sábado, 27 de enero de 2018

Mi crítica de "Abalou Bangú 2-La Fiesta" (Teatro-Brasileño)


No sé, francamente cómo hay quien soporte esta obra. Y Teatrix tuvo la bondad de presentarnos, bajo la producción brasileña "Cennarium" esta berretada. Digamos en principio que parece ser la segunda parte de un éxito anterior, ya que esta se llama "Abalou Bangú 2-La Fiesta", lo que nos hace sospechar tremendamente que hubo una "Abalou Bangú" primordial, que llenó de plata a los bolsillos de su productor y exigió una segunda parte que, como sabemos, nunca fueron buenas (con la excepción de "El Padrino 2"). Esta obra pertenece en texto y dirección a Flávio Marinho y está grabada en el Teatro dos Quatro, en Río de Janeiro en el 2011. Parece que el público de Río es mucho más participativo, pues festeja cada embiste de este desastre con sonoras carcajadas y el saludo final con amplios aplausos y hasta chiflidos de placer. Ya me parecía a mí que el público de Brasil está muy alejado con el teatro de verdad.
Esta es una comedia delirante, todo el tiempo gritada a los límites aceptables para el oído humano y muy sobreactuada, lo que convierte el producto en "una" de Sofovich o de Enrique Carreras. Se me dirá que "Esperando la Carroza" también está gritada y sobreactuada, pero es que allí nos encontramos en el teatro del grotesco, y esto de grotesco no tiene nada salvo sus características exteriores. La trama presenta a una pareja que cumple sus 40 años de casados, María Elvira (Cristina Pereira, insufrible) y Mauricio Octavio (Paulo Goubart, insoportable) y que ante la ausencia de sus cuarenta invitados por un brote de gripe, deben festejarlo sólo con la pareja de vecinos gay, Carlos y Silvio (Renato Rabelo y Luciano Borges), tan afectados como ellos, aunque en un tono un poco más decente. Y esa es la síntesis de la obra. Porque medular, no hay nada más. No hay nada que nos permita hacernos preguntas, salvo ¿cómo se soporta una pareja así durante 40 años? Respuesta: Porque son iguales. Hay sí una moralina sobre el final de la obra sobre el amor conyugal, y qué sería el uno sin el otro y que si muriera uno el otro debería morirse inmediatamente. Y frente al matrimonio compuesto por los dos hombres se reflexiona que cada uno elige su propia familia y la arma según sus posibilidades y sus circunstancias, y que los gays pueden ser tan buenos esposos y padres (están planeando en alquilar un vientre para combinar sus espermas y tener un hijo propio) como cualquier pareja heterosexual. Ah, qué alivio saber todo esto. Realmente, después de los amores homosexuales de Sócrates y Platón, no se había descubierto en el mundo una verdad tan reveladora como esta.
Pero ¿por qué tiene que ser todo gritado y actuado como si estuvieran haciéndolo para millones en un estadio de fútbol? No le encuentro explicación posible, salvo que el autor y director estaba un poco fumado con esos porros que fuman los gays y convidan a María Elvira, que los hace pasar de rosca y reírse de todo con la naturalidad de quien se ríe de un chiste bien contado, sólo que exacerbada por los efectos de la marihuana a gran escala. Y el público también debe haber consumido lo mismo, porque reírse de este despropósito habla muy mal de la cabeza de los brasileños. Es cierto que hay un montón de chistes para el consumo interno y de actualidad, como decir que están gobernados por una guerrillera, refiriéndose a Dilma, o aquel chiste de las copas que venían con la revista "Caras". Los demás chistes son indescifrables para mí, que no estoy empapado de las minucias brasileñas. Sólo nos enteramos que  Bangú es un barrio, al parecer de baja categoría, de donde proceden estos personajes ahora instalados en Copacabana en un piso de lujo del que son muy caras las expensas. Carlos se lo hace notar a cada rato a Mauricio Octavio, a la sazón, administrador del edificio.
Sabemos también que Copacabana se ha convertido en un lugar inseguro, de acuerdo al robo que sufre María Elvira al principio de la obra y que el pillaje y el raterío son moneda corriente en ese punto de nuestros vecinos latinoamericanos. El matrimonio formado por María Elvira y Mauricio Octavio tiene un hijo, Felipe, casado con una tal Monique ("es nombre de travesti", declara abiertamente María Elvira), quien lo lleva de las narices y que por una gripe de ella, él no concurrirá a la fiesta de aniversario de sus padres. Felipe es un pollerudo sin más ni más, y así lo hacen ver sus padres cada vez que mencionan a su "querida" nuera. Así, la lista de cuarenta invitados se completa con todos los "muertos vivos" parientes de la rama de María Elvira, sin dejar decidir a su marido a quien quiera invitar. Él se decanta por Judith, una prima de su esposa que según dice es hermosa, porque fue tercer finalista "Miss Bangú 1968", aunque su esposa se refiera a ella como "prostituta". Es también de remarcar que María Elvira estuvo ese mismo año entre las quince finalistas del "Miss Bangú" y que cuando se le preguntó qué esperaba del mundo ella contestó "la paz mundial"... Así de superficiales son los pensamientos de María Elvira (que en su momento supieron conquistar a Mauricio), y así de superficial es la obra toda. Levanta un poco de vuelo cuando nos ponemos a examinar la conducta de la pareja de hombres, de los cuales uno es enfermero "diplomado" y el otro actor (no pasó de extra de teleteatros y  ha sido convocado para algún comercial). Es muy efectivo, sí, el paso de baile que entablan ellos dos en un momento y que arranca aplausos de la platea, sin haber agregado nada a la textura dramática de la obra.
Las actuaciones (lo repetimos) están al borde de lo exasperante. Cristina Pereira, con su kilos de más y su voz de cotorra ronda lo patético (no el personaje, sino la actriz) y Paulo Goubart no se conforma con gritar a la par sino que además pone caras de extraviado mental que hacen juego con lo deslucido de su papel. Los que salvan bastante la plata son los muchachos, que salvo, algún indicio de posesión demoníaca que los lleva al paroxismo, juegan casi decentemente su rol de homosexuales asumidos con su batir de palmas, sus genuflexiones y sus piquitos exabrúpticos, creando dos personajes entrañables dentro de tanto desborde. Lo demás es aire.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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