martes, 16 de enero de 2018

Mi crítica de "La Mujer de la Próxima Puerta" (Cine-1981)

"La femme d'a coté" ("La mujer de al lado") título igual o más sugestivo para esta brillante y emblemática obra de Francois Truffaut, es una clara historia de "amour fou", como él clasificaba a todas sus películas. Se han escrito ríos de tinta sobre la filmografía de Truffaut, que alcanzó los 28 títulos como director y guionista en su corta vida (ya que murió a los 52 años, de un tumor cerebral, en 1984), así que qué podré agregar yo a tantos enjundiosos estudios. Digamos de entrada que todas las obras de "amour fou" terminan mal, sobre todo por esta locura adjudicada al amor, y esta película no es una excepción. Deténganse aquí los crédulos, porque pienso revelar el final...
La protagonizan dos monstruos del cine francés: Gerard Depardieu (en su versión flaca, allá por el 81) y Fanny Ardant (pareja de Truffaut hasta su muerte, en versión de niña asustada, claro, sabía lo que se traía entre manos...). Ellos no forman pareja sino que están casados con sus respectivos consortes (como decía Bernardo Ezequiel Koremblit: "el matrimonio es una desgracia consorte"). Ellos son Bernard Coudrey (Depardieu) y su esposa Arlette y Philippe Bauchard y Mathilde (Ardant). Pero resulta que ellos dos han sido una pareja loca hace ocho años, que se amó locamente y que terminó de igual forma. Luego se separaron y cada uno armó su vida. Y quiere el azar que ella y su marido hayan encontrado casa en una en alquiler que queda separada por una pequeña calle de la de él y su esposa y su hijo pequeño. Hechas las presentaciones del caso (ella desciende de la escalera desde arriba, como sólo las diosas y los dioses pueden hacerlo, sorprendiéndolo), cada uno decide ocultar a sus esposos la verdadera relación que hay entre ellos dos. Al principio se evitan, pero todo eclosiona la noche en que Arlette decide invitar a cenar a sus nuevos vecinos. Allí Bernard, se "retrasa" en su trabajo de instructor de barcos para no toparse cara a cara con Mathilde. Se refugia en la posada de la dueña de las canchas de tenis y gran observadora de la historia, Mme. Jouve. Cuando empieza la película es ella quien nos avisa que una ambulancia se acerca a toda sirena a casa de los protagonistas.
A Mme Jouve tampoco le ha ido tan bien en la vida, ya que quedó lisiada de una pierna, para la que usa un bastón canadiense, cuando su gran amor la dejó y ella decidió tirarse del octavo piso, con tal suerte que una cristalería que había abajo le impidió que se matara. Su amor se casó y se fue a vivir a Nueva Caledonia. Pero un día decide volver a visitarla y es allí cuando ella se toma el primer vuelo a Grenville para no reencontrarse con su antigua pareja. Pero va piloteando bien su vida, sin indiscreciones, con el oído abierto para escuchar viejas cuitas y para disfrutar de su vida. Así, cuando conoce a Mathilde le dice que ella es la mujer  que parece "buscar el mediodía a las dos de la tarde", frase que le ha dicho Bernard refiriéndose a su viejo amor.
Pero claro, ellos han sido el gran amor en la vida del otro, y no bien se ven, la llama de la pasión se enciende, y pronto terminarán besándose apasionadamente en el garage del supermercado. Y más tarde entreverados en las sábanas de una habitación de hotel al que frecuentarán no pocas veces. Ella había prometido contarle todo a su Philippe, en quien tiene una gran confianza y a quien, él, ama desesperadamente, pero no puede, dada la relación clandestina que han tomado sus encuentros. Como toda historia de "amor loco" todo es desesperado, desmesurado, apasionado al extremo, volviéndose nafta y fuego. Así son las relaciones entre Bernard y Mathilde, quienes sin embargo no han dejado de amar a sus respectivos cónyuges, sólo que esta fue su verdadera historia de amor. Se llaman, se buscan, se espían, se celan... en definitiva, se aman y se desean totalmente. Cada encuentro de sus cuerpos y sus almas es una fiesta a la que sólo ellos dos están invitados.
Philippe le confiesa una noche a Bernard que ella se casó con él después de un fallido y erróneo matrimonio que duró sólo seis meses, después de una relación tormentosa con un amante que era "cínico y violento". Ése era él. Ella le cuenta que cuando él la dejó, para empañar la amargura se casó con un tal Patrick, que, a las dos horas, ya supo que se había equivocado. Así es como Bernard descubre una cicatriz en sus muñecas, tal vez resabio de un intento de suicidio. Ella en la actualidad traba relación profesional con un tal Roland, amigo del marido, quien la incita a rejuvenecer su pasión por dibujar libros infantiles y escribir historias para chicos. Ella toma el toro por las astas y se dedica de lleno al dibujo y a la pintura para ilustrar sus libros, que finalmente son editados con éxito.
Pero todo no puede continuar en ese statu quo, y cuando ella anuncia un próximo viaje de "luna de miel" que nunca se llevó a cabo con Philippe y hacen una fiesta en el parque para organizar la despedida, dos horas antes de tomar el avión, a Bernard le agarra tal estado de locura que comienza a golpearla y abofetearla en presencia de todos los invitados. Lo separan entre varios mientras ella queda tendida en el suelo y allí es cuando todo sale a la luz para sus respectivos cónyuges. Ambos engañados sienten pena poro el otro y celos por el uno, reconociendo que sus parejas les habían estado mintiendo por todo ese tiempo. Philippe, en plena luna de miel, la tilda de mentirosa y embustera. Cuando vuelven de su viaje, tanto Bernard como Mathilde tratan de evitarse y no cruzarse. Luego intentan una reconciliación como amigos. Pero entre sueños, Mathilde dice el nombre de él y esto desmoraliza a Philippe.
En la recepción de los libros de ella, un pequeño incendio en la cocina de Mme. Jouve, que es aplacado por Mathilde la lleva a refugiarse en el baño, donde dos jóvenes comentan de alguien que se acostó con su vecina y de que es lo peor que podía hacer. Ella corre hacia el medio del follaje y entra en una crisis de llanto que ni el marido ni todos los asistentes pueden cortar. De ahí es internada en una clínica psiquiátrica en donde se le diagnostica una depresión nerviosa de la que sólo ella con su voluntad podrá salir. Pero no. Se ha abandonado a su suerte. Y no importa que Philippe la visite todas las tardes, ella sólo necesita a Bernard, de quien su mujer ahora está embarazada y el que no le presta atención a Mathilde. Mme Jouve le pide que vaya a verla ya que es el único que puede sacarla de ese estado. Él acepta ir a regañadientes y Mathilde empieza poco a poco a recuperarse. Cuando le pide que le ponga las pilas de la radio él le dice que está contento que se interese por las noticias, y ella le responde que sólo escucha canciones, que cuanto más idiota son más dicen la verdad.
El matrimonio Philippe-Mathilde ha vendido la casa. Y una noche en que está desocupada, Bernard siente ruido y va a investigar. Allí la encuentra a ella, vestida con un impermeable y lo incita a hacerle el amor. Por supuesto que no se protegen del SIDA ni de un posible embarazo, porque segundos más tarde ella sacará un revólver de su cartera descerrajándole un tiro en la cabeza a él y reservando otro para ella. Bien dicen que la pulsión de vida y la de muerte van siempre juntas. El Eros y el Thanatos. Así como los franceses tienen el don de llamar al orgasmo la "petit-mort". El deseo y la muerte se han unido para poner el único fin posible a esta historia bien de "amour-fou".
Es una gran película, todo está bien en ella, desde las actuaciones que son un lujo; la dirección el lujo mayor, la explosión del deseo que se da entre ellos nunca estuvo tan bien retratada en el cine. Las escenas se dan como pequeñas viñetas, cerrándolas todas con un fundido a negro y dando paso a la siguiente de una forma de narrar que ronda lo novelesco. Y el final no podía se otro más desgarrador para esta pareja de amantes que no fueron enterrados juntos, y que según opinión de Mme. Jouve merecen el epitafio de "Ni contigo, ni sin tí".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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