sábado, 30 de julio de 2016

Mi crítica de "Un Hombre Equivocado" (Teatro)

Anoche, con el pleno frío del invierno, fuimos a ver la penúltima función de la obra de Roberto "Tito" Cossa "Un hombre equivocado", que se daba en la sala mayor del Teatro Nacional Cervantes. Ya el título de la obra parece una paradoja, ¿un hombre está equivocado por su afán de querer ser honesto? Está puesto con toda mala intención y doble sentido por el autor, y me hace acordar a las palabras de Kant cuando decía que aunque existiera un solo hombre moral, ya podríamos decir que la moral existe. Y este Luis Bellomo, protagonista del relato, es un hombre moral, llevado hasta sus últimas consecuencias. Tito Cossa ha sido el creador de grandes obras, recordemos algunas: la extraordinaria "Gris de Ausencia" que escribió para Teatro Abierto en 1981, "La Nona", "El Avión Negro", "El Viejo Criado", "Ya nadie recuerda a Frederic Chopin", "Angelito" o su enorme "Yepeto", que estuvo un montón de años en cartel, con distintos elencos, pero recuerdo muy especialmente la inaugural con Ulises Dumont y Darío Grandinetti. La obra que nos convoca hoy fue escrita en compañía de Carlos Somigliana, en forma de guión para lo que sería la película "El Arreglo", dignamente dirigida por Fernando Ayala en 1983, con un elenco liderado por Federico Luppi, Julio De Grazia, Rodolfo Ranni, Haydée Padilla y Susú Pecoraro, ente otros.
"Un hombre equivocado" es una obra para la polémica y sugiere como disparador de varios interrogantes: ¿se puede llevar una moral perfecta sin lastimar a nadie? ¿y cuando se está perjudicando a gente querida por sostener una idea, es lícito seguir haciéndolo? ¿hay límites que no deben franquearse a ningún precio? ¿se puede ceder un poco en los principios sin caer en la categoría de "antiético"?, ¿cuáles son esos límites que no se pueden sobrepasar? Todo esto y mucho más es lo que nos plantea la obra de Cossa en un momento histórico que lo planta en un propio conflicto moral seguramente: él como socio fundador de "Carta Abierta", el órgano de difusión intelectual del kirschnerismo, ¿se horroriza ante la corrupción y el desbande que ahora se está descubriendo de ese gobierno? Seguramente él a solas con su conciencia lo sabrá... nosotros por el momento no.
La obra, para quien no haya visto la película (acá está ligeramente transformada en su planteo) empieza con Olga (Alejandra Darín) contándole a su nieta Elena (Sofía Bertolotto) su periplo junto a su marido Luis Bellomo (Alejandro Awada) en su lucha por el agua potable. El tiempo va para atrás y nos hallamos en un distrito del conurbano bonaerense sin agua potable, todo es a bomba y antes, en una bomba comunitaria que les quedaba a siete cuadras y de la que Olga se encargaba de ir y venir con los baldes llenos de agua. Un buen día llega la conexión del agua potable, pero quiere el destino que a los que vivan de la avenida para allá no les corresponde por cambiar de partido justo en ese límite. Claro, Luis y sus amigos están de la avenida para allá... Enseguida surge la coima y el capataz de la obra (Vando Villamil) "estiraría los caños unos metros más allá" por la suma de 500 $. Todos en la cuadra deciden arreglar, menos Luis, que tiene una moral a prueba de coimas, de vientos y de mareas. Su amigo Vicente (Manuel Vicente) aguanta firme todo lo que puede, pero al final termina cediendo. La "heroicidad" de Bellomo hace indignar a su familia, no tanto a su esposa que lo sigue en lo que él decidiere, sino a su hija Graciela (Maia Francia), embarazada a punto de dar a luz y a su yerno Mario (Gustavo Pardi), con quienes comparte terreno y bomba de agua. Pero Luis no cede un gramo de su dignidad, auspiciada por la figura de un abuelo italiano que peleó junto a Garibaldi y que dejó bien plantado el apellido Bellomo para la historia (luego, su hija, investigando no encontró ningún certificado que acreditara la moral del bisabuelo -claro, esos certificados no quedan justificados en los anales -perdón por el término- de la historia). Cuando la beba nace todo se vuelve más dramático porque se necesita agua que salga de una canilla tanto para alimentarla como para cambiarla y ahí se vuelven más feroces los reclamos al padre. Un padre que siempre fue demasiado contenido , casi seco, que nunca le prodigó una caricia a su hija  ni siquiera un beso, es justificada su seca actitud de resistencia ante el avasallamiento de lo corrupto. Pero , ¿se justifica hacer padecer a su familia los sinsabores de la privación en semejante circunstancias? ¿No podría haber dado su brazo a torcer? Su hija lo acusa de soberbio en vez de ético y también tiene algo de razón. Finalmente hija y yerno terminan"arreglando" por el agua potable. Pero se desencadena un mal peor. La bomba ya no extrae agua, la napa se ha secado. Es ahí cuando  Luis Bellomo decide entrar en el "arreglo".
Las actuaciones son desparejas. Awada está muy bien para la televisión y el cine, pero el traje de Luis Bellomo le queda grande, no lo puede sostener, de igual forma que Luppi era el actor indicado para ese papel. Alejandra Darín está mejor en sus momentos de esposa joven que en los de anciana y Maia Francia sostiene con dignidad el papel de hija despreciada. Gustavo Pardi tiene muy buena voz y pronunciación, pero su actuación corre por otro registro paralelo al de la obra. Manuel Vicente, en el rol del amigo, como siempre se come la obra, es por lejos el mejor actor, ayudado por un personaje que trae el humor necesario para tan profundo drama (ojo, el humor corre por toda la obra como en los mejores dramas de Cossa). Y Vando Villamil, que es un buen actor, me defraudó en ese capataz, es como si le dijeran, "mirá, vos tenés que hacer de hijo de puta" y le pone todos los lugares comunes del hijo de puta (sobreactuación, verborragia, soberbia, pedantería, grandilocuencia, etc), es decir, cae en la "machietta" tan aborrecida por actores y público. La dirección es de Villanueva Cosse, y podemos decir que si bien pifió en alguna selección de actores y en su marcación, supo darle un ritmo ágil a la obra, haciéndola llevadera aunque conocida, y gran creador de climas.
De todos modos la obra tiene su valor intrínseco y vale por eso, y es una lástima que haya tenido una temporada tan corta en uno de los teatros más lindos (y más incómodos) de la Ciudad de Buenos Aires.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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