lunes, 28 de mayo de 2018

Mi crítica de "Conferencia sobre la Lluvia" (Teatro)

Una vez más fuimos invitados gentilmente mi amiga teatrera Amalia y yo, por mi amigo Fabián Vena para verlo en escena. Siempre supone una tremenda responsabilidad tener que hacer una crítica de sus espectáculos, no sólo porque se trata de un ser querido sino por tratar de estar a su nivel de calidad. Fabián tiene una virtud (entre muchas) y es la habilidad con que escoge sus obras, tiene una vara tan alta que uno puede ir a ver una obra en la que esté él que sabe que nunca lo va a defraudar. Tiene muy buen gusto y olfato a la hora de elegir.
Debo confesarles un secretito. Fabián hizo sus primeras labores sobre un escenario oficiando de sonidista y apuntador mío en mis unipersonales, a los 16 años. Y se ve que la idea estuvo muchos años rondándole y por fin cristalizó: se animó a hacer un unipersonal él mismo y bajo su propia dirección (en conjunto con José Luis Arias). Y empezó con todo. Con un texto de el escritor mexicano Juan Villoro a quien debo confesar que nunca leí, con esa magistral "Conferencia sobre la Lluvia". El personaje es un bibliotecario sin nombre, que está buscando sus extraviados apuntes para dar una conferencia sobre la lluvia. Pero es sólo una excusa para hablar del tema que más nos interesa: los libros y la lectura, y la pasión por ellos. Yo, como lector voraz y amante perpetuo de los libros (en este momento me encuentro disfrutando de la "Metafísica" de Aristóteles) me pliego enteramente a cada uno de sus parlamentos y de la emoción que supone tener un libro en la mano, acariciarlo, olerlo, recorrer sus páginas a vuelo de pájaro, detenerse en algún parágrafo... Él mismo admite que desde que sus tíos le regalaron a los 10 años "Los hijos del Capitán Grant", de Jules Verne, se estableció un rápido enamoramiento de los libros.
Y es que la lectura se encara como otra forma de unipersonal. Es el desafío de abismarse en un mundo extraño completamente solo, enfrentándose a uno mismo y a sus voces interiores (y recuerdos, y sensaciones, y gustos y placeres), en todo caso en franca comunión con el autor del libro, ese ser misterioso que dejó su impronta tal vez hace siglos para que ojos ávidos de saber lo reconstruyan. Es imposible no recordar la gran biblioteca ideada por Umberto Eco para "El Nombre de la Rosa", otro libro de homenaje a los libros, escrito por un gran amante de la literatura. Y más actualmente tenemos en España a Carlos Ruíz Zafón con su tetralogía de "el cementerio de los libros olvidados", serie de novelas que empezó con "La sombra del viento" y que relata la existencia de una gran biblioteca a la que se accede casi como a una logia masónica (la única condición es la pasión por la lectura) y en la que yacen libros abandonados u olvidados por siglos y de los que el aficionado puede llevarse uno para leerlo siempre que lo restituya. Dos magníficos ejemplos de como la literatura influye en el ser humano, único de entre los animales que posee el don de la lectoescritura.
Pero volvamos al unipersonal. Los papeles sobre la conferencia no aparecen, y lo que hace el otro yo de Villoro en escena es improvisar una charla versada en la lluvia, en la que se cuelan versos y textos de autores famosos como ese "Me moriré en París con aguacero, un día del cual ya tengo el recuerdo", de César Vallejo, o aquel otro "ni siquiera la lluvia tiene manos tan finas", de E. E. Cummings. Pues eso es la conferencia, una excusa para hablar de libros. Y de amores. ¿Por qué los grandes amores van siempre unidos a las grandes lecturas, podría preguntarse un no-bibliotecario como yo? Porque hubieron dos grandes amores en su vida unidos también a la lectura. Soledad y Laura, la antítesis de mujer. Soledad, la primera, hija de un cacique indígena y que tenía verdadera aversión por los libros. Su labor consistía en pasarle el plumero. Y odiarlos. Púdica como pocas, no tenía el menor prurito de gritar subida a una silla cuando un ratón (de biblioteca) se presentaba, lo que ocasionó el desbarajuste entre ellos dos, ya que él optó por defender a un libro antes que a ella.
Y Laura... la infinita Laura, con quien realmente se sintió pleno y que lo llevó a conocer todo un largo camino de experiencias físicas que desconocía. Pero eso era lo único que podía compartir con Laura, los placeres físicos. Aquella de "¿te gusta este hotel o no es lo suficientemente sórdido?" Profesora de Letras en la Universidad, se enamoró de él con sus ojos miopes de tanto leer pero a condición de vivir la felicidad que les deparaba el momento, sin querer conocer nada de la vida del otro ni dar a saber de la suya propia, nada de dobleces o bajezas.
Hay un sujeto a quien envidia el bibliotecario su amplia pelada, su "grande abdomen vacuo", como dijera Palés Matos y su pasión por la lectura, quien conoce del enredo entre aquél y Laura. Cuando el bibliotecario le pide algunos libros que le había prestado, falta uno en la entrega: la versión original de la traducción de "Las mil y una Noches", realizada por el Coronel Richard Burton, aquel que escribía en diez escritorios diferentes diez libros distintos a la vez. Se plantea la intriga de por qué no le devuelve el libro, hasta que la sorprende a Laura, en una visión furtiva, leyéndolo. Como él quería la felicidad completa con Laura, aquella de poder compartir cuerpo y alma, y esto no es posible para ella, todo se va al demonio. Sólo le llega al tiempo un regalo de ella: una cesta con un gatito llamado Bruno, quien se convertirá en inseparable compañero del lector avezado.
El viaje por entre anécdotas, libros y citas literarias se convierte en uno de esos decursos que uno hace con verdadero placer. Es un gozo ver a Fabián en escena, mal trazado, casi desprolijo, cargando pilas y pilas de libros, subrayando un párrafo en alguno de ellos y sacar otros tantos de los anaqueles para citar algún autor. El trabajo de Vena, con un acento difícil de identificar, se convierte en una minucia de detalles, inflexiones de voz, el tono justo para dar cabida a las bromas y la impostación precisa para emocionar. Su dirección ha sido la exacta para darle alma a ese bibliotecario distraído y cabrón que odia, por sobre todas las cosas a los hombres que usan chancletas, y sobre todo, con medias... También es reacio a escribir, no quiere caer en la autoindulgencia de ver su nombre tatuado en la tapa de un libro.
La escenografía la constituyen un escritorio atestado de libros, una silla y un atril sostenido por... libros. Y el fondo de escena lo adorna una proyección de una infinita biblioteca, que puede convertirse, según los avatares del texto en unas goteras que caen sobre el piso o ráfagas de lluvia que vuelan por los aires con gracia.
Debo admitirlo, una de las cosas que me hubiese gustado ser en mi vida es -como la pasión de Borges- ser bibliotecario, y tengo mis archivos de libros, películas o músicas diagramadas con la precisión de tal. Y en cuanto a mi relación con los libros, tengo un lema: "a mí pídanme el culo pero no un libro de mi biblioteca..." Espero haber estado a la altura de semejante obra, por demás exquisita.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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