viernes, 5 de mayo de 2017

Mi crítica de "Fellini-Satyricón" (Cine-1969)

Seguimos revisitando los films de Fellini para el curso que sobre él voy a dar. En este caso llegamos a 1969 con "Fellini-Satyricón", una adaptación libre del "Satiricón" de Petronio, acá con guión de Fellini y Bernardino Zapponi. La excelente fotografía es de Giuseppe Rotunno y la música (esta vez no tan omnipresente) del siempre querido Nino Rota. Yo había visto este film hacía mucho tiempo y tenía el recuerdo de que era el más pesado de todos los de Fellini. Con esta nueva visión me dí cuenta lo equivocado que estaba, ya que es una maravilla de diseño y concepción, y pienso que Federico hubiera merecido todos los premios al mejor director, ya que extrae de cada personaje la exuberancia, la locura, el descontrol y el grotesco necesario para crear un magnífico fresco de la Roma de los Césares. Lo único que puede criticársele es que la película (así como el libro en el que se basa) son viñetas separadas de episodios tan sólo unidos por la presencia de sus protagonistas, faltándole coherencia al relato y un progresivo ascenso de expectativas de cara al final. Pero por lo demás disfrutable del principio al fin de estas dos horas.
El "Fellini-Satyricón" empieza con un monólogo del joven Encolpio (Martin Potter) lamentándose, en un espacio neutro que va deviniendo escenario teatral, de la traición de Ascilto (Hiram Keller), que le ha robado al efebo Gitón (Max Born). El personaje solitario, abandonado, ha perdido su objeto de deseo. Pasa de la rabia a la lamentación, de la indignación a un sentimiento poético, como un niño cuya voz oscilara entre un tono bravucón y duro, masculino, y una sentimentalidad emocional y femenina. La voz oscila entre la representación (in) y el relato (off), entre prosa y poesía. El espacio contiguo al de Encolpio en esa escena originaria y constitutiva, discontinuo pero ligado por las voces, no es del mismo orden. Se trata de unos cubículos laterales, en un tablado superior, en lo alto de una escalera, un decorado cavernoso y oscuro que parece una cloaca aunque luego resulten ser unas termas. Ahí se despliega otro monólogo, el de Ascilto sobre su seducción de Gitón. Tiene unas características diametralmente opuestas al monólogo de Encolpio. Ascilto, la otra cara de Encolpio, su doble inalcanzable, siempre un paso más allá, se presenta andando en cuatro patas como una rata, con el cuerpo sudoroso, acompañado de ruidos cuya procedencia desconocemos pero que sirven para acentuar su carácter canalla, carente de sentimientos y valores. Hermoso y vil, su rostro ostenta una expresión cínica que arrastrará durante toda la obra y que expresa su concepción del mundo, en el que la amistad se conserva mientras "viene bien".
Cuando Encolpio se queda solo y se siente tentado por el suicidio, la ínsula comienza a desmoronarse. Se trata de un auténtico desplome del decorado teatral, representado a través de unas escenas de catástrofe. Encolpio sale del decorado que se ha venido abajo y a partir de aquí comienza la verdadera historia, como si todo lo anterior hubiera sido un prólogo, dentro del sombrío útero de piedra -de cartón piedra- de un mundo primitivo, sin arte.
Éstos van a ser los planteamientos generales del itinerario de Encolpio, en el mundo fascinante y extraño del film de Fellini, de su recorrido por escenas primitivas que retornan bajo la forma de lo extraño: el vacío y la nada puestos de manifiesto por la pérdida del objeto de deseo, la deriva y la posibilidad de colmar este vacío con los modelos que van ofreciendo las fuerzas del azar y del destino, precarios, constantemente amenazados por parte de un poder cruel y despótico. Todo ello lleva continuamente al héroe a una huída hacia adelante, en una errancia sin objeto ni final, que va realizando y mostrando en su recorrido por una antigüedad mítica, un trabajo de excavación en las capas y estratos de un inconsciente histórico personal sepultado, cuyas huellas pueden sacarse a la luz, pero sólo fragmentariamente y reducidas a puras imágenes.
El hecho de que Fellini haya fijado en unos frescos ruinosos a sus personajes en los títulos finales, indica esa voluntad de poner en movimiento los fantasmas del pasado y darles una vida que es al mismo tiempo intensa y fúnebre. El "Satyricón" de Fellini es una exploración de un tiempo imaginario y un lugar utópico donde no cabe identificación, porque no poseemos sus claves. Ni siquiera el protagonista, Encolpio, nos es accesible o cercano, no sólo no lo conocemos sino que sentimos que no podemos llegar a conocerle porque pertenece a un mundo que no es el nuestro. El personaje de Ascilto está soberbiamente creado por el joven actor a base de una perenne expresión cínica y brutal, acompañada de risas estentóreas incluso en las situaciones más comprometidas. En cuanto a Gitón, es un mancebo blanco y delicado, femenino, de una dulzura ovejuna casi repulsiva, que no habla pero gesticula abundantemente. Todos lo hacen en la película, acentuando una tendencia de Fellini y que en este caso sirve para dar expresión propia a un mundo radicalmente extraño a nosotros y al film histórico clásico, que tiende al hieratismo.
La pintura y las artes presiden el encuentro de Encolpio con el retórico Eumolpo. En el espacio de un museo, éste habla al joven del lamentable estado en que se encuentran el arte y la filosofía, y de las antiguas bellezas, en un discurso tomado de Petronio pero aplicable al mundo moderno. El museo mismo es contemporáneo, conceptual y al mismo tiempo arqueológico e irónico: las pinturas cerámicas de vasos están agrandadas a tamaño mural, hay una cabeza de bronce vendada, fragmentos de frescos que parecen recuperados en excavaciones, piezas de vidrio dorado aumentadas, visitantes que pasan en una especie de torre móvil. El discurso del intelectual, que aparece como doble del liberto Trimalción, continúa hasta llegar al lugar donde los invitados están bañándose, preparándose para la cena.
La muerte está representada como un ritual sereno, no exento de risa, y como una transición suave como el sueño, una evanescencia. Como en "Roma" donde los frescos de la villa romana enterrada y descubierta durante las obras del subte son a la vez que sacadas a la luz, destruidas por el aire del exterior, al contacto con un tiempo que no es el suyo. También el hermafrodita del propio "Satyricón" es una criatura delicada, perteneciente al mundo de la oscuridad y de la humedad, que no puede sobrevivir a la luz del sol y al aire exterior. Boquea como un pez fuera del agua y muere en off mientras se oye un aullido en la lejanía. Imágenes puras, todas ellas, que no tienen otra consistencia que la del sueño.
El laberinto del Minotauro está adornado con relieves y grafitti picassianos y es de una gran eficacia escenográfica. La música salvajemente rítmica contribuyen a crear un extraño clima antiguo, minoico, El Minotauro defrauda -como siempre, porque no es sino una imagen especular de Teseo-, aunque se trate de un muchachote fornido, cuya alta estatura está completada por la cabeza de toro de cuero que le cubre hasta los hombros. La batalla entre ambos, tiene algo de juego, un aire infantil de broma. Encolpio cae a sus pies sin haber recibido daño alguno, suplicándole clemencia y declarando no estar a su altura: "No soy un Teseo digno de ti" El Minotauro se quita la máscara y abraza al joven, proclamando que ha nacido una nueva amistad. Todo resulta ser una burla al extranjero en el Día de la Risa. Extrañeza y risa dan a este episodio antiépico un carácter carnavalesco, como la otra cara de la moneda de lo terrible del mito antiguo.
Como la novela misma, la película crece de final, pero lo que en la primera es un accidente, en la segunda es el resultado de una estructura en forma de cadena abierta. La iniciación de Encolpio no ha terminado. El joven deja tras de sí un collar de cadáveres, entre ellos el de su doble maligno, sin que sepamos si ha progresado en el conocimiento del mundo o de sí mismo. Mucho nos tememos que no. Sobre el fondo marino del viaje, que continua indefinidamente sin sentido, la voz en off de Encolpio empieza a narrar una nueva aventura, que a su vez le ha sido referida por otro, pero que no tiene continuación ("Un joven griego contó que en los años..."). Un off infinito se abre más allá de la petrificación de los personajes en los muros pintados de los títulos de crédito al modo de las "Mil y una Noches". Pero esto, en definitiva, es la esencia misma de la narración, del relato: el flujo azaroso de la vida y el anecdotario del viajero que vive su existencia como una iniciación perpetua e inútil, jalonada por la risa y la muerte.
El poderoso efecto que causa esta película en el espectador es el resultado del trabajo de un talento que se encuentra en plena madurez y al que se anima el entusiasmo creador, siempre en peligro de eclipsarse y dejar sumido en la impotencia, como a Encolpio, al artista. Fellini dijo de ella: "Lo importante es que al hacer este film me descubro dentro un placer, un gozoso fervor que temía haber perdido. Me parece sentir que mi deseo de hacer cine no se ha agotado". Y el deseo nuestro por ver sus films tampoco...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito ( un crítico independiente).

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