lunes, 10 de octubre de 2016

Mi crítica de "Las d'enfrente" (Teatro)


Entre las novedades de Teatrix para este mes está el estreno de la obra de Federico Mertens (de 1909) "Las d'enfrente". Yo opino que es una comedia con un solo chiste bueno, el del final ("Se ha suicidado la madre de las chicas de enfrente"), todo lo demás es un sainete bastante zonzo que supo dirigir Rubén Stella con buena mano, haciendo que algunos momentos valgan la pena. El sainete y la comedia costumbrista son géneros muy utilizados en nuestro teatro, sobre todo por el gran exponente que fue Alberto Vaccarezza, y era ese tipo de obras que incluían a los inmigrantes de aquel entonces, estaban llenas de conventillos, gallegos, tanos, judíos y toda la gran inmigración. Creaba los reconocibles "tipos" y por lo general (digo "por lo general") eran obras sin mucha espesura. Esta es una comedia liviana que delata el año de su estreno pero con modelos bien reconocibles para nuestro hoy en día.
Yo recuerdo que vi esta obra de la mano de la inmortal China Zorrilla en forma de teatro leído, en el club de mi barrio (el Club Mitre de Floresta), acompañada por el también extinto Jorge López y en el papel de una de las hijas mi amada Marikena Riera. China utilizó esta obra para despedirse de las tablas y dejó de hacerla cuando cumplió sus 90 años. Allí el clima de jolgorio era total, y cuando la China se equivocaba en algún parlamento o leía lo que ya había leído, se la festejaba con grandes aplausos, como corresponde a toda gloria del teatro.
Pero vamos a la obra. El bebé atraviesa su "estadío del espejo" a una edad muy temprana, usando el reconocimiento de su imagen en el espejo como identificación con el propio cuerpo y el ir desarrollando su Yo futuro, aprende lo que es el cuerpo y su afuera. Algo parecido les pasa a las mujeres de esta obra, utilizando como espejo a "las d'enfrente", pero no para constituir su propio Yo sino más bien para empobrecerlo, imitando todo lo que hacen sus vecinas con el pretexto de no ser menos que ellas. Así constituye una especie de espejo deformante como los que hay en los parques de diversiones, para perder toda autenticidad en sus propias vidas, y cayendo en la estupidez del que vive la vida ajena olvidándose de vivir la propia. Si "las d'enfrente" compran tal cosa, hay que comprarla, si casan a su hija hay que casar a una propia, si ponen la luz eléctrica hay que hacerlo también. Si la hija se casa en tal iglesia hay que copiarlas, si publican el casamiento en el diario hay que hacerlo, si se van en viaje de luna de miel a Montevideo, allí irá la mayor de sus hijas, si la hija de enfrente rompe con el novio, la propia hará lo suyo.
La familia está sostenida por Don Esteban (Héctor Calori), un tano dueño del almacén Garibaldi, tan malhumorado como amarrete y su esposa, Doña Dorotea (interpretada por una gordísima Graciela Pal). Los hijos en cuestión son, Esther (Analía García Barbari), Celia (Carla Bianca) y el hijo Ricardo (Francisco González Gil). Con él "afilará" la joven profesora de piano de las chicas, Elena (Lucía Stella, realmente joven y hermosa) y el pretendiente de Celia será Genaro, el itálico brazo derecho de Don Esteban en su proveduría  (Joselo Bello). El cuadro se completa con la criada (Myriam Strat), porque si las d'enfrente tienen criada hay que tener una. Esta es la familia modelo que imita a su otro modelo.
Lo que no entiendo es por qué están tan mal dibujados los hombres de la casa, el padre es bruto y amarrete, el hijo es un pusilánime que sufre mal de amores (patético es el personaje y su interpretación) y ni Genaro se salva, también ordinario y seco de sesos aunque al final, cuando Celia lo deja, demuestra un poco de dignidad. Ahí los trazos fuertes están dados por las mujeres: una Dorotea que va y viene moviendo los hilos de los destinos de su familia, y dos hijas vagas que sin embargo toman las riendas para las cuestiones amorosas (copiadas). Hasta Elena toma la decisión de curar a Ricardo de su mal de amores declarándosele, aunque tenga novio, para que, una vez repuesto éste, lo deje por su novio. Ricardo caerá en el dolor de los despechados, y a instancias de Dorotea Elena volverá con él y se prometerán en matrimonio. Un detalle curioso es la breve pero efectiva composición de la criada, quien realiza un juego con el público. Como su papel es tan pequeño, casi insignificante, sus entradas y salidas se harán con paso demorado y parsimonioso para aprovechar sus minutos de escena, lo que convierte en desopilante su actuación.
Así, viviendo una vida prestada transcurre la vida de esta familia, que ya por esos tiempos era "disfuncional", aunque los hijos trataran de riguroso "usted" a sus padres. Las risas no son muchas, pero Stella en su rol de director sabe sacarle el jugo a todo costado risueño de la situación, inclinándonos a pensar que estamos ante una comedia "buena". Ya lo dije, gira todo en torno a la gran broma del final que cosechará mucha risa y mucho aplauso. Las interpretaciones no son del todo parejas, tanto Graciela Pal como Héctor Calori imponen su presencia de muchos años sobre las tablas, los restantes hombres, ya lo dije, exhiben una actuación que borda el patetismo y las chicas de la casa se defienden bastante bien en un texto imposible. ¿Qué lleva a los productores de hoy en día a poner tanto esta obra en cartel? Para mí sigue siendo un gran misterio, pero el público general lo agradece...
Gracias nuevamente por leerme hasta acá por un espectáculo que recomiendo fríamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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