lunes, 28 de agosto de 2017

Mi crítica de "La Denuncia" (Teatro)


Nuevamente Teatrix nos acerca una obra que está de plena vigencia en la cartelera vernácula. Se trata de "La Denuncia" una obra del autor Rafael Bruza exhibida en el Teatro del Pueblo, y dirigida, con gracia y buen pulso por Claudio Martínez Bel. Los intérpretes (todos ellos excelentes) son Marcelo Mazzarello, Gastón Ricaud, Marcelo Xicarts y Federico Césere. Lástima que no los puedo identificar con sus personajes, porque, salvo a Mazzarello, francamente no conozco a ninguno de los otros.
La obra se centra en una compañía teatral itinerante de los "Hermanos Bellini", figuras históricas que parece que existieron allá por los albores del siglo XX, y se trata de una representación que realiza esta institución acerca de un hecho acaecido en 1909 en el pueblo de Las Flores, de la Provincia de Buenos Aires. La compañía llega con sus trajes de calle y ante el público se van colocando trajes y máscaras. La crítica la asocia con una "Commedia dell'arte argentina", pero yo, antes que emparentarlos con las aventuras de los famosos Pierrot, Arlequín o Colombina, los asimilo más, por el grotesco de sus máscaras, con los cuadros costumbristas (y grotescos) de nuestro Molina Campos. Ahí quedarán las comparaciones y cada quien tomará la que prefiera, si bien por lo forzoso y exagerado de sus movimientos pueden pertenecer a la familia de los Arlequines, por su formalismo los acerco más a la de nuestro eximio pintor de tantos retratos y almanaques.
El lenguaje que intentan tener es el campero, pero sus modismos se acercan demasiado a lo urbano, para exageraciones y costumbres camperas recomiendo más conocer al hombre que trabaja en mi casa, Fidel, cuyos coloquios pueden llegar al paroxismo. Sólo él puede decir que se "dispierta", que tiene que tomar los "rimedios" porque tuvo un Lacevé (en vez de ACV), que el médico le puso una "indición" o que le demos una pastilla de "Lastrón" (por el "Actrón"). Sólo él puede decir que es fanático del "Paz Martín" o que va a la calle "Joaquín de V. González" y que el mejor gobierno de la historia reciente fue el de los militares porque a él lo trataban con todo "rispeto", que si no estuviste metido en nada turbio, podías vivir tranquilo. En fin, cosas que ha dado nuestra provincia de Catamarca y que podemos disfrutar en nuestro propio living.
Pero volvamos a la obra, acá el tema de la denuncia es un ilícito que puede escandalizar hasta en nuestros propios días. La señora Angélica Dicente, santiagueña de 38 años, no sabe de quien ha quedado viuda, ya que tuvo dos maridos (increíble retrato de estos seres) que han partido hacia la zafra, en Tucumán no volviendo a aparecer nunca. Del primero tuvo dos hijas, "la" Micaela (de 18 años) y "la" Dolores (de 15) y del segundo esposo, tres hijos más, que para el relato no cuentan. Lo que sucedió es que se ha vuelto a casar, por tercera vez, con un tal Bonifacio Estrella, de profesión ferroviario, que no sólo la ha engañado con su hija mayor, embarazándola, sino que ha huído con la menor. El retrato que estos cuatro hombres hacen de Angélica, Micaela y Dolores es soberbio, utilizando vestidos y máscaras que reproducen sus fisonomías. Y Mazzarello compone con convicción a ese Bonifacio que soñaba con los nombres de mujeres de las estaciones, pensando que en la próxima estación lo esperaba la Sofía, para desengañarse cuando llegaba, y veía sólo al señalero de bigotitos, pero ya volvía a soñar que en la próxima estaba la Rafaela... y así siempre imaginando, vino a sembrar en el huerto de las Carreño (tal el apellido de las dos chicas)... ¡Y bien que sembró, dejando a una de ellas con su preñez! Para luego huir con la quinceañera (la "más boba", según su madre) y mudándose alternativamente de habitación con la cama matrimonial la engañada para pasar a ocuparla la nueva pareja de Bonifacio.
El jefe de polciía Marcos Andrade y su ayudante Troncoso, son otros dos hallazgos de estos actores que, ocultándose por máscaras bien a la medida de la "commedia dell'arte", saben desempeñar con comodidad y buen sentido del humor. Se van alternando disfraces y vestidos para dar cuerpo a esta fauna humana tan insólita como querible. Lo que es de extrañarse (o no)es por qué los aplausos del público aparecen en el momento en que se dicen mayor cantidad de malas palabras, si el resto del texto es igual de atractivo. El destacamento ha incorporado un nuevo artefacto: la máquina de escribir, a la que Troncoso sabe sacarle el jugo, y su jefe se despacha con imposibles dictados. Para Troncoso, Bonifacio Estrella es su ídolo, un héroe de ficción hecho carne en la figura de ese hombre que supo gozar de tres mujeres. Cuatro si consideramos a la verdadera mujer de Bonifacio, enferma, paralítica y desdentada que sólo le pide sus servicios sexuales, a lo que éste se niega. "Yo pensé que ya se moría. Si no le habían dado más que dos meses de vida", reniega Bonifacio en su declaración policial y no sabiendo cómo hacer para sacársela de encima.
Por supuesto el fallo policial será declarar inocente a la pareja de fugitivos, denunciada por la madre de la niña, por tratarse de una pareja constituida, que se ama y pueden ejercer su libertad, sin importar que Bonifacio cuente con tres casamientos anteriores. Todo se resuelve para bien, viviendo todos bajo el mismo techo y esperando a la criatura por venir mientras discuten las tres mujeres a qué santo deben rezarle (la madre es devota del Sagrado Corazón, que preside la cama matrimonial, mientras que la embarazada prefiere a la Virgen de Lourdes y la quinceañera es adepta de Ceferino). Una grata comedia que deja el gusto del material bien hecho y bien trabajado por actores y director (sin olvidar los rubros técnicos) y muy especialmente la confección de máscaras y pelucas. Para reír un buen rato. Y no se olviden que pueden ver la obra cliqueando justamente el link "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 26 de agosto de 2017

Mi crítica de "American Pastoral" (Cine)

Vi esta excelente película del 2016, dirigida y protagonizada por Ewan McGregor junto a mi amada y adorada Jennifer Connelly (¿dije que es la mujer que más me gusta en el universo?), quien está muy bien de cara, a pesar de haber cumplido ya los 45 años. Pero como en todas las películas que trabaja mi estrella, lo importante es la historia. ¿Puede una hija cuidada con amor y dedicación por dos amorosos padres provocar la muerte del progenitor por tristeza? Este es el núcleo duro del film y sobre el que pivotea la historia en todo momento. El comienzo es el encuentro en la actualidad de dos ex compañeros de secundaria que se reencuentran en una celebración de ex alumnos: Rupper Everett y David Strathaim quienes componen al hermano del "sueco Levov" y un admirador de él. El hermano del "sueco" le dice que está ahí porque a la mañana siguiente se celebrará el funeral de su hermano, a lo que su amigo responde con asombro. Y pasa a relatarle la historia de vida del "Sueco". Provenía de una familia judía ortodoxa, quien pide permiso a su padre para casarse con quien hubo sido Miss Nueva Jersey, Mary Dawn Drayer (Jennifer, hermosa) y el padre la acepta siempre que renuncie a todos los sacramentos católicos para su futuro hijo. Se prometen entonces no tener hijos para poder contraer matrimonio. Pero nace una hija, Merry, que es todo un talento mental, salvo que tartamudea. Ellos viven en un pueblito criando vacas y haciendo otras tareas rurales, mientras que el "Sueco" (McGregor) tiene una fábrica de guantes de cuero. La niña transcurre sin grandes avatares su niñez, siendo un prodigio en la escuela, contestando preguntas como "¿por qué estamos aquí?" y "¿qué es la vida?" con respuestas que dejan patitiesas a sus maestras. Pero sucede que cuando tiene 16 años (la bella y crecida Dakota Faning) se vuelve rebelde con sus padres. Estamos en plena ola de violencia contra los negros y en los albores de la guerra de VIetnam, y ella acusa a sus padres de ser un matrimonio de clase media a los que no les importa la guerra ni nada que no esté bajo sus dominios y les hace la vida imposible con su rebeldía. Tiene unos amigos en New York que la llevan a rebelarse contra todo régimen establecido, hasta que estalla como una bomba su desaparición, justamente por ser sospechosa de haber colocado un artefacto explosivo en una estafeta de correos que mató a un querido ciudadano del pueblo. Así lleva desaparecida por mucho tiempo sin que el FBI pueda dar con su paradero y causando la desesperación de sus padres. Hasta que un día, va a verlo una joven a su fábrica al padre y le lleva información sobre su hija. Por medio de ésta, logra encontrarla y todo ha cambiado de la acomodada chica que vivía con sus padres en el campo.
Ahora trabaja en una veterinaria, vive en un cochambroso y horrible departamento de un edificio abandonado y se ha asimilado al jainisismo, una secta india que proyecta no hacer daño a ningún ser viviente, ni siquiera pisar fuerte porque puede matar a microorganismos. Tiene toda la cara lesionada por la enfermedad y le faltan varios dientes. Se cubre la cara con un velo para no matar ningún ser vivo que se propague por el aire. A todo esto, Dawn, caída en la desesperación y la tristeza por no saber nada de su hija, se le  presenta desnuda al marido en la fábrica y de ahí va internada a un manicomio. Cuando se recupera, le echa toda la culpa de su vida a su marido, quien la ha "arruinado", por pretender casarse con la reina de la belleza, cunado ella sólo quería ser maestra de música. Cuando sale de la institución opta por hacerse una operación de estiramiento de rostro que la devuelva a sus adorados 30 años. A partir de aquí comienza una etapa de negación de toda su vida pasada, y cuando el "sueco" decide contarle que ve a su hija ella hace oídos sordos y anula toda posibilidad de diálogo. A la vez lo engaña (a plena vista de él) con un pintor y arquitecto quien piensa remodelar su casa. El "sueco" sigue viéndose con su hija, pero ésta le pide que no la moleste más y que la olvide, y se acusa responsable del crimen y de haber colocado dos bombas más que acabaron con la vida de tres personas. A partir de allí, por más que el padre la espere a la salida de su casa no la volverá a encontrar y esto es lo que poco a poco lo fue llevando a su muerte.
El día del funeral, está su padre y madre, hermano, esposa y amigo, entre tantas otras personas, y cuando están por enterrar el ataúd se acerca su hija, a quien Dawn ve pasar por su costado y reconoce. Allí se acaba el film, y asistimos a una hermosa versión de "Moon River" interpretada por la propia Dakota Faning.
Tomamos las palabras de la psicóloga que la atendía: el tartamudeo es para llamar la atención de tener que competir con su madre, quien fuera "Reina de la Belleza", ¿es esto posible? Bueno, probablemente sí, pero se le trasladó a la adolescencia, y la ayudó para disimular todo aquello que quería decirles a sus padres sobre su modo de ver la vida, y que le salía a medias. Cuando se convierte a esa religión se le va el tartamudeo, como un posicionamiento frente al mundo, a pesar de vivir en un estado de indigencia total. Es fácil adivinar también la negación que hace su madre, transida por tanto dolor, para luego, en el día del funeral, reencontrarse con la pena de verla. Es una película bien narrada y de consistencia muy fuerte, que convierte el debut en la dirección de Edward McGregor (sólo había dirigido un segmento dentro de una película mayor en 1999) en todo un empuje de talento y de mano firme sobre todo en la creación de climas y en la marcación de actores. Es un film fuerte, no voy a decir que no, sobre todo a nivel emocional, quienes sean padres o hijos lo sufrirán en distintas formas. Y sobre todo una excusa más para encontrarme con la extraordinaria Jennifer quien luce espléndida (me hizo recobrar un poco de "Shelter").
Gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 20 de agosto de 2017

Mi crítica de "El Mar de Noche" (Teatro-Unipersonal)

Todo conspiró para que esta función de "El Mar de Noche" fuera perfecta. Desde el boca a oído (más correcto que decir el boca a boca) que hizo que la sala estuviese repleta y con un silencio casi eclesiástico, hasta la ventana que daba al fondo de la escena, cuya luz desaparecía conforme moría el día (la función era a las 6 de la tarde) creando un clima de agonía de acuerdo a lo que el texto y la actuación sugerían. El texto es de un grande de la escena y del cine, Santiago Loza, un purista y un preciosista del lenguaje que sabe crear acción dramática del más insignificante detalle. Y la dirección corrió a cargo de otro sujeto inteligente y sensible: Guillermo Cacace, que supo exprimir cada palabra y cada silencio para que esto tuviese un efecto directo en el corazón del público. Y por último, un actor enorme (sí, ya a estas alturas no se lo puede calificar de otra forma), como Luis Machín. Machín es la persona exacta para recrear este texto, cada palabra, cada vibración suya producen tal efecto hipnótico que nos transporta, no sabemos si hemos asistido a una sesión de espiritismo o a una función de teatro. Cuando empieza a hablar, Machín tiembla, se siente inseguro: creemos que son loso nervios por la función, pero no, estamos asistiendo a la última angustia de este hombre trastornado por la pérdida de un amor.
No se necesita de escenografía para narrar ésto. Tan sólo un sillón en donde reposa (en incómoda posición) este hombre partido por el dolor, unos zapatos tirados, un sombrero y una copa con agua de la que en ningún instante beberá. La función dura una hora, pero puede parecer un minuto o una eternidad, según se viva el texto. Habrá quienes nos angustiaremos a la par del sujeto otros que asistan desde la vereda de enfrente, pero nadie que pueda permanecer insensible. La respuesta es ese aplauso cerrado, con todo el público de pie y ovacionando al actor.
Este hombre se encuentra en la habitación de un hotel en Brasil, cerca de la playa, desde donde escucha el mar. Es por supuesto de noche, y la escena se verá surcada de noticieros relatados en portugués o canciones bahianas. Pero qué es el desamor sino un grito desgarrado del que no se puede ya volver. Un grito desgarrado que no sirve para nada pues lo roto, roto está. ¿Qué sucede cuando una relación se gasta, se fragmenta? Queda la víctima y el victimario. En este caso (y en todos) la peor parte la lleva la víctima. Porque es el expulsado de la relación, el desamparado, el desheredado. Machín tiene desde el comienzo los ojos húmedos, pero no llora, las lágrimas van cayendo por la comisura de sus ojos en forma incuestionable e irreparable. Cada palabra suya es un grito ahogado, un grito que quiere salir pero se ve apagado. Por eso su voz sale constantemente asordinada, de manera monocorde, lo que nos hizo a más de uno entrecerrar los ojos como ante una canción de cuna. No hay manera que se enfurezca por lo que perdió, sólo queda el vacío, y finalmente, el olvido y la muerte.
Que este amor sea entre dos hombres es sólo un dato anecdótico como para alejar un poco el texto o para hacerlo más potente. Igual amor puede darse en la pareja hombre-mujer. Sus manotazos de ahogado llegan de igual forma, antes de hundirse irremisiblemente. Decimos que Loza hace de cualquier detalle un monólogo que atrapa, como queda dicho por la pérdida de un tubo de pomada para curar una mancha del cuello. Con eso deriva y dialoga consigo mismo como diez minutos. Igual sucede con los dos boletos del último viaje, que hizo solo. "Sólo queda tu ausencia", le/se dice, parece un tango, pero no lo es, es la letanía de un ser que sabe que la única solución es el olvido. Y detrás del olvido la dispersión de los dientes, la atrofia cerebral y por fin, la desaparición de sí mismo. No hay mucho más que contar del argumento, porque el libreto está plagado de sensaciones, de momentos de vida compartidos que ya no están. De cosas que ya no volverán a ser lo que eran. El hombre no tiene nombre (perdón por la rima involuntaria), como tampoco lo tiene su objeto de amor. Porque se ama sin nombre, se ama por amor, se ama a un hombre, una mujer, un niño, un perro. Y se lo ama con paciencia, con desesperación o con locura. Nada de eso ocurre acá. Se ama con agonía, se ama a eso que se fue, y que deja detrás de sí un agujero, un campo arrasado, escombros, la nada misma. Se me dirá, eso viene de un amor apasionado. Pues sí. En el amor brilló la pasión, por eso mismo queda la compasión cuando se pierde.
Machín quiere poner un nombre, pero ese rótulo se pierde en el silencio que procede a cada palabra. Se ahoga, escupe a borbotones su desamor, quiere nombrarlo todo, pero no existen nombres para la falta. Sí, porque de eso se trata. De la falta. Aquella que nos constituye como seres humanos o que nos puede destrozar. La falta es lo que nos mueve a seguir adelante, a empujar hacia la vida para rellenarla con algo, por eso no confundirla con la ausencia. La ausencia es haberse quedado sin esperanzas. Y como nos dicen que lo último que se pierde es la esperanza, cuando sobreviene la desesperanza es que ya se ha perdido todo. Se ha tocado fondo. Literalmente, estamos en el fondo último del pozo donde no se ve ninguna luz para salir, y por eso lo que sigue es el abandono al destino. Dicen las crónicas que esta obra abrevó en "La Muerte en Venecia", aquel fantástico libro de Thomas Mann, y no podemos olvidarnos de la asombrosa escena de la película de Visconti cuando el Profesor Gustav von Aschenbach, muere, en la playa, enamorado  de su imposible e impasible Tadzio y se le empieza a caer la tintura del pelo transformándose en un rastro de sangre. Y acá pasa algo similar, cuando Machín se va desplomando del sillón sentimos la misma sensación de la película. Es un caer sin fondo que bien puede ser la desorganización mental de la locura. Porque de eso se trata esta obra en su esencia, de la locura a la que puede llevar la pérdida de un amor.
De más está decir que la disfruté muchísimo, como todos los que hayamos atravesado la locura por la pérdida del amor, y la recomiendo a viva voz, aunque tengo miedo de que termine el próximo domingo. Igualmente, si pueden conseguir entradas por Alternativa Teatral (está en la sala Apacheta, Pasco 623) no se pierdan esta verdadera joyita en la cartelera porteña.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 10 de agosto de 2017

Mi crítica de "Entre Telones" (Teatro)

Debió haber estado en un muy buen día el director Manuel González Gil cuando se le ocurrió el plantel de figuras a convocar para montar "Entre Telones", a saber: Fabián Gianola, Georgina Barbarossa, Darío Lopilato, Omar Calicchio, Ana Acosta, Sabrina Artaza, Vanesa Butera, Chichilo Viale y Facundo Gambandé. Es una extraordinaria comedia, "Entre Telones", debemos decirlo, yo lo pasé extraordinariamente bien y no sólo por haber disfrutado de su versión cinematográfica "Silencio... se enreda", de Peter Bogdanovich, protagonizada por Michael Caine, Carol Burnett, Chritopher Reeve, Nicole Sheridian, Denholm Elliot y otros, sino porque este "vodeville de puertas", de Michael Frayn está montada a todo trapo y sin fisuras sino porque su guión es extraordinariamente original.
Estamos en una "meta-obra" ya que se trata de una obra de teatro dentro de otra obra de teatro. La excusa del enredo es que una compañía de actores está ensayando una comedia barata llamada "Desnudos en el Country" a poco menos de 24 horas de su estreno y con miles cosas por ajustar. Las entradas y salidas son muchas, así como el juego de puertas que se abren y se cierran dando entrada y salida a los personajes, y las dudas metafísicas sobre el por qué hacen lo que hacen los personajes se juntan a la hora del estreno por parte de unos actores del Método, que deben justificar cada movimiento que hacen. Todos son guiados por mano férrea por ese despótico director (Mauricio), que interpreta Fabián Gianola -sin los matices y dobleces que supo imprimirle Michael Caine-, personaje que, vamos sabiéndolo a medida que avanza la obra, tiene amoríos con Barby, la estrellita joven y suculenta del elenco (una hermosa y bellamente expuesta Sabrina Artaza) sino que a la vez ha dejado embarazada a la asistente de dirección Poppy (la querible Vanesa Butera, siempre efectiva). Barby interpreta junto a Darío Lopilato a la pareja joven que viene a utilizar la casa que sus dueños dejaron para aislarse en Miami por las deudas contraídas con la AFIP, como nidito de amor. Lo que no saben es que ahí se van a encontrar con la señora Crackett, la empleada de la casa (interpretada por Doris, una brillante y algo atolondrada Georgina Barbarossa). 
A esto se suma que los dueños verdaderos de la casa, han vuelto a escondidas de Miami para emplear también la casa como refugio amoroso, ellos son Federico (Omar Calicchio) y la actriz que hace de su esposa (Ana Acosta) (¡Ay esos programas de mano sin el nombre de los actores junto a su personaje!). Y de un ladrón de poca monta que se le ocurre vaciar esa casa desocupada justo cuando todos se encuentran allí, el borracho empedernido Carlos Sheldon (Chichilo Viale, en una actuación que se lleva las palmas). A todo esto debemos agregar otro asistente, siempre dispuesto a reemplazar al actor que falte y con pocas horas de sueño, Tipi, un desconocido (al menos por mí) Facundo Gambandé.
Así planteado parece todo muy sencillo. Pero los parlamentos se enredan, se superponen al faltar experiencia para un ensayo técnico y un ensayo general que, debido a la falta de tiempo, se hará en la primera función del día siguiente, destinada a jubilados, y, por supuesto, con público. Cada actor exige sus fundamentos de acción, los romances también se superponen (Doris sale con el actor joven que encarna Lopilato, cuando podría ser su abuela, dicen las malas lenguas), y pasa de todo en el ensayo técnico, desde una lente de contacto que vuela desde el ojo de Barby a algún rincón del suelo hasta los pantalones caídos de Fede que no logra levantar por tener sus manos ocupadas y le impiden presentarse como jeque árabe. También ha desaparecido el borrachín, y hacen que lo busque ¡la policía!, cuando en realidad estaba durmiendo entre las butacas. Por supuesto que entrará a destiempo. Hasta acá las risas acumuladas son bastantes y nos hace replantear la cara interna de un plantel de trabajo (en este caso teatral), loa amores, celos , envidias por cartel, desavenencias y demás desplantes que pueden llevar a arruinar una función de estreno.
Pero hay más, la segunda parte será con el escenario dado vuelta, sí, estamos entre bambalinas y vemos el detrás de la escenografía y todo el runrun que hay entre los actores en el momento del estreno. Fede ha sido divorciado por su mujer y tenía todo preparado para pasar la noche en la casa de su partenaire (Ana Acosta), pero en cambio lo hace en casa de Doris, con quien parece que se ha "entendido". Esto deja fuera del juego a Lopilato. Y por eso a la hora de estrenar, tanto Doris como Lopilato están encerrados cada uno en su camarín sin querer salir a actuar. Cuando lo hagan y empiece la obra todo será un equilibrado montaje de una carrera de Fórmula 1 tomada desde detrás de la escena y con golpes, portazos, tiradas de almohadones, caídas y piquetes de Lopilato hacia Fede y viceversa. Más las flores y el whisky que Mauricio ha comprado para agasajar a Barby, que pasan de mano en mano hasta caer la peligrosa bebida en manos del beodo. La catarata de risas que desatan es imparable y la precisión, desenfrenada y exacta. Tenemos que pensar que las puertas deben abrirse y cerrarse todas con prodigiosa exactitud, mientras detrás del escenario se desata la batalla campal. Sí, estamos en pleno terreno del slapstick, pero a diferencia de en "Como el culo..." aquí sí funciona.
Es de lamentar que no haya un tercer acto, como en la película, donde se terminaban de anudar todos los conflictos (Mauricio y Poppy se prometían en casamiento, por ejemplo), pero bueno, la duración y la falta de elipsis cinematográfica lo requerían así. Hablar de los actores es de por sí redundante: Fabián Gianola está muy enojado y sabe gritar su enojo, aunque es uno de los que menos pulido tiene su papel, Barbarossa, como siempre impone su presencia en el escenario y resulta muy simpática, Darío Lopilato, que nunca fue santo de mi devoción debo reconocer que hace acá un gran papel, si bien no deja de ser el joven que es, actúa con solvencia y seguridad mientras que Sabrina Artaza impone su físico joven y bien torneado y hace de su chica tonta una verdadera creación. Ana Acosta sorprende por un trabajo de voz en falsete muy acorde a su personaje, y Calicchio se destaca por su voz bien impuesta de cantante que es y su gracia para la comedia. Vanesa Butera sorprende por su desparpajo y hace muy entrañable su personaje, mientras que Chichilo Viale se destaca en ese borracho que le gana por lejos al que interpretara Denholm Elliot, acá con su acento y gracia cordobesa a flor de piel.
Una vez más la labor de Manuel González Gil ha sido impecable y supo llevar a buen puerto esta obra complicadísima como mecanismo de relojería que es, y es una verdadera lástima que la obra no esté teniendo el éxito que se merece (ayer trabajó a un tercio de sala). Por favor, corran a verla porque lo van a pasar bomba. Recuerden mi consejo y no se van a arrepentir.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 9 de agosto de 2017

Mi crítica de "Un Camino a Casa" ("León") (Cine)

Primero me enojé mucho con una película que suponía miserabilista, conforme de publicitar todas las desgracias que sufren los niños pobres de la India, mientras nosotros, personas acomodadas y de buen vivir, miramos sus vidas sentados en el cómodo sillón de nuestra casa, como para sentirnos bien culpables. Esta infancia que tiene mucho que ver con las infancias y adolescencias que narraba Charles Dickens, es lo que se puede ver en películas como la abominable "¿Quién quiere ser Millonario?", que arrasara con los Oscars hace algunos años. Después pasé por la indignación: "claro, tratan de reemplazar el amor familiar por la comodidad y los lujos que puede darle una familia burguesa en la otra punta del planeta, olvidándose de todo..." Claro, no reparé que el rostro de Saroo chico y joven no reflejaba en ningún momento la felicidad, ni una sonrisa acudió a sus labios en toda esta mitad de película.
Pero después reconsideré todo y me amigué con la obra cuando Saroo joven (de 20 años) inicia su búsqueda de regreso a su hogar, con su verdadera madre y sus hermanos y tradiciones. Lamento contarles el final pero Saroo, ayudado por la tecnología, vuelve a su casa y reencuentra a su madre (no ya a su hermano, quien ha muerto) y a su hermana, a pasos de la casa donde vivió su infancia.
Sobre todo porque se trata de "un caso real" y al final se ven imágenes de la vuelta al hogar del verdadero Saroo, quien ha pronunciado mal su nombre, ya que era "Sherú", que significa "León". Y claro, Saroo es un verdadero animal de caza cuando se pone obstinadamente a averiguar su paradero, y el niño indio Sunny Pawar que lo interpreta en su infancia, un concreto león de la actuación (tan convincente es).
Pero contemos un poco de la historia. Todo comienza en un pequeño poblado de la India, en 1986, cuando Saroo tiene aproximadamente 5 años y su hermano Guddu unos 12. Juntos se encargan de apuntalar la economía familiar con pequeños trabajos como el hurto de carbón a un tren para ayudar a una madre encargada de transportar piedras, y cuidar de su hermana Shekila, menor que ellos. Pero una noche en que se trasladan en un tren a otra ciudad para cometer otros hurtos, Saroo y su hermano se desencuentran, siendo aquel transportado en un tren hacia Calcuta, donde debe dormir en la calle y ser solventemente escapado de monstruos que utilizan a los niños para trabajos forzados, prostitución o transplante de órganos o vaya a saber qué. Así llega a  la casa de una "bondadosa" mujer quien le presenta a Rama, un "dulce" hombre que pasará a buscarlo a la noche  porque es "lo que ellos necesitan"... Así pasa a vivir en un refugio de niños donde son maltratados y posteriormente atendidos por una asistente social que se encargará de buscar a su madre y enseñarle (junto a otros niños) palabras en inglés para una posible adopción.
Esa adopción llega desde Hobart, en Australia, en 1987, por un matrimonio formado por Sue Brierley y John Brierley (Nicole Kidman, ya en papeles de "señora Señora", algo avejentada, y David Wenham), una pareja que presuntamente no puede tener hijos, aunque después se demuestre que no es que no pudieran tener sino que desde siempre han querido adoptar. Allí tiene todo a su disposición, comida en abundancia, televisor, video, juguetes, cariño de madre y padre, salvo... a su familia de origen, de la que nunca se olvidará, aunque llame mamá y papá a sus adoptantes.
Llegamos a Melbourne en el 2008, y el niño de tez aceitunada tirando a negro, ha crecido y se ha transformado en... un muchacho blanco (¡upppps...! por la magia del cine, ¿vio?) con todos los atributos para gustarles a las chicas, pelo largo desprolijo eternamente, barba de cuatro días y bigote, además de un físico digno. Se inscribe en la universidad para administrador de hoteles y consigue seducir inmediatamente a la chica más linda, Lucy (Rooney Mara, mientras que él es Dev Patel) y a los cinco minutos estar acostado con ella. Pero con su grupo de amigos aprende todos los secretos de la tecnología y de la computación, lo que lo ayudará a buscar a su familia y su casa. A partir de aquí se transforma en una obsesión y hasta deja escapar a su amor por el hecho de encontrar sus raíces.
A todo esto (han pasado 20 años desde la adopción), visita a sus padres y a su hermanastro Mantosh (otro indio adoptado, con problemas de conducta y violento), y su madre tiene el don de ¡no haber envejecido ni un solo día! (¡Nicole, siempre bella!), a quien no le revela que está buscando su origen por no lastimarla.
Al fin consigue dar con su pueblo, después de búsquedas interminables y copias y ampliación de mapas en donde iba dejando sus marcas rastreadoras. Se toma un avión, ahora sí con el consentimiento paterno y materno y llega a su poblado, conde encuentra que su casa es ahora... ¡un corral de cabras! Pero no se preocupen, a los cinco minutos encuentra a su madre oficial, envejecida, con el pelo cano ¡y rosa! y a su hermana, con quienes se abraza y lloran juntos. Ellos también han pasado su vida buscándolo. Al final se encontrarán las dos madres en un conmovedor abrazo. En la breve película documental que vemos al final del film se ve esta secuencia  y vemos que el joven que ha crecido es un muchacho regordete y de color aceitunado, nada que ver con el de la película. 
Pero bueno, así fue mi encuentro con esta buena película que logra emocionar y defender con buenas armas el llamado de la sangre. Estuvo nominada a algún Oscar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 6 de agosto de 2017

Mi crítica de "La Voz de la Luna" (Cine-Fellini-1990)

Y llegamos a la última película de la vida de Federico Fellini, quien nació el 20 de enero de 1920 y murió el 31 de octubre de 1993, a los 73 años en Roma. A estas alturas el viejo Maestro se notaba algo cansado, más amparado en su oficio de poeta que en innovador, y consigue con esta película, hacer la más pesada y aburrida de toda su carrera. Con guión de él mismo, más Tullio Pinelli y Ermanno Cavazzoni, adaptación libre de la novela "Il poema dei lunatici", de Ermano Cavazzoni, con fotografía de Tonino Delli Colli, música de Nicola Piovani, escenografía de Dante Ferreti y montaje de Maurizio Milenotti. Con las actuaciones sobresalientes de Roberto Benigni, Paolo Villaggio, Nadia Ottaviani y Marisa Tomasi, entre otros.
Como en otras películas de Fellini que tienen como tema el sonido o la música -"Ensayo de Orquesta"; "E la Nave Va"-, en los créditos mismos de "La voce della luna" aparecen diversos tipos de ruidos confundidos: campanas, pájaros, gente y una voz que grita: "¡Salvini!". Las voces ponen en marcha la obra que se va a desplegar, dan comienzo al errar a la búsqueda del sentido de las cosas por parte del lunático Ivo Salvini (Roberto Benigni).
Paisaje nocturno ocupado tan solo por el cilindro de un pozo. Entra en escena Ivo, que nos interpela, implicándonos en su punto de vista: "¿Las oyen también ustedes? Me llaman". El film se pone en marcha a partir del magma primario, del caos y de la confusión del mundo antes de que la obra de arte lo estructure. Es el pretexto argumental para la creación, pero también el punto de vista inspirador a partir del cual se configura una mirada -una escucha- extrañada. La búsqueda de Salvini es quijotesca, una recaída -"has vuelto a empezar", le dicen- en una especie de delirio o demencia: la de Fellini, propia de un creador desencantado y cansado. No estamos ante un gesto artístico vigoroso y creador, como en "8 y 1/2", sino más bien mortecino. La obra que va a ir llenando en su despliegue esa nada o agujero a la busca del sentido, será una mezcla de itinerario o viaje a ninguna parte y de falsos o inventados recuerdos o reflexiones nocturnas existenciales. Dialoga con temas, personajes y elementos de otras precedentes, pero sin magia ni capacidad de encantamiento.
Partiendo de un texto literario preexistente, Fellini confiere espacio e imagen a un texto ajeno, aunque próximo a su mundo y con el que guarda algunas afinidades creativas. Sin embargo, el estatuto y el espacio que les da Fellini no se construye desde un yo creador, el mago de las películas anteriores, que hace brotar de la nada un mundo artístico, ni desde la mirada interior de un lunático, sino desde la imposibilidad del sujeto de dotar de sentido propio al mundo y a la propia obra. Es probable que Fellini haya intentado crear un mundo paralelo a partir del único punto de vista posible, el de los lunáticos, toda vez que la realidad no es lo que se dice de ella. Pero a partir de ese gesto retórico, que problematiza el propio concepto de autor, el texto está ya a merced de las voces de los pozos, del vacío, sin que se pueda adquirir otra certeza. ¿Y cómo construir un punto de vista lunático que no resulte en el fondo retórico? Fellini recorre el espacio de la representación, puramente textual, exterior, no creado por la cámara sino desplegado ante ella, en el que se mueven las criaturas, los objetos y las escenografías como en un gran teatro del mundo que ha perdido su sentido y ha quedado reducido a pura fachada, detrás de la cual no hay nada.
"Si aquí todo es falso, han hecho realmente una obra de arte. Si estos son actores, es para quitarse el sombrero", dice el texto de Cavazzoni. Quizá el film no tenga otra aspiración que fotografiar, como hacen los turistas japoneses, no ya la realidad, que sólo existe como simulacro, sino "las cosas que los otros no ven": decorados donde sobreviven, sin embargo, ídolos, monumentos e instituciones en las que se sigue creyendo, aunque se fabriquen en serie, como las madonnas. Si ésto es así, ¿por qué no caricaturizar el mundo y la realidad a partir de esta constatación y del tópico de que los locos son los que dicen la verdad, de la que nadie quiere saber? Sólo los lunáticos, como los artistas, tendrían acceso a esa fantástica visión de la nada y, a partir de ella, verían el mundo como simulación y lo asumirían con todas sus consecuencias, salvo Ivo, que se pone a deambular a la busca del sentido.
La ciudad de "La voce..." no es una entidad viva y reconocible como la de "Amarcord", sino un conjunto fragmentario de vistas que nada nos dicen sobre su configuración: no hay en ella itinerario ni está vertebrada siquiera por las correrías de Ivo. Sólo sirve como decorado o telón de fondo de la fiesta de la harina, lo que no deja de ser coherente con el punto de vista de los lunáticos que sospechan que las casas son falsas, un simple decorado detrás del cual no hay nada. De ahí que se muestren de una forma más acusada ese carácter de simulacro, lo que no es una novedad en Fellini: la diferencia en relación con películas anteriores es que aquí se mantiene tal carácter como sospecha de la falsedad del decorado, no como la exhibición demiúrgica del final de "E la Nave Va".
Todos van en procesión -como los riminenses de "Amarcord" para ver pasar al transatlántico- y en diversos vehículos: bicicletas, coches, un tren. En la plaza se han instalado dos gigantescas pantallas de televisión por la que se muestra a la ciudad, en presencia de las autoridades, el magno evento: los lunáticos han capturado a la luna. Preguntado uno cómo lo han conseguido, contesta que ha sido fácil: como es hembra, no esperaba otra cosa. La tienen atada en una especie de almacén. Un exaltado dispara contra su imagen en la pantalla y cunde el pánico.
El gran espectáculo, si no milagroso propiamente, sí al menos fabuloso, de la captura de la luna no proporciona a Ivo ninguna respuesta ni da sentido a su busca. La luna no tiene nada que revelar. Todo es un espectáculo sin sentido: el hilo de los lunáticos, su universo paralelo, como la propia película, es llevado a la explosión final, a la catástrofe del desvelamiento del vacío y de la nada. La luna es un espectáculo más, algo para ser contemplado, como el propio film, no algo que produzca sentido.
A la luz de la luna, una punky algo tonta y un lelo bailan en silencio en medio de la plaza. Ivo escucha de nuevo las voces de la luna. Luego se dirige al pozo del comienzo diciendo: "Sigo creyendo que si hubiera un poco más de silencio, podríamos entender algo".
Film agónico y de despedida para quien supo brindarnos momentos tan mágicos y de ensueño dentro de la sala de un cine. Sólo recomendable ver como cierre de un ciclo de vida del director más grande que nos dio la historia del cine: Federico Fellini.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).