lunes, 27 de junio de 2016

Mi crítica de "Marica" (Teatro)

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Acabo de ver por Teatrix, en excelente grabación la obra de Pepe Cibrián Campoy "Marica", y todavía siento un escozor en la espina dorsal. Es una obra descomunal, impresionante, ya que está escrita no sólo pensando en la autodefensa de la comunidad homosexual sino de todos aquellos que piensan diferente al régimen establecido. Todos los que fueron víctimas de la persecusión por animarse a pensar, a hacer oir su voz, a mostrarse tal cual son, sin tapujos, a animarse a la diferencia y a la desigualdad (no es cierto que todos los humanos somos iguales). Lejos del teatro musical que lo llevó a la fama, Cibrián propone un viaje íntimo, despojado, con sólo una silla y un manojo de papeles ayudamemoria que eleva el espectáculo a la categoría de sublime porque lo que vale es el sentido de la palabra, el peso específico del texto, su hechura minimalista. El final de este texto de una hora diez de duración fue pronunciado por él en la Cámara de Senadores cuando se aprobó la Ley del Matrimonio Igualitario, y le saldó varios premios y menciones honoríficas. Es que Cibrián reivindica a la comunidad gay, pero lo hace con tanta solvencia y poesía que nos obliga a hacer nuestras sus palabras.
La obra está escrita en verso, en admirable coincidencia estilística con la de García Lorca, quien es el personaje central de la pieza, y bien podría haber sido escrita por él, que no tendría que arrepentirse ni de una coma. La forma de hablar (españolizada), la cadencia, el ritmo del verso, el contenido, todo pudo haber salido de la pluma del gran poeta granadino, pero salió, en admirable mímesis, de la de Cibrián. Se trata de un unipersonal, de un extenso monólogo sin cortes ni solución de continuidad en el que se destacan los últimos momentos de vida de García Lorca, poco antes de su cobarde fusilamiento. Y viene a resultar que el manifiesto es un diálogo entre Federico y su asesino o verdugo. Aparecen también en momentos desgarradores la madre, el padre y su gran amor: Salvador Dalí, todos encarnados por Pepe.
El texto hace un panegírico en defensa de los "maricas", pero lo compone con tanta poesía, con tanto detalle, con la puntada fina que nos hace adherirnos a su causa y salir a la defensa nosotros también. Es capaz de convertir en sublime lo bajo u obsceno, como sus aventuras por los mingitorios manoteando esos "peces blandos que se vuelven duros al roce de una mano" que él tanto deseaba. En otro momento se siente fecundado por sí mismo y decide parir otro Federico, que engendrará a la vez miles de Federicos nuevos.  Los diálogos con padre y madre son muy sentidos y profundamente desgarradores; su relación con Dalí está esbozada pero deja bien en claro quién es quién ("quiero tu bigote"). A medida que recita (y hace una vivisección del alma humana) va lanzando las hojas al aire, que luego serán pisoteadas o acribilladas de tanto dolor. El diálogo con el verdugo es admirable, ya que le inspira un hálito de humanidad a ese asesino, quien llega incluso a decirle que lo quiere abrazar y que está tentado por leerlo. Pero Federico no fue muerto por su condición de gay solamente, sino, primero y principal, porque era un ser pensante, que no aceptaba el yugo de la tiranía ni quería doblegarse bajo las botas militares, porque en sus obras vomitaba lo que la mayoría pensaba pero no se animaba a decir, por ser, en fin, la voz de la rebelión.
Cibrián Campoy se presenta todo vestido de blanco, con una blusa de hilo muy suelta, el pelo desordenado y descalzo, desafectado de tantos collares y colgantes que suele lucir comúnmente, para hacer que sólo se repare en lo que él dice. Y es que cada verso tiene una importancia capital, toda su dulzura y también su bronca está puesta allí (véase sino el inflamado texto con el que Federico se despide de la vida ante su pelotón y con el que Pepe termina su espectáculo). El discurso desarma cualquier tipo de prejuicios que se puedan tener contra la condición gay. Habla de sus amores (o amoríos, como lo llama él) con otros hombres, pero lo hace con tanto tacto que olvidamos que no se está hablando de un hombre y una mujer.
Un comentario aparte merece la capacidad de Cibrián como actor. Ya lo sabíamos por sus musicales que es inmenso, pero acá pone, como se dice vulgarmente, toda la carne al asador. Es capaz de pasar de la risa más contagiosa a derramarse en lágrimas, de trocar un susurro amoroso en un grito de impotencia ahogado. Y cuando emprende vehemente la defensa de su condición lo hace con tanta garra que es imposible que no transpire como lo hace, terminando el espectáculo bañado en un mar de sudor. En otras manos este difícil texto no hubiese tenido la potencia y la ductilidad que tiene en las de su propio autor y director. Sólo tiene una silla como escenografía, y es de allí a pararse, recorrer el escenario o parapetarse detrás del asiento que se maneja este grande de la escena nacional. Para mí un descubrimiento nuevo y feliz, y le auguramos desde aquí que siga ocupándose de textos preciosistas y contenidos o explosivos, pero siempre recorriendo y desbordando el alma humana.
Gracias a Teatrix por editar este material y permitirnos disfrutarlo.
Y gracias a ustedes por leerme nuevamente hasta acá.

 El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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