jueves, 29 de noviembre de 2018

Mi crítica de "Compañía" (Teatro)


Teatrix recuperó la obra argentina "Compañía", último trabajo del gran Carlos Carella, acá acompañado por María Fiorentino y Linda Peretz, bajo la astuta mirada de Ismael Hasse. La obra pertenece al autor y psicoanalista Eduardo Rovner y puede considerársele una obra menor dentro de su producción: es muy lamentable que el "Negro" Carella haya terminado su obra artística con este exponente y no con, por ejemplo, "El patio de atrás", de Gorostiza, obra que realizara justamente antes que ésta, que resultaba de mayor valía dramática. En la obra de Rovner hay no pocas risas y un sentido reflexivo de naturalizar una propuesta de por sí ridícula o traída de los pelos.
Osvaldo (Carella) llega a su casa a las 11 de la noche, teniendo preocupada a su esposa Ana (Fiorentino) y le cuenta una gran historia. Que sintiéndose mal en el juzgado en donde trabaja, miró por la ventana y vio que afuera brillaba el sol. Se excusó y se fue a los bosques de Palermo a contemplar la flora. Allí una mujer le sonríe y lo saluda, a lo que él responde. Luego se le acerca a hablarle, empieza a tocarlo y terminan recorriendo los lagos tomados de la mano. Ante todo esto Ana va asombrándose de lo que oye, tomándolo como una "canita al aire" que se haya tirado su esposo. Pero la cosa no termina ahí. Después fueron a tomar un café y terminaron en un hotel. Ana no sale de su asombro ante la imperturbable inocencia con que su esposo le relata todo. Le pide por favor que pare y que si tuvo una aventura no se lo cuente a ella. Pero Osvaldo asegura que no fue una aventura, sino que esta mujer le hizo reaccionar ante un montón de cosas que llevaba dormidas muy adentro de sí. Ana le tira la ropa, un bolso y le pide que se vaya, pero al abrir la puerta para darle salida, ahí está esperando Magda (Peretz). Esta pasa y le explican a la ama de casa que lo que ella quiere es simple compañía, ya que se siente muy sola, y como Ana dice también estar sola, Osvaldo y Magda pensaronque sería bueno vivir los tres juntos bajo el mismo techo para acompañarse. Hasta acá el planteo central de la obra. Como se ve, algo muy desnaturalizado quiere pasar por normal, en el planteo de los dos tortolitos. 
Pero Ana reacciona con furia, tomando una de las agujas que utiliza para tejer los poullovers que luego vende, y amenaza con ella a la intrusa, que viene para quedarse en su casa. Entre Osvaldo y Magda consiguen acallarla atándola de pies y manos y vendándole la boca. A partir de allí el descontrol va a ser total y todo se va a ir de sus cauces. Magda la tutea y le dice que pueden ser grandes amigas y empieza a arreglarle el pelo, que según ella, tiene muy dañado. Es el cumpleaños de Magda, y Osvaldo ha comprado una torta para festejárselo entre los tres. En una escena muy erótica, Magda se pone a desentumecer la espalda de Ana Y Osvaldo a su vez la de Magda, quien termina gimiendo. Osvaldo escribe poesías en sus ratos libres y Magda le pide que improvise una, a lo que él accede, ella es bailarina y cantante de tango y también saca a relucir su oficio. Entre los dos bailan un tango, en el que unen a Ana -atada todavía- a compartir el baile. Finalmente la desatan bajo el compromiso de que no va a gritar. Pero Ana, una vez libre, se pone como una loba a defender su autonomía dentro de la casa y, si es posible, salvar su matrimonio del naufragio. Ataca con la aguja de tejer a  Magda y la hace revolcar por el suelo. Finalmente le pide que le cuente cómo estuvo su marido en la cama con ella. Entre balbuceos, Ana intenta que repitan en la alfombra lo que han consumado, pero con ella como tercero incluído. Empiezan a desvestirse, hasta que el juego desagradable es cortado por Osvaldo. El cual toma la decisión de abandonar la casa y la esposa para irse con Magda a vivir los últimos años que le quedan. Hace su bolso y se despide de Ana, quien, llorando, invita a Magda a festejar su cumpleaños ahí. En el último momento, y al verse perder a su esposo, ha entrado en la locura del juego demente y ha optado por vivir de a tres.
Esta es la anécdota de la obra. Se trata sin duda de una mirada que quiere borrar las hipocresías de una sociedad que vive sin decirse las cosas y que juega a que todo está bien. Pero lo hace desde lo imposible, desde un juego no sólo perverso sino antinatural. La mirada de Rovner como psicoanalista es lúcida sin duda, y plantea hasta dónde pueden llegar los márgenes de lo "normal" y en dónde comienza lo desmedido. La inocencia de los dos personajes al contar como natural su proyecto de acompañarse mutuamente compartiendo la esposa, hace más creíble el asunto, si bien lo presenta desde un marco desfasado, salvado por la -todavía- lúcida mirada de Ana. Pero en el último momento entra en el juego ella también.
El trabajo de Carella es conmovedor, trabaja desde una inocencia casi infantil, al traer su propuesta, y con candor cuenta sus aventuras; María Fiorentino está impecable en esa esposa arrastrada por la locura -y hacia la locura- de una propuesta inviable, que ve perder sus tantos años de matrimonio. Y Linda Peretz, todavía a medio desprenderse de la "Flaca Escopeta", realiza el trabajo más arriesgado de los tres. Es la extraña, la que trae el planteo, la novedad, la intrusa en una casa constituída, la "atorranta" que se quiere llevar al marido. Lo juega con mucha dulzura y desde una escala de igualdad.
La labor de Ismael Hasse también es meritoria, aprovecha cualquier menudencia para lograr una réplica cómica e integra a los tres personajes en su hálito de locura dentro de una escenografía que peca por su solidez y cordura, llena de fotos de niños -lo que concuerda con el candor de la parejita- y viejos recuerdos, preludiado por una máquina de tejer que es donde Ana realiza la labor que le da de comer.
En suma, una obra menor, pero importante, dentro de una producción -la de Eduardo Rovner- que no deja de perturbar y sorprender. Se puede ver con agrado y dura sólo una hora exacta.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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