jueves, 11 de mayo de 2017

Mi crítica de "I Clowns" (Cine-Fellini-1970)

Seguimos evaluando el curso sobre Fellini, ahora con esta mítica y extraordinaria película de 1970, con guión del propio Fellini junto a Bernardino Zapponi, fotografía en color de Giuseppe Rotunno y música del siempre "clownesco" Nino Rota. Fellini hizo para la RAI un peculiar reportaje sobre el mundo del circo y de los payasos. En él, ensaya una nueva forma artística en la que aplica el cine de despliegue de la obra en su hacerse, descubierta en "8 y 1/2", a un material totalmente distinto, de procedencia documental. La obra será, por tanto, una representación circense, la forma más coherente de hablar artísticamente sobre ese mundo artístico en ruinas, en vías de desaparición, cuyos restos hay que buscar como un arqueólogo. Fellini inicia una excavación en el mundo sepultado de su memoria y de su imaginación para inventarlo -encontrarlo-, rescatarlo y levantar un circo con esos materiales y con la troupe -la del circo y la del cine.
Los payasos son, como el propio cine de Fellini, un espejo que devuelve al hombre su imagen grotesca, deforme y bufona. Compone así una obra barroca, paródica, irónica, que niega la muerte afirmándola. Muestra a los clowns como una especie en vías de extinción y fagocita sus números que ahora  forman parte de otro circo, el de la parodia felliniana del "documental"
Como ocurrirá en obras posteriores, el film tiene varios comienzos, pues enseguida una voz en off nos advierte que se trata de una evocación, una figura pseudobiográfica, cuyo estatuto es más imaginario y retórico que de relato. Lo evocado como pasado  tiene el mismo nivel de incertidumbre -no es un flashback- que tendrá todo lo demás, en cuanto que lo que se dice sea "verdad" y no algo inventado -como dice Fellini ¿qué diferencia hay?. Tras la imagen-aparición que se descubre desde la ventana, como en un sueño, de la carpa ya levantada e iluminada como una ciudad extraña de ciencia-ficción, el niño se introduce en ella, entra en la pista, como en otro mundo, en un espacio vacío que está ahí esperándole. Han plantado la carpa junto a su puerta. El mundo del circo es el que está "al lado" y el niño penetra en él desde la cocina de su casa en una transición inasible como en los sueños. La entrada en la carpa vacía marca un nuevo comienzo: es la entrada del ojo inocente y deseoso, que pone en marcha una representación, primero privada y luego multitudinaria, con un público en su mayor parte de cartón pintado, y una serie de números resaltados por procedimientos cinematográficos "circenses" como el zoom o el balanceo de la cámara. Algunos trucos -por ejemplo el de los forzudos del cañón- están expresamente construidos con trucaje cinematográfico, como un guiño al espectador de cine. Los números de circo van a ir desfilando ofreciéndose a la mirada del niño y llenando la pista como una película.
Tras este fastuoso prólogo, Fellini centra el foco sobre los payasos e inicia el film encuesta. Una voz en off que parece referirse a los monstruos que acabamos de ver, hace una pregunta retórica dirigida al propio texto que hemos visto -como hará en "Roma": "¿Y la Roma de hoy?"- ¿Y los clowns, dónde están? Con este interrogante vuelve a comenzar el trabajo de escritura de esta parte del film.
Esta parte es una peregrinación al mundo perdido de los clowns "reales", aunque la incertidumbre sobre el nivel de realidad es ya total, puesto que los vamos a ver como actores del film de Fellini y dudamos que tengan otra consistencia que la ficcional. La forma de desarrollarse la obra, la ausencia de documental propiamente dicho, la muestra constante, en su lugar, de su lectura, llevan a que el film-encuesta se identifique con su proceso de hacerse como número circense que prepara la gran apoteosis final. Al ser o convertirse todo en representación, dudamos incluso si los payasos -Charlie Rivel, los Orfei, Rinaldo y otros- o el estudioso Tristan Rémy, no serán una broma más, al aparecer como "actores" y teatralizarse el conjunto. Cuanto más verdadero parece lo que vemos, más lo convierte todo en parodia y doble sentido de la mirada de Fellini, como la aparición de Anita Ekberg entre las jaulas de los tigres. Todas las escenas se vuelven números circenses, ya sea por el tipo de plano, por el montaje, el movimiento de cámara o por la incorporación de la voz en off dentro de la escena.
La detención de Fellini en los payasos blancos, lejos de cualquier coartada culturalista que los relacionara con tradiciones populares, la "commedia dell'arte", la mitología o la alquimia, se debe sin duda a que ve ahí elementos fetichistas, que le fascinan como los atavíos de la iglesia católica. El desfile de modelos de payasos blancos, gradual, desde lo más sobrio a lo más sofisticado, anticipa el de los trajes eclesiásticos de "Roma". Se ha hablado de "espiral violenta" de este desfile. Y en efecto, hay un gesto forzado, arrebatado, irónico, barroco, a los compases de la música de "Carmen" de Bizet. Son ilustrativos los escritos de Fellini sobre el payaso blanco y el Augusto, como metáfora de la relación entre el orden femenino, casi maternal, y el niño. El clown blanco es pasivo, objeto de espectáculo y de mirada, fetichizado por sus accesorios. Fellini ve con más simpatía al Augusto porque representa al niño travieso, el aspecto irracional del hombre, la componente instintiva frente al ideal inalcanzable y castrador.
Toda la última parte de la película es una celebración de la muerte del circo, con un aparato barroco de carro de la muerte, caballos falsos, música de la belle epoque y personajes grotescos, pero también una apoteosis, el triunfo del circo y el de la propia película como tal, totalmente identificada con él. Es como el final de "8 y 1/2", pero con música de "Giulietta". Hay un crescendo vertiginoso, una metamorfosis continua de los números del espectáculo que se enlazan unos con otros como serpentinas, en una travesura imparable hasta la catástrofe final, como un torbellino, bromas a los periodistas que preguntan cuál es el mensaje de la película, serpentinas, fin de fiesta, humildes saludos a la cámara de los payasos como en el final de "Cabiria". Se trata de una despedida agridulce en la mejor tradición carnavalesca popular. Al final queda sólo el espacio vacío y la música solitaria, que expresa, paradójicamente, el silencio, el fin de la representación y de la película. Cuando desaparecen los músicos como fantasmas, por un truco de cámara, el ruedo vacío es ocupado por los títulos de crédito y por la música de "I Clown".
Como siempre, totalmente recomendable este film, que se encuentra entre los más poéticos de mi querido y admirado Federico.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

1 comentario:

  1. Extraordinario comentario, Coincido con tus conceptos sobre el gran maestro Fellini. Con él, murió una maravillosa época, para mí irrepetible en el séptimo arte. Saludos !!!

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