sábado, 28 de abril de 2018

Mi crítica de "El Botella" (Teatro Musical)


Otro nuevo acierto de Teatrix... por fin una obra musical infantil ("para toda la familia") que me gustó, y mucho... Los autores son Diego Corán (letras y libro) y Jorge Soldera (música), co equiper de otras obras como "La Parka" o "Alicia en Frikiland", y dirigida ésta por Diego Corán Oria. Hay un despliegue escénico de cartón pintado muy poco frecuente en el Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, aunque todo en la escenografía tiemble un poco y amenace con venirse abajo. Pero el gran valor de la obra radica (además de en su libro y canciones, que son muy buenas), en la alta calidad de las interpretaciones. Sobre todo "el Botella" ese chico de 10 años interpretado por el niño Enoc Girado, que es todo un derroche de simpatía, naturalidad, desparpajo y buena voz. Es difícil hallar en un chico tan chico tantas cualidades juntas, y lo principal es su naturalidad para afrontar un papel que, en una mala elección artística hubiera sonado acartonado y ridículo. Pero los honores no son sólo para Enoc, sino también para su compañero de aventuras, Fresco, otro chico un poco más grande que hace las delicias del público con su hambre constante, sus metidas de pata y su enamoramiento eterno de la Señorita Laura, novia a la vez de Miguel, una especie de padrino de "el Botella".
La obra supone un viaje por partida doble: el viaje que se inicia en Punta Orilla y que, por mar, llevará a los chicos hasta París en busca de los padres del huerfanito "Botella", desaparecidos cuando él era un bebé, y un viaje tal vez más profundo, el viaje interior y de autoconocimiento que revelan los personajes, en su busca personal. Las botellas son tantas como el nombre del protagonista: la vieja fábrica de botellas en la que trabajaba el abuelo del "Botella", muerto al empezar la obra pero que estará permanentemente presente, las botellas de todos colores, forma y tamaño que colecciona el protagonista y por último, los mensajes en botella que cruzarán el Atlántico, llevando cartas del niño a su amada Milagros, residente en París, y de ella hacia él. Por eso de viajes y de botellas trata la obra. Pero también es un viaje el encontrar a los progenitores de este pobre niño criado por su abuelo y por Miguel, a la sazón una pareja que durante la guerra que asoló a Europa  y demás mundo allá por el 39 y hasta el 45, se dedicó a preservar y rescatar obras de arte como las que hoy integran los museos, y que fueron perseguidos en calidad de espías por las fuerzas de la ofensiva y que por fin se reencontrarán al finalizar la obra. Pero el trayecto es largo.
Una vez muerto el abuelo y entregadas sus cenizas al "Botella", éste deberá desocupar la vieja fábrica en la que vivía y pasará a ser reclutado por la policía de Punta Orilla para integrar sus calabozos. Los policías también forman parte de la troupe, un par de cabos poco despiertos y un comisario que es adepto al baile y el canto, compartiendo escenas con el "Botella". En el calabozo conocerá a Juan Carlos Barrera, "poeta del pueblo" y a Pepe  Vacío, dos presos dados a las rimas, a la poesía y al music hall que harán las delicias del público con su simpatía y su "buena onda". Estos cerrarán el espectáculo montando un escenario de poesía y danza en la vieja fábrica reciclada para exposición de obras de arte cedidas por Antonio y Sofía, los padres del niño. Los presos lo ayudan a escapar de la celda, apoyados por Fresco y la Señorita Laura desde el afuera, y con la recomendación de que vaya en busca de Milton Fatiga, un bucanero como pocos, dado a los excesos, al maltrato a su tripulación pero también... al baile y el canto. Como se habrá visto todos bailan y cantan en este musical para chicos que realiza constantes guiños a los grandes, que terminan aplaudiendo y coreando una de las canciones del pirata. Los temas son muy pegadizos por otra parte y proponen integrar al público a su lenguaje expresivo. Hay planteos que son únicamente para grandes, como el piquete que se forma en pedido por la falta de trabajo y el cierre de fábricas en Punta Orilla o el celebrado chiste de llamarse el "Botella" en realidad Juan y Fresco, Domingo, así se convertirán en "las aventuras de Juan Domingo". Todos chascarrillos que pasan desapercibidos para el público infantil. Por suerte hay muchos padres y madres en la sala que acompañan con sus risas las ocurrencias, así como la supuesta erudición del "Botella", que habla cual enciclopedia o las "cancheradas" del mismo. Así éste transforma la "chanson" parisina "Es el amor" en un tango-milonga arrabalero y compadrito que bailará con su amada Milagros (una chica parisina más alta que él, pero igualmente dada a la sensibilidad y a las explicaciones enciclopédicas, encargada de la guía del Louvre), sin tener en cuenta que el tango es una danza que se baila abrazados, siendo notoria la distancia que hay entre los dos, como para demostrar todos los pasos de tango que aprendieron y los firuletes y acrobacias que se anima a hacer la "percanta".
Así como París es la "ciudad luz" también lo es del amor, y es allá donde el "Botella" encuentra el suyo, en el cuerpo y alma de una chica con rulitos llamada Milagros, que canta tan bien como él y despunta el vicio ofreciéndole un beso en la mejilla. De ahí en más, se prometerán como futuros esposos y todo será correspondencia acuática en botellas que nunca sabremos si llegaron a destino. Allí, en París, también es donde Miguel le propondrá casamiento a Laura, que responde con su consabido "me caigo y me levanto". Hasta allá van los cuatro en busca de los padres del "Botella", que, según unos datos que le han pasado a Miguel, están en París. Pero no es ahí donde los encontrarán sino en la mismísima Punta Orilla ("agarrame la sombrilla", como reza la radio pueblerina), llevados por su conciencia paterna a recuperar su precioso botín de 10 años.
El abuelo del "Botella", don Timón, era un marinero de alta mar que lleva a su nieto encantado a visitar a las sirenas en sueños (de las tres sirenas, hay una gorda impresentable, que, a pesar de no querer ser denunciado en el INADI, deberían haberla guardado para mejores ocasiones, aunque siempre la esconden detrás de las otras dos) y así es que sus cenizas son arrojadas en el muelle, para que vuelvan al agua, su líquido elemento en donde siempre se desenvolvió.
Lo que sorprende del elenco de "El Botella" es su perfecta cualidad canora y danzarina, sin mencionar la solvencia actoral de todos ellos, formando un combo completo. Y la alegría y el desparpajo que ofrecen todos y cada uno de ellos. De movida se nota que la están pasando bien. Que "El Botella" es una fiesta a la que todos han sido invitados y que responden con creces. Nombrar a uno por sobre los demás sería injusto, baste decir que el pibe Enoc Girado es toda una revelación que convendría tener en cuenta para tanto programa de televisión zonzo y desabrido como hay por acá. Y que recomiendo plenamente ver esta obra en familia. Seguramente todos la disfrutarán. Y no se olviden que apretando el "Ver Obra" pueden acceder a ella.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 20 de abril de 2018

Mi crítica de "Los Tutores" (Teatro)

Ayer pude ver esta tan esperada comedia que, por los calores del verano se me venía alargando. Pero ante la próxima bajada de cartel de la obra me apuré. La pieza ganó el concurso Contar 3, que es el que auspician los productores teatrales tratando de incorporar autores jóvenes y noveles al circuito teatral de la av. Corrientes, y hasta ahora ha resultado un éxito la propuesta. La obra es de Carlos La Casa y Daniel Cúparo, siendo el primero el responsable de "Todas las Rayuelas", excelente obra que ganó el año pasado y que por desgracia estuvo poco tiempo en cartel, con una repercusión mediocre, y la dirección de "Los Tutores" corre por cuenta de su coautor Daniel Cúparo, muy eficaz por cierto.
La obra no tiene los mismos méritos que "Todas las Rayuelas", es un poco inferior, pero apuesta abiertamente al género de la comedia, un trayecto no demasiado transitado por el joven teatro argentino, así que es bienvenido, si bien no proyecta una mirada universal sobre el género humano, deteniéndose en un caso específico. El elenco es magistral. Está Hugo Arana, siempre eficaz para estas lides y con toda una trayectoria imprescindible, está Laura Oliva, otra batalladora de la comedia, Mónica Cabrera, con toda su autoridad de autora, directora y actriz en un papel a medida que despierta no pocas risas, está Paula Kohan, otra buena comediante que acá se luce, Ludovico Di Santo en un rol muy disfrutable y por último Dennis Smith en reemplazo de Dan Breitman que se fue para "El violinista en el tejado". La acción transcurre en la dirección de un colegio bilingüe y recontra caro, a dónde han sido citados los tutores o padres de cuatro chicos de quince años que han realizado un acto vandálico registrado por las cámaras del colegio: violentaron una puerta consiguiendo un bate de beisbol y posteriormente molieron a palos al profesor de música que se encontraba en un descanso, practicando sus dotes de gran pianista. Los personajes son el abuelo de uno de los chicos (Arana), de actitud recta y criado a la usanza antigua, que no tiene el menor empacho de bajarle los dientes de un cachiporrazo a su nieto; una pareja, Fabiana (Oliva) y Patricio Sosa (Di Santo), un político en campaña, que está todo el tiempo pendiente de su celular y con ganas de evadir el compromiso para ir a su acto de cierre; una madre abandonada por su pareja, Andrea (Kohan) que es naturista, profesora de cuanta terapia estrambótica y oriental quepa en la mente y por último un padre abiertamente gay (con pareja homosexual) que encarna Dennis Smith componiendo al mariposa de siempre (ya me tiene un poco cansado). La directora del establecimiento es la doble cara de Marta (una estupenda Cabrera, que hace honor a su apellido) de rígidas costumbres y no dudando en insultar a sus subordinadas o a los padres de los pequeños delincuentes. Lo que se propone con la reunión es que los tutores firmen un papel asumiendo la responsabilidad de sus hijos y declarando no responsable al colegio, para evitar posibles juicios. Por supuesto que toda la trama correra sobre la suerte de firmar o no los dichosos papeles. Entre tanto se despliegan todo tipo de mezquindades, agachadas, mea culpas y aberraciones morales por parte de los progenitores, que demuestran que como tutores no valen mucho.
Aclara La Casa, que debido a la polisemia de las palabras, "tutores" son también esas varas que se colocan en las plantas para ayudarlas a crecer derechas, y que es con este doble sentido que se ha nominado a la obra. Como "tutores-sarmientos" también distan mucho los padres o encargados. El único que asume responsabilidades y no duda en que su nieto vaya preso es el abuelo Héctor, quien, por otra parte pone en duda la validez de la figura paterna que tiene Nacho (el gay) sobre su hijo, al presentar una familia con dos padres hombres, y que le "desacomoda las tuercas en la cabeza" a su hijo. Nacho no se queda atrás con sus comentarios tratando de retrógrado y fascista a Héctor. Por otra parte, el hijo más incriminado (en el video sin sonido, recalcamos esto, porque es fundamental como cambian las cosas cuando se descubre el audio), parece ser el hijo de Andrea, el que le destrozó la cabeza al profesor de música con el bate. Ésta, esquiva olímpicamente toda presunta responsabilidad aduciendo que su hijo es más o menos un angelito de Dios. Por algo es que los demás chicos rechazan ir a las reuniones que este organiza en su casa... influenciado por su madre y sus intentos macrobióticos de inyectarles las filosofías orientales a todos los compañeritos de su hijo. Por otra parte, Fabiana es una máquina de hablar y de negar la realidad y pelearse con su esposo, que se la pasa haciendo proselitismo en el aula (uno de los personajes más logrados este de Patricio Sosa). El político tiene al Chaqueño Palavecino animando su acto mientras lo esperan a él, pero al no llegar, hasta el folklorista se tomará las de Villa Diego. La directora, hablando mitad en castellano, mitad en inglés (para prestigiar su enseñanza, ¿viste?) es una directora de marcado paso nazi y representante de las fuerzas de la represión, a la que terminarán tirando por la ventana, en uno de los gags más inspirados.
Decimos que la obra no se convierte en universal ni en totalizadora porque se circunscribe a lograr aclarar este específico caso de agresión estudiantil, no deteniéndose en analizar las conductas negativas de los adolescentes de la mayor parte de este mundo nuestro que nos toca vivir, ni en revisar los porqués de tanta violencia en las aulas. Es un buen ensayo de pasos de comedia pero creo que se queda en eso, aunque como piedra de toque es bueno haber elegido este tema tan preocupante en nuestra actualidad, como disparador para hablarlo después de la función. Si bien lo que empieza como comedia termina en catástrofe y en muchos trapitos sacados al sol que son capaces de destruir falsas imágenes (que no vamos a deschavar en esta crítica), lo importante es conocer el paso de los adolescentes por la droga (casi todos, sin excepción son drogadictos) y por los abusos de violencia. Si bien están en una edad caracterizada por la rebeldía y el rechazo a las normas, lo inusitado de tanta agresión pasa a ser el tema dominante en esta inusual reunión de padres.
El tema de la violencia parece ser la contracara de estos pacíficos tutores, que pueden volverse salvajes cuando se ven tocados sus intereses o puestas en duda sus convicciones. Así aparecen los conflictos de pareja, las diversas formas de identidad sexual, la furia contenida contra sus hijos/nietos, el papel de "mantenidas" que juegan algunas personas, el rol de los chicos en la escuela, y sobre todo, el decoro que supone enviar a sus hijos a un colegio "tan caro", que más que por el nivel educativo parece haber sido elegido por el prestigio socio-económico que desempeña ante la mirada de los otros.
La reunión de padres, que comienza como una cosa calma, termina convirtiéndose en un verdadero caos y convocando a la carcajada permanente, por eso agradezco a esta obra estar en la cartelera porteña. Al que no la vio, le recomiendo que se apure porque son las últimas semanas en cartel y es una lástima perdérsela. La recomiendo con las acotaciones que he realizado, pero definitivamente es un buen pasatiempo para alegrar el alma, aunque se hable a veces de cosas trágicas.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 18 de abril de 2018

Mi crítica de "César debe Morir" (Cine-Hnos. Taviani)

El domingo murió en Roma Vittorio Taviani, hermano de Paolo, quizá el dúo de directores más afianzado y consolidado que  dio la historia del cine. Filmaron siempre juntos, con el nombre de "Hermanos Taviani" y fueron una sola cabeza, una sola mirada y un solo  corazón a la hora de hacer películas. Despuntaron deslumbrándonos con esa obra maestra que fue "Padre padrone", allá por los 70 y que mereció los más altos premios en numerosos festivales. Le siguieron "La Noche de San Lorenzo", "Kaos", "Good morning Babilonia", "Las Afinidades electivas" y más cerca "Tu ridi" o esta que nos ocupa hoy, "César debe morir" (2012). Se interpusieron entre esta y la muerte de Vittorio sólo dos títulos más: "Maravilloso Bocaccio" (2015) y "Una cuestión privada" (2017). Y es bueno recordar al maestro que nos dio tantas emociones y tanta gloria para el cine italiano ya que los canales de TV no lo hicieron, y sólo algunos diarios informaron de su muerte. En días como los que corren es difícil encontrar un cine de tamaña calidad artística y con compromiso humano y social como el que desarrollaron los Taviani. Ahora Paolo (de 86 años) se habrá quedado muy solo, sin la otra mitad del corazón, que falleció a los 88, después de una larga enfermedad. Es por eso que desempolvé este film que tenía por ver y me dispuse a mirarlo atentamente.
El tema de la película es una representación del "Julio César" de Shakespeare realizada por presos altamente peligrosos de la cárcel de Rebibbia (Pabellón de alta seguridad). Y la obra los humaniza, nos los presenta como actores experimentados y consumados que asumen el compromiso con todos los rigores de su oficio. El teatro saca lo mejor de ellos, los pone en un estado de sensibilidad tal que los compromete emocionalmente con el nudo de la obra y con la experiencia de trabajar ante la mirada de un público (el de teatro y el del cine). Sí, porque los actores de la película son los mismos presos que se nos muestran en el día a día del hacer la obra. No sólo asistimos al proceso de gestar una producción teatral, sino al de ver como delincuentes seriamente comprometidos con el delito se vuelven seres sensibles ante nuestros ojos. No son nenes de pecho. Algunos tienen condena perpetua por asesinato o crimen organizado, otros penas menores por robos o tráfico de drogas. Partamos de la base que las condenas no son como acá, allá se los condena de veras y se les hace pagar por el daño cometido a la sociedad. Pero a la vez se les brinda la suficiente comodidad para que su reclusión no sea un calvario. Celdas limpias, con colchones y almohadas con fundas, frazadas, mesas e implementos e incluso radiadores. Por supuesto que en el penal tienen que trabajar, ya sea limpiando pisos u otras labores. Pero se les da la oportunidad de poder expresarse libremente mediante el teatro (en este caso) como elemento terapéutico y de reintegración a la sociedad.
La primera prueba que se les toma es decir su nombre, origen, dirección y nombre paterno en dos situaciones distintas: una en un puesto de frontera, dejando a su esposa del otro lado y llorando, y la otra bajo presión. Todos responden de muy diversas formas y lo hacen excepcionalmente bien, como actores consagrados. La filmación tiene un prólogo y un final en color (que coincide con el momento de la función) y el resto en un riguroso blanco y negro, que corresponde a toda la fase del momento creativo, pero dentro de los límites de la prisión. Esto está filmado de esa forma para asociar al eje de la representación con lo vital, con el color, la libertad absoluta y el resto con los rigores del cautiverio. Y ese blanco y negro no aburre, es altamente expresionista, tiene todas las tonalidades de grises que podamos imaginar y constituye un placer para los ojos y para el alma. Por supuesto que después de la prueba inicial son convocados todos para ese "Julio César" shakespeareano, distribuyendo los papeles de acuerdo al grado de excelencia. Están todos: César, su acólito Antonio, Brutus, Cassio, Lucio y los demás. Julio César fue un gobernante democrático que se convirtió en tirano, si bien ofreció a su país las más altas glorias militares, y fue asesinado por su brazo derecho, ese Brutus ("tu quoque, filli?", la célebre frase en latín con que la muerte sorprendió al César) que lo hizo, según él, para salvar al pueblo de la República de los abusos del traidor.
El papel de Brutus es el más complejo dentro de la obra y es asignado a un actor excelente (recordemos, un preso), que lo compone con todos los matices y dobleces que un profesional utilizaría. César es interpretado también por otro grande, aunque este un poco más pendenciero... interrumpe el ensayo para echarle en cara a su interlocutor su mezquindad y su corrupción para con él. Los presos ensayan a todas horas, de tal modo que incorporan sus parlamentos a su quehacer cotidiano y por momentos no sabemos cuándo están recitando y cuándo hablando de sus cosas. Pero hay un motivo conductor: buscan la excelencia en lo que hacen. Y esto los ennoblece. Los enaltece. Nos olvidamos de sus pasados al ver las caras compungidas por la muerte del líder, las horas de conspiración o los discursos redentores. Utilizan el patio de recreación para desplegar sus escenas diariamente, e intervienen como el público de Roma los demás presos desde sus barrotes carcelarios, gritando, vivando o abucheando a los personajes.
Todos están perfectos en sus roles y el tema de la conspiración pasa a confundirse con las vivencias personales de sus vidas en el delito: de tanta actualidad resulta este "Julio César" que hace que los presidiarios expongan fragmentos de sus vidas en la representación. Incluso habrá días en que alguno de ellos no esté listo para ensayar por una visita que lo ha dejado traumatizado. Cuando todo está listo se abren las puertas de esa cárcel-teatro y todos los familiares se avalanzan en manada para ver a sus seres queridos en la función, hasta aplaudirlos de pie unánimemente. Después llega la parte triste. Cada uno vuelve a su celda después de la satisfacción de la tarea bien hecha. Y la vida de ellos no será igual después de esta experiencia. Algunos han escrito un libro, uno (Brutus) se convertirá en actor a su salida de la prisión, y todos han dejado huellas de su paso por la escena (esto se revela al final de la película, casi en los títulos finales).
"Desde que me familiaricé con el arte, esta celda se ha vuelto una prisión", es la última frase que pronuncia uno de ellos para cerrar la película. Y así ha de ser. Porque el arte es la máxima expresión de libertad que puede conocer el ser humano, y debe ser muy duro renunciar a él y volver a sentirse encerrado entre cuatro paredes. Pero la semilla ha fructificado, y ninguna de esas vidas tocadas por el hado vuelve a ser la misma. "Y pensar que la secundaria me resultaba aburrida", dice en un momento el actor que encarna a César devorándose un libro. El arte salva, podemos concluir, y supera las paredes de cualquier prisión. Excelente película para ver en familia y comentar y debatir, a pesar de su corta extensión (una hora y cuarto). 
Vittorio ha muerto. ¡¡¡Larga vida a Vittorio!!!
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 14 de abril de 2018

Mi crítica de "Las Formas del Agua" (Cine)

Acabo de ver la ganadora del Oscar a la Mejor Película 2017, la obra del también oscarizado Guillermo del Toro "Las Formas del Agua" y me caben mis dudas si esta era la mejor película del año pasado o simplemente una muy buena (excelente) historia de este hacedor de monstruos. Pero preguntémonos: ¿es "Las Formas del Agua" una fábula moderna de príncipes y princesas? Sí, lo es. ¿Es una de amor? También lo es. ¿Es una de espionaje norteamericanos vs. rusos? Y sí... ¿Es una de monstruos? También. ¿Es una película de suspenso? Sí, claramente. ¿Es un musical? Y, sí... ¿Es un film fantástico? Por supuesto. Por una vez la mezcla de todo ese pastiche resultó una muy buena película y podemos decir que tiene todos los ingredientes para entretener al público.
Por un lado tenemos una mujer muda (que no sorda), Elisa Espósito, que es empleada de limpieza en una gran corporación (la excelente Sally Hawkins) que parece no haber tenido nunca un novio y que nos recuerda en las primeras escenas a "Amelie", sobre todo por su inocencia, su boina al estilo francés y por la música francesa del extraordinario Alexander Desplat. Pero de Amelie sólo continuará un aura enamoradiza y romántica a lo largo de toda la película, no hay más parentesco que ese. Que comparte su mudez y su vida de soledad con otro solitario, su vecino, mucho mayor que ella y dibujante fracasado Giles (el siempre eficaz Richard Jenkins), pelado y barbado, que usa un peluquín para presentarse en sociedad. Ambos son adictos a las películas musicales del viejo Hollywood y a los pasos de danza, pero este es un dato menor. La asistente de limpieza tiene una compañera de color... negro, en la empresa, Zelda (Octavia Spencer) que le hace pata en todo, además de traducirla.
El agua está presente en toda la película. Desde el comienzo con la habitación de Elisa completamente bajo el agua, con sus muebles flotando, hasta la bañera que Elisa llena hasta el borde y en donde se masturba todos los días con fruición, pasando por la que vierte en la cacerola para hervir los consabidos tres huevos para su almuerzo. Un día, en esa extraña corporación, llega un tanque repleto de agua y con algo extraño adentro, que irá a parar a un laboratorio cerrado. Pero como mujeres de limpieza que son, ahí estarán cuando la horrible criatura le arranque dos dedos al Gral. Richard Strickland (Michael Shannon), el malo de la película, que como todo film que se precie, debe tener un maldito. Sí, ahí están para limpiar el reguero de sangre que ha dejado tras de sí Strickland y observar al extraño habitante de ese tonel de agua verdosa: un ser repugnante, mitad hombre mitad monstruo, con cara de pescado, recubierto con escamas y de piel viscosa, que permanece encadenado a esa extraña bañera. Claro, el General ha dejado tirado el bastón con el cual castiga a la criatura con descargas eléctricas en su cuerpo. Los dedos son juntados por Elisa y reconstituidos al cuerpo de Strickland. Elisa empieza a frecuentar a la criatura muda y a hacer buen rapport con ella, primero ofreciéndole un huevo cocido y más tarde poniéndole música de Glenn Miller. No olvidemos que todo esto transcurre durante la imprecisa década de los 60, con buena recreación de época y en plena Guerra Fría y carrera espacial por ver si soviéticos o americanos son los primeros en pisar la luna.
Elisa comienza a hacerse presente en la vida de su monstruo y a mirarlo con amor, sintiéndose parte de él. Ella, a su manera es también una criatura especial dado su mudez y su soledad y por eso la empatía con el bicho es casi inmediata. Los dos están solos y desamparados en medio de un gentío de presencias. Se tienen el uno al otro, y lo descubren enseguida, el espécimen, que resulta tan agresivo con los demás es cariñoso con Elisa y hasta se deja acariciar, y acaricia él también. Pero Strickland tiene un jefe por encima de él que pide que maten al monstruo. Parecidas órdenes recibe Dimitri, un espía soviético que trabaja en la empresa y que se hace pasar por un investigador americano, de sus compatriotas que no quieren que sus adversarios desentrañen el enigma del monstruo. Pero Dimitri se niega a eliminarlo, porque él es, ante todo un investigador, y está estupefacto por el descubrimiento que los americanos hicieron en el Amazonas y a quien los indios veneraban como un dios: esa enigmática criatura venida de lo más insondable de las aguas sudamericanas.
Es por eso que cuando se desate la batalla para matar al enigma, Elisa se decida a secuestrarlo con la ayuda de su amigo Giles y a alojarlo en su bañera. Todo será parte de una operación comando, ahí es donde entra en juego el suspenso de la trama: el apuro de los jerarcas por matarlo, el secuestro organizado que programa Elisa, la camioneta de un Giles que se hace pasar por operario de lavandería y la complicidad del bueno de Dimitri, no resignado a que se extinga esa vida. Vamos a ser indiscretos. La operación tiene éxito y Elisa lo asila en su bañadera, en donde se le entrega desnuda en cuerpo y alma a su extraño inquilino y copulan fuera de la mirada inquisitiva del espectador (tal vez en algún fundido a negro, como sucedía en "La Rosa Púrpura de El Cairo").
Pero el propio Strickland es amenazado por su superior: su vida está en peligro si no aparece la criatura. Empieza a buscarlo denodadamente y desemboca en Dimitri, a quien sus camaradas le han descerrajado tres tiros. Lo tortura hasta que este dice que fueron las mujeres de la limpieza.
Entretanto Elisa vive su propia historia de amor con el monstruo: se encierran en el baño, clausuran todas las posibles filtraciones de agua y deciden llenarlo del líquido elemento para amarse libres y desnudos en su hábitat. Las goteras que caen en el cine de abajo de la casa le demandan a Giles que vaya a inspeccionar, y este abre la puerta del baño causando la pérdida de toda el agua y el descubrimiento "in fraganti" de los dos amantes. Por fin Elisa ha encontrado la horma de su zapato. Alguien que la ame  la comprenda por lo que es. Simplemente eso. Por eso se siente dichosa en el trabajo, a donde va con una sonrisa de oreja a oreja y por una vez en el film cambia su rostro de eterna melancolía. Desde el fondo de las aguas, cubierto de algas y con mancas en su cuerpo, con branquias en lugar de pulmones y con escamas a la vez de la piel, ha encontrado a su amor. Pero debe devolverlo a su elemento, y programa la lluvia que sucederá a los pocos días para echarlo en el muelle.
Todo se precipita. La criatura escapa, hiere a Giles y mata a su gato, se refugia en el cine. La herida le hace crecer el pelo al asombrado vecino de Elisa y ésta recupera a su amado. Se preparan para llevarlo a la zona de dársenas para llevarlo nuevamente al agua, pero detrás de ellos va Strickland... Y no voy a contar más porque se acerca el final de la película. ¿Podemos decir que esta es una película con final feliz? En cierta forma sí, porque el amor de ellos se convierte en eterno, pero no avancemos más. Es una película con una alta estilización y un romanticismo que impregna cada una de las imágenes. Y cuando decimos que es una fábula moderna, lo es, porque está contado a la manera de las viejas tradiciones orales o narrativas de la literatura, sin ese aire a moralina, por suerte, pero con toda el aura de cuento fantástico. Si no la vieron, conviene verla porque es un cine que hace bien al alma y a los sentidos, que nos ayuda a concientizar al diferente, al marginal, y aceptarlo con todo el amor que seamos capaces de darle. Es "E.T." en versión adulta.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 5 de abril de 2018

Mi crítica de "Lord" (Teatro musical)


Mis comentarios acerca de "Lord", la nueva obra que estrenó Teatrix, son idénticos a los expresados en mi crítica de comienzos del año pasado, que pueden encontrar en este mismo blog. Hay que rastrearla solamente...
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

Mi crítica de "El Pequeño Poni" (Teatro)


Un nuevo estreno de Teatrix que da en el blanco. Es muy buena esta obra de Paco Bezerra, dirigida por Nelson Valente e interpretada por Melina Petriella y Alejandro Awada, exhibida en el teatro El Picadero el año pasado. Una escenografía despojada, tan solo una mesa blanca y sillas del mismo color y una gran foto de Miguel, el hijo de la pareja formada por Irene y Jaime, da marco a la historia que se desarrolla en apenas una hora. Es que no se precisa más para vestir a la acción, todo será palabras, acciones y drama (entendido esto en su doble acepción: el ejecutar un texto y el que ese texto sea de ribetes trágicos).
Lo que empieza como una simple charla de pareja sobre un libro que ella está leyendo y que él le regaló, va a dar paso a la escena siguiente a un caso de bullyng contra el hijo de ambos. Lo que puede criticársele a la pieza es la brevedad de sus escenas, que sin embargo empujan la acción hacia adelante siempre, pero le quitan ese espesor que tiene un diálogo largo y bien planteado. Aunque en el devenir de las escenas se sigue un nudo argumental, cada una de ellas aporta nueva información a la anterior en un sinfín de ascensiones. El caso es que Miguel, hijo único de Irene y Jaime, de apenas 10 años, va al colegio con una mochila rosa con las ilustraciones de su dibujo animado favorito: "Mi Pequeño Poni", y esto causa la burla y el escarnio de sus compañeros de clase y del colegio todo. Todos han abandonado al chico. Todos se han constituido en sus enemigos campales. Hasta el director se le pone en contra y será su padre el único defensor. La madre también adopta una postura crítica en torno a su mochila, ya que lo considera demasiado grande para lucirla.
El cuadro que ilustra la pared del fondo, con la cara de Miguel, se va transformando, de manera que la cara plácida con que empieza se va transformando, en el decurso de la obra en una cara angustiada, luego agónica y por fin despersonalizada hasta convertirse en un hueco. La aparente fusión de la pareja va a convertirse a lo largo de la pieza en una lucha encarnizada entre dos desconocidos y luego enemigos, para juntarse nuevamente ante el drama final. El chico es acosado en el colegio y no sólo su banco de al lado está desocupado sino que todos se burlan de él y le pegan; él se defiende como puede ante 253 agresores que todos los días están haciéndole la vida imposible. Hasta que es encontrado en el baño del colegio encerrado y dormido en el piso, luego de estar dos horas desaparecido. Jaime hablará con él e intenta convencerlo que deje la mochila y la reemplace, pero Miguel sostiene que no sólo le gusta sino que se siente "protegido" por ella, es por eso que el padre deja que continúe llevándola. Pero cuando cinco compañeros lo atacan en el baño del colegio, lo desnudan y le introducen un marcador en el ano y él le pega una patada a uno de ellos que se golpea y termina internado, su madre decide arrojarle la mochila bendita en un container. Miguel es expulsado del colegio por unos días, ante la ira de un director que no defiende al más débil. Y acá surge el tema de las minorías. ¿Es posible darle la razón a la minoría aunque la mayoría esté equivocada "supuestamente"? ¿La minoría conserva sus derechos? Esto plantea la discusión y el debate fiero entre los progenitores. El padre sostiene que su hijo debe conservar su individualidad ante la masa, y la madre, por el contrario, para mantenerlo lejos del peligro, prefiere que se amolde. "De un rosal no crecen jazmines o claveles, siempre crecerán rosas", sentencia Jaime, lo que desata el llanto y la desesperación de Irene, ya que no quiere aceptar que su hijo es "diferente". Y decimos diferente en todo el sentido del término, porque parece que ese pequeño poni ha determinado también su elección de sexualidad en su vida, algo que su madre no quiere ver. Se angustia, llora, ruge,, porque tiene terror a la diferencia, se avergüenza de su hijo y declara que siente odio hacia él al verlo salir de detrás del portón del colegio. Irene toma una posición flagrantemente contraria a Miguel. Vuelto al colegio empieza a no hablar, a no comer y a no responder a su nombre y tacharlo de todos los cuadernos, ya que sólo quiere llamarse con el nombre del poni que ostenta un unicornio en la cabeza.
La psicosis que afecta a Miguel se contagia como reguero de pólvora a sus padres, quienes se disocian y empiezan a agredirse mutuamente y a ver en todo motivo de pelea y de gritos desenfrenados. Acá se nota la distancia de actuaciones. Si bien Melina Petriella está conmovida por los sucesos y llora, aunque su voz se casque por los gritos pasada media actuación, Awada se nota distante, como recitando un texto recién aprendido, si bien al término de la función se nota afectado por el drama. Miguel no come en su casa, duerme mucho, no habla con sus padres y se está despersonalizando a grandes pasos. Esto lo notan ambos sin poder hacer nada, aunque intenten reponerle la mochila con su poni. El proceso de transfiguración ha comenzado y ya estamos en el punto de no retorno.
Miguel se encierra en su cuarto y se la pasa dibujando un chico con un cuerno en la cabeza y una luna que parece exceder el marco del papel. Luego eso será interpretado por su madre como elementos de su serie favorita. Un buen día, en que está con sus tíos, se cae en el pasto de la plaza y ya no despertará, pese a todas las acciones llevadas a cabo para lograrlo. Deben internarlo. Los estudios médicos dan bien, tanto las resonancias como los tratamientos neurológicos. No hay explicación de por qué el chico ha caído en ese sopor, tan parecido al de la bella durmiente del cuento. Pasan los días y Miguel sigue en coma, no hay explicación posible, Irene recoge historias clínicas de otros chicos que han padecido de lo mismo y luego han despertado. Le dicen que le hable, y en un momento Miguel aprieta su mano. Es la única señal que da el niño de que está consciente.
Al final, Jaime llora y le confiesa a Irene de que fue su culpa, ya que él fue quien lo enquistó en contra de ella. Miguel quería cambiarse de colegio, pero él lo convenció de que resistiera y se quedara en ese, que era lo mejor para él. Lo puso abiertamente en contra de la madre en su afición por mantener la mochila del poni. Jaime lo acepta en su diversidad y lo apoya a seguir su camino, mostrándose más comprensivo que Irene y más abierto a las elecciones y libertad de cada quien. Por fin llega una llamada al teléfono del padre que desatará el final. Sólo oímos "¿Cómo...?" y el silencio. No sabemos si Miguel ha muerto o se ha despertado. Es una obra con final abierto, pero la cara de Jaime parece prever el peor de los pronósticos...
La obra es consistente y, pese a la fragmentación, se deja seguir con atención y entusiasmo por conocer el destino de esa familia en peligro. Sobre el trabajo de ambos ya he hablado, aunque quiero agregar que por fin vemos a Petriella ponerse en la piel de una mujer adulta, con todos los sentimientos a flor de piel; y de Awada hemos conocido tiempos mejores. Nelson Valente se demuestra como un director correcto aún cuando los comentarios sobre la obra en la que está dirigiendo a Gael García Bernal en la piel de su Pessoa, actualmente en la cartelera porteña, son excelentes. Habrá que esperar mejores ocasiones para demostrarlo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 4 de abril de 2018

Mi crítica de "Cincuenta Sombras más Oscuras" (Cine)

Vi esta película que es un verdadero híbrido. Y digo híbrido porque es hija de dos especies diferentes: la literatura (es un decir... si a eso puede llamarse literatura) y el mal cine (aquel superficial, idiota, aburrido, sin ideas propias). ¿Qué podía salir de eso? Una película bastarda. Sin una pizca de pimienta, vacía, comercial, sin ingenio y lo que es mucho peor... sin humor. La vi, dicho sea de paso porque leí el libro; sí, yo también cometo mis pecados como es el de leer literatura basura algunas veces, pero como había leído el primero, me intrigaba saber cómo seguía la saga. También leí el tercero y ahora me encuentro empezando el cuarto. No, si me doy con ácido lisérgico, polvo de ángel y "Cincuenta sombras" yo...
Pero lo que más me intriga de este fenómeno de las "Cincuenta sombras" (ya lo he comentado en otras oportunidades) es el efecto psicológico y sociológico que tiene este libro y sus derivados. Dicen que más de ochenta millones de mujeres se "mojaron" leyendo este esperpento... y resulta que el mismo es de una rebaja de la mujer impresionante. El tema es el sadismo y la posesión de sumisas por parte de un Amo (Christian Grey) y su infligirlas a sufrimientos extremos en materia sexual. ¿Qué es lo que atrae a tantos millones de mujeres de este sometimiento cuando después se hacen marchas y reclamos pidiendo "Ni una menos"? ¿Hay un alma sumisa en cada mujer que le gusta ser azotada, vilipendiada y torturada hasta la humillación? ¿O es efecto de una campaña de marketing y ventas? Porque digamos la verdad, Anastasia Steele se escapó y lo dejó a Christian en la novela anterior porque no pudo soportar el dolor de su última aventura sexual, pero ahora vuelve a él como un perrito faldero y a lo largo de la novela/film le pide que la lleve de nuevo a la "sala roja" (lugar donde él ejerce su sadismo) para que abuse de ella. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿No le gusta o sí? Todo parece indicar que esta mujer (por lo menos esta, quiero creer) es excitable con el padecimiento físico y psíquico y así darle el gusto a un sádico h de p. Es cierto que Freud lo estudió en "Más allá del principio del placer", que todo montante de placer, pasados ciertos límites, se convierte en displacer, y que hay un goce (se habla de "goce" cuando está asociado a la pulsión de muerte) masoquista en ello que es disfrutable. Pero también estudio muy seriamente el sadismo y el masoquismo (para que exista un sádico, tiene que existir su complemento, un masoquista, sino uno de los dos se queda sin su juego) como patologías. Y acá el sádico de Christian Grey es un ser patológico al extremo.
Pero vayamos a los méritos estrictamente cinematográficos de la película. Filmada con el "Manual del Perfecto Cine Comercial" James Foley filma la historia sin apartarse para nada del libro (es todo un mérito meter un libro de más de 600 páginas en dos horas y diez de duración), pero le saca todo el condimento sexual que es la médula del texto. Sí, parece ser que el mensaje de la autora es "todo se arregla cogiendo", ya que todas las peleas, problemas y diferencias que surgen entre Ana (apócope de Anastasia) y Christian, se arreglan en la cama, en la ducha, sobre la mesa de billar, en la sala roja, etc. etc. Pero acá, en el film, se elimina todo efecto deseante, las escenas de sexo son muy pocas y duran escasos segundos, sin mostrar nada por supuesto, más que las preciosas tetas de Dakota Johnson (Ana, hija en la vida real de Melanie Griffith y Don Johnson), reducido todo por efecto del montaje (¡ay, maldito Sergei Einsestein y si uso del montaje cinematográfico) a un verdadero "polvo vainilla", que es como define Christian (el insulso y mal afeitado Jamie Dorman) al sexo zonzo, sin aditamentos. Lo cierto es que la hace probar bolas vaginales en una reunión de beneficencia y que la sodomiza un par de veces, pero la cosa no pasa más que de la insinuación (no hay nada explícito, quédense tranquilos, la película esta a quinientos metros libres del porno soft, Tinto Brass debe estar revolcándose en su sillón). Hay muuuuuuchas escenas comerciales, como aquellas postales tomadas cuando navegan en el barco de él o las escenas callejeras de una Seattle ultra moderna con los edificios de Christian Grey. Hay un poquito de suspenso, como cuando Leila, una ex sumisa que ha quedado prendada de su Amo, se presenta para matar a Ana (mal narrada musicalmente por Danny Elfman, maestro de lo siniestro en las películas de Tim Burton pero acá totalmente desaprovechado) que dura apenas unos instantes, o cuando Christian cae en su helicóptero (acá el director comete el pecado de mostrar el aparato volador haciendo su aterrizaje, mientras que en el libro se mantiene la tensión sobre su destino, preguntándonos si Christian sigue vivo o no).
Hay también un cameo de la ya veterana Kim Basinger (acá muy avejentada), como la intrigante Elena, esa mujer que le enseñó a Christian el arte de ser sumiso y que abusó de él en su juventud, enseñándole todo lo que luego aplicaría con sus propias sumisas. Este cameo es significativo porque desata los celos e indignación de Anastasia hasta límites insospechados, celos que se arreglarán, por supuesto, en la cama. Como también surge temor ante la aparición de Leila y su sometimiento y ternura con que la trata Christian, y el temor de perderlo por parte de Ana. Anastasia se muestra muy enamorada de Grey, y éste de ella, de tal modo que le pide casamiento y ella, después de pensarlo, le contesta que sí. Pero si me preguntan a mí qué es lo que une a esta pareja (por lo que se ve en el film y se lee en el libro), es la calentura, la gran atracción sexual que ejerce el uno sobre el otro y el otro sobre el uno. No hay otra cosa que eso. El amor verdadero pasa por otras partes, y no precisamente por las de abajo (aunque esto es necesario, no estoy diciendo que no). Hay mucho culto al cuerpo en la película, lo vemos a Christian trabajar sus músculos en su mini gimnasio y tensar sus bíceps, que todo el tiempo son acariciados por Anastasia, y el cuerpo de ella... ¿qué podemos decir? Es el de una chica normal, en ningún aspecto es voluptuoso, ni en sus pechos ni en sus caderas, pero lo vuelve loco a él por completo. De rostro es linda, con sus hermosos ojos verde agua y sus labios repintados como una puerta, pero no pasa de ser una belleza como tantas (bien decía Dolina que las chicas más hermosas no están en el cine o el teatro sino en la caja del supermercado o de la panadería). Lo que debe atraerle a ella de él (aunque lo niegue) es su obscena riqueza y sus gastos desproporcionados, aunque esto parece quedar relegado a un segundo plano en vista de sus habilidades sexuales (en el libro puede tener una relación tras otra sin cansarse nunca ni agotar sus reservas...). Otro fracaso de la película es que en el libro, Anastasia se muerde constantemente su labio inferior, lo que produce un ratoneo infernal en Christian... acá se olvidaron de poner eso... Y así, con fracaso tras fracaso, llegamos al final de esta segunda entrega de las "Cincuenta sombras" que ya deja entrever su secuela (llegó este año a los cines, esta es del 2017), otra tortura para los amantes del buen cine y otra bendición para las consumidoras de este "polvo vainilla".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).