viernes, 26 de agosto de 2016

Mi crítica de "Todas las Canciones de Amor" (Teatro)

Vengo de ver a la gran Marilú Marini en su nuevo espectáculo, casi un unipersonal, si no fuera por la presencia de quien hace de su hijo (Ignacio Monna) que es el encargado de cantar y de un pianista que hace maravillas con el piano (Diego Penelas). Es un espectáculo tranquilizador, y digo esto porque podemos quedarnos tranquilos que en el teatro comercial hay obras que han sido escritas desde el punto de vista ético/estético y no meramente para entretener, y el público lo sabe agradecer con vítores y aplausos de pie. Ver a Marilú es una experiencia gratificadora para el espíritu y para los sentidos, una mujer que a sus 71 años se mantiene en plena vigencia, en plena actividad y de la cual no es posible quitar los ojos de encima ni por un instante. Sí, Marilú cautiva como una serpiente, aunque sus propósitos sean más benévolos, nos hace olvidar que la hora pasa y que es necesario volver a casa. Lo hace con todo su arte y su talento. Con su cuerpo y con su voz. Con sólo una mesa y dos sillas de escenografía puede contar el día (normal/turbulento, digo yo entrando en el oximorón) de una mujer anónima, que no tiene nombre, que podría ser cualquiera de las que nosotros conozcamos.
Santiago Loza, el autor del texto (también guionista y director de cine de quien se recuerdas sus películas "Extraño" -2001-; "Cuatro mujeres descalzas" -2003-; "La invención de la carne" -2009-; "Rosa Patria"-2009- "Los Labios"- 2010- y "La Paz"-2013-) es un verdadero esteta y un purista del lenguaje. Es capaz de desentrañar los más íntimos sentimientos y pensamientos de una mujer acariciándola con la palabra, haciendo que el verbo estalle en sus labios, desnudando su alma con una pluma delicada en la que no habitan las groserías ni los golpes bajos. Escuchar el monólogo (largo, intenso) de esta mujer es una gratificación para el alma, desmenuzando y analizando hasta el detalle más ínfimo y lo más banal como sería que un cepillo de dientes se quiebre en dos o que una chapita metálica regalada por el hijo a los 50 años de su madre con una inscripción, sea hallada por casualidad bajo un mueble y haciendo de estas acciones proezas de la narrativa y que provoquen el interés del más despistado.
El director, Alejandro Tantanian también luce gala de delicadeza y encontró en Marini a la excusa exacta para montar esta obra, su trabajo es el del artesano, del orfebre, que puede conseguir de una mínima vivencia todo un río de emociones. Marilú se ríe, llora, grita, canta, todo con la misma naturalidad y sin exigirse siquiera para lograrlo.
El caso es que esta mujer se levanta a la mañana del día en que su hijo Martín vuelve de Estados Unidos para presentar a su novio, un negro fibroso de nombre Robert. Esto conmueve profundamente a la madre, pero la moviliza en el buen sentido, maravillada de que su hijo se haya realizado en el amor, sin prejuicios, de que haya encontrado quien cuide de él, alguien con quien compartir desde la cama hasta una puesta de sol. El padre es más tosco, Claudio, según la imitación que de él hace Marilú: "mirá que venirse a engancharse con un negro, que es de lo más vistoso, un negro es imposible de pasar desapercibido, y además este es negro petróleo, negro carbón..." "Hoy viene Martín y su sombra..." acota la madre, más delicada, "porque es negro como su sombra". "¿Habrá que decirle afroamericano?" se pregunta esta señora que nada tiene de tonta. Es difícil encontrar unas palabras que no ofendan para definir la situación, "¿diremos su amigo?".
Es mentira, no se cantan todas las canciones de amor, tan sólo cinco o seis, cantadas principalmente por Martín y en algunas a dúo con la madre (las hermosas "Cada vez" y "Zamba para olvidar"), bien sazonadas por un piano que no sólo extrae melodías sino también los más asombrosos efectos climáticos. Ignacio Monna también interpreta "Un beso y una flor", de Nino Bravo, "Lucerito del Alba" y "Esta noche voy a verte", con gran solvencia vocal y una amplia gama de matices. Y Marilú también está llena de matices en su actuación, desde la mujer medio tonta, medio afectada que inicia la función hasta la que profiere gritos desgarradores y desgarrados cuando se da cuenta que su hijo adolescente, en vez de dormir con una paloma en la almohada lo hizo con un murciélago, ahí ella se desarma totalmente y llora y grita a más no poder, lo que nos habla del dominio vocal que tiene la actriz. La que es capaz de celebrar el noviazgo gay de su hijo y quejarse a la vez por la poca atención que le presta su marido, quien en la actualidad se hubiera convertido en enemigo de aquel hombre dulce que la escuchaba hablar en la cama y le sostenía la mano hasta quedarse dormido.
En suma, un espectáculo para recomendar, y apurarse porque sólo va a estar 10 semanas más en cartel. Advertencia, no es un espectáculo de humor, aunque éste asome todo el tiempo, pero no es para descostillarse de risa, como había en el público cuatro gallinas que festejaban con risotadas inoportunas cada ocurrencia del personaje, porque el teatro "es para ir a reírse". No, es un monólogo de una calma belleza, de una sutil coloración y mucha poesía. Brutos abstenerse.
Pasé un excelente rato con Marilú Marini y espero que todos puedan verlo para compartir con ustedes un texto tan sabio y una actuación tan magistral.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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