jueves, 9 de enero de 2020

Mi crítica de "Doña Disparate y Bambuco" (Teatro-Infantil)


Qué lindo sería retornar a la niñez, ese territorio en donde todo está permitido y donde no hay límites para el juego y la imaginación, y donde todo el futuro está por llegar y no hay años acumulados... Ahora Teatrix nos regala "Doña Disparate y Bambuco", esta obra de la inmortal María Elena Walsh plena de magia y sorpresa, como así de música y canciones. Es preciso, para comprender el mecanismo del teatro para chicos de la gran compositora de música para niños y para grandes, la total suspensión de la incredulidad, el absurdo y el sinsentido total son parte de este juego iniciático donde todo está para sorprender y lograr la carcajada y la complicidad de los más chicos de la familia. La Doña Disparate del título es nada menos que Georgina Barbarossa, quien conoce mucho del teatro infantil por haber participado en incontables obras, y acá se encarga también de la sorprendente dirección, junto a Rubén Cuello. Y el buen gusto musical corre por cuenta de Martín Bianchedi, otro hábil conductor de los caminos de la armonía. El teatro de chicos es cosa seria. Porque si hay alguien imposible de engañar es un chico. Cuando un actor está actuando mal o no convence, en fin, cuando se le ven los hilos, el primero en denunciarlo a viva voz es el chico. No hay nada que escape a su percepción. Y si algo no lo satisface está ahí para alertarnos. Un elemento básico es el de suspender todo parámetro con la realidad, es el "dale que" de cuando éramos "esos locos bajitos" y todo entraba en nuestros juegos y nuestras experiencias. Así podemos entender la lógica de tomar el té con tazas de porcelana que no se ven, que son servidas por los personajes al insólito grupo de invitados de esa sesión de té, y todos los chicos y sus papis reciben sendas tazas de té de manos de Doña Disparate o de Bambuco, junto con los riquísimos "mequeteques", que moriré sin saber qué son, pero deben ser deliciosos. Así también es posible conjugar todos los deseos últimos de un chico con ir a visitar a la naranja, como si su vida dependiera de eso, es la única forma de comprenderlo. O el hecho de ver surgir un río en la mitad de la sala, con peces y olas, aunque ese caudal de agua sea sólo una tela extendida en el piso. Por eso que me duele haber abandonado la niñez, aunque el regalo de María Elena nos permita derramar alguna lagrimita espontánea ante tantos recuerdos.
Y así llegan las canciones. "El último tranvía", la inolvidable "Canción para tomar el té", la hermosa "Lávate paloma", "Sobre el Puente de Avellón", la lacrimógena "Manuelita", la pícara "La Calle del Gato que pesca", la "Chacarera de los Gatos" o la fundamental "La Naranja se pasea". Todo con el encanto de un grupo bien ensamblado y compacto de cantantes-bailarines-actores que juegan a ser chicos y que lo son por un rato. Son ellos: Jorge Maselli como Bambuco, el compañero inseparable de Doña Disparate, las abundantes (físicamente) Sol Agüero y Romina Laudani y los muchachos Mariano Díaz y Sebastián Zilotto junto al músico Franco Rossi, quien también aprovecha para jugar. Todos ellos unidos al encanto de la Barbarossa que no tiembla al animarse a imitar a China Zorrilla en su forma de hablar y decir bocadillos. Por supuesto que es infaltable como maestra de ceremonias de este ritual mágico.
La acción transcurre en un lugar indefinido, calles, casas con puertas pesadas que rechinan, el mismo París y el Museo del Lovre junto al palacio de la Mona Lisa y su esposo Mono Liso, que será el encargado de domar a la naranja que se pasea de la sala al comedor (no le tires con cuchillo, tírale con tenedor). Y juntos recorren las mil y una peripecias que los conducen por el sendero del absurdo donde todo es posible y el mundo se encuentra patas para arriba. Donde es lícito ver pasar a Manuelita rumbo a París y encontrarse con un gato ladrón de sombreros, o con el hada Gulumia (que es la reina de las aguas y quien instala el río ficticio para lavar la ropa). Única forma de ver llegar a un dúo de bomberos con mangueras que echan fuego para apagar el agua y que terminen aprovechando el río para que Doña Disparate les lave la ropa. Los chicos se prenden a cada ocurrencia y festejan todos y cada uno de los chistes salidos hace tantos años de la imaginación de María Elena Walsh y son un gran aliado cuando llega el momento de presentar a cada nuevo personaje, con aplausos cómplices o gritos espontáneos que comparten con los papás que acompañan. La fiesta se convierte entonces en un gran convite para hijos y padres que crecieron con las mismas canciones que divirtieron su infancia, y que ahora festejan junto a sus críos. La hermandad de padres e hijos se vuelve pieza esencial del engranaje de "Doña Disparate y Bambuco" y ellos lo saben (los padres y los hijos), porque se saben compartiendo un mismo espacio lúdico que los grandes no perdimos por el peso de los años, siempre es bueno un recreo para soltar ese infante que llevamos dentro y que se sorprende con los mil y un detalles ingeniosos de la obra. Está pensada a futuro. La Walsh sabía que su obra estaba llamada a trascenderle, y que iba a ser representada muchos años después de su muerte, y fue escrita pensando en esa visión de eternidad que tienen todas las obras inmortales. Como Shakespeare, como Discépolo, como Moliére, la obra de María Elena Walsh puede ser puesta en cualquier momento, en cualquier circunstancia social, política o económica que no perderá un ápice de vigencia. Puede hacer reír a muchas generaciones de chicos y seguramente también a los venideros. Como la literatura de otro grande infantil, Hugo Midón, están planteadas para puentear espacios y tiempos deleitando a millones de chicos por igual.
Las actuaciones son todas de calidad, materia importante para hacer ágil un buen espectáculo infantil, que dura la hora exacta que no cansa ni deja con ganas de más, y la música ofrece un plus extra, porque las canciones de la Walsh son conocidas, pegadizas, todos las pueden cantar y aplaudir y no necesitan presentación, además de formar un marco acorde a la acción que se está transmitiendo en el texto. Decíamos que las chicas están muy bien formadas corporalmente, ¿por qué será que todas las actrices de obras para chicos están tan buenas? Dan ganas de ser un pibe más y avalanzarse sobre ellas so pretexto de cariño... Todos son simpáticos y dúctiles y pueden enfrentar dos o más papeles con igual solvencia, salvo los dos protagónicos que no se mueven de sus roles. Pero tanto la Barbarossa como el mencionado Maselli forman una pareja ejemplar en cuanto a química y entendimiento mutuo, imprescindible para un buen funcionamiento de cualquier dúo cómico, y más cuando es planteado para chicos. Aunque se les puede reprochar que las presentaciones ("Doña Disparate, nariz de tomate" "Bambuco, nariz de cuco, o Bambuquito, nariz de mosquito") una vez repetidas y hasta tres veces, como decía mi directora de teatro Elsa Orrea, pierden efectividad cuando son usadas más de esa cantidad de veces y llegan a cansar. Único reproche argumental que puede hacerse a la obra, sin contar aquellos que son más referencias para padres que para niños de corta edad. Pero bueno, el resultado es impecable y augura un muy feliz retorno a los caminos de la infancia. Véanla con gusto. Sólo tienen que hacer click en el "Ver Obra". Que la disfruten.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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