domingo, 6 de agosto de 2017

Mi crítica de "La Voz de la Luna" (Cine-Fellini-1990)

Y llegamos a la última película de la vida de Federico Fellini, quien nació el 20 de enero de 1920 y murió el 31 de octubre de 1993, a los 73 años en Roma. A estas alturas el viejo Maestro se notaba algo cansado, más amparado en su oficio de poeta que en innovador, y consigue con esta película, hacer la más pesada y aburrida de toda su carrera. Con guión de él mismo, más Tullio Pinelli y Ermanno Cavazzoni, adaptación libre de la novela "Il poema dei lunatici", de Ermano Cavazzoni, con fotografía de Tonino Delli Colli, música de Nicola Piovani, escenografía de Dante Ferreti y montaje de Maurizio Milenotti. Con las actuaciones sobresalientes de Roberto Benigni, Paolo Villaggio, Nadia Ottaviani y Marisa Tomasi, entre otros.
Como en otras películas de Fellini que tienen como tema el sonido o la música -"Ensayo de Orquesta"; "E la Nave Va"-, en los créditos mismos de "La voce della luna" aparecen diversos tipos de ruidos confundidos: campanas, pájaros, gente y una voz que grita: "¡Salvini!". Las voces ponen en marcha la obra que se va a desplegar, dan comienzo al errar a la búsqueda del sentido de las cosas por parte del lunático Ivo Salvini (Roberto Benigni).
Paisaje nocturno ocupado tan solo por el cilindro de un pozo. Entra en escena Ivo, que nos interpela, implicándonos en su punto de vista: "¿Las oyen también ustedes? Me llaman". El film se pone en marcha a partir del magma primario, del caos y de la confusión del mundo antes de que la obra de arte lo estructure. Es el pretexto argumental para la creación, pero también el punto de vista inspirador a partir del cual se configura una mirada -una escucha- extrañada. La búsqueda de Salvini es quijotesca, una recaída -"has vuelto a empezar", le dicen- en una especie de delirio o demencia: la de Fellini, propia de un creador desencantado y cansado. No estamos ante un gesto artístico vigoroso y creador, como en "8 y 1/2", sino más bien mortecino. La obra que va a ir llenando en su despliegue esa nada o agujero a la busca del sentido, será una mezcla de itinerario o viaje a ninguna parte y de falsos o inventados recuerdos o reflexiones nocturnas existenciales. Dialoga con temas, personajes y elementos de otras precedentes, pero sin magia ni capacidad de encantamiento.
Partiendo de un texto literario preexistente, Fellini confiere espacio e imagen a un texto ajeno, aunque próximo a su mundo y con el que guarda algunas afinidades creativas. Sin embargo, el estatuto y el espacio que les da Fellini no se construye desde un yo creador, el mago de las películas anteriores, que hace brotar de la nada un mundo artístico, ni desde la mirada interior de un lunático, sino desde la imposibilidad del sujeto de dotar de sentido propio al mundo y a la propia obra. Es probable que Fellini haya intentado crear un mundo paralelo a partir del único punto de vista posible, el de los lunáticos, toda vez que la realidad no es lo que se dice de ella. Pero a partir de ese gesto retórico, que problematiza el propio concepto de autor, el texto está ya a merced de las voces de los pozos, del vacío, sin que se pueda adquirir otra certeza. ¿Y cómo construir un punto de vista lunático que no resulte en el fondo retórico? Fellini recorre el espacio de la representación, puramente textual, exterior, no creado por la cámara sino desplegado ante ella, en el que se mueven las criaturas, los objetos y las escenografías como en un gran teatro del mundo que ha perdido su sentido y ha quedado reducido a pura fachada, detrás de la cual no hay nada.
"Si aquí todo es falso, han hecho realmente una obra de arte. Si estos son actores, es para quitarse el sombrero", dice el texto de Cavazzoni. Quizá el film no tenga otra aspiración que fotografiar, como hacen los turistas japoneses, no ya la realidad, que sólo existe como simulacro, sino "las cosas que los otros no ven": decorados donde sobreviven, sin embargo, ídolos, monumentos e instituciones en las que se sigue creyendo, aunque se fabriquen en serie, como las madonnas. Si ésto es así, ¿por qué no caricaturizar el mundo y la realidad a partir de esta constatación y del tópico de que los locos son los que dicen la verdad, de la que nadie quiere saber? Sólo los lunáticos, como los artistas, tendrían acceso a esa fantástica visión de la nada y, a partir de ella, verían el mundo como simulación y lo asumirían con todas sus consecuencias, salvo Ivo, que se pone a deambular a la busca del sentido.
La ciudad de "La voce..." no es una entidad viva y reconocible como la de "Amarcord", sino un conjunto fragmentario de vistas que nada nos dicen sobre su configuración: no hay en ella itinerario ni está vertebrada siquiera por las correrías de Ivo. Sólo sirve como decorado o telón de fondo de la fiesta de la harina, lo que no deja de ser coherente con el punto de vista de los lunáticos que sospechan que las casas son falsas, un simple decorado detrás del cual no hay nada. De ahí que se muestren de una forma más acusada ese carácter de simulacro, lo que no es una novedad en Fellini: la diferencia en relación con películas anteriores es que aquí se mantiene tal carácter como sospecha de la falsedad del decorado, no como la exhibición demiúrgica del final de "E la Nave Va".
Todos van en procesión -como los riminenses de "Amarcord" para ver pasar al transatlántico- y en diversos vehículos: bicicletas, coches, un tren. En la plaza se han instalado dos gigantescas pantallas de televisión por la que se muestra a la ciudad, en presencia de las autoridades, el magno evento: los lunáticos han capturado a la luna. Preguntado uno cómo lo han conseguido, contesta que ha sido fácil: como es hembra, no esperaba otra cosa. La tienen atada en una especie de almacén. Un exaltado dispara contra su imagen en la pantalla y cunde el pánico.
El gran espectáculo, si no milagroso propiamente, sí al menos fabuloso, de la captura de la luna no proporciona a Ivo ninguna respuesta ni da sentido a su busca. La luna no tiene nada que revelar. Todo es un espectáculo sin sentido: el hilo de los lunáticos, su universo paralelo, como la propia película, es llevado a la explosión final, a la catástrofe del desvelamiento del vacío y de la nada. La luna es un espectáculo más, algo para ser contemplado, como el propio film, no algo que produzca sentido.
A la luz de la luna, una punky algo tonta y un lelo bailan en silencio en medio de la plaza. Ivo escucha de nuevo las voces de la luna. Luego se dirige al pozo del comienzo diciendo: "Sigo creyendo que si hubiera un poco más de silencio, podríamos entender algo".
Film agónico y de despedida para quien supo brindarnos momentos tan mágicos y de ensueño dentro de la sala de un cine. Sólo recomendable ver como cierre de un ciclo de vida del director más grande que nos dio la historia del cine: Federico Fellini.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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