viernes, 17 de julio de 2020

Mi crítica de "El Regreso" (Cine)

La Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires agradecida por esta película... "El Regreso" (2003) es el primer trabajo para el cine (después de haber trabajado para la televisión) del director y guionista ruso Andrei Petrovich Zvyaginstev (6 de febrero de 1964). Este film ganó el León de Oro en Venecia. Tras éste, dirigió "El Destierro" (2007) y "Elena" (2011). Su película "Leviatán" (2014) fue nominada para el Oscar. Su más reciente film, "Sin Amor" ganó el Premio del Jurado en Cannes (2017) y estuvo entre los nominados a la Mejor Película en Lengua Extranjera a los 90 Premios de la Academia. También ganó el Premio Achievement in Directing por esta película en los 2017 Asia Pacific Screen Awards.
Carlos tiene predilección por presentarnos películas (como buenos amantes del cine y de la filosofía que somos) en donde las preguntas son más importantes que las respuestas. Y este film no es la excepción, todo su metraje está plagado de interrogantes, los cuales, en su mayoría, quedarán sin solución. La película empieza con un pasaje subacuático, como homenaje al inconsciente, todo lo que (sub)yace, está oculto, en el fondo, remite a lo que está por fuera de la conciencia. Y aquí, como en los mitos griegos, el inconsciente es el que guía la historia, llegando al parricidio (involuntario) como en la mejor versión de Edipo Rey. Todo comienza cuando Vanya (también llamado Iván, pero yo prefiero ese nombre por las reminiscencias chejovianas de mi personaje favorito) y su hermano Andrei están tirándose al agua desde cierta altura. Vanya (de unos 12 años) tiene miedo a las alturas y no logra arrojarse, siendo burlado por su hermano, unos años mayor que él. Luego juegan a la pelota en un edificio abandonado, cruda metáfora de cómo está el alma de estos dos chicos, criados con amor por su madre y una abuela que escucha ópera junto al fuego. Después de 12 años de ausencia el padre ha vuelto. Un padre sin nombre, del que sólo nos importa saber que porta el "nombre del padre" como generador de personalidad y conflictos en el interior del alma de los chicos. Este padre es todo aquello que no podemos pedir en un progenitor: despótico, tiránico, nada cariñoso, autoritario, apático. Se me dirá, ¿puede existir un personaje en el que no se le encuentre nada de bueno? Es muy difícil de concebir, pero el que nos entrega este director tiene todas esas cualidades (y muchas más que no me atrevo ni a mencionar). Estamos en el día lunes, y el padre se sienta a la mesa con su familia y ordena que se le sirva vino a los niños, tal vez como forma de iniciación, tal vez para compartir la sangre de Cristo, vaya uno a saber. Lo que es cierto que cuando se acuesta con su esposa no la reclama para el sexo, lo que nos hace suponer que tiene otras mujeres fuera de ese hogar al que recién arriba. Les promete a sus hijos que al día siguiente los llevará de viaje-excursión con él.
El martes parten los tres con rumbo a unas cataratas en el viejo auto de él. Y ya comienza con los desplantes y las agresiones a sus hijos como cuando le dice a Vanya que le diga "¿Qué, papá?", subrayando el "papá", tal vez como forma de imponer respeto o para verificar su rol en este mundo. Empiezan las reticencias por parte de Vanya, y cuando paren para almorzar, él no va a probar bocado, a pesar de que su padre se lo obligue. Cuando salen del restaurante, unos muchachos les roban la billetera a los chicos. El padre los persigue y logra atrapar al ladrón y como les había pegado a sus hijos, les pide a éstos que le peguen. Ellos se rehúsan. Quiere "hacerlos hombres" a la fuerza, o vengarse de quien los robó y los violentó. Vanya se revela con su padre diciéndole que se vaya y vuelva dentro de otros 12 años, lo cual parece tocar las fibras íntimas de ese hombre abusivo.
El miércoles hay otro episodio clave, y es que el padre le hace apagar la música de la radio del auto a Andrei, y ante la queja de Vanya, de que por qué no los deja pescar si a eso fueron, el hombre lo baja rudamente del coche, le da las cañas y lo deja solo en mitad de un puente, librado a la buena de Dios mientras él parte en el coche. Después de verse empapado por la lluvia, el padre regresa a buscarlo a ver si aprendió su lección. Vanya lo enfrenta: "¿Para qué nos trajiste? ¿Para qué nos necesitás?" es su pregunta crucial. Lo mismo nos preguntamos todos, aunque no encontremos la respuesta en el film.
El jueves los hace embrear un bote y lanzarse al mar para arribar a una isla a la que el padre tiene mucho interés en llegar. Como hombre dado a las labores manuales y a los trabajos rudos no tiene problema en manejarse con todo aquello que necesita de la fuerza bruta, desdeñando a los dos infantes que, todavía no saben usarla. Ya en la isla, se burla de sus dos hijos que no saben armar una carpa. Dentro de la misma, y luego de escribir su diario -es muy importante para ellos fechar día tras día lo que ocurre con su padre y en sus "aventuras"- Andrei asusta a Vanya diciéndole que su padre lo va a degollar con su navaja. Esto, por supuesto que no sólo logra asustar a Vanya sino además ponerlo sobre aviso.
El viernes el padre ha salido temprano a pasear por la isla, momento que aprovecha Vanya para robarle su navaja, y jurarle a Andrei que si su padre lo toca no dudará en matarlo. El hombre se sirve de la ausencia de los chicos para desenterrar un botín oculto en un cofre, el cual no sabemos qué contiene, parece ser un radiotransmisor o algo así. Los niños deciden alejarse en el bote para ir a pescar, pero el padre les impone un horario de vuelta y le da a Andrei su reloj. Se entretienen más allá del límite y aprovechan en recorrer un barco abandonado, clara metáfora de su propia soledad frente a un mundo que se les revela adverso. Cuando vuelven, tres horas más tarde, el padre le pega a Andrei y Vanya lo amenaza con la navaja y le grita que si hubiese sido un buen padre, más cariñoso y comprensivo, él no sentiría la necesidad de matarlo. Y huye hacia una torre desde donde habían estado observando la isla días antes. Venciendo el pánico a las alturas, logra llegar a la cima, seguido por su padre quien, en un acto de cariño impensado, quiere salvarlo de que se arroje de allí. Pero tiene la mala suerte que se cae y se mata. Los dos niños se enfrentan al cadáver de su padre y dudan qué hacer con él. Deciden transportarlo hacia el bote.
Ya estamos en sábado y tras larga y penosa marcha han llegado con el cuerpo de su padre a la nave. Cargan las cosas y emprenden el regreso. Por suerte el motor les anda (no van a tener tanta escomúnica que ni siquiera les ande el motor). Cuando llegan a orilla, descienden los bultos del bote pero este es arrastrado por la corriente y se hunde con el cadáver del padre sin poder hacer nada para rescatarlo. Con una sucesión de fotografías tomadas durante el viaje termina el relato.
Como en las más encumbradas tragedias, los hijos han dado muerte (simbólica) y concreta a su padre, aún sin pretenderlo, aunque, como bien sabemos, está todo en el inconsciente, el deseo de matar y su concreción: no existen las casualidades, diría Sábato y el psicoanálisis. Sin música incidental (apenas se escucha un fragmento del "Réquiem" de Mozart en algún tramo) y con una pátina de coloración que trabaja con los tonos fríos, sobre todo el azul, lo cual viene a simbolizar la relación de padre e hijos, y con una puesta en escena muy elaborada (hay tomas cenitales, travellings, cámara en mano, etc.). Esta excelente película nos ha hecho trepidar por casi dos horas que a pesar de la morosidad del relato, se pasan volando. Un film inolvidable, aunque ya lo hayamos visualizado con Carlos un par de veces siempre vale la pena volver a ver.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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