jueves, 5 de abril de 2018

Mi crítica de "El Pequeño Poni" (Teatro)


Un nuevo estreno de Teatrix que da en el blanco. Es muy buena esta obra de Paco Bezerra, dirigida por Nelson Valente e interpretada por Melina Petriella y Alejandro Awada, exhibida en el teatro El Picadero el año pasado. Una escenografía despojada, tan solo una mesa blanca y sillas del mismo color y una gran foto de Miguel, el hijo de la pareja formada por Irene y Jaime, da marco a la historia que se desarrolla en apenas una hora. Es que no se precisa más para vestir a la acción, todo será palabras, acciones y drama (entendido esto en su doble acepción: el ejecutar un texto y el que ese texto sea de ribetes trágicos).
Lo que empieza como una simple charla de pareja sobre un libro que ella está leyendo y que él le regaló, va a dar paso a la escena siguiente a un caso de bullyng contra el hijo de ambos. Lo que puede criticársele a la pieza es la brevedad de sus escenas, que sin embargo empujan la acción hacia adelante siempre, pero le quitan ese espesor que tiene un diálogo largo y bien planteado. Aunque en el devenir de las escenas se sigue un nudo argumental, cada una de ellas aporta nueva información a la anterior en un sinfín de ascensiones. El caso es que Miguel, hijo único de Irene y Jaime, de apenas 10 años, va al colegio con una mochila rosa con las ilustraciones de su dibujo animado favorito: "Mi Pequeño Poni", y esto causa la burla y el escarnio de sus compañeros de clase y del colegio todo. Todos han abandonado al chico. Todos se han constituido en sus enemigos campales. Hasta el director se le pone en contra y será su padre el único defensor. La madre también adopta una postura crítica en torno a su mochila, ya que lo considera demasiado grande para lucirla.
El cuadro que ilustra la pared del fondo, con la cara de Miguel, se va transformando, de manera que la cara plácida con que empieza se va transformando, en el decurso de la obra en una cara angustiada, luego agónica y por fin despersonalizada hasta convertirse en un hueco. La aparente fusión de la pareja va a convertirse a lo largo de la pieza en una lucha encarnizada entre dos desconocidos y luego enemigos, para juntarse nuevamente ante el drama final. El chico es acosado en el colegio y no sólo su banco de al lado está desocupado sino que todos se burlan de él y le pegan; él se defiende como puede ante 253 agresores que todos los días están haciéndole la vida imposible. Hasta que es encontrado en el baño del colegio encerrado y dormido en el piso, luego de estar dos horas desaparecido. Jaime hablará con él e intenta convencerlo que deje la mochila y la reemplace, pero Miguel sostiene que no sólo le gusta sino que se siente "protegido" por ella, es por eso que el padre deja que continúe llevándola. Pero cuando cinco compañeros lo atacan en el baño del colegio, lo desnudan y le introducen un marcador en el ano y él le pega una patada a uno de ellos que se golpea y termina internado, su madre decide arrojarle la mochila bendita en un container. Miguel es expulsado del colegio por unos días, ante la ira de un director que no defiende al más débil. Y acá surge el tema de las minorías. ¿Es posible darle la razón a la minoría aunque la mayoría esté equivocada "supuestamente"? ¿La minoría conserva sus derechos? Esto plantea la discusión y el debate fiero entre los progenitores. El padre sostiene que su hijo debe conservar su individualidad ante la masa, y la madre, por el contrario, para mantenerlo lejos del peligro, prefiere que se amolde. "De un rosal no crecen jazmines o claveles, siempre crecerán rosas", sentencia Jaime, lo que desata el llanto y la desesperación de Irene, ya que no quiere aceptar que su hijo es "diferente". Y decimos diferente en todo el sentido del término, porque parece que ese pequeño poni ha determinado también su elección de sexualidad en su vida, algo que su madre no quiere ver. Se angustia, llora, ruge,, porque tiene terror a la diferencia, se avergüenza de su hijo y declara que siente odio hacia él al verlo salir de detrás del portón del colegio. Irene toma una posición flagrantemente contraria a Miguel. Vuelto al colegio empieza a no hablar, a no comer y a no responder a su nombre y tacharlo de todos los cuadernos, ya que sólo quiere llamarse con el nombre del poni que ostenta un unicornio en la cabeza.
La psicosis que afecta a Miguel se contagia como reguero de pólvora a sus padres, quienes se disocian y empiezan a agredirse mutuamente y a ver en todo motivo de pelea y de gritos desenfrenados. Acá se nota la distancia de actuaciones. Si bien Melina Petriella está conmovida por los sucesos y llora, aunque su voz se casque por los gritos pasada media actuación, Awada se nota distante, como recitando un texto recién aprendido, si bien al término de la función se nota afectado por el drama. Miguel no come en su casa, duerme mucho, no habla con sus padres y se está despersonalizando a grandes pasos. Esto lo notan ambos sin poder hacer nada, aunque intenten reponerle la mochila con su poni. El proceso de transfiguración ha comenzado y ya estamos en el punto de no retorno.
Miguel se encierra en su cuarto y se la pasa dibujando un chico con un cuerno en la cabeza y una luna que parece exceder el marco del papel. Luego eso será interpretado por su madre como elementos de su serie favorita. Un buen día, en que está con sus tíos, se cae en el pasto de la plaza y ya no despertará, pese a todas las acciones llevadas a cabo para lograrlo. Deben internarlo. Los estudios médicos dan bien, tanto las resonancias como los tratamientos neurológicos. No hay explicación de por qué el chico ha caído en ese sopor, tan parecido al de la bella durmiente del cuento. Pasan los días y Miguel sigue en coma, no hay explicación posible, Irene recoge historias clínicas de otros chicos que han padecido de lo mismo y luego han despertado. Le dicen que le hable, y en un momento Miguel aprieta su mano. Es la única señal que da el niño de que está consciente.
Al final, Jaime llora y le confiesa a Irene de que fue su culpa, ya que él fue quien lo enquistó en contra de ella. Miguel quería cambiarse de colegio, pero él lo convenció de que resistiera y se quedara en ese, que era lo mejor para él. Lo puso abiertamente en contra de la madre en su afición por mantener la mochila del poni. Jaime lo acepta en su diversidad y lo apoya a seguir su camino, mostrándose más comprensivo que Irene y más abierto a las elecciones y libertad de cada quien. Por fin llega una llamada al teléfono del padre que desatará el final. Sólo oímos "¿Cómo...?" y el silencio. No sabemos si Miguel ha muerto o se ha despertado. Es una obra con final abierto, pero la cara de Jaime parece prever el peor de los pronósticos...
La obra es consistente y, pese a la fragmentación, se deja seguir con atención y entusiasmo por conocer el destino de esa familia en peligro. Sobre el trabajo de ambos ya he hablado, aunque quiero agregar que por fin vemos a Petriella ponerse en la piel de una mujer adulta, con todos los sentimientos a flor de piel; y de Awada hemos conocido tiempos mejores. Nelson Valente se demuestra como un director correcto aún cuando los comentarios sobre la obra en la que está dirigiendo a Gael García Bernal en la piel de su Pessoa, actualmente en la cartelera porteña, son excelentes. Habrá que esperar mejores ocasiones para demostrarlo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

No hay comentarios:

Publicar un comentario