miércoles, 8 de febrero de 2017

Mi crítica de "Toby Dammit" ("No apuestes tu cabeza al diablo") (Cine)

Continuando con los preparativos de mi ciclo sobre Fellini, me dirijo a analizar este nuevo mediometraje de 40 minutos, esta vez, basado libremente en un  cuento de Edgar Allan Poe, justamente "No apuestes tu cabeza al diablo", acá rebautizado con el nombre de su protagonista. El mediometraje forma parte de un trío que pretendió rendirle homenaje a Poe, se completa con "Metzengerstein", dirigida por Roger Vadim, con Jane Fonda en su esplendor y "William Willson", de Louis Malle, con Alain Delon y Bridgitte Bardot, también en su esplendor.
"Toby Dammit" es un ejercicio de hipnotismo, arrebatador, claustrofóbico, maravillosamente musicalizado por Nino Rota y estupendamente dirigido por Fellini, puede decirse que se encuentra entre lo mejor de su producción. El guión es del propio Fellini y de Bernardino Zapponi y la fotografía en color es del siempre eficaz Giuseppe Rotunno. La actuación protagónica es de un enloquecido Terence Stamp.
Uno de los films no realizados de Fellini fue "El Viaje de G. Mastorna" que lo acercaba al mundo de ultratumba. Lo más próximo es este magistral mediometraje. Lo importante en tanto que recreación del universo de Poe no es la historia sino la atmósfera, el personaje, el extrañamiento delirante de las imágenes, la creación de un mundo hierático y angustioso como el de las pesadillas. Muchos maestros de la literatura fantástica crean sus ficciones desde un punto de vista infernal de la realidad: su método de extrañamiento es la visión del doble infernal de las cosas. Fellini lo intuye y si bien aparece en otras películas ("Satyricón"; "Roma"). El Maestro italiano sabe además que el expresionismo es la manera de ser del terror. El carácter demoníaco de "Toby" no es gótico sino expresionista y reside en todos y cada uno de sus elementos. Expresionista es su guión, la iluminación, la interpretación de Terence Stamp, los movimientos de cámara y su banda sonora.
El punto de vista es el de un muerto que habla desde su muerte, como hiciera Billy Wilder en "Sunset Bulevard". La voz en off de Dammit enviada desde su cielo de nubes de fuego, desde la nada, narra la aventura de su muerte. Pero, ¿qué nos cuenta? sino una representación de su muerte para los ojos de un diablo-niña que lo mira y para el que actúa como lo que es: un actor. Su aventura es infernal y su espectadora una diablesa: el relato una evocación fantasmal, nocturna, que progresa a golpe de flash, de foco, de luz artificial, hacia el encuentro final de la cabeza cortada como la pelota redundante.
"Aquel viaje iba a pesar mucho en mi vida" dice la voz de Dammit desde el cielo, desde el avión, cuando cuenta su llegada a Roma a través de un cielo inflamado. Un muerto habla sobre el viaje que le costó la vida y despliega para nosotros su delirio, una vez más. Dammit aterriza en la telaraña de señales blancas del aeropuerto, ardiente de rojo el crepúsculo y camina como una cámara subjetiva sin cuerpo. La gente se asoma asombrada, aterrada o indiferente a la cámara, al vacío que es Dammit que no aparece todavía en imagen pero que crea la imagen con la mirada. No lo vemos a él, vemos lo que él ve y cómo lo ve. Luego, las llamas del crepúsculo dejan paso a un fondo floral y Dammit es arrebatado de su refugio en las sombras y en la oscuridad del fuera de campo. Se protege con los brazos, sonríe y hace muecas de dolor ante los flashes de los fotógrafos. No quiere ser iluminado, odia la luz, es un príncipe de las tinieblas, un vampiro. Desde lo alto de una escalera mecánica como desde un escenario hace ademanes expresionistas, un vuelo de murciélago, una reverencia cortesana gratuita y se muestra como meros gestos de actor, aunque luego sabemos que se lo hace a la diablesa. "Dijo que me dejaría en paz", se queja, pero no, lo persigue con su pelota silenciosa, inquietante globo blanco que toma la forma de la cabeza de Dammit.
Dammit trae desde las tinieblas la desesperación de los condenados y la exhibe y la trabaja como actor en cada uno de los planos del film. "Es todo un personaje", comentan los productores que lo han hecho ir a Roma a rodar "el primer western católico". Es un gran personaje, un personaje literario marcado por la negra melancolía de Poe. Tiene algo de Cristo, como si Cristo hubiera cedido a las tentaciones y pasara por el infierno su dolor. Eso, es más o menos lo que va a interpretar en la película y de la que hablan en el coche que lo lleva del aeropuerto a la ciudad. Este viaje en el auto, tiene aire de coche de muerto gracias a la cortinita de la ventanilla de atrás, está preñado de motivos fellinianos que reaparecerán en el episodio de la entrada a la ciudad de "Roma": un camión de carne con el toldo revoloteando como un telón, la radiante fábrica de lámparas, la prostituta, el accidente. Tan infernal es este recorrido en "Roma" como aquí, salvo que en este caso el punto de vista es el de Dammit y en "Roma" es el de Fellini que dirige la puesta en escena y el rodaje "desde dentro". En la misma secuencia tiene lugar la escena de la quiromancia por parte de la gitana. Dammit cierra el puño dolorosamente. Sabe lo que ella ha visto, porque ya lo ha vivido una y otra vez.
En la entrega de los premios Loba, la gala es tan diabólica como el resto, en gran parte por la música de Rota, por la voz en off que se acerca y se aleja del presentador y por el juego de la cámara, que aplasta o ensalza a Dammit, jugando con él como un títere. Las ráfagas de luz que rompen la oscuridad y lo revelan, los flashes, siguen dándole un cierto aire de Cristo en la Pasión, sobre todo cuando su doble de acción se empeña en sacarse una foto con él y le pone un sombrero mexicano: entonces tenemos la fugaz impresión de hallarnos ante un Cristo de las injurias. Hay bellas mujeres, pero la única que consigue sacarlo de su ensimismamiento es una desconocida, la muerte, que recita un monólogo con ecos siniestros que revelan su doble sentido: "No temas, yo cuidaré de tí siempre... yo soy la que esperabas y estoy contigo para siempre" Cuando se va, lo deja destruido en su asiento, muerto, visto en picado.
La carrera nocturna de Dammit con un Ferrari por su mundo de oscuridad en el que sólo los faros del coche revelan fragmentos de la realidad fantasmal, será puesto luego por Fellini en "Roma" de los motociclistas. Auténtica road-movie terrorífica, este episodio pone de manifiesto el hecho de que nos hallamos en su mundo interior, subterráneo, sin luz y sin salida, a pesar de que transcurre al aire libre. El espacio acotado por los faros es tan breve que acentúa el espíritu claustrofóbico de todo el film. Los pocos personajes que Dammit encuentra son muñecos o están petrificados, pero de una manera perversa.
Dammit llega al final de su camino y de su vida ficticia ante un puente roto. El tonel al que pega una patada y echa a rodar hacia las tinieblas le anuncia el abismo. Entonces sabe -recuerda- que ahí se acaba su trayecto. Ve a la niña diabla y decide ir a su encuentro de una vez, desplegando un recital de gestos de desesperación irónica, bien aprendido en anteriores ocasiones de ese eterno retorno. Se lanza al vacío y ya no vemos nada, sólo oímos un aullido siniestro. Pero no lo es: es el sonido del cable que ha cortado su cabeza y vibra en primer plano, goteando sangre. Este sonido, entre chirrido mecánico y ladrido, es lo más siniestro de toda la película. Luego la pelota blanca cae desde las alturas en silencio, ralentizada, rebota un par de veces y va a instalarse junto a la cabeza de Dammit. La niña sonríe, se arrodilla junto al despojo y se apodera de él como el último acto de un ritual. Un largo fundido a negro restituye a Dammit a las tinieblas de las que ha surgido. El último plano muestra el amanecer sobre el puente cortado, bordeado de siniestras farolas como un paisaje surrealista.

El hecho de que Fellini haga una película sobre la figura de Cristo en términos de western es un sarcasmo y una burla poco disimulada hacia las palabras de Pasolini, quizá para responder a este al hacer decir a Orson Welles en "La Ricotta". "¿Fellini? Es uno que danza, danza", quitándole importancia. El "Toby..." de Fellini asume con plena modernidad ese papel de Cristo, pero como metáfora y no como personaje, sin mezclar cristianismo y semiología barthesiana, pureza de Dreyer, Ford, Piero della Francesca y Pasolini, mencionados por el padre Spagna, que pretende la puesta al día oportunista del cristianismo por medio del maquillaje ideológico, pero que Fellini desenmascara oponiéndole otras imágenes, urbanas, estas sí auténticamente modernas, que nada tienen que ver con el discurso católico, emblema de los tiempos de hoy, a los viejos como la imagen de la virgen que desfila por el espejo surgido irónicamente del pasado, anacrónico, o como la estatua transportada por los helicópteros al comienzo de "La Dolce Vita". Toby Dammit no responde al 
discurso sociologista del cura, se limita a exigir que le entreguen la Ferrari que le han prometido. Su cruz secreta.
Quien la pueda ver, figura como "Historias Extraordinarias" o como "Historias Prohibidas" o en el italiano original "Tre passi nel delirio" y es de 1968. De más está decir que se la re-recomiendo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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