viernes, 5 de junio de 2020

Mi crítica de "Melinda y Melinda" (Cine-Woody Allen-2004)

La película se abre con una discusión eminentemente teórica en una cafetería de Manhattan. Un grupo de amigos se embarca en un sofisticado debate de sobremesa acerca de la naturaleza pretendidamente ambigua o dual de toda aventura humana. Uno de los contertulios supone que la vida es inapelablemente trágica y no puede ser vivida más que como una experiencia dolorosa y sombría. Otro, en franca discrepancia con él afirma que en realidad la vida es alegre y festiva y que no hay situación humana que no pueda ser leída en clave de comedia o de farsa.
Para dirimir esta escatológica cuestión, uno de los discutidores decide traer a colación una historia bien concreta. Y propone como punto de partida el siguiente caso: una mujer con fuertes problemas emocionales llamada Melinda se presenta una noche de improviso en la casa de unos amigos. Su llegada es completamente inoportuna, ya que toca el timbre en el preciso momento en que los dueños de casa están ofreciendo una comida a un empresario artístico para tratar de convencerlo de que le consiga trabajo a uno de ellos. Nos asomamos así a la historia de Melinda, que nos es presentada en dos formas sucesivas: la primera, trágica y depresiva, y la segunda, cómica y divertida.
De allí en adelante la película nos va mostrando otras situaciones y otros planteos anecdóticos que pretenden inclinar la balanza hacia uno y otro lado: hacia el ensimismamiento trágico o hasta la comicidad desbordada. Las dos eternas máscaras del teatro clásico -la tragedia y la comedia- van cobrando vida alternativamente y se van disputando, en cada segmento narrativo, el centro de la escena. Dos visiones del mundo están en pugna: una de ellas pretende convencernos de que la realidad puede ser vivida desde una perspectiva irremediablemente sombría; la otra pretende persuadirnos de que la vida puede ser afrontada con una filosófica sonrisa y hasta con una ruidosa carcajada.
El gran creador de "Manhattan", "Interiores" y "Hannah y sus Hermanas" encuentra aquí una oportunidad inmejorable para desarrollar una vez más, su incontrastable y originalísimo discurso sobre la eterna dualidad humana. Las diferentes escenas que se suceden van instalando en el humor del espectador dos concepciones de la vida aparentemente opuestas o antagónicas, pero en el fondo, complementarias.
Como era de esperar, los incidentes y conflictos que van desfilando a medida que avanza el film son los infaltables en toda la creación de Woody Allen: los vaivenes íntimos de la relación matrimonial, la idealización permanente del encuentro amoroso, de la desorientación emocional tras cada fracaso erótico o sexual, las altas y bajas de la autosatisfacción y de los celos, el juego real o ilusorio de la infidelidad, la recurrente idea del suicidio o del ridículo como vías de escape simétricas para paliar un mal trance, la conciencia de la propia fragilidad como terapia para zanjar las encrucijadas grandes o pequeñas de la vida.
La película muestra de un extremo a otro las señas de identidad inconfundibles del gran creador de "Septiembre" y "Crímenes y Pecados", tanto en lo que concierne al trazado de su lineamiento estilístico como lo que atañe a la calidad indeclinable de los diálogos y de las sucesivas puestas en escena. El juego pendular entre la tragedia y la comedia está desarrollado con derroche de ingenio y creatividad. El cruce de ambientes, de personajes y de historias que el gran cineasta neoyorquino nos propone en las diferentes secuencias del film ha sido resuelto y orquestado con su reconocida sabiduría narrativa y, al mismo tiempo con efectos de emotividad y humor que en ningún momento rompen o afectan la homogeneidad del relato.
La película no pierde ni abandona en ningún momento esa vitalidad y esa frescura espontánea que el cine de Woody Allen ha exhibido siempre -y sigue exhibiendo- como así de sus inconfundibles marcas de fábrica. Están presentes, de manera fragmentaria, el Allen de "Interiores" -aquel que la crítica recibió como tributario de Chéjov o de Bergman- y el Woody de la screwball comedy clásica, aquel que supo rescatar del fondo de los tiempos el espíritu de la comicidad entrañable y siempre viva de los Hermanos Marx.
Por su parte; "Melinda y Melinda" le otorga cabida al habitual entramado de guiños, complicidades y sobreentendidos que define y distingue el mejor cine de Woody Allen. Eso permite que se cumpla una vez más uno de los ritos tradicionales del creador de "Annie Hall": el espectador siente que va incorporándose a la película casi como un colaborador más, en el contexto de un esfuerzo de interacción más entre el autor y su público que conoce pocos precedentes en la historia del cine.
El grupo de actores y actrices que Allen ha conseguido reunir esta vez exhibe un muy parejo y sólido nivel de excelencia. Radha Mitchell, en el papel de Melinda, impone su personalidad aguerrida y consigue de su personaje un brillante y creíble papel tanto en los momentos dramáticos como en los tramos festivos. Will Ferrell compone con indudable acierto el papel que en otros momentos de su carrera habría asumido el propio Woody. Es una suerte que Ferrell no haya querido copiar a Woody, ha preferido trazar su propio camino y ha buscado -con buenos resultados- una línea interpretativa propia. Como le pasó en su momento a Chaplin con su entrañable personaje de Carlitos al cual en 1936 le tuvo que decir adiós, a Woody Allen le debe haber dolido, seguramente, deshacerse del mismo personaje que tantas veces interpretó, el neoyorquino frágil e inseguro que parece mirar la realidad desde las brumas de su irreductible neurosis. Pero, como el propio director lo explicó, los años van pasando y cada vez resulta más difícil que los personajes se ajusten a su tipo humano actual. Cloe Sevigny y Chiwetel Eijofor -en la tragedia- y Amanda Peet -en la comedia- aportaron también excelentes trabajos a un reparto que se cuenta entre los mejores que logró formar Woody en los últimos años.
Los ambientes y los decorados naturales en que fue filmada la película son exactamente los mismos que el cineasta ha llevado sobre sus hombros durante toda su carrera como una señal emblemática: Manhattan, sus calles, su forma de vida, sus cafeterías, sus casas, sus escaleras, sus "interiores", el inagotable Central Park. Todo ese entorno envuelve en "Melinda y Melinda" con el acompañamiento de un marco musical envolvente y encantador en el que conviven fragmentos de música clásica y de jazz.
En algunos de los comentarios críticos que el film suscitó en otros países se le formuló al director un curioso reparo: se le reprochó no haber marcado con suficiente énfasis las sucesivas transformaciones entre las dos fases de la película. Se llegó a decir que "al drama le faltó y que la comedia no ha tenido el dinamismo y el vigor que se esperaba". No participo de esa opinión. Creo que Woody eligió un tratamiento equilibrado y sobrio y si eludió el reduccionismo fácil entre lo trágico y lo cómico, su elección debe ser aplaudida, porque de ese modo permaneció, en definitiva, fiel a su sensibilidad personal y a su mejor historial cinematográfico. Es que "Melinda y Melinda" no hace otra cosa que explicitar lo que Woody viene diciendo y haciendo en muchas de sus películas anteriores: que las dos vertientes -la trágica y la cómica- aparecen mezcladas en cada segmento en la vida del hombre. Y cualquier observador atento a la obra del creador sabe de sobra que en su cine rara vez hay un tramo de la vida absorbido por lo trágico y otro "tocado" de manera excluyente por el humor. Por eso en sus historias los tonos más trágicos y severos alternan siempre con toques geniales de comedia sin necesidad de que nadie marcase formalmente la transición de una a otra versión del mundo.
En "Melinda y Melinda" el cambio trágico a lo cómico aparece subrayado en la propia estructura de la trama. Pero no había que sobreactuar esos cambios de humor. Bastaba con instaurarlos levemente, y eso es lo que el lúcido neoyorquino ha hecho en este film originalísimo, que conserva la compleja vigencia de su talento y su estilo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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