jueves, 30 de agosto de 2018

Mi crítica de "Perfectos Desconocidos" (Teatro)

Después de una gripe sin fiebre que me tuvo a maltraer durante tres semanas, volví al teatro, esta vez de forma absolutamente gratuita y con un acompañante, por medio de la tarjeta Black de "La Nación", que ofrece este beneficio una vez por mes. Dicho esto, paso a analizar la obra, que si bien me gustó, no me deparó ninguna sorpresa pues ya había visto la película en la cual se basa, película italiana del mismo nombre dirigida por Paolo Genovese. Básicamente, la estructura es la misma, e incluso está muy bien sugerido ese final, acá representado en la escena y que en el film sólo se sugería muy elípticamente por algún cambio de vestimenta o por acciones concretas. No voy a develar este final porque sería traicionar a quien todavía no la vio.
El elenco es abundante y están todos muy bien, correctos en sus papeles y sin desentonar ninguno, con excepción de Carlos Portaluppi, que como siempre, se roba la obra, tan hilarante es su actuación que cabe la pena remarcarlo, y Peto Menahem, que también demuestra su calidad de comediante nato (criado en el stand up). El elenco se completa con Alejandro Awada (Rocco), casado (en la ficción) con Mercedes Funes (Eva), la otra pareja la constituyen Gonzalo Heredia (Ramiro) y Agustina Cherri (Bianca) y la tercera por el mencionado Menahem (Fede) y Magela Zanotta (Carlota), en esta ocasión reemplazada por Florencia Moeremans, quien hace esfuerzos por demostrar su talento y sobresale. La comitiva de amigos la completa Portaluppi (Pepe), quien dice estar en nueva pareja con una tal Luciana, a la que nadie conoce y que no pudo ir por estar engripada. Hasta acá la presentación de personajes y la acción que se lleva a cabo que no es otra que una inocente cena entre amigos. Pero los conflictos empiezan a tomar forma, por ejemplo la hija de Rocco (cirujano plástico) y Eva (psicoanalista), que está en plena rebeldía adolescente con sus padres y a quien su madre le encontró una caja de preservativos en la cartera (luego nos enteramos que se los dio su padre) y que está estrenando una noche pasada en la casa de su novio sin sus padres.
La comedia pretende ser divertida, pero yo la viví más como una tragicomedia, con muchas más partes de drama que de risa o carcajada franca, que por supuesto también las hay, más teniendo en cuenta que la dirección corre de la mano de Guillermo Francella, en su debut en este rol, acertadísimo, lo que quiero remarcar es que no es una comedia plenamente reidera, sino que hay bastantes tiempos muertos y más conflictos dramáticos que los convenientes para una explosión de carcajadas. El planteo central de la obra es que todos tenemos secretos que ocultar (aunque todos lo nieguen) y para eso se realiza un juego que puede resultar macabro (de hecho lo es): dejar todos sus celulares arriba de la mesa y responder a mensajes de texto o llamadas haciéndolos partícipes a todos. Lo que empieza como un juego inocente tendrá consecuencias inesperadas que harán desunir a las parejas. ¿Hasta dónde somos capaces de mantener una intimidad con nuestros celulares sin mostrar el lado oculto nuestro? ¿Y que es lo tolerable de poner en juego con esta acción? ¿Llevamos todos una doble vida, ahora viabilizada por el uso de estos singulares aparatitos? Hasta acá los interrogantes. Veamos las respuestas.
Estamos ante el preludio de un eclipse de luna, que se llevará a cabo a las 10 de la noche, es esa cara que se ensombrece en la luna la metáfora perfecta para demostrar la cara oculta de cada uno de los presuntos implicados en los delitos morales. Así, por ejemplo Fede y Pepe, que tienen modelos de teléfonos iguales, cambiarán sus celulares porque todas las noches, justo a las 22 hs, Fede recibe una foto más que explícita de una señorita de su conocimiento. Lo que implica que Fede se vea envuelto en recibir las llamadas que le llegarán a Pepe: insinuaciones y un poco más de un hombre llamado Lucio, por lo que todos toman a Fede por gay, no pudiendo este negarse para no descubrir su juego. Por supuesto Pepe queda exonerado de esta acusación, hasta que al final él se reconoce como el verdadero gay del grupo. A Ramiro lo llamará la importuna remisera quien le dice que se acaba de hacer el test y que está embarazada de él, para desconsuelo de su esposa que no puede perdonarlo. A la vez un compañero de trabajo le pregunta si regaló los aros,  mientras que Bianca niega haberlos recibido. La resultante de ese obsequio no es otra que Eva, a quien su matrimonio parece escapársele de las manos. A su vez nos enteramos que Eva (toda una profesional hecha y derecha), ha decidido operarse de las lolas, ya que no está conforme con su propio cuerpo, y su marido, el omnipotente cirujano no puede operarla porque el padre de ella no tiene confianza en él. Rocco, el marido de Eva, ha empezado a hacer terapia a escondidas de su mujer (fiel antipartidario del psicoanálisis) porque quiere cambiar su forma de ser. Y la hija de ellos lo llama al padre consultándole si debe ir a dormir con su novio o no, confiándoselo a él ya que su madre no la comprende, es "insoportable" y nunca pueden llegar a buen puerto con sus conversaciones (parece que la analista es menos tolerante con su hija que lo que es de comprensiva con sus pacientes), aunque ella lo escuche todo ya que hablan con la modalidad de "manos libres" en los teléfonos. A la vez que Carlota engaña a su marido con otro que conoció por facebook, quien le pide que se quite su ropa interior (y es lo primero que hace en el baño antes de entrar a la cena).
Parece que todos, en mayor o menor medida llevan una vida paralela de la que no es conveniente enterarse. Pero después de este siniestro juego, todas las caretas y las máscaras caerán por el suelo. En tanto que el eclipse, amenaza dejarlos a todos sin ver la cara visible de la luna (la única que es posible ver siempre). Los llantos, las discusiones y las ofensas están a la orden del día y de los acontecimientos, y ya nada volverá a ser lo que era en este grupo de amigos.
El amplio escenario del Metropolitan permite un despliegue de escenografía generoso, y así tenemos el comedor/living unido a la cocina por un pasaplatos, y a la izquierda la salida hacia el dormitorio (que también utilizarán, cuando se decidan a ver la colección de revistas porno de Rocco) y el balcón, desde el cual un telescopio enfoca justo a la luna que quedará oculta tras la Tierra, interponiéndose con el sol; y a la derecha podemos ver el cuarto de baño, con inodoro y todo, en el que más de uno se encerrará para llorar sus penas. La escenografía, impecable.
La puesta es bien actual, basándose en el uso de los celulares, invento de la modernidad, que permite a cada uno llevar esa vida íntima que no está al alcance de los demás mortales, y si bien no logra ser todo lo hilarante que se propone, por lo menos deja espacio para reflexionar sobre los avances de la tecnología y ese acceso a velar las acciones de cada uno. Repito, puede ser porque haya visto la película que la obra no me deparó tantas sorpresas ni carcajadas como prometía, pero de todos modos, vale la pena verla para quien no conozca el film ya que es una pieza ágil y movilizadora, y nos ayuda a pensar qué hacemos en realidad con nuestras vidas. El resultado es positivo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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