miércoles, 17 de junio de 2020

Mi crítica de "Cosas de Minas" (Teatro)

Por la plataforma de you toube pude ver este aclamado unipersonal realizado en el teatro Maipo por Dalia Gutmann. Que las "minas" son más bocasucias que los hombres es un hecho comprobado, nada como oír una conversación entre ellas (sobre todo las que van de la adolescencia a la edad media 40-50) para darse cuenta. Que el humor bien entendido no necesita de guarangadas es otro dato verificado, entonces ¿por qué rebajarse a decir tantas groserías en una hora veinte que no le agrega nada -más bien le resta- a un espectáculo de calidad? Como adalid del buen humor femenino judío la tengo a mi admirada Gabriela Acher, que es capaz de sostener todo un unipersonal sin recurrir a ninguna bajeza, refugiándose sólo en el ingenio y la inteligencia, por no decir el buen gusto. Ella demuestra que es posible hacer reír con ganas y sostenidamente sin necesidad de apelar al chiste sucio. Pero eso Dalia Gutmann no lo sabe o parece pasarlo por alto por "superada" y cae en el más absoluto sopor que no divierte ni te esboza la menor sonrisa dándote vergüenza ajena por la baja calidad de su unipersonal. Si bien sabe esgrimir el humor judío, ese que la lleva a ser la constante víctima de sí misma y su peor enemiga, que todas las circunstancias le son adversas y mientras que el mundo le sonríe a las demás a ella le llueve encima.
Esa es la parte efectiva de su espectáculo y la que yo rescato, cuando sabe burlarse de sí misma (no lo hace de los demás, y eso es un gesto a su favor) y sabe que el humor bien entendido empieza por casa. Habla verborrágicamente y con desenvoltura, no le tienen miedo al ridículo y usa unas polleritas muy cortitas a pesar de sus piernas regordetas y se ríe de los "saleros" de sus brazos que parece tenerla acomplejada. Es más, dedica toda la última porción del espectáculo a intercalar reportajes a figuras conocidas del mundo del espectáculo hablando rosas de sus brazos y sus colgajos. Sabe moverse con espontaneidad en la escena durante casi hora y media sin aburrir, lo cual es bastante, pero a mi gusto le falta la gracia natural (se nace o no se nace) para decir las cosas, no logró crear empatía conmigo. No me hizo reír. Y no es porque yo no pueda entrar en los códigos de las mujeres, mis mejores amigas han sido siempre mujeres, me intereso por el mundo femenino y trato de comprenderlas en sus mayores virtudes, siempre me pareció que la mujer es superior al hombre, no sólo en sensibilidad y emocionalmente sino en inteligencia y en capacidades. Pero el humor de esta chica de 41 años no me hace entrar en su área, a pesar de que hay muchas mujeres en la sala que la aplauden y se ríen bastante (no a carcajadas) con sus gracias.
Le reconozco habilidad para pasar de un tema a otro sin solución de continuidad, casi sin un hilo conductor -y eso es porque ella misma dice que las mujeres son capaces de cambiar de temas y abrir varias "ventanas" a la vez y atender a muchas conversaciones entre sus amigas cuando los hombres sólo pueden hablar de a un tema por vez-, de dar rienda suelta a la imaginación y hablar hasta por demasía. Pero le falta el don de la metáfora, la parábola, lo que eleva el humor al grado de arte y que le otorga el "doble sentido" del que les hablé muchas veces, algo indispensable para el humor, y del que ella carece. Hay todo un tramo de su monólogo que se caracteriza por el unívoco sentido, y si bien son "cosas de minas", no deja de ser tremendamente grosero y chabacano. Cosas que por supuesto no les remitiré aquí. La gran Niní Marshall nunca hubiese necesitado apelar a recursos tan bajos y sin embargo fue una genia del humor nacional y va a ser recordada por más generaciones que esta Dalia. La misma Jorgelina Aruzzi, en sus ya célebres reportajes que realiza por Instagram bajo la caracterización de la vieja decadente Jackie Guzmán, aunque de un humor subido de tono, recurre mucho más al ingenio y despierta la carcajada franca y espontánea, a pesar de que lo obtiene siempre mediante la improvisación, mucho más meritoria, algo que no consigue esta "mina".
Pero vayamos a los ejemplos del monólogo de Dalia que me parecieron interesantes. Cuando al comienzo del espectáculo se refiere a sus amigas, que siempre tienen proyectos para salir o ir al teatro y que siempre hay una que los boicotea, de cómo se necesita esa cabeza de manada que organiza los eventos aunque se abran muchas "ventanas" al mismo tiempo en el chat, que le hagan la tarea imposible. O de saber que hay alguna que compartió información con otra "ventana" sin anunciárselo a sus amigas, que es peor eso a que te meta los cuernos tu marido... "Estoy cansada de no ser flaca", dice en otro momento y se burla de su cuerpo grandote y su vocación por la comida, compartiendo que sus charlas más excitantes libidinosamente hablando se refieren a una buena... comida. Que ya de pasar por la puerta de una panadería nomás, se excita. Ahí demuestra que puede ser graciosa sin recurrir a la palabrota o a la grosería, basándose en el doble sentido y la ocurrencia. Como cuando habla de que si hay más de cinco mujeres reunidas, siempre va a salir alguna que te quiera vender algo: ropa, productos Avon, etc. Y ella, alma caritativa no sabe decir que no y siempre termina comprando. Así pasa revista a toda la ropa que tiene en su vestidor, que ha comprado por ese medio o por otro más directo, y las constantes frustraciones en materia de talles o de esos vestidos que te hacen ver infartante y que cuando llegás a tu casa parecés tu abuela. Esto es más válido para mujeres que para hombres, pero puedo entenderlas de todas maneras.
El tema de la autoestima es otro pilar significante, lo cual tiene mucho que ver con el humor de raíz judía. De cómo las mujeres pasan de tener una autoestima fabulosa a tenerla por el piso. Cuando creen que son una mina que se come a los hombres crudos y no le es imposible ninguna conquista hasta sentirse que tiene todo el día olor a meo (¡¡¡!!!) y que es insoportable hablar con ella. De ahí que cuando salís bien en una selfie -recomienda Dalia- hay que subirla a todas las redes sociales porque ese hecho no se repite todos los días. Y pasa a hablar de las redes. Por ejemplo Instagram, que sirve solamente para que todo el mundo sepa que sos feliz. Es muy importante tres claves para introducirse en el escabroso mundo de Instagram, a saber: que sos feliz, que estás buena y que estás relajada. Esto le servirá para mostrar una colección de fotos suyas en las cuales se toma el pelo por su cara de desgraciada o por la flaccidez de sus brazos, fotos que disimula con un retoque, no precisamente de "photoshop" sino con más ingenio para ocultar imperfecciones varias.
Otro tema que toca es el de que está mal visto el llanto en las mujeres, sobre todo porque los hombres, dice ella, no sabemos reaccionar ante esa descarga de su tanque líquido. Y que lloran en los momentos menos indicados, como en el transporte o en una reunión. Y que siempre se llora por los temas más insignificantes pero que están relacionados con una angustia interna aparentemente sin motivo (que luego ella relaciona con la bajada de la regla, y que eso le sucede sólo dos veces por año). Finalmente va a adoctrinar a las mujeres para que les enseñen a sus compañeros varones que tienen que hacer cosas en la casa y no dejarle todo el fardo a ella, como por ejemplo saber prender el horno, poner un sifón en la heladera o poner el papel higiénico en el baño...
Como les dije, a mí no me causó más que esporádicos chispazos de gracia, tal vez porque no sea este el tipo de humor que a mí me gusta o porque ella no sepa transmitir, lo cual me parece lo menos probable. De eso habla sobradamente el éxito que viene teniendo desde varios años con este unipersonal.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente). 

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