viernes, 25 de mayo de 2018

Mi crítica de "Madame" (Cine)

Por un desperfecto con mi internet estuve sin servicio 8 días, a eso se debe mi ausencia en este blog, tan prolongada. Ahora solucionado el problema, vuelvo.
En París puede pasar cualquier cosa (ya lo dejó en claro Woody Allen con "Medianoche en París" y su visita nocturna a la época del surrealismo parisino) incluso que una mucama española se convierta en la pareja de un bon vivant inglés residiendo en Francia. Esta es la historia de "Madame", una película en abierto tono de farsa y de comedia ligera que, si bien no nos deja nada muy sustancial en el paladar, nos hace pasar un buen rato. El humor está dado más en los climas que propone el film que en buenos chistes o frases ingeniosas, que, sin embargo, se encuentran, pero no abundan. Es un clima burlón, juguetón el que sobrevuela la película, un film que peca de inverosímil, proponiendo como premisa que la caballuna y generosa de pechos, cola y panza, y almovadariana Rossy de Palma, pueda generar suspiros entre los hombres y despertar un amor loco en uno en especial.
Y es que María (Rossy de Palma, en versión autoparódica), mucama de sus "patrones" -qué fea que suena esa expresión- Anne (Toni Colette, ya muy lejos de "El Casamiento de Muriel") y Bob (Harvey Keitel, también en clave de autoburla), es hecha pasar por una amiga de la casa señorial, más específicamente por una Condesa de Asturias, en una cena ofrecida por los dueños de casa. Todo nace de una superstición, que no sean 13 los comensales a la mesa (aunque 13 son los retratados en el cuadro de la Última Cena pintado por Caravaggio, que el anfitrión logra vender) y se irá de madre llegando a resultados inesperados. Para la cena, María es preparada y vestida por Anne, con la condición de que no hable mucho, que no coma mucho ni beba mucho. No calcularán que va a sentarse al lado del museísta David Morgan (Michael Smiley) y que éste se enamorará perdidamente de la Condesa española. Y que ésta, le corresponderá. Es tal el delirio que se puede postular que la mucama despertará el deseo de todos los hombres a la mesa, tal es el morbo que Anne se disfrazará de mucama para incentivar sexualmente al alicaído Bob, como si ese rol figurara en todos los idearios del deseo masculino.
Lo que viene a "enseñarnos" esta fábula es que la fidelidad sólo se puede encontrar en el personal doméstico (y en los equipos de audio, hoy por hoy), ya que ambos patrones se son infieles entre sí. Si bien Bob acepta que está casado -en segundas o terceras nupcias- con Anne sólo por el dinero y ella por las apariencias, él coqueteará con su joven y hermosa profesora de francés, y Anne se dejará arrastrar por un amigo de la casa con el cual comparten veladas. Todo procede de un equívoco. David, no sabiendo que María es la mucama, la seduce, la invita al cine, a cenar y al hotel (aunque en distintas salidas) y se muestra profundamente enamorado de esta grotesca mujer. Creo que Rossy de Palma era la actriz indicada para encarnar este rol para tornarlo inverosímil, por sus excedidos rasgos de mujer "fea" (según los cánones de belleza estipulados), por su gran porte, que supera al de su amado y por la desmesura de sus atributos. Han creado un prototipo de mujer "perfecta" para volver inexcusable un romance. Y es por todo esto que, en una de las partes más sustanciales del film, Anne se salga de quicio sin comprender cómo su "mucama", sin belleza, cultura ni dinero, contando chistes guarangos, consiga un hombre en una noche, cuando ella, teniéndolo todo, haya tenido que trabajar tanto para cada conquista.
Claro que no todo termina en la cena. El romance se sostiene en el tiempo y hace de María una mujer plena y feliz, que es capaz de bailar y cantar el "Aserejé" de Las Ketchup en una fiesta íntima con los hijos de la patrona.
En un momento en que comparten solaz las dos parejas (la de los dueños de casa y la de su "sierva"), ella opta por contarle a su novio la verdad, que no es más que la mucama de Anne, pero ésta dirá pronto que se trata de una broma, que ella y María son amigas de larga data. Pero, más allá de lo que María sostiene, que a todo el mundo le gustan los finales felices y con el galán besando a la chica bajo la lluvia, el diablo -o Anne- meterá la cola y develará la verdad a David en un encuentro fortuito en la calle. A partir de allí dejará de llamar a María y de enviarle "whatsapps" y sólo queda la nada y el vacío ante las insistencias de ésta.
Una tarde, Anne le pide a María que sirva en la sala el té para dos. Cuando ella lo lleva, se da cuenta de que Anne está con David. Él acepta el té pero ni la mira, como si de un fantasma se tratase. Éste es el peor de los destratos que puede hacerle, y la venganza de su "ama". A partir de eso ella ve cuál es su verdadero lugar de pertenencia en el mundo y, en su afán por valorarse, cuelga los hábitos de doncella de palacio, arma su bolso y se vuelve para España.
La labor de la directora Amanda Sthers ha sido digno, y es encomiable el ritmo que sostiene el film (de tan sólo 90 minutos), apuntalado a su vez por una más que apreciable musicalización de Matthieu Gonet que supo preservar toda la intención lúdica de la propuesta. No es de visión imprescindible pero bueno para pasar un buen rato.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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