sábado, 23 de enero de 2021

Mi crítica de "Conejo Blanco, Conejo Rojo" (Teatro)

 Ayer nos escapamos con mi amiga Norah a nuestra segunda salida al teatro del año -la anterior fue para ver "A Chorus Line", que más adelante comentaré-, lo que ocasionó la ira desmedida de mi primo enturbiándome la noche. Para colmo a Norah la grúa se le llevó el auto y tuvimos que pasar a retirarlo, además de una jugosa multa que tuvo que pagar la pobre Norah.

Pero bueno, anécdotas aparte la función fue brillante, esta vez con la obra "Conejo Blanco, Conejo Rojo" del iraní Nassim Soleimanpour, de 39 años en la actualidad, quien estuvo preso en su país hasta el 2013 por haberse negado a hacer el servicio militar obligatorio. Como consecuencia le fue retenido su pasaporte sin poder salir ni transitar por su país. Entonces se le ocurrió la brillante idea de escribir esta obra y mandarla por correo electrónico a todo el mundo para que pudiese ser representada por cualquier actor o actriz en cualquier idioma y en cualquier época. Lo notable es que su intérprete no debe conocer nada de la obra hasta el momento de la representación, abriendo el texto en un sobre lacrado delante de él. Y al público le está prohibido divulgar su contenido -acá es donde voy a cometer la infracción-. Lo primero que llama la atención es que hay dos vasos con agua sobre el escenario y un frasquito entre ellos. El frasco contiene supuestamente veneno que será vertido en uno de los dos vasos y que el actor deberá elegir que vaso tomar a final de la función. Esta interpretación nos tocó con Carola Reyna, que como gran actriz que es, salió airosa de la contienda. Aunque no sabemos si murió o no después de la función. El elenco que va a interpretar la obra es muy ecléctico, va desde la excelencia de Jorge Marrale, Mercedes Morán o la misma Reyna hasta bodrios y pésimos actores como Fede Bal, Soy Rada o Costa para "engalanar" el escenario (estos últimos es mejor que mueran en el experimento).
El tema de la obra, y de aquí la prohibición en Irán, es el suicidio, tema como sabemos, está prohibido tocar en países musulmanes y sobre todo en Irán -recordemos la polémica con la excelente película El Sabor de la Cereza, de la cual fue obligado el director a cambiar el final para no ir preso y permitírsele estrenarla- y el condicionamiento de recibir órdenes a distancia y el obligarse a ejecutarlas. La obra empieza con una Carola distendida -trae gran cantidad de amuletos y de anteojos- y a la vez nerviosa y preocupada ante lo que vaya a encontrarse. Abre el sobre y empiezan las marcaciones: la presentación del autor, el que haya escrito esta obra en el 2010 y la primera reflexión, que el pasado condiciona al futuro y este al pasado. Parece un simple juego de palabra pero veremos que no lo es. Nos explica ue está preso en su país por no haber cumplido con el servicio militar y el propósito por el cual escribe esta obra de teatro. Y el hecho del frasco de veneno ue uno de los espectadores debe verter en el vaso con agua. Empieza por pedir que en la sala nos numeremos para así poder citar por su número a los espectadores. Convoca a dos de ellos para que representen a un conejo rojo y a un oso. Estamos a la entrada de un circo en el cual el conejo rojo ha venido a ver la obra. No tiene su entrada y el oso se la reclama. Todo esto es dictado por el autor a través de la actriz que lee su texto. Como el conejo no tiene dinero se le pide un espectador que colabore con un peso. Luego se le pide a la actriz que imite a un chita imitando a un avestruz. Parecen pavadas, pero quiere demostrarnos ue estamos dispuestos a hacer cualquier cosa que un ser superior nos pida.
Luego viene la parte seria, donde va a hablar del suicidio y de las veintiocho maneras de hacerlo. Están entre ellas, balazos, ahorcamiento, arrojarse por un balcón, envenenamiento, asfixia, etc. y el número veintinueve se llama vida. No hay manera más simple y más dolorosa que esperar la muerte viviendo hasta llegar al final. Va a pasar a explicarnos el experimento del conejo blanco y el conejo rojo. Juntaba en una jaula tres conejos blancos muertos de hambre. Colocaba una zanahoria sobre una escalera y al primero en alcanzarla lo pintaba de rojo. Los otros dos recibían un baño de agua helada y, lógicamente, atacaban al conejo rojo. El conejo rojo cada vez se hacía más hábil en la recolección de la zanahoria, y cuando este fallaba, se lo sacaba de la jaula y se pasaba a pintar al nuevo conejo rojo. Cuando los tres conejos eran desechados se los reemplazaba por tres nuevos conejos blancos, ue ya habían heredado la costumbre de atacar al conejo rojo. En eso consistía el experimento. Ahora se va a pedir a tres personas del público ue interpreten a los tres conejos y el primero en alcanzar el objetivo será el vencedor. Lo hacen.
Ha llegado el momento de la despedida y, luego de pedirle a un espectador ue vierta el contenido del frasco en el vaso y revolverlo con una cuchara va a proceder a tomar lo ue ella considere que no es el veneno. Lo cierto es que durante la función se nos hizo cerrar los ojos y en ese momento pueden haber cambiado de posición el vaso. Se le pide a uno de los participantes ue suba al escenario y lea las últimas tres páginas en las ue se le indica a Carola lo ue tiene ue hacer. Se sienta en el piso y después de reflexionar un momento decide tomar el vaso del veneno. Debe acostarse en el piso y uedarse así hasta ue todos los espectadores hayan abandonado la sala, para ue no sepamos si está viva o muerta.
Bebe el veneno y se recuesta. Salimos todos en silencio.
Hemos presenciado un acto de suicidio inducido y una reflexión lúcida sobre la vida y la muerte y sobre obediencia a órdenes criminales en la propia persona de los espectadores. Jamás hemos sido tan manipulados en teatro por un ser del ue nada sabemos, ue no sabemos si está vivo o muerto y si algo se enterará de esta función.
Gracias por habernos regalado este momento tan movilizador del ue nada sabemos -como en el momento en ue estamos viviendo, acota Carola- y ue para algunos puede llegar a modificarnos la propia vida.
Y gracias por leerme nuevamente hasta auí
El Conde de Teberito -un crítico independiente- Y discúlpenme, me anda mal la cu,

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