domingo, 30 de abril de 2017

Mi crítica de "La Importancia de Llamarse Ernesto" (Teatro)

Recién vengo de "La Scala de San Telmo" de ver la producción anual de mi amigo, el actor y director Mario Martín, que en este caso tuvo la brillante idea de resuciatar a Oscar Wilde en su mejor obra: "La Importancia de Llamarse Ernesto", que recomiendo fervorosamente para todos los que quieran acercarse a la pequeña sala del Pasaje Giuffra 371 (previa reserva al 15-65005093 o al 4362-1187) para disfrutar en grande del genio de Wilde. Como el mismo Martín se afana en aclarar, los ingleses son conocidos por tres cosas, el whisky, que es escocés, el té, que es chino y Oscar Wilde, que es irlandés. La obra ha sido adecuadamente podada porque la versión integral duraría más de tres horas, y constituye una sátira implacable hacia las costumbres y la vida refinada de los ingleses en una comedia de enredos impecable. La obra se hace muy disfrutable y en parte es por la elección de un buen elenco (todos amateurs, se entiende, con sus defectos y sus virtudes)., con algunas excepciones. El muchacho que lleva la voz cantante, el falso Ernesto , John Worthing (Juan M. Ordoñez) es un verdadero desastre, parece salido de una estudiantina, con ningún trabajo de impostación vocal, falso en sus movimientos y poco creíble en su difícil papel. En cambio su amigo Algernon Moncrieff (Darío Adamoli) es más adecuado para su papel, de fina estampa, con voz trabajada y certero en sus acciones. Estos dos son los que urden la trama, mientras John dice tener un (falso) hermano llamado Ernesto, y hacerse llamar a sí mismo por este nombre en la ciudad y John en su casa de campo y conquistar así a la sobrina de su amigo, Gwendolen Fairfax (Silvina Cassou, exacta en su papel, con sus grandes exclamaciones y gritos ante lo que no comprende), Algernon visita a la ahijada de John en el campo, la bella Cecily Cardew (la también bella Natalia Vallone, la revelación de la obra, tan hermosa como buena comediante) con el único interés de hacerla su esposa.
Claro, los dos dicen llamarse Ernesto, porque parece que para la sociedad victoriana era un nombre que cautivaba a las muchachas y daba a los hombres un toque refinado. Nunca se casarían con un John ni un Algernon. Claro, cuando se junten las dos chicas y vean que las dos están a punto de casarse con el tal Ernesto se produce el disloque supremo y la confusión total. El nombre se convierte en un fetiche que es utilizado por ambos hombres como la punta de lanza vencedora para la conquista, más allá de sus condiciones de belleza. Y aquí se desata también la cargada hacia los ingleses, tan superficiales y pomposos que pueden cifrar en un nombre todo el destino de una vida en pareja.
A esto se le suma el sirviente de Algernon, Lane (mi otro amigo Jorge Federici, que sigue demostrando que no hay papeles pequeños sino actores pequeños, en una sobria clase de actuación, el único que se anima a imitar el acento inglés en su habla); la tía de Algernon, Lady Bracknell (la también estupenda y muy graciosa Laura Moin, mujer de años y entrada en carnes); la Señorita Prism (Cecilia Lucero, otro desatino en el reparto, una actriz con voz chillona, que actúa bien, pero es un mal remedio para los oídos); el Reverendo Chausable (el correcto y hasta a veces gracioso Daniel Righetti) y por último Merry Maiden (Lucía Fernández, que juega a la empleada de John en el campo, pero que no sabe ni servir una taza con su correspondiente plato, si ella no lo sabe, el director se lo debía de haber marcado).
Es atinado el vestuario de Alicia Ponte (a la sazón esposa de Mario Martín) así como la iluminación de Silvana Fernández.
Como buena comedia de enredos hay identidades cambiadas, tías que se oponen a una boda, nombres que se quieren cambiar a través de un tardío bautismo, bebés abandonados en un casillero de estación, mujeres que confabulan, y todo lo que hace a que el público se ría, más allá de los gags y las reflexiones, que son todas de primer nivel, con la ironía sardónica de Wilde, con una crítica seria al estrato social más alto de la sociedad inglesa. Wilde era un gran inventor de sentencias y juegos de palabras (acá la máxima es confundir "Ernesto" con "honesto", parecidas en su fonética en inglés y que resulta un buen remate para la obra, "la importancia de ser honesto"). La dirección hace un trabajo puntilloso pero no puede sacar agua de las piedras, que se entienda, estamos juzgando a un grupo de actores no profesionales, no podemos exigirles a ellos que brillen como lo hacen las grandes luminarias con años de trayectoria en la Avenida Corrientes. El resultado es decoroso y se deja ver, tiene un buen timming para la comedia, es gracioso y llevadero (por fin Mario se inclinó hacia la sátira) y no nos impregna de falsa moralina sino de escuela de un autor que se atrevió a burlarse de la sociedad en que vivía y que cometió las peores transgresiones (Ver mis comentarios de la obra "La importancia de llamarse Wilde"). Ya el hecho de que se lo convoque para la cartelera porteña es todo un mérito, obra de mi querido Mario Martín que es quien selecciona el material que va a dirigir.
En la función de hoy sucedió un gag inesperado por el cual tres de las actrices se tentaron de risa, y lo hicieron compartir, eso es el teatro, lo que pasa en el momento, ese momento fugaz e irrepetible de la función. Y como dijera el inspirado Bernardo Ezequiel Koremblit: "Quien quiera hacer dichosamente el intrépido viaje sobre los abismos de la vida debe realizarlo en el funicular del humor, cuyo cable es más resistente que la cuerda supuestamente respetable de la gravedad insulsa e inodora. El humor es una actitud ante la vida, como el romanticismo, el escepticismo, el materialismo, el espiritualismo, la ginolatría, el politicismo y la filocrisia. El humor encuentra el grano de la vida entre la mucha paja que oculta el reino de este mundo. El humor lo es todo, y el resto, como habría dicho Hamlet si hubiera leído a Jack London, es el gran silencio blanco. (Lo es todo el humor, menos lo que su inteligencia y su bondad saben que no debe ser y por consecuencia, no es" "El humor exige que se diga siempre la verdad, aunque sea un pecado mentir..."
Por eso ya saben, quienes quieran pasar un divertido momento en brazos de uno de los grandes humoristas de la literatura inglesa, no se pierda esta obra que recomiendo enfáticamente, y además merecen ser vistas las dos bellezas que hacen de las mozas casaderas... se extiende por mayo y junio y bien vale la pena apoyar al teatro independiente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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