miércoles, 12 de agosto de 2020

Mi crítica de "Adiós a los Niños" (Cine)

Louis Mallé es uno de esos cineastas que siempre me iluminaron, más allá de tiempo y espacio. Recuerdo cuando me vi deslumbrado por la bellísima y talentosa Brooke Shields cuando filmó junto a él "Pretty Baby" (1978), a quien vería cuando la censura me lo permitió y quien me enamoraría desde la pantalla (era mi chica preferida, hasta que se hizo más grande y me desilusionó) en films como "La Laguna Azul" y "Amor Eterno", de la mano de Zeffirelli (luego la reemplazaría por Alicia Silverstone o Jennifer Connelly). También me emocionó la adolescencia cuando vi a Juliette Binoche y un maduro Jeremy Irons en "Damage" (1992) o cuando recreó mi obra favorita de Chejov en la Nueva York de entre bambalinas en "Vania en la Calle 42" (1994). Imposible olvidar también que Malle inauguró el cine francés con "Ascensor para el cadalso", ese clásico de 1958. Lo cierto es que Louis Malle vivió tan sólo 63 años, nacido el 30/10/32 en Francia y muerto el 23/11/95 en Estados Unidos. Con "Adiós a los Niños" (acá traducida como "Adiós muchachos") marcó otro hito importante para el cine francés, en 1987.

Narra la vida en una institución católica, mejor, en un convento carmelita en plena ocupación nazi en Francia, en enero de 1944, y la amistad entre dos niños muy similares, Julien Quentin y Jean Bonnet. Con el agregado de que este último es judío (su verdadero nombre era Kippelstein), pero disimulado tras la fachada de un niño católico (protestante, en realidad) para no caer en manos de los criminales invasores. Todo empieza cuando inician un nuevo año escolar, volviendo de las vacaciones, Julien y su hermano mayor y se conocen con Jean, recién ingresado al colegio. Las travesuras de los chicos no parecen sacadas exactamente de "Juvenilla", aquel libro de MIguel Cané sino que estos chicos son mucho más "avivados", a pesar del año en el que transcurre la acción. Se suma a esto el despertar sexual de los adolescentes y la ebullición de sus hormonas. Bonnet entra tímidamente al grado y es víctima involuntaria de todas las bromas de sus compañeros, que, si bien un poco pesadas, no dejaban de ser lo que eran: juegos de infancia. Más traumático es el ambiente social y político que se respira en el aire, cortadas las clases cada tanto por la alarma antibombas para ir a cobijarse a un refugio antiaéreo. Mientras afuera nieva y hace frío, los chicos, de pantalones cortos, sufren los estragos de la temperatura jugando con zancos o desmayándose de hambre pues deben estar en ayunas para confesarse, y los profesores asisten a clases bien abrigados con bufandas y guantes sin importarles el resto del alumnado.
Jean es un alumno ejemplar, eficiente en todas las materias, al igual que su amigo Julien, incluso en la ejecución del piano, para lo que este último es malo, disputándose la simpatía de la profesora de música, una chica joven y linda. Igualmente, Julien y Jean comparten su amor por la lectura, ya sea Jules Verne o "Los Tres Mosqueteros", van a quedar arrobados más adelante con un ejemplar de "Las mil Noches y una Noche" (como nos enseñó a decir Borges, quien leía correctamente el título del libro árabe) ese ejemplo de lo que la literatura erótica puede llegar a alcanzar. Julien juega a pincharse la mano con el compás, aduciendo que no le causa ningún dolor, pero acto seguido irá lesionado por una raspadura en una rodilla a llorarle su dolor a la cocinera. Mientras, hace negocios "sucios" con el ayudante de cocina, Joseph, quien lo hace entrar en el "mercado negro", cambiando tarros de mermelada que le manda su madre por dinero. Joseph siempre necesita plata para mantener a "sus" mujeres, que según sus propias palabras "las mujeres son muy caras".
Jean (coincidencia de nombres, que es simbólica), el cura confesor y una buena persona, después de confesar a Julien, recibe un llamado telefónico que lo transforma, y le dice a su pupilo que sea bueno con Jean (Bonnet). En realidad los curas saben el origen judaico de Bonnet y tratan de protegerlo a toda costa, lo que finalmente le va a terminar costando la vida al padre Jean. Hay muchas pistas, quizá demasiadas, para reforzar la misteriosa identidad religiosa y étnica de Jean, entre ellas el que no va a tomar la comunión porque es protestante, también Julien lo ve y oye rezar en yddish una noche junto a su cama y encender dos velas. Mientras llegan los colaboracionistas para buscar a los "refractarios" (es decir a los que no quieren ir a trabajar a Alemania), los curas se ocupan muy bien de darle escondite a Jean, lo que pone más en alerta al desconfiado Julien. Lo que nos está mostrando Malle era que en esa época era muy peligroso ser judío en Francia (algo que siempre supimos, lo que haría redundante a toda la película e innecesaria, pero perdonémoselo por ser Malle) y que se trataba de esconderse o morir. Julien averigua el verdadero apellido de su amigo, pero sin juzgarlo, es más, protegiéndolo, tratándolo con cariño y dándole confianza. Le pregunta por su origen y dónde están sus padres: el padre está prisionero y de su madre no sabe ya desde hace mucho tiempo dónde está. Por otros chicos se entera Julien que se les dice "japen" a los judíos, a los que no comen cerdo.
Julien se pierde en el bosque buscando el tesoro del juego infantil (y lo encuentra), pero también encuentra a Jean, también extraviado como él. Viven un intenso miedo por no saber cómo volver al colegio hasta que son recogidos por dos soldados alemanes (y ahí viven más miedo todavía), quienes los devuelven al convento, pero se pegan flor de susto. A su regreso son internados en el hospital del colegio y hay un breve desencuentro entre ellos cuando Julien le ofrece paté a Jean y este lo rechaza: "porque es de cerdo", le injuria Julien a su amigo. En la misa, el padre Jean acusa a los ricos de serlo, lo cual provoca airada reacción en algún padre. E incluso se niega a darle la hostia a Jean cuando este se pone en la fila para tomarla (¡che, ya más datos imposible!). La madre de Julien, quien ha asistido para la comunión de su hijo, lleva a un restaurante a sus dos hijos y a Jean, por el mozo sabemos que las provisiones de que cuentan son escasas y que tratan de servir a sus clientes lo mejor que pueden ofrecerle pero no hay de todo. Llegan los colaboracionistas a pedir documentos y se las agarran contra un viejo que resulta ser judío, diciéndole que salga del lugar, pero el mozo interviene a su favor. Ahí nos enteramos por Julien que quiere ser cura, lo cual no es muy bien recibido por su madre que tiene otros futuros para él. Luego se proyecta un film de Chaplin en el colegio ("Charlot inmigrante") por el cual los chicos pueden sacar a relucir sus preocupaciones, ya sea las del amor o la de sentirse extranjero en una ciudad desconocida. Al final de la película, Joseph, el ayudante de cocina es acusado por el cura de estar en el "mercado negro" e insta a los dueños de los productos que éste guardaba a reconocerlos como suyos. Finalmente acaban expulsando a Joseph del colegio y de su trabajo.
Cuando suene la alarma antibomba, Julien y Jean burlarán el escondite para quedarse tocando el piano juntos. Este simple acto va a ser resignificado como el acto de comunión entre ambos niños, final, antes de ser separados por el destino. Allí se sienten felices y sin preocupaciones, libres. Porque llega la Gestapo a reclamar a los judíos, y buscan expresamente a Kippelstein. Nadie se delata, pero Julien, en un gesto inconsciente reconoce a su amigo, el cual es apresado y sacado de allí antes de que pueda darle la mano para despedirse. Se llevan también a otros dos compañeros y al padre Jean por ocultar judíos en el colegio y terminan cerrándolo por tiempo indeterminado. Jean morirá en Auschwitz junto a los otros dos chicos, y al tiempo lo hará el cura en Mathaussen. Por la escena final sabemos que todo esto lo está recordando Julien desde un futuro lejano, cuando ya todo ha pasado, y por eso el significativo título de "Adiós a los niños", porque significa el capítulo de cierre para una etapa de su vida, la de la niñez, así como la de los valores de la amistad, los juegos, la camaradería, el amor inocente y tantas cosas más que han quedado para siempre enterradas entre los recuerdos de la infancia.
Un film nostálgico e imprescindible para recordar la memoria de lo ocurrido en los pueblos durante la guerra.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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