jueves, 18 de junio de 2020

Mi crítica de "El Niño" (Cine)

Este film ya lo vimos como cuatro veces con Carlos, todavía no me explico cuál es la atracción que ejerce sobre él, si bien la película es buena, no me parece tan propicia para la reiteración... Pero fuera de eso, es un film que se ve con interés, incluso despierta cierta ansiedad, establece un suspenso muy fuerte entre lo pasado y lo por venir. Los hermanos Jean Pierre y Luc Dradenne (69 años y 66 respectivamente) son dos cineastas belgas que trabajan en conjunto y han llegado a apodarse "una persona con cuatro ojos". Son los escritores, directores y productores de sus películas y comenzaron su carrera filmando documentales durante fines de la década de los 70. Alcanzaron la fama recién en su tercer largometraje de ficción "La promesa" y el reconocimiento masivo con "Rosetta", la cual obtuvo la Palma de Oro en Cannes. En el 2005, lograron su segunda Palma de Oro con "El Niño", la película que nos ocupa aquí. Suelen utilizar los mismos actores para sus películas, y éstos pasan de una película a otra sin solución de continuidad, por ejemplo a Jeremie Renier (el actor de "El Niño") lo vemos crecer y convertirse en adulto. Los directores tienen la costumbre de filmar el guión con continuidad de escenas, sucesivas, es decir que establecen un proceso de filmación, el mismo que viven los actores durante el rodaje.
La película que nos ocupa hoy tiene dos protagonistas excluyentes: Sonia, de 18 años (Déborah Francois) y su novio Bruno, de 20 (Jeremie Renier). Al comienzo de la película ella sale del hospital luego de dar a luz a su hijo en común a quien ella nombra Jimmy, mientras que él se desentiende de su hijo. Esta acción por parte de la madre de ponerle nombre lo inviste de libidinización, lo significa en el mundo. Es ella quien lo sostiene, quien lo atiende, quien se preocupa por su hijo, en una palabra, mientras que a su padre bilógico le da igual.
Los hermanos Dardenne tienen la costumbre de filmar con cámara en mano y de modo muy cercano a sus actores, ya sea tomándolos de frente o de espaldas mientras caminan. Y otro sello distintivo es la ausencia casi total de música, lo cual es una costumbre heredada de la Nouvelle Vague. Acá sólo suena el "Danubio Azul" en una escena en un auto lo cual trae aparejado que los novios peleen como chicos y se diviertan de forma inocente. La melodía de Strauss sirve para que el pequeño concilie el sueño, algo a lo que su padre se opone. Cuando deben pasar la noche en el refugio (ya que aún no les han devuelto su departamento) y llegan fuera del horario de recepción, es a ella a quien se le ocurrirá decir que tienen un bebé, para que los dejen entrar. A Bruno esa parte le continúa negada. Bruno vive de pequeños robos, llevados a cabo con su amigo y socio Steve, de 14 años (Jeremie Segard), con lo cual parece irle muy bien, siempre tiene dinero en el bolsillo para gastos que podrían resultar superfluos o innecesarios, como comprarle a Sonia una campera igual que la que luce él (producto de un robo), como para sentirse iguales, para uniformarse es decir para ser "uniformes". Cuando él defina su adicción al robo dejará caer la frase sentencia: "sólo los idiotas trabajan", con lo cual a él lo pinta de cuerpo entero que clase de calaña es. Y más aún cuando, paseando con el cochecito de su bebé, se dedique a pedir una moneda a los transeúntes signo de lo rata que es, aún cuando sale de comprarse un paquete de cigarrillos. Se ve que los vicios son lo primero que mantiene. Amén de haber alquilado un coche descapotable, el cochecito del bebé e infinidad de lujos más que sólo alguien que esté en la mala vida podría darse.
Pero es ahí cuando descubre, por medio de la tarjeta que le entrega una amiga (¿amante?) sobre adopción de bebés, que su hijo le puede servir para hacerlo plata. Sí, es tan basura este Bruno que va a vender a su hijo por un puñado de euros, a una familia adoptante. Para eso necesita llevarse a "pasear" al bebé lejos de su novia -siempre conectado por el teléfono celular, algo que no le falta tampoco a pesar de su elevado costo- tiene que hacer un largo viaje en colectivo para llegar al fin a una casa de departamentos en donde deposita al bebé en el suelo ante una puerta, esperando su recompensa. Esta llega y el niño desaparece de la escena. A partir de allí él deambulará con el cochecito vacío, neta imagen de la ausencia y de todo lo que esto significa. Cuando se vuelve a reencontrar con su novia le dice muy campante: "Lo vendí. Podemos tener otro". Allí ella pierde el sentido y se desmaya, debiendo llevarla a un hospital. Cuando salga del letargo lo denunciará ante la policía, la que le seguirá los pasos. La culpa no lo carcome, es más bien que intenta recuperar la razón de su novia, es por eso que se lanza a recuperar al bebé. Lo logra después de devolver el dinero y entregar su celular, el niño es reintegrado pero le avisan -con modales no muy sofisticados sino más bien a los golpes- que han perdido el doble de la plata que él devolvió. El niño es regresado a su madre quien, con justa razón le cierra la puerta en la cara después de un intento de él de querer violentarla con un cuchillo. Bruno debe sufrir hambre y frustración por lo que hizo, pero los deudores de su dinero le dan una regia paliza para sacarle lo poco que ha podido obtener, y decirle que aún les debe 4934 euros, y que lo visitarán todos los domingos hasta saldar la deuda.
A partir de aquí, sin el auspicio de Sonia, y vuelto un paria del destino, vuelve a programar con su amigo Steve un nuevo robo. Consiguen la moto y lo perpetran en plena calle, hurtando una cartera al voleo (se nota la poca profesionalidad con que cometen los robos) y haciéndose de unos cuantos euros. Pero son perseguidos por la policía, y son seguidos hasta su escondite personal. Después de un remojón en el agua, deja a su amigo en el refugio y sale a recuperar el dinero robado, cuando la policía apresa al joven. Bruno se presenta en la comisaría para salvar a su amigo y devolver la plata robada, y entregarse como jefe de la banda.
Permanece un tiempo preso hasta que es ido a visitar por Sonia, allí le ataca un llanto repentino (compartido por ella) donde nos hace creer que siente alguna culpa. Pero a mí no me engaña, esta basura humana, capaz de vender a su hijo, es imposible de recuperar o de sentir cualquier tipo de remordimiento. Más bien creo que llora por la situación penosa que le ha tocado vivir en prisión o por alguna especie de "acting". Así termina esta película dura que no ofrece ningún rasgo de humor ni de posibilidad de redención, filmada con reiterados momentos muertos, y que nos lleva a reflexionar hasta dónde es posible la bajeza de la condición humana perdida.
Esperemos que en el futuro a los Dardenne se les de por filmar alguna comedia, y nos den un respiro a todos estos dramas a los que nos tienen acostumbrados.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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