viernes, 21 de abril de 2017

Mi crítica de "La Importancia de Llamarse Wilde" (Teatro musical)



Otra vez Teatrix. Como ya nos tiene acostumbrados a sus estrenos cada dos semanas, esta vez le tocó a la obra musical de Pepe Cibrián Campoy/Ángel Mahler sobre la condena a Oscar Wilde. En realidad lo de "musical" es un pretexto, ya que es mitad cantada, mitad hablada, pero hablada en su mayoría en versos consonantes y asonantes, en un dúo memorable de Pepe con su madre, la inolvidable Ana María Campoy, en la que fuera su última actuación. Pepe se asimila otra vez (como ya lo hiciera con García Lorca) con cuanto personaje célebre homosexual haya por ahí para darle mayor relevancia al asunto. Y lo hace con la altura que siempre supo darle a sus concepciones, sin recurrir a la chabacanería ni a los golpes bajos, con una pintura de poesía y metáfora en su decir y en su actuar, sin perder la elegancia que lo caracteriza.
Que Ana María Campoy fue una actriz de talento nadie lo duda, y aquí exprime hasta la última gota de sudor en este papel de Speranza, la madre de Oscar Wilde que defiende a su hijo hasta las últimas opciones. "Culpable -lo declara ella- culpable de haber elegido lo que querías, de haber sido siempre libre". Y unta a su hijo de una pátina de amor y de comprensión rara vez vista por esta doble "representación", la de ser en la escena y en la vida real una madre que justifica a su hijo por haber elegido una forma de sexualidad diferente a los cánones comunes. Se nota que ellos están viviendo en el escenario lo que tantas veces habrán hablado en su vida diaria. Sentada en su sillón o apoyada en un bastón que tirará a la miércoles en la última escena, Ana María habla siempre en verso, y lo hace con una memoria impecable de 80 y tantos años, en que parece estar recitando a su Lorca. Y lo hace con solvencia, con soltura y gracia en algunos momentos. Pepe también conserva una memoria intacta a la hora de decir y actuar su parlamento versado y una gracia, en ese castellano algo neutro que suele utilizar él en sus espectáculos.
Y se decide por Oscar Wilde porque fue otro sometido (igual que Lorca), injustamente juzgado y sentenciado en una sociedad victoriana que no estaba para comprender desviaciones tales, y viendo reducida su obra a cenizas por un mundo que lo endiosó y luego le dio la espalda por lo que todos ya sabían. Su enamorado era un tal Lord Alfred Douglas, hijo del Marqués de Bossi, de quien se sospecha que hizo ese papel con tal de arruinar a su padre. Se sabe también que Wilde estaba casado con Constancia, mujer de la que nunca estuvo enamorado y que sin embargo le dio dos hijos, Vivian y Cyril. Su mujer lo comprende, lo ignora, lo desprecia, se aflige por su condena, la festeja, todo a la vez en esta cambiante personalidad que es la humana y que en una situación como la suya es más que comprensible.
El cuerpo de baile y canto está muy bien afiatado y se luce en esas coreografías grupales señaladas por Cibrián y en el canto se destaca en los coros -como siempre en las obras de Cibrián-Mahler- y en las canciones a coro, siendo que aquí las únicas solistas corren por la media voz de Pepito. La música en este caso es una excusa para enmarcar un relato más amplio (un relato que dura 2 hs 40') en el que se luce la palabra hablada.
Lo que puedo criticarle a Cibrián Campoy es su exasperación, su griterío, que lo lleva al paroxismo durante casi toda la obra y no permite entender bien el texto para oídos un poco sordos. La altisonancia en todos los momentos, no sólo de él sino también de Ana María, del muchacho que hace su amante -amante no, dice él buscándole un nombre a su relación, "cómplice"- y a la esposa (y a todo el de la troupe que tenga que hablar), causa rechazo en el oyente, porque los gritos no están modulados, son gritos destemplados.
Oscar Wilde fue juzgado por sodomita, encarcelado y sometido a trabajos forzados durante dos años, muriendo en Francia, en la cárcel. Cuando él sólo hablaba del mar -como un espacio de libertad- de mirar el mar, de navegarlo, de disfrutarlo. Es inútil decir que junto a Shakespeare es el autor inglés -aunque él era irlandés- más recordado de su país y que dejó obras inmortales, una de ellas, "El Retrato de Dorian Gray" también fue utilizada por Cibrián-Mahler para una obra suya.
Podemos decir que se trata de una obra archivada y restaurada por Teatrix y que posee muy buena edición tanto visual como sonora y que merece ser vista además de las virtudes señaladas, poro un lujoso vestuario (Speranza con su traje de velos encimados y sus plumas y todo el coro por un ropaje circense, tal vez para destacar que todo el juicio a Wilde no fue más que un circo). La obra se despliega como un extenso flash-back ya que empieza y termina con su juicio y sentencia, mientras que atraviesa otros muchos momentos en la vida del notable escritor. Recuerden que los que accedan a mi blog pueden ver la obra clickeando en el "Ver Obra" que aparece junto a la publicación. La recomiendo sinceramente para un público de adolescentes en adelante, siendo que a los niños habría que explicarle el significado de algunos términos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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