martes, 2 de junio de 2020

Mi crítica de "Dulce y Melancólico" (Cine-Woody Allen-1999)

"Dulce y Melancólico" es, dentro del sistema de producción anual de Woody Allen, un descanso, una retirada a un lugar seguro, sin riesgos. Lo que no significa que no sea una buena película. Planteada ligeramente (todo es ligero en la película) como un falso documental con testimonios a cámara de los especialistas, narra la vida de un genio (en el sentido ligero de la palabra), Emmet Ray.
Ray -un patán con talento artístico- es un personaje en cierta forma parecido al Harry de "Deconstruyendo a Harry". Guitarrista de jazz de los años 30, bastante estúpido, egoísta, egomaníaco, fanfarrón y cleptómano, sólo tiene un sentimiento emparentado con la humildad cuando se menciona al guitarrista francés Django Reinhardt (frente al cual se encontró dos veces en la vida y en ambas se desmayó). Es tan miserable que cuando el manager le dice que está quebrado y que debe recortar sus gastos lo único que se le ocurre es rebajarle la limosna al mendigo y decirle a la mujer que deje de ver al médico y que lo reemplace por un veterinario, que será seguramente más barato. Y luego se compra un lujoso auto nuevo.
Lo que lo separa de Harry es la inteligencia. Aquel personaje que interpretó el propio Woody Allen (mucho más cerca de la figura del alter ego) era consciente de su monstruosidad. Emmet sólo toma la conciencia de algo en la vida y lo hace en la última escena. En un momento anterior de la película una mujer le dice: "Tus sentimientos están profundamente escondidos, tanto que ni tú sabes dónde encontrarlos". A lo que Emmet responde con sinceridad: "Lo dices como si eso fuera malo".
Lo que los une es la misma relación opuesta que hace Woody entre el genio artístico y la ruina personal. Emmet es un profesional pésimo, siempre llega tarde, borracho, o no se presenta a actuar en absoluto. Pero cuando sube al escenario y empuña la guitarra comienza la magia. No es poco mérito de Sean Penn el de transmitir que el tarambana y el artista sean la misma persona. Su actuación es poco menos que perfecta, pasa de la simpática caricatura del malandra a rozar el genio artístico cuando empuña la guitarra, trasuntando todo el tiempo una reprimida melancolía. Lo notable es que Penn nos convence de que todas esas variaciones personales pertenecen a la misma persona y no son saltos psicológicos gratuitos que provienen de una voluntad caprichosa de un guionista. Una cierta habilidad personal -aprendió a tocar todos los temas de la banda de sonido en la guitarra de manera de poder mostrarlo en acción haciendo playback sin que parezca un truco- conjugada con su mirada soñadora enmarcada por un rostro brutal ayuda al milagro.
Lo cierto es que Harry y Emmet (y desde otra perspectiva el mafioso de "Disparos sobre Broadway") son la forma de Woody Allen de mostrar que puede haber una dicotomía brutal entre las cualidades morales de una persona y su capacidad de realizar una obra artística. Repensando el lugar escandalizador que Allen juega en la sociedad norteamericana, es imposible no reflexionar cuánto hay de autojustificativo en emplear repetidamente este tipo de personajes. Pero a poco de ahondar en las películas algunas diferencias saltan a la vista. Harry era definitivamente un alter ego hiperbólico de Woody Allen. Según sus propias palabras, el director compartía las ideas del personaje pero no tenía el valor para llevarlas a cabo. Harry era una persona para la cual sólo dos cosas eran importantes: el trabajo y las mujeres. Una cierta compulsión a decir la verdad lo convertía en una persona increíblemente desagradable, pero al mismo tiempo le daba a la película una cierta frescura, un aire liberador, opuesto a la moralina imperante en su país.
Un nuevo capítulo de ese combate entre el clima imperante entre Estados Unidos y Woody está representado por una biografía no autorizada de la que se hace eco Rodrigo Fresán en la edición de "Radar" del 29 de mayo de 1999. A través del libro nos enteramos de que Woody Allen se hace implantes capilares y de que a Mia Farrow le decía que tenía SIDA para evitar tener relaciones con ella. Supongo que ambas afirmaciones no son fácilmente verificables pero, aún en el caso de que sean ciertas, su absoluta irrelevancia es indicativa del nivel al que se puede llegar en esta discusión un tanto hilarante. Estas son las expresiones de un clima cultural que convierten a un personaje tan chocante como Harry en un héroe literario.
El personaje de Emmet se inserta en el contexto de una película totalmente diferente. Lejos de todo realismo, la ambientación -la escena jazzera de los años 30- funciona como un refugio para Allen. No hay acá señales de la Depresión ni conflicto entre clases. El clásico conservadurismo de Woody está presente, pero sobre todo la necesidad de contar un cuento de hadas. Para Allen, el escenario para un cuento de hadas es el jazz clásico.
Y la moraleja de este cuento de hadas es radicalmente opuesta a la de "Deconstruyendo a Harry". En este punto hay que incorporar a otro personaje de la película, Hattie (notable interpretación de Samantha Morton). Emmet la conoce al principio de la película, está con un amigo en la playa y quieren entablar relación con dos mujeres. El amigo le gana de mano con la más atractiva y, para su decepción, le deja a Hattie, menuda y aniñada. Apenas comienza la conversación entre los cuatro, descubre que Hattie es muda. "¡Es mi día libre y quiero una mujer parlante!", protesta Emmet.
Hattie es un personaje que parece una mezcla de Buster Keaton y Harpo Marx. Se gana los corazones de todos, incluyendo al público y excluyendo a Emmet, recubierto con una coraza de acero. Sin embargo, el guitarrista no puede resistir a su mudo encanto y se convierte en su pareja en buena parte de la película.
Hattie es la roca en la que se afirma la película, la contracara generosa y solidaria que contrasta con la miseria de Emmet. Perdón por contar el final pero es esencial para la moraleja del film. La pérdida de Hattie -a quien reencuentra casada y feliz- será para Emmet la única constatación de que el mundo existe más allá de la satisfacción inmediata de sus deseos. Su desesperación final es un pequeño salto a la madurez de un niño perpetuo. Y la voz final de los expertos cuenta la moraleja del film: en los dos últimos años de los que se tienen registro de la vida de Emmet Ray, el guitarrista tocó mejor que nunca, con más belleza y emoción, alcanzando, finalmente, el nivel de Django Reinhardt. Ser un patán no era un accidente que podía redimirse a través de la música sino un obstáculo para que su arte alcanzara un nuevo nivel de emotividad.
No sé si Woody contó una historia tan discretamente conmovedora. NI si incluyó un personaje tan simple -casi abstracto-en su pureza. Pero lo cierto es que esta película termina siendo diametralmente opuesta a "Deconstruyendo a Harry". ¿Qué nos dice este cambo sobre Woody Allen y su vida privada? Probablemente nada, pero seguro que es más importante que sus trasplantes capilares.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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