hacerlo en todas sus películas, desde la primera estrella hasta el jovencito que se iniciaba. Por orden alfabético, como los pone él, son: Alan Alda, Woody Allen, Drew Barrymore (la nena de "E.T.", ya crecida), Lukas Haas (el nene de "Testigo en Peligro", ya crecido), Goldie Hawn, Gaby Hoffman, Natasha Lyonne, Edward Norton, Natalie Portman (todavía una nena de 12 años, la ganadora del Oscar por "El Cisne Negro"), Julia Roberts, Tim Roth y David Ogden Stiers. La película destila la alegría de los musicales de Stanley Donen más que la de los de Vincente Minnelli, aunque esté ligeramente inspirada por "Meet me in St. Louis", de este último, por su división en las diferentes estaciones del año y su término en Navidad. Sí, cada segmento está ambientado con los mejores colores de cada estación en Nueva York y el invierno en París. Recuerdo haberla ido a ver al cine con mis viejos y que lloré de alegría en el asiento de atrás del auto durante todo el viaje de vuelta a casa.
Woody salió de su encierro en Nueva York y la filmó en N.Y., Venecia y París, tomándolo como toda una hazaña personal debido a su fobia a viajar, que Soon-Yi logró vencerle. El argumento es simple, todos los personajes se ponen a cantar en el momento más inesperado, como si se tratase de otra línea del diálogo, y lo hacen con toda naturalidad. Djuna (Natasha Lyonne) que es hija de Steffi (Goldie Hawn) y de Joe Berlin (Woody Allen), que están separados pero siguen compartiendo amistad, es el hilo conductor del relato. Tiene un padrastro, casado con su madre, Bob (Alan Alda), abogado de éxito, el cual tiene dos hijas y un hijo, Lane y Laura (Gaby Hoffman y Natalie Portman) y Scott (Lukas Haas), éste con ideas republicanas dentro de una familia demócrata. Otra hija de Bob es Skylar (Drew Barrymore) que está enamorada y se va a casar con Holden (Edward Norton). A la vez Bob tiene un padre que vive con ellos de 88 años (Patrick Crenshaw), con un Alzahimer divertido y descolgado de la realidad. Lo cierto es que es una familia de ricos, que  no siente culpa por ello. Mientras la madre se ocupa de obras de caridad y beneficencia, Joe es dejado por su novia, pero en plena estadía en Venecia conoce a Von (Julia Roberts) que si bien está casada, Djuna conoce al dedillo todas sus intimidades por ser la paciente de la madre de una amiga, psicoanalista, y espiarla en cada una de sus sesiones. Así le cuenta a su padre todos sus secretos y él los pone en práctica para seducirla, lo cuál consigue inmediatamente. Finalmente deja a su marido y se va a vivir con él a París. Debo decir que la película está colmada de los mejores chistes de Woody.
A todo esto, Steffi invita a su cumpleaños a un preso que acaba de salir de la cárcel, Charles Ferry (Tim Roth, autoparodiándose) para resocializarlo, y este termina enamorándose de Skylar y con una canción muy bonita en la terraza "If I Had You" y unos buenos besos, logra conquistarla. Esta anuncia su ruptura con Holden y su noviazgo con Ferry. Pero pronto se da cuenta que él sigue haciendo la misma vida criminal y en la noche de Acción de Gracias volverá con Holden. Entretanto Scott ha sufrido un desmayo y lo operan, un trombo le estaba tapando una arteria y por eso su cerebro no oxigenaba bien, y si estuvo teniendo un comportamiento raro durante el último año, sentencia el médico, se debe a eso. Su padre se llena de alegría pues su hijo vuelve a ser demócrata. En una de esas se muere el abuelo, y en el funeral, lo que podría haber sido una nota amarga para la película, el fantasma del abuelo se materializa y les recomienda a sus deudos, junto con otro grupo de fantasmas, que disfruten de la vida, que dejen de correr para hacer dinero, que es más tarde de lo que piensan, mediante una canción "Enjoy Yourself (It's Later Than You Think)", una rumba que terminan todos bailando y haciendo trencito en la sala velatoria.
Ya en París, en la Nochebuena, están todos dispuestos para ir al baile en homenaje de los Hnos. Marx, pero Bob cae enfermo, y Joe llega con la peor de las noticias, Von lo ha dejado porque se da cuenta que su sueño se ha cumplido y ahora está completa, y ella no puede vivir así (Recordemos que es la falta lo que constituye al ser humano). Ella le dice, "porque estoy loca". A lo que él le contesta, "supongamos que nada de todo esto sea cierto, que yo he conocido tus secretos y armé todo esto sólo para conquistarte", a lo que ella responde: "ahí pensaría que el loco eres tú". Conclusión, van Steffi y Joe al baile, disfrazados de Groucho Marx. Del baile se van a orillas del Sena (en una escena que es un homenaje a "Un americano en París") y ella se pone a cantar "I'm Thru With Love" (que es la última canción que canta Marilyn Monroe en "Una Eva y dos Adanes") y a bailarla juntos, bajo el frío de una Navidad en París. Allí es donde interviene el realismo mágico en la película y ella se pone a volar, siempre alrededor de él, creando una escena mágica y sensual que es para llorar de amor. Woody, en un principio, quería ser él el que volara, pero como quiso filmar la escena con una grúa (nada de fondo azul ni de transparencias) la coreógrafa argentina (que reside hace mucho en Estados Unidos) Graciela Daniele le dijo que debía usar un arnés entre las piernas, y que eso para el hombre era muy doloroso, optó porque fuera Goldie la que volara. Allí se sinceran y descubren que son mejores como amigos que como esposos, aunque ella le agradece que como él nadie la ha hecho reír. Se besan tiernamente en la boca y deciden volver. Ya en la fiesta Djuna dice la frase de que si no fuera un musical no la creería nadie y presenta su cuarto novio en lo que va de la película y todos bailan al son de "Everyone Says I Love You".
Ha pasado una hora cuarenta y nos hemos reído con los magníficos chistes de Woody, hemos disfrutado de canciones bellísimas, hemos asistido a la paleta de colores de Carlo Di Palma, uno de los fotógrafos preferidos de Woody, hemos visto Nueva York, Venecia y París y hemos asistido a un festival de actuaciones. Y nos han dicho te quiero más de una vez. ¿Se puede pedir algo más para lograr la felicidad?
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 9 de febrero de 2017

Mi crítica de "Campi. El Unipersonal" (Teatro)




































Hola, recién puedo ver por Teatrix el estreno de hoy, el unipersonal de Campi, y la verdad es que recibí una grata sorpresa. Yo no conocía a Campi por sus imitaciones de Tato Bores o de Gasalla por la simple razón que estaban en el programa de Tinelli, y eso es algo que tengo autoprohibido para conservar mi salud mental. Así que no conocía a Campi, pero debo reconocer que es un humorista serio, que estudia las características de los personajes que va a encarnar, que tiene una mirada profunda y sagaz hacia aquellos comportamientos humanos que son tan propios del ser argentino. Y que sabe interactuar con su público sin ofender ni sobresaltar. Así se comunica con varios de sus espectadores llamándolos por su nombre y haciéndoles partícipes de sus bromas.
Dice Pinti que el humorista debe aprender a reírse ante todo de sí mismo, para poder decirle al otro "sos un boludo y lo sé porque yo soy tan boludo como vos". Que el hombre inteligente se ríe primero de todo de la desgracia personal para aprender luego a reírse de la ajena. Y dice ese gran escritor y experto en literatura universal que fue Bernardo Ezequiel Koremblit en su libro "El humor: una estética del desencanto", que el humor no nos hará felices, pero nos compensa de no serlo. Y que el humorista debe ser ante todo un "humanista", aprender la naturaleza del ser humano, sus penas y miserias, y compartirlas, antes de reírse de esa pobre criatura que es el hombre. Y dice en el prólogo de su libro: "Creo que esto es lo único que sé y lo único que vale de lo que pueda saber: que el hombre es una criatura limitada, por muy denso que sea su intelectualismo, por muy vasta que sea su cultura, por muy restallante que sea su inteligencia. Una criatura muy limitada, muy limitada, pobre criatura querida. Pero hay un único hombre que dentro de su restricta y demarcada y enjaulada limitación es capaz de saltar hacia lo prodigioso ilimitado en una pirueta de volatinero, en una cabriola de funámbulo que supera su congénita limitación: ese único hombre es el humorista".
Y Campilongo, "Campi" para su público lo sabe, y ha creado media decena de personajes que pueden dar fé cabal de lo que estoy diciendo. No se dedica a las imitaciones en este espectáculo (si bien cada personaje es una imitación de otros tantos con sus mismas características) sino a la creación y produce efecto reidero sobre su público con un libreto y una dirección que le son propias. Así desfilan "El Turco", un "tasista", ya que maneja un "tasi", que tiene mucho de canchero argentino; "Pucheta" (tal vez el personaje menos logrado), un rollinga fumeta que vive drogado; Jorge, el más entrañable y por eso más largo de los cuadros, un ignorante de clase media que cree saberlo todo sobre todo y que dice constantemente que hay que "adactarse" y que establece un rápido nexo con el espectador recordando cosas del pasado; Nacho, un enano (soberbia la presentación del personaje) de clase alta que vive en un barrio cerrado y que en su vida ha visto a un pobre, hasta que se enfrenta a uno; "Doña Beba", una vieja mala y mal hablada, que no llega a consolidarse del todo debido a la brevedad de su presentación, aunque logra buen rapport con el público; y por último, "el negro Mario", un muchacho de la clase baja desdentado y simple, obsesionado por el sexo. Se nota que Campi quiere a sus personajes, porque en todos ellos hay una capa de humanidad que los ennoblece y que los hace queribles. Es muy notable el manejo de títeres que aportan su cuota de frescura entre cambio y cambio de personajes, y termina con un gallinero en pleno entonando la música de nuestro himno.
Pero vamos por partes. El "Turco" ese ese tipo de taxista agrandado con todo lo argentino, que invita al público a decir cuál es el pájaro nacional y donde todos arriesgan, eligiendo al hornero, que es todo un ingeniero de la UBA, con un poco de adobe te levanta tres ranchos... Se llena la boca diciendo que tenemos la avenida más larga, el río más ancho, la montaña más alta de América, que inventamos la birome, el colectivo y el dulce de leche, que tenemos los cuatro climas (frío, calor... y los otros dos los sabía pero ahora no me los acuerdo) y otras costumbres más. Que la bicisenda no sirve para nada y que le dificulta el tránsito a los automovilistas y que habría que hacer una "piqueterosenda" para que no estorben con sus manifestaciones la libre circulación (lo cual tiene toda la razón del mundo). Y se anima a plantearle a la gente cuánto tarda un viaje desde Parque Patricios hasta el teatro, que él lo hizo en tres horas debido a marchas, concentraciones y arreglo de la calle Entre Ríos.
Después pasamos al menos efectivo de los personajes, "Pucheta", un drogón que vive del robo y las mil y una maniobras para conseguir droga, de una manera muy eficaz en su forma de expresarse, de hablar y de moverse, que nos recuerdan mucho a estos desagradables personajes que desgraciadamente vemos todos los días.
Viene Jorge, casado con Marta, un pelado y panzón con la campera del Mundial 78 que a pesar de todo es un optimista (un "boludo alegre" diría yo) que trata de buscarle el lado bueno a las desgracias y recuerda formas de vida pasadas, como los entretenimientos de las vacaciones en el mar, como ir a juntar almejas y cornalitos con el mediomundo al muelle. Habla sobre los cambios en los micros actuales, que tienen asientos-cama, baño, televisión y servicio de café y jugos, que antes un viaje a Mar del Plata duraba 30 días y ahora se hace en cinco horas. Nos refresca la memoria de cuando estaba Entel y había que hacer cuatro cuadras de cola al llegar a Mardel para avisar a la Capital que habían llegado bien, y que el teléfono le comía las fichas que el otro iba poniendo a la velocidad del rayo. Habla de su experiencia con los médicos (saqué turno en Pami en 1983 para que me atendieran recién ahora, tardan pero tienen buena voluntad, y me hice todos los "anális"). Es un hombre inculto, que comete mil errores al hablar (no tantos como Fidel, mi Jefe de Mantenimiento de la casa) y resulta cómico por un código en común que compartimos los cultores del lenguaje. Habla de sus dos hijos, el Tito y el Beto (el Tito es inteligente pero el Beto es más pelotudo), personajes que aparecerán en boca de otras de las criaturas de Campi.
Sigue con Nacho, un deforme golfista de la clase alta, con su mala dicción tan representativa de este estrato social y que vive en un barrio cerrado, tan cerrado que se les perdió la llave y no pudieron salir. Ahí conoce a un pobre, el que le cae simpático ya que en su vida había visto uno. "Hay que tener cuidado con los pobres, se mete uno y es como se te puede meter la humedad". Y realiza un divertido contrapunto con el público preguntándole de dónde vienen y la mayoría contesta "de La Matanza". "Estamos rodeados", acota él, "¿es una ciudad o una amenaza? Hay que tener coraje..." Todo en un tono muy jocoso y respetuoso.
Doña Beba es una vieja puteadora, a la que sus dos nietos sorprenden, Tito y Beto (Beto es el más pelotudo), ya que junta Tito yerba para venderla en su casa y gana bien, tiene la casa llena de yerba... y Beto se avivó y ahora vende azúcar impalpable y también le va muy bien... Es un personaje corto en su desarrollo pero muy aplaudido por el público (la gente adora las malas palabras y las festeja).
Y termina con "el negro Mario", un desclasado, un marginal de buenos sentimientos que sólo piensa en "ponerla", tener una novia de la tele para no tener que pagar más...
Cierra el espectáculo Campi, sin disfraz, dirigiendo la obertura del himno en un gallinero. Es un espectáculo que me sorprendió por el buen gusto, el espanto por normas consabidas y la chabacanería habitual de tantos espectáculos de teatro de riesgosa entrada...
Recuerden que pueden verlo haciendo click en "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 8 de febrero de 2017

Mi crítica de "Toby Dammit" ("No apuestes tu cabeza al diablo") (Cine)

Continuando con los preparativos de mi ciclo sobre Fellini, me dirijo a analizar este nuevo mediometraje de 40 minutos, esta vez, basado libremente en un  cuento de Edgar Allan Poe, justamente "No apuestes tu cabeza al diablo", acá rebautizado con el nombre de su protagonista. El mediometraje forma parte de un trío que pretendió rendirle homenaje a Poe, se completa con "Metzengerstein", dirigida por Roger Vadim, con Jane Fonda en su esplendor y "William Willson", de Louis Malle, con Alain Delon y Bridgitte Bardot, también en su esplendor.
"Toby Dammit" es un ejercicio de hipnotismo, arrebatador, claustrofóbico, maravillosamente musicalizado por Nino Rota y estupendamente dirigido por Fellini, puede decirse que se encuentra entre lo mejor de su producción. El guión es del propio Fellini y de Bernardino Zapponi y la fotografía en color es del siempre eficaz Giuseppe Rotunno. La actuación protagónica es de un enloquecido Terence Stamp.
Uno de los films no realizados de Fellini fue "El Viaje de G. Mastorna" que lo acercaba al mundo de ultratumba. Lo más próximo es este magistral mediometraje. Lo importante en tanto que recreación del universo de Poe no es la historia sino la atmósfera, el personaje, el extrañamiento delirante de las imágenes, la creación de un mundo hierático y angustioso como el de las pesadillas. Muchos maestros de la literatura fantástica crean sus ficciones desde un punto de vista infernal de la realidad: su método de extrañamiento es la visión del doble infernal de las cosas. Fellini lo intuye y si bien aparece en otras películas ("Satyricón"; "Roma"). El Maestro italiano sabe además que el expresionismo es la manera de ser del terror. El carácter demoníaco de "Toby" no es gótico sino expresionista y reside en todos y cada uno de sus elementos. Expresionista es su guión, la iluminación, la interpretación de Terence Stamp, los movimientos de cámara y su banda sonora.
El punto de vista es el de un muerto que habla desde su muerte, como hiciera Billy Wilder en "Sunset Bulevard". La voz en off de Dammit enviada desde su cielo de nubes de fuego, desde la nada, narra la aventura de su muerte. Pero, ¿qué nos cuenta? sino una representación de su muerte para los ojos de un diablo-niña que lo mira y para el que actúa como lo que es: un actor. Su aventura es infernal y su espectadora una diablesa: el relato una evocación fantasmal, nocturna, que progresa a golpe de flash, de foco, de luz artificial, hacia el encuentro final de la cabeza cortada como la pelota redundante.
"Aquel viaje iba a pesar mucho en mi vida" dice la voz de Dammit desde el cielo, desde el avión, cuando cuenta su llegada a Roma a través de un cielo inflamado. Un muerto habla sobre el viaje que le costó la vida y despliega para nosotros su delirio, una vez más. Dammit aterriza en la telaraña de señales blancas del aeropuerto, ardiente de rojo el crepúsculo y camina como una cámara subjetiva sin cuerpo. La gente se asoma asombrada, aterrada o indiferente a la cámara, al vacío que es Dammit que no aparece todavía en imagen pero que crea la imagen con la mirada. No lo vemos a él, vemos lo que él ve y cómo lo ve. Luego, las llamas del crepúsculo dejan paso a un fondo floral y Dammit es arrebatado de su refugio en las sombras y en la oscuridad del fuera de campo. Se protege con los brazos, sonríe y hace muecas de dolor ante los flashes de los fotógrafos. No quiere ser iluminado, odia la luz, es un príncipe de las tinieblas, un vampiro. Desde lo alto de una escalera mecánica como desde un escenario hace ademanes expresionistas, un vuelo de murciélago, una reverencia cortesana gratuita y se muestra como meros gestos de actor, aunque luego sabemos que se lo hace a la diablesa. "Dijo que me dejaría en paz", se queja, pero no, lo persigue con su pelota silenciosa, inquietante globo blanco que toma la forma de la cabeza de Dammit.
Dammit trae desde las tinieblas la desesperación de los condenados y la exhibe y la trabaja como actor en cada uno de los planos del film. "Es todo un personaje", comentan los productores que lo han hecho ir a Roma a rodar "el primer western católico". Es un gran personaje, un personaje literario marcado por la negra melancolía de Poe. Tiene algo de Cristo, como si Cristo hubiera cedido a las tentaciones y pasara por el infierno su dolor. Eso, es más o menos lo que va a interpretar en la película y de la que hablan en el coche que lo lleva del aeropuerto a la ciudad. Este viaje en el auto, tiene aire de coche de muerto gracias a la cortinita de la ventanilla de atrás, está preñado de motivos fellinianos que reaparecerán en el episodio de la entrada a la ciudad de "Roma": un camión de carne con el toldo revoloteando como un telón, la radiante fábrica de lámparas, la prostituta, el accidente. Tan infernal es este recorrido en "Roma" como aquí, salvo que en este caso el punto de vista es el de Dammit y en "Roma" es el de Fellini que dirige la puesta en escena y el rodaje "desde dentro". En la misma secuencia tiene lugar la escena de la quiromancia por parte de la gitana. Dammit cierra el puño dolorosamente. Sabe lo que ella ha visto, porque ya lo ha vivido una y otra vez.
En la entrega de los premios Loba, la gala es tan diabólica como el resto, en gran parte por la música de Rota, por la voz en off que se acerca y se aleja del presentador y por el juego de la cámara, que aplasta o ensalza a Dammit, jugando con él como un títere. Las ráfagas de luz que rompen la oscuridad y lo revelan, los flashes, siguen dándole un cierto aire de Cristo en la Pasión, sobre todo cuando su doble de acción se empeña en sacarse una foto con él y le pone un sombrero mexicano: entonces tenemos la fugaz impresión de hallarnos ante un Cristo de las injurias. Hay bellas mujeres, pero la única que consigue sacarlo de su ensimismamiento es una desconocida, la muerte, que recita un monólogo con ecos siniestros que revelan su doble sentido: "No temas, yo cuidaré de tí siempre... yo soy la que esperabas y estoy contigo para siempre" Cuando se va, lo deja destruido en su asiento, muerto, visto en picado.
La carrera nocturna de Dammit con un Ferrari por su mundo de oscuridad en el que sólo los faros del coche revelan fragmentos de la realidad fantasmal, será puesto luego por Fellini en "Roma" de los motociclistas. Auténtica road-movie terrorífica, este episodio pone de manifiesto el hecho de que nos hallamos en su mundo interior, subterráneo, sin luz y sin salida, a pesar de que transcurre al aire libre. El espacio acotado por los faros es tan breve que acentúa el espíritu claustrofóbico de todo el film. Los pocos personajes que Dammit encuentra son muñecos o están petrificados, pero de una manera perversa.
Dammit llega al final de su camino y de su vida ficticia ante un puente roto. El tonel al que pega una patada y echa a rodar hacia las tinieblas le anuncia el abismo. Entonces sabe -recuerda- que ahí se acaba su trayecto. Ve a la niña diabla y decide ir a su encuentro de una vez, desplegando un recital de gestos de desesperación irónica, bien aprendido en anteriores ocasiones de ese eterno retorno. Se lanza al vacío y ya no vemos nada, sólo oímos un aullido siniestro. Pero no lo es: es el sonido del cable que ha cortado su cabeza y vibra en primer plano, goteando sangre. Este sonido, entre chirrido mecánico y ladrido, es lo más siniestro de toda la película. Luego la pelota blanca cae desde las alturas en silencio, ralentizada, rebota un par de veces y va a instalarse junto a la cabeza de Dammit. La niña sonríe, se arrodilla junto al despojo y se apodera de él como el último acto de un ritual. Un largo fundido a negro restituye a Dammit a las tinieblas de las que ha surgido. El último plano muestra el amanecer sobre el puente cortado, bordeado de siniestras farolas como un paisaje surrealista.

El hecho de que Fellini haga una película sobre la figura de Cristo en términos de western es un sarcasmo y una burla poco disimulada hacia las palabras de Pasolini, quizá para responder a este al hacer decir a Orson Welles en "La Ricotta". "¿Fellini? Es uno que danza, danza", quitándole importancia. El "Toby..." de Fellini asume con plena modernidad ese papel de Cristo, pero como metáfora y no como personaje, sin mezclar cristianismo y semiología barthesiana, pureza de Dreyer, Ford, Piero della Francesca y Pasolini, mencionados por el padre Spagna, que pretende la puesta al día oportunista del cristianismo por medio del maquillaje ideológico, pero que Fellini desenmascara oponiéndole otras imágenes, urbanas, estas sí auténticamente modernas, que nada tienen que ver con el discurso católico, emblema de los tiempos de hoy, a los viejos como la imagen de la virgen que desfila por el espejo surgido irónicamente del pasado, anacrónico, o como la estatua transportada por los helicópteros al comienzo de "La Dolce Vita". Toby Dammit no responde al 
discurso sociologista del cura, se limita a exigir que le entreguen la Ferrari que le han prometido. Su cruz secreta.
Quien la pueda ver, figura como "Historias Extraordinarias" o como "Historias Prohibidas" o en el italiano original "Tre passi nel delirio" y es de 1968. De más está decir que se la re-recomiendo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 4 de febrero de 2017

Mi crítica de "Sully: Hazaña en el Hudson" (Cine)

Vuelvo a comentar cine, y en este caso la última de ese gran contador de historias que es el veterano Clint Eastwood, y ésta, su última película hasta ahora (es del 2016). Clint Eastwood pertenece a la generación de los que hacen un cine clásico, a pesar de que en esta haya muchas idas y vueltas de guión, retomando una y otra vez el tema a narrar, como si dijera: "ah, me olvidé de contarles tal cosa", y vuelva diez minutos atrás. La película toda es un largo flashback y casi no nos deja tiempo para respirar, tal es la velocidad con que se cuenta.
Acá el argumento es un hecho que sucedió en el 2009 (más exactamente, el 15 de enero, pleno invierno) y que en Estados Unidos es archi conocido, tal vez no tanto aquí. Es la tragedia (con final feliz) que le sucedió a un avión que salió de Nueva York y que al corto tiempo de vuelo, una bandada de pájaros le inutilizó las dos turbinas. Sin tiempo para volver al aeropuerto de LaGuardia, de donde había salido, ni de llegar al de Teterboro, que también estaba cerca, su diestro capitán, Sully Sullenberger, decide hacerlo amerizar en el río Hudson, salvando al pasaje completo. Tal vez por ser tan conocida la historia (allá) no haya suspenso en llegar a su final. Pero el sabio viejo Clint sabe tratarla de tal modo que el suspenso se cuele en todos sus poros y se viva con tensión la hora y media de duración.
Eastwood nos ha dado decenas de obras claves dentro de la infanto-adolescente cinematografía norteamericana, con una mirada adulta sobre sus temas. ¿Quién puede olvidar el embeleso que provocó "Los Puentes de Madison"? ¿O la desgarradora historia de la joven boxeadora en "Millon Dollar Baby"? Películas inolvidables como "Poder absoluto", "Los Imperdonables", "Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal", los cuatro veteranos audaces de "Jinetes del espacio", la terrible sordidez de "Río Místico", el enigma infinito de "El sustituto" o la desconfianza y la entrega en "Gran Torino", la presencia de Mandela y su equipo de rugby en "Invictus" por no recordar sino las últimas como "J. Edgar", el musical "Jersey Boys" o "Francotirador".
Acá el Capitán Sully Sullenberger es el grandioso Tom Hanks, que se acerca mucho a los premios con esta sabia interpretación. Está con el pelo y bigote blanco en canas, con su andar fatigado pero rápido en reacciones y una serie de visajes que hacen que su personaje adquiera esa tridimensionalidad que necesitaba. Está bien acompañado por Aaron Eckhart como Jeff, el copiloto y su esposa Lorrie es la siempre eficaz Laura Linney. La película empieza con un sueño de Sully: él está piloteando un avión que no puede controlar y va a volar de manera rasante por la ciudad y terminar estrellándose en un edificio (la memoria de las Torres Gemelas está muy fresca todavía). Se despierta angustiado y asustado, en medio de sudoraciones frías. Luego sabremos que es un sueño posterior al accidente. El film sigue con las audiencias que le hace la NTSB, corporación a la que no le conviene que el accidente haya salido indemne, y menos a la compañía de seguros. Fueron 155 almas que se salvaron de una muerte segura. Parece que aterrizar en el agua es muy difícil y casi imposible sin perder vidas humanas. Sully, frente a la decisión de volver al aeropuerto o amerizar, escoge esta última, con total pericia. Los de la compañía lo llevarán a una audiencia en donde se va a comprobar si él obró bien o no. Ese es el nudo argumental de la película y sobra el cuál esta gira.
Como complemento necesario tenemos el accidente y nos adentra Eastwood a inmiscuirnos en la vida de varios de los pasajeros, además de la del capitán, para hacernos cobrar empatía con el siniestro. Nos hace conocer a esas gentes que realizan un vuelo más en sus vidas y que se verán enfrentadas de cara a la muerte. Y lo cuenta desde todos los ángulos posibles, y no sólo una sino dos veces, repitiendo datos que ya conocemos pero que se resignifican con la repetición. Y al final, mientras pasan los títulos de la película podemos acceder a ver a los verdaderos pasajeros junto al auténtico  Sullenberger en agradecimiento y desatando todo un festival de emociones encontradas (las que no se habían perdido).
Los mandamás de la compañía aérea piensan someter a simulaciones de vuelo el caso de Sully, y ver si en realidad no tuvo la oportunidad de llegar a alguno de los dos aeropuertos o si sólo fue un capricho que puso en riesgo de muerte 155 vidas. Tampoco creen  que una de las turbinas haya sido completamente destruida sino sólo parcialmente, pero los resultados le dan la razón, así como los simuladores de vuelo. Sully es tomado por un héroe nacional y paseado por cuanto programa de televisión haya y adorado por todos los que lo reconozcan en la calle. Es el gran salvador, un tipo valiente que tuvo lo que hay que tener para tomar una decisión rápida y justa que no exponga a su pasaje.
La cámara de Clint Eastwood está siempre ubicada en el lugar correcto, y logra proezas, como la de mostrar ese amerizaje del avión con el consiguiente sacudón e inundación de la aeronave, la evacuación de los pasajeros y el posterior rescate por helicópteros, ferrys o barcos que pasasen por el lugar, con una temperatura del agua de dos grados y una de veinte bajo cero en el ambiente. La película, como nos tiene acostumbrados Eastwood con sus 87 años, es toda una muestra de elegancia narrativa y visual, sin ocultarnos ningún dato ni exponernos información que sobre. Por eso, a quien quiera ver este film, que tal vez se ha perdido, se lo recomiendo muy enfáticamente y con total seguridad que será de su gusto. Aunque ya no está en los cines se puede descargar por Internet.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El conde de Teberito (un crítico independiente).