sábado, 21 de julio de 2018

Mi crítica de "El Violinista en el Tejado" (Teatro-Musical)

El jueves, entre la lluvia y el frío (19 de julio, vísperas del Día del Amigo) me mudé por un rato al pueblito de Anatevka, pequeño pueblo de la Rusia Zarista, de origen meramente judío. Allí vive un tal Tevye (RaúlLavié, magnífico), un tipo raro, esposo constante y padre de cuatro bellas chicas en edad casadera. Él nos explica que allí viven todos como metáfora de ese violinista loco que toca en el tejado, haciendo de sus vidas lo más parecido a la música y haciendo constante equilibrio para no venirse abajo. Pero Tevye está muy bien acompañado. Tiene a su esposa Goldie (Julia Calvo, excelente), un poco mandona y con un gritito en do agudo que perfora los tímpanos. También tiene a sus cuatro graciosas y hermosas hijas: Tzeitel (Sabrina Garciarena), Hodel (la hermosa y talentosa Florencia Otero, que si no estuviera casada, sería mi esposa), Java (la también agraciada Manuela del Campo, la chica de "Casi Normales") y Shandel (Andrea Lovera). Hay pretendientes para las mozas: en primer lugar está el carnicero del pueblo Lazar Wolf, quien quiere en esposa a Tzeitel (Omar Calicchio, como siempre, garantía de calidad), pero a su vez se la disputa el "pobre sastre" Motel (Dan Breitman), quien espera en silencio su máquina de coser para poder hacer sus trabajos más rápido y perfectos. Para Hodel, de pensamientos liberales, no hay nada mejor que su profesor temporario y joven revolucionario Perchik (Patricio Arellano); Fyedka (Germán Tripel, esposo de la Otero) es un joven cosaco dependiente del mismísimo Zar, y por lo tanto enemigo de la comunidad, quien pretende a Java, y con sus libros logrará conquistarla. Hay también una vieja casamentera que va y viene con chismes y entrelazando parejas, Yente (Adriana Aizenberg, la abuela loca de "La casa de Bernarda Alba" o la madre de Hendler en "El abrazo partido", para los que no la ubiquen), hay un rabino que no da pie con bola (el desperdiciado como correcto cantante Miguel Habud), un alguacil ineficiente (Diego Bros) y una esposa muerta que viene a dar consejos Fruma Sarah (Andrea Lovera) y una abuela Tzeitel que también sale de la tumba en sueños de Tevye (Eluney Zalazar). Como ven, el seleccionado es de primera, mejor que la Selección Nacional, y con ellos se juega un más que exitoso partido artístico.
Sucede que Tevye es amante de la tradición, que imperó en su pueblo hebreo durante siglos, y que es precisamente lo que logró conservarlos unidos. Pero la conducta de sus hijas (mentes abiertas y revolucionarias, cada una a su manera), vendrán a desterrarlo de ese sitial sagrado. La primera es la mayorcita, Tzeitel, quien le pide que no la haga casar con el gordo y viejo carnicero (aunque su padre ya ha cerrado trato y dado su palabra) pues ama al sastre Motel. Finalmente,  Tevye se hace a la idea de que la opinión de la mujer vale tanto como la del hombre y que los tiempos están cambiando, que les da su bendición y deja que se casen, para lo cual se organiza una gran boda, a la que asistimos, y que termina siendo devastada por los cosacos. Pero en la fiesta sucede algo extraño: Perchik pide bailar con Hodel, y ella acepta, lo cual significa otra ruptura para la tradición que bien cantara el pueblo al inicio de la obra. Todos miran arrobados como muchacho y niña bailan de la mano. Entonces Tevye, para no ser menos, se pone a bailar con su esposa y todo se subvierte en una fiesta que parece guiada por manos maléficas: todos bailan con las muchachas del pueblo.
Pero el maestro Perchik, venido de otro lugar de la Rusia extensa, de pronto es llamado por sus camaradas a cumplir su más sagrada misión: debe ir a liberar a los pueblos sometidos y malogrados por el Zar, y para eso debe partir ya mismo. Entonces le pide compromiso a la bella Hodel con promesa de casamiento y de que la mandará a buscar no bien se establezca en su destino. Le piden la aceptación al padre, quien se las niega, pero ante la evidencia de que ya están comprometidos y que piensan casarse con o sin su consentimiento, no tiene más que romper su voto de tradición. Ya se va adaptando a las nuevas mentes femeninas. Perchik parte y pronto nos enteramos que está preso en Siberia (no parte sin antes haberse casado con Hodel), su esposa parte hacia allá para hacerle "el aguante", no sin disgusto de ese padre viejo que ve como el mundo le está pasando por arriba. Pero falta el tiro de gracia. La pequeña Java se ha enamorado del cosaco  Fyedka y piensa casarse con él. Van a ver al padre, pero ahora sí este es inflexible, no puede permitir que su hija se case con un enemigo. Le dice que si lo hace, ella estará muerta para él. Y sí lo hace. Y Tevye la declara hija muerta. Deben huir lejos de la casa del padre pero siempre conservando ese amor filial que persiste en ella. Después de todo, Fyedka no es tan mala persona. La que queda a salvo (por ahora), es su hija menor.
Hay mucho de la historia y tradiciones judías en esta obra valiosa, el shabatt, los casamientos, los nacimientos, el respeto a los muertos, el brindar por la vida (L'Chaiim), muchas palabras y expresiones en yddish se pronuncian y se visualizan a lo largo de la obra. Yo había visto por Teatrix la versión anterior de Pepe Soriano y no me había convencido del todo, me pareció que le faltaban canciones, que los chistes eran demasiado tontos, en fin, que le faltaba actualidad, y eso que Pepe está entre mis favoritos actores argentinos. Pero esta versión logró superarla con creces: el espíritu y la potencia que le otorga ese Lavié ochentoso que sin embargo tiene polenta para regalar, el mandato de hombría, de poder masculino, de autoridad que sabe transmitir Lavié con sólo ponerse recio, lo explica todo, un poder del que carecía Soriano, un actor más "tierno" si se quiere. Lavié es un vendaval en ese Tevye y hace de la canción emblema "Si yo fuera rico" un himno dentro de la obra. Tevye tiene que tirar de su carro lechero ya que su caballo perdió una herradura de su pata y el herrero nunca atina a ponérsela, y se la pasa tirando de su carrito toda la pieza.
Pero no todo es diversión en la obra. Sobre el final, cuando llega la noticia de que deben abandonar el pueblo en tres días, todo se vuelve drama y desesperación, las familias se desunen, las amistades se tuercen, los parentescos se alejan, se produce la verdadera diáspora judía, uno a cada rincón del mundo, Tevye son su esposa y la hija que le queda virgen se van a la casa del tío Abraham en Estados Unidos, la casamentera toma mejor rumbo, va para Jerusalem. Todas las hijas están en una parte diferente del mundo, se rompe la familia y con ella, terminan de deshacerse las tradiciones que cantaban felices al comienzo (que sin embargo el pueblo judío supo mantener encendidas a través del tiempo, tal vez fue eso lo que les permitió tal cohesión en todos los países que habitan). No se van sin antes averiguar Tevye si su mujer lo ama en verdad. Ella al principio no sabe qué contestar, ya que se casaron sin conocerse, "el amor vendrá con los años", les dijeron los padres. Pero resueltamente resulta que sí lo ama, después de 25 años juntos, cuatro hijas y cocinarle y lavarle todos los días deben ser un signo de amor, reflexiona ella. Él le declara que también la ama.
La diestra dirección, coreografía, traducción y adaptación de Gustavo Zajac, hacen de esta versión de "El violinista en el tejado" una obra maravillosa, con fuerza expresiva propia, un elenco sobresaliente, canciones para el recuerdo y un actor protagónico de lujo, que bien vale la pena ver. Apúrense porque falta poco, creo que la semana que viene baja de cartel. Esta es mi recomendación para el fin de semana.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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