lunes, 7 de octubre de 2019

Mi crítica de "Happyland" (Teatro-Musical)

Estamos frente a una farsa, con mucho de ironía y de humor arrebatado, pero acaso, ¿no es una ironía también que una mujer como Isabelita Perón fuese presidente de los argentinos? Y un trago amargo de aceptar, sobre todo por su connivencia con "el Brujo" y el destino de tantos jóvenes del país. Pero estamos en el hogar del desconcierto y todo puede suceder. En esta especie de "Alicia en el País de las Maravillas" de Lewis Carrol, donde la lógica no tiene pies ni cabeza, es lógico que una bailarina de cabaret, una copera, se haya puesto la banda presidencial de uno de los países más maravillosos del planeta. En esta variación de lo esperpéntico, al modo de los retratados por Valle Inclán, todo es desmesurado y apoteótico, desde el peinado de una Isabelita siempre con su cabellera hirsuta hasta esa secretaria compuesta por un hombre que termina incorporada al espíritu de Evita, hasta el hecho de ver a un cardenal travestido realizado por una mujer. Las dos Isabel confluyen en el mismo espacio: la joven (interpretada por una hipnótica y bellísima Josefina Scaglione, en su esplendor) hasta la veterana y desposeída de su cargo, expurgando sus penas en El Mesidor (compuesta por la exacta Alejandra Radano). Aquí la presencia del General se define por su ausencia, es el otro, siempre oculto, siempre invocado en el discurso pero eternamente desde las sombras (o desde el olvido), por eso es que, ya muerto, Isabelita trata de reconstruirlo en sus sesiones de espiritismo, lo que lleva a una presencia del espíritu de Perón tan ficticia como graciosa. O esa jovencita que trabaja como agente secreto para los Estados Unidos, que se va a ver deslumbrada por el enamorado ex presidente de los argentinos en su exilio en Panamá, después de que la Revolución Libertadora lo haya destronado, tampoco aparece en escena para conquistarla. Sólo vemos al maestro de ceremonias de ese cabaret panameño llamado "Happy Land" (Carlos Casella), como Joe Herald, con quien Isabelita joven realiza sus números musicales (los únicos del espectáculo) permitiendo el lucimiento de Josefina y Casella, exhibiendo ella una voz prodigiosa y un talento para el canto y el baile, ya sea desde una chaya, un bolero, una rumba o un charleston. Su postura en puntas con zapatillas de ballet es deslumbrante, como todos sus movimientos de gata que embelesan y, justo es reconocerlo, me ha dejado más enamorado que nunca de ella. Es una actriz suprema para el musical. Casella también despliega su embrujo, pero en esta ocasión se ve opacado por su hermosísima compañera. 
El trabajo de la Radano es otro punto fuerte de esta obra dirigida por el obsesionado por el peronismo Alfredo Arias, con libro de Gonzalo Demaría. Radano juega a la sátira descarnada, ya sea en su postura como en su trabajo de la voz, todo tendiente a evocar el fantasma de esa primera presidente mujer de los argentinos, va en excelencia con su trabajo actoral, todo, su forma de leer, pausada y obnubilada por su falta de formación, como la apariencia de esa mujer "tonta", "bruta" que tuvo el coraje de cargar con la banda presidencial sin movérsele un músculo de la cara. Otro puntal de actuación descuella en Marcos Montes, un actor puesto en la piel de un personaje femenino, Lucrecia, esa gobernanta rígida que tuvo por misión "cuidar" y controlar a la ex presidente en su reclusión en Neuquén, tal vez elegido de esta forma debido a la ambigüedad sexual que manifiesta su personaje. La sutileza en su creación es de orden mayor, suprema. Otro gran efecto es el de María Merlino, como esa Charito, acompañante y sirvienta de Isabelita en su estadía en El Mesidor, una andaluza con todas las letras de su españolidad, más astuta que su "señora" y con más agallas, llegada hasta el punto de transtornar a una Lucrecia que quiere llevarla a la cama y no tiembla al momento de echar fuera de la residencia a Isabelita y dejarla a manos del guardia de la puerta (un compeñero peronista) y quedarse con Charito en su habitación. El Arzobispo, creado por Adriana Pegueroles, también está cargado de ambigüedades sexuales y depravación y es el encargado de "exorcizar" a una Isabel espiritista que de tanto conectarse con el mundo del más allá, ha resucitado a Evita, en el cuerpo de Lucrecia, quien viene a reprocharle toda su locura y estupidez, si bien no será recordada con el mármol como ella ni venerada por sus millones de "grasitas", aunque no haya llegado al grado de presidente, sí lo fue de esposa de Perón.
De la mano de estos excelentes actores transcurre un espectáculo plagado de juegos contradictorios, espejismos, cambios de roles y de sexos (así es rapada Isabelita, reduciéndola a la apariencia de "muchachito" cuando luce el uniforme militar), y plena de un humor ácido que no concede la tregua y del que hay que conocer, por supuesto, las referencias históricas. Todo comienza en el "Happy Land", donde una copera egresada de la Escuela Superior de Danzas, sin haber concluido su bachillerato, conoce al ex presidente de Argentina, ya de capa caída y alejado de los discursos del "por uno de los nuestros que caigan caerán cinco de ellos" o de "al enemigo, ¡ni justicia!", o de "vamos a tener que salir con alambre de fardo", por obra y gracia de la Revolución Libertadora que lo sacó del mando. Allí lo seduce sin duda por el particular encanto que desplegaba o porque a Perón simplemente, le gustaban las prostitutas. De ahí pasamos sin solución de continuidad y en el mismo espacio escénico despojado al exilio en El Mesidor, un retiro involuntario de María Estela Martínez de Perón, de cuando debió huir en helicóptero de la Casa de Gobierno, expulsada por la junta militar que vino a "reparar" con más sangre lo que ya había derramado mucha. Y en Neuquén es donde se desarrolla casi toda la acción de este despliegue de talentos. Allí se ve Isabelita confrontada con su ama de llaves que no le permite asomarse al exterior ni entrar a la residencia a sus dos mascotas, que mueren fusiladas por los gendarmes, y sólo admite la presencia de su asistente personal, en este caso, Charito. Allí también es donde Isabel convoca, espiritismo mediante, a su compañero, el General, para que le conteste con golpes por sí o por no si está del otro lado de la comunicación astral. Es muy jocoso el episodio donde ella le pregunta cuantos ministros nombró y Perón no deja de dar golpes hasta llegar al número de 38.
La carcajada y el humor desfachatado están a la orden del día en esta tragicomedia argentina de desencuentros políticos y presidenciales. Como cuando Isabel le reprocha al Arzobispo que tuvieron más muertos ellos según las Sagradas Escrituras que en su gobierno, dado el gran número de ceros que aumentaron con el diluvio universal y se supone con las guerras proclamadas en el nombre de Dios. Ellos sólo tuvieron al "hermano Daniel", nombre con lo cual llamaban al "Brujo" López Rega en confianza. También son desmedidas las arengas políticas que Isabel recitaba desde el balcón de la Casa Rosada a su masa de seguidores, que Radano no deja de gritar a voz en cuello y con voz de pito que taladra los oídos. En definitiva, un gran espectáculo de la mano de ese otro grande que es Alfredo Arias y que viene a engalanar la amplia Sala Casacuberta del teatro General San Martín. Para no perdérsela.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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