viernes, 21 de abril de 2017

Mi crítica de "La Puerta de al Lado" (Teatro)

Ayer fui, en medio de un precioso día otoñal, a ver la obra "La Puerta de al Lado", del dramaturgo Fabrice-Roger Lacan, nieto del psicoanalista francés Jacques Lacan, el introductor y desarrollador del psicoanálisis de Freud en Francia, al que dio unas vueltas de tuerca nuevas, tales como concebir al sistema Inconsciente con la estructura del lenguaje. Fabrice-Roger Lacan es autor de media docena de obras de teatro y una docena de guiones cinematográficos, entre las cuales se destaca como perlita su última producción, la obra que hoy nos ocupa. Está interpretada por dos actores insustituibles: Pato Menahem y Jorgelina Aruzzi, impensable la obra en el cuerpo de otros actores. Ellos prefieren el método de la sobreactuación, la exageración por sobre los rasgos sutiles de la pieza, con lo que a mí me derrumbó un poquito mis expectativas. También fue en contra de mi ilusión que la obra no fuera taaaaaaan reidera como lo suponía, ya que parece que Lacan es más experto en retratar una situación psico-social que en desarrollar buenos chistes. No se desanimen, igual la obra es graciosa y tiene momentos imperdibles, lo que yo digo no trata de desmerecerla en nada. La gente se ríe igual. Porque cuando ella se refiera a la etapa anal, por ejemplo, la gente no piensa que está haciendo alusión a una de las fases del desarrollo de la psique humana sino que se trata de una broma, y la disfruta. La obra está llena de referencias al psicoanálisis y a las patologías (fase oral, anal, fálica, genital, obsesivo compulsivo, psicótico, manipulador, etc) pero no sabe utilizarla con fines meramente cómicos como un Woody Allen sí lo haría. Con decirle: "usted es un manipulador" no me causa gracia, porque no está adosado a un chiste efectivo. Pero igual tiene lo suyo. Vamos por partes.
Es una comedia de salón "deconstruida". La obra reflexiona sobre la soledad de un mundo hiper-conectado y Lacan retrata la falta de conexión real en una sociedad cada vez más virtual. Un mundo cada vez más digitalizado donde, sin embargo, aún queda la esperanza del encuentro analógico, si uno consigue darse cuenta de qué le pasa. La obra habla de la soledad en un espacio de un edificio de clase media-alta. Ella es una terapeuta y él es jefe de márketing. Son dos polos opuestos y cada uno es lo que detesta el otro. En realidad, ambos están muy solos. Ella no sale de la casa porque es la "típica mujer encerrada en sí misma, con poca empatía, es una gran profesional pero no sabe solucionar sus problemas". Y él es todo lo contrario: sale todas las noches, pero tampoco ha conseguido a nadie. Este argumento daba para todo un drama, sin no fuera que Lacan supo condimentarlo como para que resultara una llevadera comedia, y sumado al aporte de los dos expertos actores, convierten el pasatiempo en un verdadero estudio sobre la vida contemporánea visto tras el cristal de la risa. Sin obviar la extrema pericia de Ciro Zorzoli en la dirección y en su ajustada mano para la comedia.
Cuando se describe la "fase del espejo" como constitucional para el niño, se está hablando de que el bebé va construyendo toda la imagen psíquica de su propio cuerpo a través de la ayuda de un espejo que refleja lo que el niño ve. Algo así pasa acá. Las puertas de los departamentos de ambos están enfrentadas, y por ahí salen, entran, se encuentran, se espían, se observan, invaden el campo del otro sin ningún complejo y comparten varias cosas, entre ellas la más saliente es la soledad que cada uno lleva encima. Hasta se han hecho socios -cada uno en el mismo momento que el otro- de una página de Internet para conseguir pareja, y se frustran por la no recepción de mensajes, hasta que un día los mails empiezan a lloverles como cascadas. Cada uno va determinando su personalidad y construyendo su imagen frente al otro, como en el caso del espejo y del bebé.
Desde el primer momento en que se ven, sienten una especie de atracción-rechazo el uno por el otro, pero prevalece el odio. Se pelean ("los que se pelean se aman" solíamos decir en la escuela primaria), tienen desavenencias, incluso sirve el uno para las bromas del otro ("¿viene seguido tu mamá?" pregunta ella; "no, mi mamá murió cuando yo tenía seis años", contesta él; "ah, qué suerte", responde ella en un típico chiste de psicólogos, el cual lo ofende mucho a él), pero más allá de todo, no pueden dejar de encontrarse, de ponerse a prueba, de pelearse, de enfrentarse, de medirse, como para saber hasta dónde pueden llegar. Hasta el momento en que tienen en la cama -ambos- a una conquista de su página de encuentros, y se juntan en el paliere y deciden que son el uno para el otro y por fin... se besan. Ahí termina la obra.
Pero todo empieza cuando él está poniendo una sinfonía de Bruckner a todo volumen para ilustrar la campaña de un yougurt y ella irrumpe en su departamento para pedirle que baje la música y si no sabe que Bruckner era uno de los músicos predilectos de HItler. Todo se dará vuelta cuando él intercepte una carta de ella (no tienen nombres propios, son él y ella), en la que la defina como afiliada a un partido de derecha, entonces él estalla, porque es evidentemente de izquierda y no puede concebir como su vecina, tan atractiva, deseable y pensante es de derecha. Este es uno de los tantos gags que existen en la obra. Está también el de cuando ella viene de Francia y no encuentra las llaves de su departamento, a las 4 de la mañana, hora en que él vuelve de bailar y también se ha quedado afuera de su residencia. Y el de cuando ella irrumpe en el departamento de él para pedirle el horno prestado ya que tiene que cocinar una corvina para la mamá y el horno de él no anda. Son dos gags que están muy bien planteados y explotados. Aunque no me cause gracia cuando él baila ampulosamente como si estuviera en el boliche y ella le responda con pasos de baile insinuantes de igual categoría. Sólo porque no me siento bien con el desborde, prefiero el chiste sutil, el detallista. Pero esto es cuestión de gustos nada más y está visto que el público lo festeja con aplausos y a carcajadas. Ya saben, si quieren pasar un buen momento con material para pensar e irse luego a un café a discutir la obra, dénse una vueltita por la Sala Pablo Neruda del Complejo La Plaza y saquen entradas para ver esta deliciosa comedia, que esperamos esté buen tiempo en cartel porque no hace mucho que se estrenó.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 14 de abril de 2017

Mi crítica de "Giulietta de los Espíritus" (Cine-Fellini-1965)

Continuando con mi preparación del ciclo de Fellini, me dedico ahora a "Giulietta degli spiriti". Entrar al mundo de Giulietta supone un viaje fabuloso al interior de un mundo de sueños y pesadillas. Esta tal vez sea la película más ligada al surrealismo que haya realizado Fellini, con esa galería de personajes estrambóticos y delirantes. Sí, porque la película se parece más a un delirio psicótico que a un sueño con espíritus. Los espíritus andan rondando, y dando consejos, pero es el mundo atormentado de Giulietta lo que nos preocupa. Lo único que sabemos que es cierto es que Giulietta es una señora burguesa de clase media y de que su marido la engaña con una joven modelo de 24 años llamada Gabriela. Giulietta, rodeada de esas mujeronas de cuerpos hermosos y caras idem, no tiene mucho con qué competir, es un ama de casa limitada, chiquita, no muy agraciada y reprimida por una brutal educación católica. Por eso se junta con la niña que fue, que a los 8 años, las monjas en una representación teatral la hicieron acostarse en una parrilla en llamas por los pecados cometidos, función que fue frustrada por su abuelo el libertario/libidinoso, quien se escapara en un aeroplano con una bailarina.
Giulietta visita varios mundos posibles, el de los espíritus, que trae su marido a su casa con sus amigos espiritistas (genial el médium ambiguo) que la conectarán con una mujer llamada Iris, que trata de darle una mano; el de los médiums, con el médium hermafrodita y su aliada, una mujer de cabellos canos, bastante gorda y fea que le dice que se ame, que se acaricie, se bese y se haga amar por los demás; por el mundo del sexo desenfrenado en la casa de su vecina Susy, donde todo apunta al placer y a los juegos eróticos, y allí descubrirá Giulietta que es una reprimida y que lo que le falta es conectarse con su deseo y explorarlo.
Fellini es un genial creador de caricaturas, pero también de personajes sutiles y matizados, como los encontramos generalmente en Giulietta Masina (la Giulietta de los espíritus) y en Marcello Mastroianni. Este film es una radiografía espléndida de la propia Masina y a la vez de la condición femenina real, más allá de las caricaturas y los excesos. Por eso Fellini rodea a su protagonista de monstruos de belleza excesiva, grotesca (Susy, la hindú, la madre), trazando una delicada y respetuosa miniatura en medio de la barahúnda de una feria, sin la estilización simbolista de Gelsomina o de Cabiria. Porque Giulietta es una persona con vida interior, en proceso de separación de su falso apoyo masculino y de sus propios fantasmas, una prisionera que debe caer en la cuenta de su propia condición -en la que le corresponde parte de culpa- antes de liberarse y ser eso que estuvo tan de moda en los años 60 y 70: "ella misma".
Fellini consideraba que era su primera película en color, porque el hecho que "La Tentación del Doctor Antonio" no se rodara en blanco y negro se debió a razones comerciales que quizá él mismo no compartía. "Giulietta", sin embargo, fue concebida en color. Su idea misma pedía el color, un color interno, a la vez expresivo, decorativo y simbólico como el de la gran pintura, un color claro y radiante, no naturalista sino propio de una visión o de un sueño, un color, en suma, subjetivo, que expresa el punto de vista de Giulietta. Dominan en su personaje el blanco, el rojo y el verde, cada uno conscientemente empleado para producir determinados efectos, teniendo el resto del cuadro a su servicio.
El blanco es el color propio de Giulietta. Fellini consigue con él imágenes de alta calidad artística, no pictoricista sino cinematográfica, como los planos de la playa en que el sombrero blanco, abatiéndose sobre el rostro de Giulietta y tapándoselo, y fundiéndose con el vestido también blanco, convierten el plano en un espacio neutro; o como cuando Giulietta, después de ver al detective y, vestida de blanco, pasa junto a la gran cerca blanca. El rojo, otro de los colores privilegiados  de la película, pertenece también a Giulietta, pero forma parte de su vida secreta, de su deseo. Un chal de color sangre confiere animación y profundidad al plano blanco de su primer despertar solitario y evita que la imagen sea cromáticamente inerte. Es la misma prenda con la que Villalonga la toreará después de la escena de la preparación de la sangría. Viste de rojo y verde, colores que recogen como un eco los de los pimientos que están ensartando en la escena anterior, cuando visita al hermafrodita en el hotel con su amiga Valentina. Ella va de rojo y blanco a devolverle el gato a su vecina Susy: lleva consigo sus dos cualidades principales, la candidez y el deseo. Pero viste un traje de cóctel enteramente rojo -y lleva carmín en los labios y las mejillas- cuando acude por segunda vez a casa de Susy y está a punto de caer en brazos de un hermoso joven oriental: es un color de amor prohibido.
El primer plano del film muestra el exterior de la casa, de la metáfora de la propia Giulietta, que está encerrada en ella y sólo "saldrá" por su voluntad y sin que nadie la induzca a ello en el último plano, como abandonando una crisálida tras el misterioso -doloroso, en este caso- proceso del insecto en la fase de "ninfa".
Todo lo que sigue es un movimiento lento pero ininterrumpido, envolvente, en el que el espacio va a la vez construyéndose y fragmentándose a base de combinar el movimiento de la cámara semicircular, con reencuadres de espejos de un modo complejo y de un expresionismo casi caligarista. Durante largo rato oímos y vemos a Giulietta fragmentadamente. Las voces de esta y de las dos criadas flotan sin encarnarse por completo, como si a pesar de la iluminación del tocador hubiera una oscuridad sonora, esto es, como si los sonidos fueran a ciegas, sólo oídos, sin anclarse en la imagen. Oímos la voz de Giulietta Masina y la reconocemos, pero nos hurta su rostro, como si se lo reservara para una escena más importante, o más bien como si fuera poco decoroso mostrarse a nosotros antes de exhibirse a su marido para darle una sorpresa. Ya todo parece dispuesto para la representación. Ella está frente a nosotros, en las sombras, y anhelamos que salga, que dé la cara para poder admirarla de una vez. Cuando emerge de las tinieblas y se sitúa en el foco de luz como una actriz que sale a recitar su papel, se produce una decepción en el espectador. La Mesalina que habíamos creado resulta ser un ama de casa encarnada por Giulietta Masina, una criatura encantadora pero carente de atractivo erótico. Así es sin duda como la ve el marido, que está en el contraplano, con el que compartimos -ahora sí- la mirada destinataria: la de la cámara.
Quizá en el fondo Giulietta no sea más que esa nada inicial, el vacío, a la búsqueda de un sentido que ella misma espera que le venga desde el exterior: de un exterior trascendente, lleno de palabras, de unas voces que vayan más allá de los signos de la feminidad y de todo aquello que para Fellini constituye representación y espectáculo del mundo, sin más. La crisis que se desencadena en su visión ingenua del mundo viene causada por la imposibilidad de seguir sosteniendo la creencia en lo que tiene de fetichista. Como no tiene visión de sí misma, puesto que siempre se ha definido en función de la imagen que de ella fabrican los demás, no le queda otra vía que seguir ese itinerario de voces cuya genealogía (interior/exterior, subjetiva/objetiva) resulta privada de anclaje.
La película acaba con una idílica escena de soledad diurna: Giulietta sale de la casa dejando la puerta abierta y se entrega al susurro de sus voces interiores. Por primera vez la vemos en plano general como una figurita en medio de la naturaleza, tras haber mirado discretamente a la cámara, como en "Cabiria". Ha cesado la invasión de los fantasmas que la acosaban, y de la gente que desde el comienzo ha estado agobiándola con su charlatanería, intentando conducir su vida y obligándola a mirarse en espejos extraños. Giulietta ya ha hecho las paces consigo misma, con su deseo y su soledad, y le queda empezar a reconstruirse, después de haber pasado por cientos de experiencias extrañas, sueños, ensueños diurnos, pesadillas y escenas de su pasado.
Como siempre, un puntal definitivo es la música de Nino Rota (casi exclusivamente durante todo el film) y el guion del propio Fellini, más Tullio Pinelli, Ennio Flaiano y Brunello Rondi, y la mágica fotografía de Gianni di Venanzo. Ahora sólo les queda verla y disfrutar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 10 de abril de 2017

Mi crítica de "Medea en Manhattan" (Teatro)




Ahora Teatrix nos acerca "Medea en Manhattan", el excelente texto de Dea Loher, dirigida por Lía Jelín (acá muy alejada del humor), con las actuaciones supremas de Valentina Bassi y Nacho Gadano, secundados por Alfredo Allende, Pablo Finamore y Matías Strafe. Acá Medea está muy lejos del virtuosisimo de Eurípides, pero conserva sus dotes para la brujería y la hechicería y es, como en la historia, quien regaló un vestido a la nueva esposa de su amante Jasón que le provocaría arder como una tea encendida. Y también quien da muerte a su hijo, nacido de la pasión con Jasón.
Marcadas las similitudes ingresemos en este texto por momentos críptico que se actualiza con el destino de los inmigrantes en la era Trump. Medea es ahora una chica punk, y todo el tiempo está subrayado por una banda de música punk que comenta los sucesos reemplazando la figura del coro griego y su coreuta. Es una inmigrante ilegal a los Estados Unidos, igual que Jasón, quien también está presente en la historia y su lucha será la de evitar el ser excluída, como tantos inmigrantes. Esta obra, registrada en el 2016 cobra gran vigencia en este momento por el que pasa la gran potencia del norte. Medea no sólo es una inmigrante sino que además es una homeless, vive en la calle, registra los tachos de basura para comer y se tapa con cartones para dormir al aire libre. Conserva del original toda su potencia y su furia, totalmente justificada, aunque no la muerte de su hijo y la de su hermano antes de llegar a puerto. Sí, porque esta Medea ha asesinado a su hermano en el barco que los transportaba desde su ciudad natal hasta Manhattan. Todo porque el hermano se sobresaltó cuando le dijeron que serían cuatro en vez de tres ya que Medea estaba embarazada y peleó por su subsistencia aludiendo que había dinero para tres y no para cuatro. Entonces lo destripó y lo arrojó al mar.
Lo de su hijo fue distinto. Acuciada por la boda de Jason con Claire, la hija del acaudalado confeccionador de vestimenta Sweatshop-Boss (Pablo Finamore), un hombre sin piernas que es el patrón de los talleres clandestinos de confección de ropa, y en vistas de que Jason iba a llevarse al hijo en común, decide asesinarlo. Lo que son los celos de una madre... Jason sigue amando a Medea pero se casa por dinero con Claire, y le ofrece a Medea la posibilidad de irse a vivir con ellos, cerca de su hijo y de su amante, pero ella rechaza el ofrecimiento para no tener que atravesar las penurias de escuchar cuando su marido goza con la otra y le susurra palabras tiernas y ardientes.
Se encuentra en su deambular por las noches de Manhattan con Velázquez, el mayordomo de Sweatshop, un hombre que se dedica a la pintura, a plagiar cuadros del verdadero Velázquez, que de tan auténticos pasan a convertirse en sus propios originales cuando él les pone la firma. Esto hace referencia tal vez a la apropiación del personaje creado o transmitido por Eurípides (ya que pertenecía a la mitología griega), recreado ahora por un nuevo autor, que bien puede poner la firma de esta Medea, dada a la violencia y al alcohol.
Otro personaje que aparece es el travesti Deaf Daisy, encarnado por Matías Strafe, a quien se le escapan por momentos los amaneramientos propios de un gay y transita su personaje ambiguamente, no sé si esto fue marcado así por la directora o es un defecto  del actor. Daisy vende ropa ilegal en esas noches de Manhattan y es a él a quien Medea le encarga un vestido contaminado, infestado, pútrido que haga estallar a Claire cuando se lo ponga, y se lo envía para que lo luzca en su boda. El vestido en cuestión es totalmente rojo, situando así su pasión por la violencia y la sangre.
Sostiene diálogos llenos de pasión y sadismo con Jason y no duda en acudir a su cuchillo vengador para infligirse cortes en ambos brazos y en la cara, pasan del amor más extremo a la violencia física como un arrebato. Ella simplemente no puede aceptar perderlo en brazos de otra mujer, aunque él le jure que sólo la ama a ella. No, corrijo. Amor siente por Claire. Amor es una palabra que nunca usó ni usará con Medea.
"Medea en Manhattan" es un buen ejemplo del teatro no comercial, más destinado a bordear los límites del "buen gusto" que a complacer a su público. De todas maneras esta propuesta ha tenido buena aceptación en el circuito.
El trabajo de Valentina Bassi es descomunal. No se aparta de la escena ni un sólo momento y es capaz de derramar cataratas de lágrimas o de convertirse en la mujer más perversa del mundo en un minuto, capaz de dar muerte a su propio hijo. El entrenamiento físico también es admirable ya que lleva su cuerpo a límites insospechados. Por lo tanto la obra es apta para los más ingenuos de los públicos y para los más exigentes. Como la música punk, es dura de comprender y de aceptar, llevándonos a la violencia de un texto sumamente musical que no contrasta en absoluto con este tipo de música. Además Valentina luce en su cabeza una peluca al mejor estilo punk.
Como dije, es una obra recomendable para un público ecléctico y que esté interesado en ahondar en la psicología de lo que una mujer furiosa y desesperada es capaz de hacer.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 9 de abril de 2017

Mi crítica de "Lo Prohibido" (Teatro musical)

Vengo de ver "Lo Prohibido", este estupendo trabajo de Betty Gambartes con Alejandra Radano, Juan Darthés y Michel Noher, y estoy contento porque por una vez la pegué con mi elección. Es un musical fresco, creativo, que entretiene (lejos de "divertir", que significa "apartar de lo importante") y que mantiene alrededor de una hora y cuarto al espectador fascinado por lo que sucede en el escenario.
Betty Gambartes es regiseur de ópera y pianista, pero se ha volcado por hacer espectáculos con la música popular, desde "Arráncame la Vida", con Chico Novarro hasta "Manzi, la vida en orsai", la magnífica creación de Jorge Suárez y Julia Calvo. Y ahora vuelve con esta propuesta en donde coquetea con el culebrón o telenovela, apelando a todos sus códigos y mezclándolo con el melodrama (por definición: drama -ya sea comedia o tragedia- con música). Y logra resultados sorprendentes. Me dio un gran gusto ver la sala llena del Complejo La Plaza, en un momento en que al teatro le está yendo mal (que además hace una noche de perros por la tormenta), apostando por un producto de calidad. Yo no iba del todo virgen pues ya me lo había recomendado con entusiasmo mi amiga Ana y creo en su sentido del gusto.
La historia que se narra es simple: Amelia Garay, viuda de Sánchez recibe un llamado de la embajada diciéndole que su finado marido, Rolando Sánchez está vivo, que permaneció casi ocho años (Amelia es especialista en contar con meses y días las distancias en el tiempo) en una isla del Pacífico y que ahora ha vuelto, presentándose en la Embajada para hacer algunos trámites. Esto trastoca la vida emocional y sentimental de Amelia, pues está viviendo un apasionado romance con Roli, el hijo de Rolando, a quien debe fletar, aunque sigue atraída por él. El tiempo pasa y Rolando no se presenta más que en sueños o en la imaginación de ella, hasta que un día deja un mensaje en el contestador diciéndole que en algún momento se van a encontrar, todo muy distendido y desapasionado. Claro, ella lo imaginó desesperado de amor y sexo, que viene a saldar cuentas con su reemplazante y que le dice de todo al enterarse que éste es su propio hijo. Pero nada de todo eso pasa en la realidad. Eso sí, todo recreado con una infinita y casi ininterrumpida mezcla de boleros y canciones populares que ocupan casi todo el tiempo de la obra. La pieza es tan exquisita que da gusto y deseos de seguir escuchando a la Radano, a Darthés o a Noher interpretando canciones, queremos que dure dos horas más.
El cuarteto musical (en escena) se compone de Diego Vila (Libro y dirección musical), Fabián Fazio (clarinete y saxo), Jorge Pemoff (percusión) y Juan Bayon (contrabajo). Empiezan a tocar con un amague jazzístico pero luego se decantarán por el bolero (o canciones aboleradas) y llegando al paroxismo con "El muerto se fue de parranda", una rumba conocida y pegadiza que canta Darthés y que es coreada por toda la platea, con su complicidad. Así pasan canciones como "Te extraño", de Sandro, "¿Y cómo es él?", "Venganza amarga",o "Soy lo prohibido", por mencionar sólo unas cuatro. Lo cierto es que las canciones se entrelazan unas con otras formando una especie de carrusell musical, o se cantan a dúo dos canciones distintas (Radano-Darthés) creando climas muy festivos.
La historia del incesto daba para una tragedia moderna, pero gracias a la gracia de los intérpretes y a la mezcla de canciones se ha convertido en una comedia desaforada, donde cada acción es puesta en duda, pertenece al imaginario de Amelia y en realidad no sucede lo que acabamos de ver. Hay música de películas también, bendito homenaje al cine, como "Según pasan los años" (matizada con un video en que Amelia y Rolando personifican a Bogart e Ingrid Bergman en "Casablanca"), "Candilejas", de Chaplin o la banda de sonido de James Bond o de "El último tango en París", del Gato Barbieri. El montaje musical de los videos es otra grata sorpresa que se agradece, porque no abunda ni cansa y entretiene la visión en determinados cuadros musicales.
La calidad de los intérpretes no la vamos a poner en duda, Darthés ha trabajado en diversos musicales tanto en su faceta de cantante como la de actor, por ejemplo en "El Beso de la Mujer Araña", "El Diluvio que viene", "Molly Brown", "Nine", "Arráncame la vida" o "Un amor de novela", sumado a sus manifestaciones como actor en diversos programas de TV u obras teatrales. Radano vino al mundo de la mano de Pepe Cibrián Campoy en 1990 con "Drácula" y luego siguió con "Cats": "La Bella y la Bestia", "Chicago" o "Cabaret", para seguir con "La Ópera de Tres Centavos" de Brecht & Weill en el Teatro San Martín, también dirigida por Betty Gambartes hasta llegar a producciones internacionales en Alemania o Francia, llegando a trabajar con el gran Alfredo Arias en Francia, Italia y Argentina, quien la dirige en gran cantidad de obras. Y Michel Noher es el único no-cantante del equipo (quien sin embargo canta dos o tres temas) destacándose más en obras dramáticas.
La épica de la telenovela (tan elogiada por mi querida Cecilia Absatz) se demuestra en esta obra a través de rasgos que le son propios, como las llamadas telefónicas, los diálogos que mantiene con Roli o algunas escenas con Rolando (imaginado), quién hasta se da el gusto de cantar una versión de comedia musical de "Esta tarde vi Llover", la que termina fundiéndose con "Singing in the rain" con baile a lo Gene Kelly y todo. Cada canción está tratada de un modo especial y diferente a las demás, como puede cantar un tango como "Angustias" y fundirlo con una canción como "Sin tí" (Darthés-Radano) y lograr resultados increíbles. Esperemos por la salud de la cartelera porteña que esta obra dure bastante en cartel y como es de esperar, la recomiendo fervorosamente tanto para grandes como para los chicos ya que toda la familia la va a pasar bien.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 8 de abril de 2017

Mi crítica de "Elle" (Cine)

Vi "Elle", la excelente y cuestionada película de Paul Verhoeven (2016) por la cual Isabel Huppert estuvo nominada al Oscar como mejor actriz. Debo decir a favor de ésto que el trabajo de la Huppert está muy bien, muy contenido, pero que es uno más de los que nos tiene acostumbrados, así como los que hizo en su atrapante asociación con Claude Chabrol al final de la carrera de éste, por poner un ejemplo, y de tantísimas otras buenas películas francesas. Pero que acá, a mi entender, por sacarse sangre en cámara, ya se merecía el Oscar... Cerrado el tema.
Y digo polémica película porque está llena de escenas fuertes en cuanto a su contenido emocional más que visual. Empieza con la de la violación de Michéle por un desconocido encapuchado, en donde ella respira agitada y entrecortadamente, en una mezcla entre padecimiento y gozo, secretamente parece haber disfrutado de esa relación. Se repone como puede, sin ir a la policía pues ella está estigmatizada como la hija de quien fuera un asesino psicópata, Georges Leblanc, quien un día entró a casa de sus vecinos cometiendo 26 horrendos crímenes y luego incendiando su casa en compañía de su hija Michéle de 10 años, quien parecía divertida. Desde 1970 y pico que el padre permanece en la cárcel y se le ha pedido una excarcelación en este momento. Michele es reconocida todavía en algún lugar donde una mujer le arroja una bandeja de comida encima. Por eso es que no quiere ni oir hablar de la policía. Esa misma noche recibe a su hijo Vincent (Jonan Bloquet) en su casa , con sus planes de futuro padre con una novia que no le conviene, lo desprecia y está con él ciertamente por el dinero de la madre, Jesie (Alice Isaaz).
Lo cierto es que Michéle viven en una gran casa con todos los lujos y muy mal protegida, con una verja que da a la calle sin traba y ventanas muy expuestas sin persianas (o que permanecen eternamente abiertas): todo se puede ver desde afuera. Trabaja en una productora de video juegos violentos y sádicos de dónde ella y su amiga Anne (Anne Consigney) son las jefas y decide sobre el futuro de esos juegos.
A la noche siguiente de la violación se encuentra a comer con su ex marido Richard (Charles Berling) y Anne y su marido Robert (Christian Beskel), a la sazón amante de Michéle. Y les comenta del ataque y la violación. Todos se escandalizan aunque no lo suficiente. Robert le comenta que ha conocido a Héléne, una bella profesora de gimnasia interesada en literatura (él es escritor-filósofo) con la cual ha entablado una relación y a la que Michéle irá a conocer. A todo esto el cuadro se completa con la madre de Michéle, Irene (Judith Magre) una vieja altiva que piensa casarse con un amante varias décadas más joven que está con ella por la plata. Y se cierra el círculo con la pareja de vecinos amables de Michéle: Patrick (Laurent Lafitte) y Rebecca (Virginie Efira). Una noche que ella vuelve tarde Patirck le dice que persiguió a un extraño que estaba merodeando la casa de ella y la acompaña al interior de cu mansión revisando que todo esté bien. Michéle tiene cierta debilidad por Patrick y es así que durante la cena de Navidad que mantienen todo el plantel juntos, ella deslice su pie por la entrepierna de él. He sido tan detallista porque dentro de todos estos nombres está la identidad del violador.
El atacante le manda mensajes intimidatorios a su celular mientras está en su empresa y un día aparece un video juego de una violación por parte de un monstruo a una mujer con la cara de Michéle, que es conocido por toda la compañía. Michéle sospecha de todos y cada uno de sus empleados y hasta le manda a uno de ellos a investigar de dónde salió el pernicioso video y le pide que la adiestre en tiro. Por su parte se compra un arsenal de gas pimienta y una pequeña hachita con filo y punta para defenderse. Las pruebas irán y vendrán sin descanso, y mientras le indica a Robert que dejarán de ser amantes observa con largavistas a su vecino mientras se masturba.
Pero resulta que Michéle es atacada por el encapuchado una segunda vez y en esta logra defenderse y clavarle unas tijeras atravesándole la mano y desenmascararlo... era quien menos sospechábamos. Pero aquí empieza la segunda gran parte de la película y es que ella decide no denunciarlo y comienza una especie de romance con él. Se ven en buenos términos, hasta comparte cenas con su hijo y todo transcurre en un ámbito de "gente civilizada". ¿Pero hasta dónde ha llegado la locura de esta mujer para ser la amante de su violador? ¿Es tal vez por la culpa que siente de haber "admitido" los aberrantes crímenes del padre, ante los cuales todavía siente escalofríos? ¿Será el antiguo adagio que dice que en la intimidad de una mujer todas desean ser violadas -cosa que no comparto-? Por lo menos Verhoeven, quien se hiciera famoso por películas como "Robocop" (1987), la polémica "Bajos Instintos" (1992), la subvalorada "Showgirls" (1995) y la espantosa "El Hombre sin Sombra" (2000), nacido en Amsterdam (Países Bajos) y a sus casi 80 años, nos mueve la estantería con respecto a lo formalmente establecido: que toda mujer violada queda con un espantoso trauma. Michéle no, y hasta tal punto que acepta ser violada nuevamente por el sujeto, sujeta a sus normas, es decir, con golpes, trompadas, patadas y humillaciones varias. Luego de eso piensa en denunciarlo a la policía. Pero se prepara para un nuevo ataque y siendo defendida por su hijo, éste lo mata.
Allí sí recurre a la policía y todo se aclara y todos felices. pero el alma de esta mujer queda desbaratada.
Película más provocadora que profunda (como se pretende dar a entender) pone sobre el tapete no obstante un viejo problema, aquel de "relájate y goza" que está en boca de todas las mujeres. Puede abrirnos interrogantes, puede hacernos pensar, pero para mí no va más allá que el extraordinario cruce de piernas de Sharon Stone en "Bajos Instintos".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

Mi crítica de "La Chica sin Nombre" (Cine)

Acabo de ver esta extraordinaria película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne (belgas de 60 y pico de años) y la verdad que, como todas sus obras, me dejó más interrogantes que certezas. ¿Que es lo que constituye la entidad de una persona? ¿Su nombre o sus acciones? ¿Puede una persona no haber pasado por este mundo si es enterrada sin identificación?
Repasemos la no muy extensa carrera de los Dardenne. Surgieron a la notoriedad ganando varios festivales con "Rosetta" (1999), se establecieron con "El Hijo" (2002), formaron cayo con "El Niño" (2005) y continuaron su nivel con "El Silencio de Lorna" (2008), "El Niño de la Bicicleta" (2011), la excelente "Dos Días, una Noche" (2014) y ahora arriba esta, "La Chica desconocida" (tal su título original, del 2016). Siempre con una cámara inquieta (la stedycam) que sigue a sus personajes caminando desde atrás o se mete en sus poros para registrar la menor imperfección en sus rostros para indagar a fondo la psicología del personaje, qué le pasa en cada momento y cómo vive su historia.
Acá nos encontramos con Jenny Davin (excelente Adéle Haenel), una médica joven y linda, recién recibida, que no abandonará ni un minuto la pantalla. Acá, como en toda la filmografía de los prestigiosos hermanos, el tema básico es el de la identidad, pero acá tratado de forma mucho más contundente que nunca. Es la identidad de una muerta la que no aparece, y según la médica, hasta no confirmarla no podrá descansar en paz. La historia es así. Jenny comparte consultorio de un centro de salud con Julien (Olivier Bonnau), un joven aún no recibido que pronto abandonará la medicina y se irá a hachar árboles. Una tarde congestionada de pacientes, terminan con el último cuando suena el timbre de la puerta. Deciden no abrir y se van a dormir. A la mañana siguiente llega la policía y le piden revisar su cámara de seguridad, porque la mujer que fue en busca de ayuda ha sido asesinada a unas cuadras de allí. Sólo saben de ella que es una mujer negra, africana. Desconocen el nombre y actividad de la chica, por lo que Jenny se dedica a difundir su foto desde su celular a toda persona que encuentra. Así un joven paciente de ella, Bryan titubea y parece tener algún dato. A las cansadas le confesará a la joven doctora que la vio esa noche haciéndole sexo oral a un hombre viejo en una camioneta (acá es la traducción por casa rodante). Jenny detecta el lugar y se entrevista con el hijo del hombre quien la echa despectivamente, y así llega hasta ese señor viejo, Mr. Lambert (Pierre Siumkay) que reside en un geriátrico. Le hace unas preguntas sin llegar a nada concreto cuando arriba su hijo y la despide brutalmente.
Le dan el dato de un cyber donde ella paraba y allí se dirige. Le muestra la foto a la empleada negra del lugar y a dos parroquianos, que resultan ser proxenetas y al día siguiente la amenazan en su auto y le dicen que se aparte del caso. Jenny deberá enfrentarse con todo el sistema de la prostitución, que es, en definitiva a lo que se dedicaba esta joven chica de 16 años. La policía dice haberla enterrado sin avisarle y Jenny va al cementerio para que la saquen de la fosa común y ella decide alquilarle una tumba, aunque sea una NN. En todo este tiempo, la policía descubre el nombre de la chica (falso, después comprobamos que sería otro), pero no es conveniente seguir revelando detalles aquí, para no estropear el final.
Digamos que "La Chica sin Nombre" es una muestra de cómo el cine puede ser profundo sin aburrir, aún más, tensando un relato policial y de pesquisa que se vuelve atrapante. Hay de todo en la trama, culpa, sexo, envidias, redenciones, secretos y mentiras. Los Dardenne pueden tocar cualquier tema que siempre lo van a hacer con altura, con estilo y con una manera muy particular de contar las cosas.
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 3 de abril de 2017

Mi crítica de "Como el Culo..." (Teatro)

Ayer viví una pesadilla llamada teatro. Porque fui a ver esta obra de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields (¡tres cabezas para pergeñar semejante bodoque!), muy promocionada como el éxito en Londres y Broadway ahora en la Argentina. Realmente me sentí estafado en mi plata y en mi tiempo, y me extrañó porque la dirección es de Manuel González Gil que tiene mano para la comedia. Pero vamos desde el principio, la obra es un slapstick y a mí ese género me rechaza (tal vez sea yo el que estaba desubicado ya que todo el mundo se moría de la risa y hasta aplaudían algunos gags). El slapstick es casi propiedad del cine, por eso vayamos a citar a Eduardo E. Russo y su "Diccionario de Cine": "El término designa cierto implemento usado por los payasos de circo y compuesto por dos piezas planas de madera que hacen, al chocar, más sonoros sus aparatosos golpes. Cuando en una comedia la acción empieza a hacerse más veloz, se acaban las palabras y los cuerpos se aprestan a participar de una danza alocada con el objetivo de destruirse los unos a los otros (mediante bofetadas, empujones, patadas, tortas de crema, palazos o piquetes de ojos), podemos estar seguros: entramos en el territorio del slapstick. Es la forma más física -y baja, remarcan los teóricos del arte dramático- de la comedia, lo cómico primitivo, la pulsión anárquica copando el cine. Mack Sennett, promotor del caos organizado, fue en el cine mudo su primer maestro. El 'slapstick' posee un costado evidente, el caótico y aniquilador de cualquier orden pero especialmente el de las convenciones burguesas, y otro sistemático, más recóndito pero que se adivina en su coreografía  compleja, en sus efectos dominó y los dibujos que trazan sus reacciones en cadena."
Dicho esto señalemos que Laurel y Hardy, así como Los Tres Chiflados hicieron gala de este exponente, será por eso que no me gusten sus trabajos. Y esta obra que estoy tratando es puro slapstick, sus corridas, caídas, golpes, etc. así lo confirman. Y me parece que en teatro eso es un logro menor. No consiguieron sacarme ni una sola sonrisa. Me indigné porque antes de comenzar la obra había una técnica probando una de las puertas de la escenografía que no abría (Fernanda Metilli) y un operador de sonido buscando un CD perdido entre las filas (Maxi de la Cruz, el "Bichi" de los espectáculos de Valeria Lynch). Me hicieron entrar a mí también en el juego. Sabía que era una obra donde todo salía mal pero no pude imaginar que con las luces encendidas ya había comenzado la pieza.
Enseguida se presenta el director de la obra "Asesinato en la Mansión (¿?)" que pasará a representar el grupo de actores de la Universidad Municipal de Morón (¡un grupo de aficionados!) y empiezan los inconvenientes con la luz y la música, incluso juega con una espectadora de la primera fila reconociéndola como la centenaria autora de la obra y hasta la hace decir unas palabras. Empieza la obra, con un muerto sobre una chaise longue, Charlie (Gonzalo Suárez), dueño de la mansión y que celebraba ese día su compromiso con Florence (Florencia Raggi). Enseguida entran en escena el mayordomo Perkins (Marcelo de Bellis) y Thomas (Walter Quiroz). Y cuando aparece Mike (Nicolás Scarpino), hermano de la víctima, salvamos la plata, porque Scarpino es un actor que lleva la comedia en la sangre. Todavía falta que entre el Inspector (Diego Reinhold) otro actor desubicado.
Dice mi directora de teatro Elsa Orrea en su estudio, que un gag puede repetirse hasta tres veces. Más no porque pierde efecto. Acá los gags se prolongan hasta el infinito y la gente parece no cansarse. Entre puertas que no abren, repisas que se caen armando un barullo colosal, letras mal aprendidas y escritas en el interior de un saco, nieve que son papelitos arrojados por los técnicos y ascensores que se traban sucede la trama de la obra que está dentro de la otra obra. Hay un metalenguaje teatral que no es difícil de apresar, pero que hace que se pierda interés en la obra que cuenta "Asesinato en la Mansión...". Todo se sucede a gran velocidad, casi sin dejarle reflejos al espectador. Se repiten parlamentos, se adelantan otros "tratando" de causar gracia. En un momento, Florence es aplastada por la puerta que se abre sobre ella y se desmaya, son increíbles los movimientos del elenco tratando de sacarla por la ventana, completamente inerte, mientras la acción sigue en el proscenio. Enseguida será reemplazada por la técnica, que , letra en mano tratará de hacer creíble su papel. Luego, paulatinamente irá destruyéndose toda la escenografía. Lo que es impactante de este grupo de "aficionados", es el coraje que ponen en seguir remándola y acabar con su obra. Por fin consiguen salir a saludar.
La obra no es mala, sólo que es muy reiterativa con todo lo que pueda salir mal... saldrá (Ley de Murphy) y ni en los peores elencos se ha visto tanta improvisación. Las actuaciones son buenas, si bien el único que compone un personaje es Scarpino, como un actor que recita sus partes con la impostación digna de un principiante. Florencia Raggi también sale airosa con su seductora Florence que vive un romance con Mike, hermano del muerto (que después resulta no estar tan muerto). Marcelo de Bellis... qué quieren que les diga, nunca me gustó este tipo, pero tiene que llevar plata a la casa así que déjenlo actuar. Los demás están correctos, tratando de hacer reír sin saber cómo hacerlo realmente. Se nota la falta de gracia en aquellos cuyos papeles daban para algo cómico.
En definitiva, que parece que no la estoy pegando este año con los espectáculos que elijo, entre la falta de espectadores y la falta de calidad del teatro que se presenta estamos en el horno. Espero que repunte un poco con cuatro o cinco obras que me faltan ver. Es decir, que anoche la pasé fatal, aburridísimo y con ganas de escaparme del teatro. Muchachos, pónganse las pilas y hagan algo bueno...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).