jueves, 11 de junio de 2020

Mi crítica de "La Lechuga" (¿Teatro?)


Venimos derrapando en Teatrix, los últimos estrenos han sido lamentables. Y este que me convoca hoy me pareció de lo más espantoso, algo aborrecible, todavía estoy con ganas de vomitar después de haberlo visto. Explico: yo soy muy visceral, muy emocional y me involucro demasiado con las obras, ya sea de teatro, cine, literaria o musical. Cuando algo me gusta, me enamoro totalmente, la sangre me bulle, se me acelera el corazón, salto de alegría (pero realmente, sin eufemismos). Y cuando algo me disgusta me repercute en todo el cuerpo: me pongo de mal humor, me siento mal, me descompongo del estómago, me asqueo, siento verdadera ira. Como ven no puedo ser indiferente ni ecuánime ante las manifestaciones artísticas. Es por eso que esta obra de César Sierra, adaptada por el siempre desagradable Juan Paya (era autor de "Chicos católicos" -esa no era tan mala- "La madre que los parió" y "Salvajes" -dos desastres totales-) no me hacía augurar nada bueno. Lo único que agradezco es no haber aceptado el par de entradas que la tarjeta Black de La Nación me regalaba durante dos años para ver la obra. Sumado a malas críticas que había leído, me esperaba lo peor. Y mi pesadilla se hizo realidad.
Burda, sin gracia, pesada, grosera al máximo sin ningún sentido y de mal gusto, "Le Lechuga" me confirma que Juan Paya es un autor insalvable, haga lo que haga, ya sea desde su calidad de escritor, adaptador o actor. Porque acá actúa también. La anécdota gira en torno de tres hermanos Víctor (Santiago Mallarino), Virginia (Sabrina Carballo) y Vinicio (Nicolás Maiques), que se reúnen junto a sus respectivos cónyuges: Héctor (Juan Paya) y Dora (Julieta Granja) de los dos primeros. El último no trae pareja porque es un gay irredimible, más cercano a la desmesura que a la sutileza del actor (recuerdo con cuanta delicadeza interpretó Rodolfo Ranni a un homosexual en el antiguo y excelente programa "Nosotros y los Miedos") y me pregunto por qué ahora todas las historias tienen que tener a un gay como centro del relato, ¿es que no queda nadie normal en el mundo del teatro, caracho? Se reúnen, decía, con el propósito de festejar el cumpleaños del padre, quien está en estado vegetativo desde hace 9 años (como una lechuga, de ahí el título) en el departamento de la pareja rica, Virginia y Héctor. Esto de que son muy ricos lo desmiente la escenografía (simple) y con un cuadro de la "Creación" de Miguel Ángel, ese fragmento de la Capilla Sixtina, que denota la mayor ordinariez. Y para la comida de celebración ofrecen... arroz blanco solo. El único detalle que demuestra que son ricos es su whisky importado y que a su hijo (adoptado) lo envían a colegios privados.
El tema de la reunión no es sólo el festejo del aniversario, sino el cansancio que tiene la pareja de cuidar a un muerto viviente por tanto tiempo y piden a sus hermanos que alguno se haga cargo. Por su puesto que los dos se lavan las manos: Víctor, viviendo en un barrio humilde del conurbano, en una casa chica, con cuatro hijos y uno en camino (un almohadón mal puesto haciendo de panza de Dora), y Vinicio porque vive solo y se encuentra con sus amigos de noche, y además tiene que cuidar de sus mascotas. Es insultante como el yerno del pobre hombre se refiere a él: esa cosa, la porquería, el muerto, y finalmente, esa mierda. Claro, Virginia llora por su impotencia, pero no le dice nada a su marido sobre la forma de dirigirse a su padre. Además Vinicio está muy enojado con el progenitor porque siempre lo discriminó, así que lo único que le desea es la muerte y lo insulta de las peores maneras. Víctor no se queda atrás. Lo único que ofrece es pagarle los medicamentos, pero ni hablar de llevarlo.
El hombre (sin nombre) no puede más que agonizar en la cama de su cuarto sin poder reaccionar y sin voluntad propia. Me hace acordar a la canción de Víctor Manuel refiriéndose al "chico de la burbuja".
Vida, que perra vida
ya no me atrevo ni a preguntar,
muerte, maldita muerte
ni me lo quitas ni me lo das.
Dios Todopoderoso
cuando te busco tu nunca estás.
Claro, acá el tema no se trata con tanta poesía, hay que bancarse casi dos horas de puteada viene y puteada va, lo peor del género humano exhibido en una vitrina de circo, pero no porque eso quiera mostrar las miserias humanas ni dejar algún resquicio de piedad, sino porque al autor no se le ocurrió mejor forma de tocar el tan delicado tema. Ya les dije, las groserías están a la orden del día, y no sólo en la persona del gay que exhibe su peor condición, la más baja y ordinaria, sino en la de todos los personajes que no muestran delicadeza alguna ni piedad de sentimientos. Sólo la hija parece conmoverse (aunque también combata a insulto en boca), se dicen cosas tan fuertes que cualquier familia que se precie se enemistaría de por vida y los insultos invitarían a retirarse inmediatamente a quienes los reciben. Pero no, esta bolsa de gatos lo toma como lo más normal del mundo, con su alma de conventilleros de cuarta y rebajándose a las peores vilezas. Todo es muy desagradable por donde se mire. Al final caen en la cuenta que lo más sencillo sería desconectar al hombre y poner fin a tamaño sufrimiento (de todos ellos). La única que se resiste es Virginia, pero tanto su marido como los dos hermanos están muy de acuerdo en hacerlo sin el menor remordimiento. Claro, no saben que eso es un crimen, ya que la eutanasia por mano propia no está admitida en nuestro país, y sin temor a las consecuencias, lo hacen. Pero como es una comedia y todo tiene que ser ¡up para arriba! todo termina en fiesta. Y aquí no ha pasado nada...
Una muestra del peor teatro de nuestros días (es increíble pensar que la gente paga una entrada para ver esto) y que las risas y los aplausos acompañen a estos (pésimos) actores durante toda la función. Pero hay gente para todo, que se le va a hacer, el que no fue educado para ver buen teatro se conforma con los residuos.
Una pena que haya gastado dos horas de mi tiempo en ver semejante porquería.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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