viernes, 1 de julio de 2016

Mi crítica de "Juana, la Loca" (Teatro)

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Ahora, gracias a la magia de Teatrix podemos acceder a este mágico (sí, ¿por qué no?) espectáculo escrito y dirigido por Pepe Cibrián Campoy y actuado por Patricia Palmer, ya que, al igual que "Marica", se trata de otro unipersonal, un monólogo escrito en verso de una hora cinco de duración, perfectamente disfrutable y admirable. Pepe Cibrián se revela, en su anterior trabajo y en este, como uno de los grandes autores de texto en verso, más allá de los musicales a los que nos tiene acostumbrados (perfectos en su concepción también), pero acá se ve la calidad de un autor que tiene una hondura, una profundidad, una musicalidad en el decir y en el escribir, un talento para decir cosas y transmitirlas, poco frecuentado en esta época del teatro en prosa, donde el verso ya ha quedado atrás. Pepe revitaliza todo eso y lo hace, no sólo con altura, profesionalismo y calidad sino también con una actualidad en las ideas poco frecuentado en ese género. Y es Patricia Palmer (una actriz que -debo confesar- hasta hoy yo consideraba menor) quien le presta perfecto envase a esa Juana la Loca, carcomida por la sensualidad y sexualidad, por los celos y la pasión, una actriz exacta para todo lo que quiere transmitir el gran Pepe (este es uno, tenemos al otro gran Pepe que es Soriano).
Por la historia nos enteramos que la llamada Juana la Loca nació en 1479 sólo para morir en 1555, viviendo sus 75 años; que fue hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y que fue reina de Castilla de 1504 a 1555 y de Aragón y Navarra desde 1516 hasta 1555 pero fue una reina virtual (hoy está tan de moda la palabra) ya que desde 1509 hasta su muerte estuvo encerrada en Tordesillas primero por su padre y luego por su hijo Carlos I. La historia que nos cuenta Cibrián la halla ya presa en su torre y con su sillón de reina como única escenografía. Palmer luce una ropa de reina deslucida, con enaguas y capa y va descalza (igual que Pepe en "Marica", se ve que es ya sello de autor). Y lo que nos presenta es una reina en cautiverio acosada por los fantasmas de su vida, su gran poder de seducción y su deseo insatisfecho, su amor espiritual y el carnal por sobre todo. Se cuenta de cómo se enamoró y casó con Felipe el Hermoso, heredero de Flandes, de cómo vivieron un amor apasionado signado por el sexo y la pasión y de cómo fue luego despreciada por él, rebajándola a menos que una ramera, directamente a un ser despreciable que le inspiraba el más profundo de los ascos y las repulsiones, y de la descendencia que tuvieron.
Juana es tratada de loca precisamente por su pasión por todo lo que fuera amor sensual en todas sus manifestaciones, y por los celos terribles que le atacaban cuando Felipe se iba por ahí con otras mujeres, ya que parece que no le hacía asco a su fama de "Hermoso" y cuando ya no le servía el refugio que Juana le daba entre sus brazos y sus piernas, debía buscar estímulo en el afuera. Los fantasmas incluyen a su tremenda madre, quien actuaba junto a la feroz Inquisición para echar a los moros y a los judíos de tierra española, y a practicarla con su propia hija; a sus diálogos con Felipe en su época de enamorados tanto como en la de amante de otras; e incluso con la visión de sus nietos, uno de los cuales lleva el nombre de Felipe. Pero su gran locura se debe a la muerte de el "Hermoso" y a su negativa a despedirse de él en este mundo terrenal. Es algo que definitivamente no acepta ni puede admitir sin partirse de dolor. Su cautiverio la muestra ensoñándose con sus aventuras sexuales desde la juventud hasta la vejez, donde ya las costras, el pelo largo hasta el suelo y las manchas en sus vestidos la convierten en una vieja aborrecible, sumada a la persistente tos que la acompaña en su retiro carcelario.
Los pasos de un estado a otro dados por la Palmer son admirables, los hace con tal desenvolvimiento y naturalidad que nos hacen creíbles todas sus edades, claro, esto está mágicamente (y aquí revalorizo la palabra) dado por la iluminación que Cibrián Campoy sabe darle. Lo que hace con la luz es auténticamente un prodigio, creando climas, transiciones allí donde las hay como donde no, cambiando los estados mentales del personaje, en suma: magia.
"Se me pasa el tiempo", repite sin cesar la Loca, y es cierto, el tiempo pasa para aquella reina prisionera, pero a la vez se le hace largo, parece no pasar en esa torre a la que ha sido confinada. Y tiene el tiempo necesario para repasar toda su vida de amoríos con un sólo hombre y sus desengaños con este, y todo lo que hubiese querido vivir si no hubiera estado presa. Fue una vida miserable la que pasó la pobre Juana por pretender sólo una cosa: amar y ser amada.
Cibrián como director se anota otro poroto en este proyecto, tanto en su creación de climas psicológicos (ya lo dijimos) como en la movilidad del personaje en escena, ya que a pesar de contar con un sólo elemento escenográfico sabe dotarla de tanto magnetismo y circulación dentro del proscenio que no cansa ni se repite nunca. Es todo un hallazgo como director de actores.
Y qué podemos decir, que agradezco infinitamente a Teatrix la dicha que me ha dado de poder ver este excelente espectáculo que en su momento no pude ver en el teatro. Altamente recomendable.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
 El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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