jueves, 23 de enero de 2020

Mi critica de "Yateencontraré" (Teatro-Infantil)


Ahora Teatrix editó esta obra de teatro para chicos registrada este año en el Centro de la Cooperación que está destinada a chicos muy chicos, de una edad aproximada entre los 2 y los 6 años. Para entenderla no es necesario meterse en los caminos del absurdo ni en los de la paralógica sino simplemente sufrir una violenta regresión... Y sí, porque acá no existen los "códigos para adultos" como podemos encontrar en las obras de María Elena o de Hugo Midón, en películas como "Shrek" o "Buscando a Nemo", las que permiten ir a los padres a disfrutar juntos a sus hijos. No, acá se hace presente la grieta una vez más, pero la grieta Adultos/Infantes, esa que desarticula cualquier forma de empatía o de comprensión de lo lúdico. Está bien, acá los grandes "juegan" con los chicos a "divertirse", pero es notorio que se quedan afuera. Y es que los autores son Daniel Casablanca (inefable integrante de "Los Macocos", con su cara de opa y ojos de huevo duro) y su esposa, la bella Guadalupe Bervih, y únicos intérpretes. Aunque, a decir verdad están acompañados por un dúo musical que son también los autores de la música y canciones: Ricardo Scalise  (guitarra y voz) y Dolores Usandivaras (acordeón y voz). Y un integrante más: Alejandro Bustos, quien realiza unas impresionantes imágenes con arena (sí, dibujos con arena) ampliados en pantalla gigante, y que son lo más artístico del espectáculo. Es necesariamente una obra de arte lo que este artista realiza con sus manos y un puñado de arena, francamente no tiene comparación, lo hace en vivo y sin red, a suerte verdad y le sale muy bien.
La absurda idea de "Ya te Encontraré" es que todo en la provincia de Corrientes tiene que terminar con una é acentuada, como chamamé, tereré, yacaré o yaguareté, las más usadas en el espectáculo. Y todo se reduce en la obra a situaciones acompañadas por una narración estructurada en rima que insiste en machacar con la maldita é o con rimas muy sencillas que los chiquitos, en su inocencia/inconsciencia festejan con gran algarabía, o en repetidas acciones de asustarse que de reiteradas terminan por molestar (es cierto el lema de que más de tres veces, una cosa pierde efectividad, y acá se usa hasta el cansancio, aunque reforzada por los padres). En sus mejores momentos (los de la acechanza de los animales "malos") nos acercan a los célebres "Cuentos de la Selva" de Horacio Quiroga, que escribiera justamente para chicos, con toda la fauna autóctona de Misiones y del litoral. Son los únicos momentos rescatables del show (que por suerte dura apenas 47 largos minutos). Son los tiempos destinados para el susto, aquellos que todos los pequeños necesitan y asimilan como algo saludable en los espectáculos, ya sea cine o teatro, y que estimula la imaginación y la capacidad reactiva del niño. Pero por desgracia son pocos, porque enseguida nos vemos "tranquilizados" de que todos los animales acechantes son "buenos". 
En resumidas cuentas, la fábula que acá se cuenta (sí, porque se trata de eso, de una fábula litoraleña), sitúa la acción en el pueblo de Miní, un pueblo minúsculo perdido en el mapa, en donde viven dos familias, los Garciareté (y dale con la é), con siete hijas mujeres y los Pereyrareté, con siete hijos varones, que son amigos entre ellos (por suerte no estamos acá entre Capuletos y Montescos), en donde la hija menor de los García (por favor, evíteseme el mal trago) se llama Tere, nombre que juega a la parodia con el de tereré, mientras que por su parte, el hijo menor de los Pereyra es Mateo, lo que combina con la primera persona en presente del verbo "matear". Entre estas dos confusiones tenemos que pasarnos otro rato de réplicas obtusas que no llevan a ninguna parte. Como todos sabemos, los séptimos hijos de las familias se convierten en lobizones, y no serán estas dos familias ajenas a esa rareza, sino transformada, acá la niña adopta la presencia de un yaguareté mientras que por su parte, Mateo lo hace con un yacaré. Este es el gran secreto que mantienen ambas familias celosamente guardado y que se convierten en los temores de las noches de luna llena de el chancho y el sapo respectivamente. Por suerte, resultan ser animales amigables y todo el conflicto se resuelve enseguida y terminan enamorándose ambos niños y compartiendo su "animalidad" pacíficamente. Son objetables las payasadas que ambos intérpretes descargan durante el espectáculo, aunque celebradas por los más pequeños de la familia (de espectadores, en este caso). Toda la acción está reforzada constantemente por los milagrosos dibujos en arena que organiza Bustos y crea el marco propicio para el deleite visual, a falta de escenografía.
La dirección de Andrés Sahade intentó dar un clima propicio para los chicos sin importarle lo mal que lo puedan pasar los grandes, creando un espectáculo que no tiene grandes momentos de lucimiento interpretativo. El trabajo de los actores hace padecer vergüenza ajena, salvando por mucho la labor de Guadalupe por encima de la de Casablanca, dada su belleza, su simpatía y su desparpajo, que la convierten en una clown aceptable mientras que él no pasa de un vulgar actor que en otros tiempos, por lo que me cuentan, supo brillar con "Los Macocos" y tuvo una destacada interpretación en "Toc Toc" durante los diez primeros años.
Aún así, el espectáculo con todas sus falencias es un show prolijo en su factura visual y que complace a los más chicos, que ese era su objetivo final, así que no tomen muy enserio mis descalificaciones porque lo estoy viendo con la mirada de un adulto desencantado porque dejó atrás su infancia. Sepan perdonar. Aún así se los envío para que los chicos que estén de vacaciones lo puedan disfrutar.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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