domingo, 19 de julio de 2020

Mi crítica de "Por el Nombre del Padre" (Teatro)


Esta nueva entrega de Teatrix también deja mucho que desear... Si bien el Nombre del Padre, en psicoanálisis hablando es el que marca los límites, forja un camino y delimita una personalidad, Pepe Cibrián Campoy parece hacer caso omiso de esta norma y va a encarnar a un padre que tiene muy poco de ejemplar. O mucho, según como se lo quiera tomar. Pero vamos por partes. La comedia me resultó de lo más anodina, está lejos Cibrián de sus grandes creaciones en el campo del teatro musical, tales como "Drácula", "El Jorobado de París", "Calígula" o "Aquí no podemos hacerlo"; y del teatro de texto con esos dos grandes monólogos en verso que fueron "Marica" y "Juana la Loca", excelentes ambos. Está claro que Cibrián decanta más para el drama que para la comedia, lejos de lo que podría suponerse. Pero aquí la emprende con una comedia con un final "serio" (que hubiese sido mucho más efectivo si se lo hubiese tomado con humor), de muy dudoso gusto y con un sentido del humor para deficientes o para perversos. Las comedias con muchos personajes en serie han dado resultados desparejos, pero baste recordar dos ejemplos: la célebre "Salsa criolla", de Pinti o la magnífica "Como quién oye llover", de Juan Pablo Geretto, para darse cuenta que aún con varios personajes deshilvanados se puede lograr un muy buen resultado. No es el caso de Cibrián, como actor, autor y director de esta obra, aquí acompañado por una desaprovechada Viviana Saccone. Tenía razón mi médica clínica cuando me dijo "me ofrecen una promoción para jubilados para ir a ver a Cibrián, pero la voy a rechazar porque no me gusta". Y yo confiado en las críticas que había leído le dije: "pero mire que es buena..." Cuánta razón tenía ella.
Saccone (Lala) y Cibrián (sin nombre, paradójicamente en la obra que trata de "el nombre del padre") son una pareja de muchos años que llegan tarde a su casa de una fiesta y se plantean el tema de la operación de él. Parece algo serio y grave, de lo que cuesta mucho tomar una resolución. Creemos que él está muy enfermo y debe someterse al quirófano para salvar su vida. Veremos luego que no era tan así, por lo menos en el sentido clínico de "salvar". Luego de un pequeño interludio él se mete a tomarse una ducha y queda sola ella. Se aparece entonces Jacinta (una composición de Cibrián que nos recuerda a su madre Ana María Campoy, a quien imita con su acento castizo), una empleada doméstica española muy desenfadada, que a pesar de sus años, se dedica a "hacer felices" a los demás porteros de la cuadra, ejerciendo el oficio más antiguo del mundo. Le dice a Lala que mantiene cuatro relaciones por día, aunque no en estos términos tan bien educados. Realmente, Cibrián no escandaliza, si era eso lo que se proponía, pero sí desagrada mucho la forma de encarar el protocolo. A cada insinuación de Lala, la mujer le informa que la va a denunciar al INADI, por discriminación, y le cuenta que perdió su virginidad con el cura del pueblito español de donde proviene, y quien le hizo cuatro hijos, uno tras otro. Gran despliegue pirotécnico en el arte de deformar palabras, dada su falta de "cultura" (algo que muy bien podría haber hecho Minguito Tinguitella). Las risas son de compromiso -creemos- porque es un artilugio muy viejo y conocido el de cambiar el sentido de los vocablos para llevar agua a su molino de lo chabacano. Luego de este diálogo que no aporta nada al argumento (como ninguno de los personajes incidentales lo aportan) tiene Lala un diálogo telefónico con su hija Amanda que sirve para... para estirar el tiempo porque tampoco es inherente a la acción. Se ve que Cibrián, a pesar de haber transitado los escenarios largamente y desde muy niño, no aprendió nada en lo que a construcción dramática de una obra se refiere. Y menos en aportar gracia desde sus papeles.
Aparece luego otro hijo del matrimonio (también sin nombre), que se ha convertido en monje tibetano, y viene "disfrazado" con un ropaje acorde. La gracia de este scketch reside en pronunciar nombres de ciudades o nombres propios tibetanos que son onomatopéyicos... Jajaja, cómo nos reímos. Hasta hay que soportar un baile epiléptico de Lala en beneficio de lucirse como reina del ridículo. Nada más que comentar. Irrumpen luego los padres de ella, interpretados por ellos mismos y en el que se luce la corpulenta anatomía de ella enfundada en un traje que la hace ver gorda y "culona" (son un matrimonio viejo). Y la gracia del episodio está en que quieren hacer el amor en la casa deshabitada momentáneamente de su hija y yerno y traen un video porno para excitarse. Nada del otro mundo y menos para provocar las risas que no surgen aunque lo pretendan. Con un remate muy burdo termina el episodio.
Vuelve a aparecer Lala y Jacinta, quien luce esta vez un vestido de "luxe" regalado por una prima española, prostituta ella también y que acaba siendo donado para los niños pobres. Continúan con la confusión de nombres y palabras y aportan muy poca gracia al espectáculo. Luego viene una reunión de la madre con sus hijos (quienes hablan en off) sobre la importante decisión de operarse de su padre.
Y por fin llegan Lala y su marido después de la operación. Miren, se veía venir, lo sabía desde el principio, que la cirugía de él era para... cambiar de sexo. Aparece vestido de mujer y muy orgulloso de su elección, y dispuesto a irse de la casa para no incomodar a su esposa. Ésta le dice que no se vaya, que serán compañeros y "amigas" y que hasta las mejores amigas pueden compartir la misma cama. Hay algunas lagrimitas en ese final edulcorado y reivindicatorio de la identidad sexual de Cibrián, que, a esta altura ya peca de redundante (sabemos que se casó con otro hombre hace ya... varios años) y no necesitamos que nos venga a dictar cátedra de lo orgulloso que se siente con ser gay.
Una comedia (que pretende serlo) muy deslucida y con un final que si se hubiese prestado para la comicidad más que para las lágrimas hubiera levantado (un poquito) la valla. Pero ni aún así logra transmitir algo esta obra que bien podría no haber existido que nadie se hubiera molestado por no verla.
Cibrián, volvé a amigarte con Mahler y hagan lo que saben hacer.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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