domingo, 19 de junio de 2016

Mi crítica de "Venecia" (Teatro)

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"Venecia" es la historia de un sueño, de un deseo, de un anhelo. Pero también es un viaje iniciático. Es una farsa. Es ficción dentro de la ficción. Es todo eso y mucho más, es imaginación, ternura, risas, la historia de una vida hacia su muerte.
Teatrix lo hizo de nuevo, esta vez haciendo una trasmisión desde dentro del teatro, en el momento mismo de la función, con los actores y los espectadores en comunión, trasmitida para casi todos los países de América Latina. Debo decir que acá la visión y el sonido fueron impecables, tanto como el ágil trabajo de las cámaras que logró planos de conjunto y primeros planos en una aventura teatral sin precedentes (es la primera vez que se transmite teatro en vivo desde dentro de la sala para casi todo un continente).
En su cuarta temporada y después de haber andado mucho por el mundo, "Venecia" llega a nuestras casas por medio de Teatrix. La historia pergeñada poro Jorge Accame transcurre en Jujuy, pero no en el Jujuy moderno y pujante, sino en un baldío donde funciona un prostíbulo, con tres cuadrados de cemento que sirven de sendas habitaciones, que utilizan las tres chicas para llevar a cabo su trabajo. Ellas son Rita (Silvina Quintanilla), Graciela (Mariana de Cristóforo) y Marta (Denise Variloff). Y la gran presencia omnisciente es esa madama ciega y vieja, la Gringa, interpretada por la sinigual Adriana Aizemberg. Parece que las chicas tienen un solo cliente, que va alternando, el Chato (genial, Ricardo Barrionuevo) y el elenco se completará con la figura anzuelo, faro en la distancia de la vida de la Gringa, el italiano Giacomo (Christian Giménez).
La Gringa ha conocido tiempos mejores como bailarina en un teatro, y ha conocido Buenos Aires. Ha quedado perdidamente enamorada de un galán que conoció en su juventud, el tano Giacomo que prometió llevarla algún día a Venecia. Y resulta que a la vejez, se la vino a meter en la cabeza a la Gringa la idea de viajar a esa ciudad italiana. Sus protegidas saben que no le queda mucho hilo en la cuerda y deciden llevarla a Venecia, pero cuando se informan de dónde está y lo que sale el pasaje en avión deciden montar una farsa, llevarla por medio de la imaginación. Y hablo de ficción dentro de la ficción porque la puesta en escena que arman no puede convencer a nadie que esté en su sano juicio, la Gringa no es estúpida, sabe que la están engañando pero prefiere no enterarse y seguir el juego. Así como se engaña a un niño con Papa Noel o los Reyes, de igual modo van a hacerle creer a esta mujer frágil que, dentro de su ceguera, se va a subir a un avión y que va a navegar en góndola por los canales de Venecia. 
Todo se arma precariamente. Con unos tablones, cajones de bebidas y cuatro sillas se improvisa ese avión (sustentados por un ventilador) y la góndola que la llevará finalmente a reencontrar su amor. Pero como dice el refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente", y con su bastón de ciega se subirá al "avión" y navegará en góndola. El último momento de su vida lo reserva para una ensoñación, reencontrarse con su amado y bailar con él mientras éste le canta en italiano. Después de eso muere. Pero no es el humor lo que escasea en la obra, hay mucho de ello hablado en una tonada provinciana que hará más creíble su situación geográfica.
Las chicas no se caracterizan por tener el físico para prostitutas, pero en ese pequeño poblado "es lo que hay". Incultas a más no poder, disfrutan bailando al compás de un órgano eléctrico que le regalaron al Chato, quien busca sus servicios a cambio del baile. Las confusiones del lenguaje con el italiano y de las obras de arte que pueblan Venecia es lo que provoca los momentos más reideros. Hay mucha poesía en el relato, y Accame mira a sus personajes con ojos inocentes, casi podría tratarse de tres empleadas de una oficina que están en su momento de juerga y de descanso. La vieja madama, de tan deshilachada y obsesionada impone piedad, y el cliente, que será el gran "hacedor" de las escenografías del viaje y el "culto" del grupo es otro personaje querible y cándido. Todo en "Venecia" está puesto para emocionar, y las actuaciones son perfectas, en el orden de la ignorancia y la espontaneidad. Se trata de un viaje iniciático decimos, porque sin moverse del lugar del prostíbulo lograrán "llevar" a la Gringa a través del océano y disfrutar hasta de la bendición papal, un viaje que culmina cuando termina su existencia, pero que las chicas parece que van a seguir con la farsa para "volver" a Jujuy.
Una gran obra que por lo fugaz de su paso por Teatrix nos deja un regusto a lo inacabado, lo inalcanzable por no poder retenerla (esperemos que pronto la editen) y que nos hace recordar que hasta en el último momento podemos soñar con lo imposible, con la felicidad y con abrazar nuestro destino. Un ¡Bravo! para el equipo de Teatrix y para el elenco todo. La obra sigue en cartel, para quien no la haya visto la recomiendo calurosamente ya que va a pasar un muy buen momento.
Gracias por leerme hasta acá nuevamente.
 El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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