domingo, 12 de agosto de 2018

Mi crítica de "Tita, una Vida en Tiempo de Tango" (Teatro- Musical)


Teatrix tuvo la buena idea, por gentileza de Pablo Kompel, de restaurar esta obra que bien vale la pena ser vista. Antes de empezar con la crítica en sí, digamos que es una gran obra que tiene mucho mérito, mucho sentimiento y mucha emoción. La vida de Tita Merello es propiamente una vida de tango, pues tiene todos los condimentos que alimentan una buena letra tanguera: sufrimiento, desarraigo, desolación, desamor, desengaño, arrabal y malevaje. Se podría haber escrito un tango adecuado con fragmentos de su existencia... o una obra de teatro que abarcara toda su vida: desde los 20 años hasta su tiempo de vejez y decadencia. Y parece ser Nacha Guevara la adecuada para llevarla a cabo. Además de escribir un excelente libreto (junto a Alberto Negrín, sí, el escenógrafo) y una adecuada dirección por ella misma, es admirable el trabajo de transformación en esa "Tita, de Buenos Aires", que hace Nacha, con un trabajo de voz excelente y otro tanto gestual y corporal, sobre todo en los tiempos de vejez. Claro, todo está aderezado por tangos que se hicieron famosos en su voz, y con un grupo de bailarines y cantantes solventes y la magnífica dirección orquestal de su compañero (dentro y fuera del escenario) que es Alberto Favero.
Todo está listo para la biografía (la obra es mucho más que eso) y comienza en el conventillo que la viera nacer, cuando, a los 20 años, se decidió a aprender a leer y escribir, no sin antes entonar el tango que la hiciera más popular: "Se dice de mí". Son arduas las lecciones de lecto-escritura, sobre todo cuando el bolsillo anda huérfano y el hambre es visitante común en la pieza de Tita, que hasta su maestro le deja su sandwich para que tenga algo que echarse a la boca. Y si de boca hablamos, ya desde ese entonces que se nos presenta a una Tita mal hablada, arrabalera y boca sucia, francamente procaz, pero no hay que culparla, es la cuna donde se crió la que la hizo así. Estilo que conservaría toda su vida, puteando y carajeando a cuanto actor, cantante, bailarín o director se le interpusiera en su camino.
La voz de la gran, única e inigualable Tita se escucha en off durante momentos de toda la obra, con su sabiduría popular, no de libros o universidad, sino de la universidad de la calle, aquella aún más dura y que da las lecciones más valiosas. Es de agradecerle a la Guevara que haya tenido esa ocurrencia porque llena de emoción el espectáculo. Y es echada del conventillo por no poder pagar, mientras el cuarteto de cantores de tango interpretan "Milonga sentimental". A renglón seguido la vemos trabajando en el local del viejo Gómez, aquel al que le dedicara el tango "¿Dónde hay un mango?", que también interpreta. El viejo Gómez, como todos los papeles de autoridad en la obra son ejecutados por ese gran actor (y desaprovechado) que es Marcos Wonsky. Ahí se enterará que Uriburu barrió de la casa de gobierno a Yrigoyen y que el país entraba en "una época floreciente", ya que estaban hartos de la radicha en la casa presidencial. Y ahí, en el bar del viejo Gómez, será testigo accidental de la elaboración del tango "Yira, Yira", por un joven y flacucho tanguero, a quien dará ideas para componerlo. Y ahí también, hará su debut como cantante "sin medias, y exhibiendo las piernas", por lo que su patrón será multado por la Ley, cantando "Pipistrela", entre el alboroto de algunos parroquianos y la atención de otros. El debut no pudo ser más desfavorable.
Pero la arriesgada de Tita no se dio por vencida y se fue a ofrecer a una compañía de vedettes en donde necesitaban una chica que mostrara el cuerpo y supiera cantar. Allí se luce Nacha, después de darse el lujo de desafinar a lo perro, con una atiplado "Arrabalera". La voz de Nacha Guevara, no lo vamos a descubrir acá, está llena de matices y luce un gran trabajo y perfeccionamiento vocal y sabe componer magistralmente la voz de Tita, sus tonos y modulaciones. Por supuesto la contratan y de la noche a la mañana pasa a ocupar un lugar en la escena porteña. Ya se había hecho fama de mujer de la noche, de mujer fácil y de convivir con todos los pecados. Cuando después de un cuadro "en la milonga" pasamos al debut en cine, en 1937 con la película "La Fuga". Y asiste al estreno de la mano de un joven actor cómico: Luis Sandrini, quien sería su gran y único amor en toda su vida y a quien amó hasta el día de su muerte. Sandrini estrena en cine "Don Juan Tenorio", con ella como segunda estrella, y se adueña tanto de su personaje que empieza a comportarse como un verdadero Don Juan, picoteando un poco en cada lugar y engañando a esa muchacha joven y hermosa que lo quiere plenamente.
Tita pasa a filmar luego "Filomena Marturano" un sainete criollo en donde muestra toda su garra de actriz de estirpe, una actriz que nunca fue al conservatorio, que lo aprendió todo en la Calle Corrientes, a veces en los teatros, otras veces durmiendo en ella, sin lugar donde cobijarse. Pero la actriz dramática ya estaba instalada en las pantallas del cine argentino y no se iría nunca. Y ya empezaba a vestir como una dama, aunque en su léxico y en su comportamiento no dejaba de ser la atorranta desvergonzada que fue toda su vida. En el set, y después de un día duro de filmación, una lengua venenosa le dice si sabe que Sandrini la engaña abiertamente con otra actriz. Allí la Tita fuerte y avasallante se desmorona, cae, literalmente, a los pies de su amor, y canta uno de los tangos más sentidos y desgarradores, mientras le da el olivo a Luisito. Éste, valija en mano, trata de arreglar el asunto con un "yo te quiero", pero ella le retruca con un "yo te amé", que sale desde el fondo de su alma.
Y llega la caída del peronismo por la Revolución Libertadora, y como hiciera antes el mismo peronismo prohibiendo y censurando actores y directores, la tortilla se da vuelta y son ahora los peronistas quienes empiezan a estar proscritos, entre ellos Hugo del Carril, Discépolo, Fanny Navarro... y la propia Tita. Ahí empieza otro nuevo derrumbe, sumado al personal, ahora a nivel artístico. Y empiezan sus quehaceres de ama de casa, lavando, fregando y cocinando. Mientras va envejeciendo... Y adora la foto siempre presente de su Sandrini. Pero vuelven los viejos tiempos y a Hugo del Carril se lo puede oír cantar nuevamente (de hecho lo hace en la obra), y es allí, en ese escenario, donde el propio Hugo invita a subir a su vieja amiga Tita, una Tita ya con el pelo corto y grandes anteojos que la acercan a Yiya Murano y sus achaques para caminar, para interpretar un tango más. Al principio se niega, pero cuando la orquesta empieza a sonar, se envalentona y con media voz lo canta, hasta que es interrumpida por el llanto y se retira dignamente. "Con este tango que es burlón y compadrito", queda sin final. Y antes de irse, no se olvida de recomendarles a las chicas que se hagan el Papanicolau.
Y asistimos a la Tita vieja, que ya no puede comer porque no tiene dientes o no tiene hambre y que sentencia: "Yo fui una mujer de muchas pasiones pero de un solo amor". El de Sandrini, claro. Y allí, sentada en el mismo conventillo que la vio crecer, la vemos apagarse y retirarse de la escena pública para siempre. Y el aplauso es unánime y es de pie. Para la gran Tita que fue y para la gran Nacha que es. Una obra sin dobleces, que dice las cosas de frente, como la vida misma que golpeó tantas veces la cara de esa mujer sufrida y valiente, una obra que sabe del amor y del desamor, de "los gozos y las sombras".
Es una gran idea de Teatrix recuperar y desempolvar esta obra, que puede traerle nostálgicos recuerdos a más de uno y a otros, que no vivimos su época, dejarnos con un gusto agridulce en la boca. Un gran trabajo de equipo y una enorme producción. Lo recomiendo enérgicamente. Bien por Teatrix, este mes la empezó bien.
Y gracias por leerme hasta acá, nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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