viernes, 19 de abril de 2019

Mi crítica de "Vuelo a Capistrano" (Teatro)


Una apasionante tarea resulta encontrar las claves escondidas en las maravillosas obras de Gorostiza, tal vez el más importante autor nacional contemporáneo junto con Cossa y Kartum. Y esta vez ha sido idea de Teatrix traernos esta obra recuperada, esta magnífica puesta de "Vuelo a Capistrano", una de las últimas obras del autor nonagenario fallecido hace poco, con la dirección siempre sagaz de Agustín Alezzo, otro grande del teatro nacional. El elenco está comprendido por Daniel Fanego (Pablo), Emilia Mazer (Emilia) y María Ibarreta (Susana), otro gran seleccionado.
Y la obra se trata de búsquedas, porque todos los personajes están a la busca de algo, de saber quienes son y de adquirir independencia, como el vuelo de esas misteriosas golondrinas que todos los años unen San Juan de Capistrano, en California, con nuestra Capital Federal. Hay búsqueda en esa música casi milagrosa, el quinteto para cuerdas de Schubert, que Pablo escucha casi obsesivamente todo el tiempo porque le trae paz, a una vida que no es nada fácil. Pablo ha sufrido una operación que no dio el éxito buscado y ahora sólo resta esperar el final, y para acompañarlo está la amorosa Emilia, una maestra en constante lucha sindical por reivindicar los sueldos de los docentes. Lucha que Gorostiza mismo parece enjuiciar a través de Pablo: "cuando hacen un paro a los que perjudican no es a los grandes, sino a los chicos, son los únicos afectados por su paro". Y Emilia parece contestarle con la pregunta que se hace el mismo autor: "se trata de no dar educación por un día a un chico o salvar un plato de comida en la mesa de un maestro". Y tiene una bandera que despliega con el reclamo salarial impreso, es toda una combatiente. Por otro lado está la angustia de Pablo, quien abre la obra llorando desconsoladamente y de la que sólo lo saca el sonar del teléfono, al que deja descolgado para que no lo molesten en su sufrir. Y su increíble lucha contra las palomas que anidan en su balcón. "No soporto la mediocridad, y las palomas son pájaros mediocres, de vuelo corto, que nunca van a llegar a emigrar como las golondrinas". Y para eso se asoma una y otra vez peligrosamente a su balcón para espantar a esos "bichos". Hasta que por fin descubre en un saliente del balcón, un pichón de golondrina (su querida "irundum rustica") al que le dedica todo su esmero.
Pablo es pintor, que en otros tiempos fuera exitoso, pero que ahora no vende un cuadro ni por casualidad. Tampoco están a la venta, ni en exposiciones, sabe que su talento mermó y prefiere amontonarlos en su cuartucho. Y Emilia es el hada buena que quiere rescatarlo, quiere que vuelva a pintar con ganas y que venda sus obras, aunque no lo consiga. Emilia trae una pascualina de la rotisería para comer mientras se toma un cuarto intermedio en su lucha contra el ministerio. Pablo observa el curioso nombre de la comida: ¿por qué le habrán puesto pascualina y no Pascual? Emilia reflexiona que para ella debe tener alguna conexión con la Pascua, le otorga un significado místico, significado que Pablo no quiere asumir. Y trata a Pablo con la mejor calidez de sus abrazos y sus besos.
Y en el medio está Susana, ex esposa de Pablo quien lo llama a todas horas para recordarle que tiene una hija en común, Pauli, de quien viene a hablar en ese preciso momento. Susana se hace presente para pedirle a Pablo que le de la firma autorizando el traslado de Pauli a Brasil para pasar sus vacaciones. Este se niega por completo, sobre todo porque Susana ya tiene otro compañero, Osvaldo, quien parece haber aparecido en su vida antes de que se separaran. Y este Osvaldo hace negocios turbios entre la Argentina y la frontera con Brasil, y le parece a Pablo que por ahí viene la cosa. La solución es fácil, la familia compuesta por Susana-Pauli-Osvaldo quiere irse a vivir a Brasil y necesita su autorización. Pablo contesta incansablemente con el "no estoy, me fui", que no hace otra cosa que resaltar su breve estancia en esta vida o lo que le queda por vivir. Se aísla metiéndose en el baño o yéndose a dormir, por lo que Emilia le cuenta a Susana que Pablo está esperando su final y que por eso está tan deprimido. Esto afecta sobremanera a su ex, pero la actual le dice que no le diga nada a Pablo que se lo ha dicho. Pero claro, la mentira tiene patas cortas y Susana no puede reprimir el llanto y los abrazos cuando se acerca a Pablo. Este se da cuenta de todo, que Emilia ha hablado.
Pablo está obsesionado por los pájaros, y tiene un libro en dónde se detallan las características de cada especie, pero su preferida sigue siendo la "irundum rustica", Emilia le dice a Susana en secreto que lo busque por el lado de las aves. Y eso hace Susana. Aunque sin resultado aparente. Pablo está buscando su compromiso con este mundo en disolución, es un escéptico, que niega todo lo que se le ofrece, menos el cariño de Emilia, que parece ser lo único que lo salva de su desesperación. El mundo en disolución, pronto pasará a ser el mundo en "descomposición", por lo que Emilia resalta que ha pasado de su carácter efímero a convertirse en un mundo en putrefacción, un estado de podredumbre y de fetidez total. Pablo lo reconoce, es por eso que vuelve una y otra vez a su amado Schubert. Y a su vuelo hacia Capistrano de sus eternas golondrinas, a quienes ve como una especie superior de pájaros, que pueden volar en bandadas sin equivocar nunca el rumbo ni la orientación, y a quienes las guía un ansia de superación, como es la que anida en su pecho. En realidad Pablo quiere ascender, aunque no sabe cómo hacerlo ni reconozca los motivos. Su vida, para él, no está todavía terminada, aunque lo venza la angustia por momentos. Y sigue constantemente en su lucha contra las imbéciles palomas, que sólo saben comer, cagar y reproducirse. "Igual que nosotros", acota Emilia. Tal vez sea por eso que les tiene tanto odio, porque se parecen irremediablemente a nosotros. Y el ser humano es, para él, una raza que debería extinguirse, igual que las palomas.
Cuando Emilia se va, vuelve, al descubrir que ha caído al suelo lo que Pablo pensaba que era un pichón de golondrina, y no era otra cosa que un bebé de torcaza, indefenso y herido, al que finalmente, junto con Emilia deciden cobijar. Tal vez la indefensión de aquella ave le haya despertado a Pablo sentimientos compasivos y decida reconciliarse con el mundo y con sus palomas. No sabemos cómo continuará la historia. Lo que sí sabemos es que ha sido estupendamente narrada por ese gran contador de las cosas nuestras que fue Carlos Gorostiza, esta vez con menos humor que en otras oportunidades, pero sin descuidar su costado irónico ni agudo ni por un momento. La calidez que le imprime Alezzo a estos personajes es memorable y construye esta pequeña pieza como una gran obra, destinada a perdurar.
Y no se olviden que pueden verla haciendo click en el "Ver obra" que precede esta crítica.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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