lunes, 5 de febrero de 2018

Mi crítica de "La Madre que los Parió" (Teatro)


Y sí, me toca criticar este engendro de obra, que nos propuso Teatrix para comenzar el mes de febrero. Digamos en primer lugar que la autoría corresponde a  Juan Paya, quien nos había dado una buena sorpresa temporadas atrás con "Chicos Católicos", y que la dirección corre por cuenta de Héctor Díaz, a quien yo consideraba un tipo correcto, buen actor y hasta sensible. Pero todos los méritos de ambos quedaron opacados con esta especie de estudiantina (sí, porque parece una obra preparada a las apuradas para el día del estudiante por un retazo de ídem, aunque debo confesar que nuestras presentaciones eran mucho mejor que esto y por mucho más elegantes). Ya el título me resultaba incómodo, pero confiaba que el contenido fuese mejor, ya que se proclamaba como "un canto a la amistad".
Ya el comienzo es dificultoso, pues empiezan todos cantando la canción principal de la obra que dice todo el tiempo: "La madre que los parió... la madre que los parió..." como única e ingeniosa letra. Después nos encontramos con un narrador, en casa del cual se desarrolla la acción, Dennis, con aspecto de gay o de "new age", muy afectado y sensible. Y pasa a presentar a sus amigos, (son "el Grupo de los 6"): Mike ("Wachowsky", llamado así por el personaje de "Monster Inc.", el "gordo"); David (el "perrito alzado"); Bruce (el de la "papa en la boca"), Brian (el "villero") y Ricky (el jugador de Racing con muletas por una herida en la pierna). La anécdota es mínima. La noche anterior se celebró una fiesta en esa casa, de la que participaron todos, más chicas invitadas, y alguien rompió el "cáliz sagrado", copa en la que se sirvieron el primer fernet los 6 cuando hace 8 años se conocieron en Córdoba, y en dónde se servían siempre dicha bebida. El argumento será la pesquisa "legal" de quién fue el autor de tal rotura. Saber quién fue poco agrega a la obra y en verdad no me importa un pito. Mi estado de ánimo al ver la obra fue de una total apatía combinada con el desagrado y de mirar el "timming" a ver cuándo terminaba. Es tan vulgar, tan chabacana, con esa música de cumbia insertada a cada momento que da náuseas. Las palabrotas están a la orden del día y no comprendo por qué el público ríe frenéticamente y aplaude cuando se dicen las más gruesas. Es un ambiente de cancha de fútbol que ni me atrevo a definir como "prostibulario". El "villero" es ese personaje desagradable que es quien más groserías dice y a quién le salen más fácil. Pero nadie se queda corto. Durante la "pesquisa" todos se travisten usando pelucas con las cuales adoptan los personajes de chicas de la fiesta, que no se quedan atrás con las groserías.
No sé, será que soy un desubicado, que ahora los cánones de la amistad pasan por fiestas desenfrenadas y guarangas como esta, que a eso se le llama ser amigos hoy. No puedo menos que recordar mis reuniones de amigos del secundario... nos reuníamos a disfrutar de un momento, de una charla, nuestros temas iban desde el cine de autor hasta la filosofía, pasando por la música clásica y "Chespirito", por Woody Allen y Les Luthiers, todo sin desechar el mejor sentido del humor y las más divertidas ocurrencias. Nunca se nos hubiera ocurrido putear de la forma en que se hace en esta obra (aunque lo hacíamos, por qué no) Y hacíamos un verdadero culto a la amistad, al buen humor, a la inteligencia y a la cultura. Y me parece que no éramos jóvenes de "otra época". Aún cuando nos reunimos hoy (aunque la vida nos haya ido desperdigando por varios lares dispares) reina el ambiente distendido, de la cultura, la simpatía y la diversión. Es por eso que no entiendo los motivos que llevan a los amigos de esta obra a estar juntos, ya que todos son tan disímiles. Hasta a uno se le ocurre ir a acostarse con la madre del dueño de casa. Claro, la única forma de aceptar este despropósito es la forma de la comedia, pero una comedia que no hace honor a tantos títulos brillantes que pueblan la cartelera porteña y hacen reír con buenos méritos.
La comedia en sí es un género por demás difícil, ya es sabido que es mucho más difícil hacer reír que hacer llorar, y debe tener una pericia especial tanto el dramaturgo como los actores que están arriba del escenario como quien los dirige. Y si esa pericia no aparece, si se vuelve en simple material bastardo, si se apela al mal gusto de la gente (que la hay, el público de ésta demuestra que todavía existe ese auditorio que se ríe con lo más bajo), se está deformando el género y el esfuerzo de tantos buenos artistas por ofrecer un producto digno. Shakespeare intentó comedia y tuvo mala suerte, así como Bergman, por lo general suele ser lo más aburrido de la producción de ambos. Es que hay gente que nació con el don y gente que no. La gente que no, debería apelar, en palabras de Bergman a "el silencio de Dios".
En resumen, no vale la pena hablar más de este producto olvidable y ni dignarse a mirarlo, aunque yo acá lo ponga a disposición del que lo quiera. Como canta Serrat "Cada loco con su tema, sobre gustos no hay disputas". Los dejo librados a su buena suerte. Después no digan que no les avisé...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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