sábado, 8 de junio de 2019

Mi crítica de "100 Metros Cuadrados" (Teatro)

Ante todo debo decir que anoche la pasé bárbaro viendo esta excelente comedia del español Juan Carlos Rubio en el Multitabarís Comafi, con la estupenda dirección de don Manuel González Gil y la actuación de dos actrices en estado de gracia: Florencia Bertotti y María Valenzuela, acompañadas por Stéfano de Gregorio.
"La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes" dijo alguna vez John Lennon, y esta frase sirve de leiv motiv para la obra, y nunca una frase mejor pensada que esta para definir en esencia lo que ocurre en la escena. Porque la comedia (sí, de una comedia se trata), viene a representar el devenir de la vida, que nos ocupa a esperar que pase determinado evento, y mientras van sucediendo montones de otras cosas, hasta que lo inesperado viene a poner todo patas para arriba y nos demuestra que todo lo que nos preocupaba no era en definitiva tan importante. Creo que esta es una sinópsis de la obra, aunque corta, -tal vez una "sinopsitis"- pero lo que mejor define el espíritu de la pieza. Debo señalar para empezar el nivel de las actuaciones, que me pareció soberbio: Florencia Bertotti, en su debut en teatro, se metió de cabeza, ya que además de protagonizar la obra, estuvo en la producción artística, en la adaptación y en la creación de la canción de la pieza, compone a esa chica medio atolondrada a la que ya nos tiene acostumbrados, habladora hasta por los codos y sabelotodo, solvente, a la que, sin embargo la vida no le sonríe. María Valenzuela, por su parte, hace una arriesgada apuesta a crear un personaje esperpéntico, con un magnífico trabajo en caracterización y en manejo de la voz que se instala entre lo mejor de su carrera. Stéfano de Gregorio, por su parte compone a un personaje de muchos empleos, cuya verdadera vocación va por el lado del "arte", en un rol menor pero con desenvoltura. Pero las verdaderas estrellas de la pieza son Sara y Lola (Florencia y María), dos mujeres que, cada una a su manera, padecen de una profunda soledad y de una necesidad imperiosa de establecer vínculos. Ambas se necesitan, pero las dos son las distintas caras de una misma moneda. Por eso se forma esta "extraña pareja", de grandes réditos en todas las formas artísticas, que hacen movilizar la acción siempre en sentido ascendente y con más de un acierto en materia humorística.
Sara tiene 37 años, está casada hace 9 con Ricardo y viene a comprar este departamento de 100 metros cuadrados como inversión, ella es jefa en una compañía de seguros y se topa con un lugar previamente amueblado y decorado que además contiene una inquilina: su verdadera dueña, que va a vivir en él hasta que muera. No le falta mucho, claro, debido a su deplorable estado de salud, su "mala salud de hierro" (diría Sabina), que la lleva a fumar como un escuerzo, a beber whisky y a fumarse algún que otro porrito, a pesar de sus tres by-pass y a su desahucio general. Lola, la dueña de ese cuerpo endeble, que anda enfundada en su viejo pijama y en pantuflas que arrastra todo el tiempo, y con un peinado "descuidado" (es un verdadero show los pelos de la peluca de la Valenzuela), habla de la muerte en primera persona y sin miedo alguno, hasta acostumbrada al humor negro con el que se maneja y con un carácter despótico que la hace detestable desde el primer momento. Claro, con el correr de la obra iremos conociendo las flaquezas de ambas y ellas dos nos entregarán su costado más enternecedor. Lo cierto es que Sara ofrece un diez por ciento menos de lo que piden por el departamento, dispuesta a acarrear con el "inconveniente" -como llaman a la vieja de 73 años que está a un paso de la tumba-. El trato se cierra y ambas van a la escribanía a firmar el boleto de compra, aunque, aclare Lola que ella hace más de un año que no sale de su covacha. Para salir le basta calzarse sus zapatos de taco alto y su peluca que la hacen "igualita" a Raffaella Carrá y su tapado de visón (todo arriba del pijama).
Con el correr del tiempo irán intimando y se vana ir conociendo. Así, un día le cuenta Sara que está casada con un hombre que le es indiferente, con el que no sabe si seguirá mucho tiempo más, y que por eso compró ese departamento, para irse a vivir allí en cualquier momento de retirada apurada. Lola, a la vez perdió a su único amor, su marido que la engañó y ella, por orgullo, no supo disculparlo a tiempo. Ahora, en la noche de Navidad le habla allí donde quiera que se encuentre y le dice que la disculpe, que no supo ver que era su único amor y que se encuentra arrepentida por no haber sabido perdonarlo. Pero la noche de Navidad también está llena de alegría, porque viene Sara a disculparse por haberse enojado aquel día en que fue a disculparse... Las dos tienen un carácter fuerte y ninguna da el brazo a torcer. Pero, según afirma Lola, a ella los enojos le duran nada más que un día... prefiere tener uno nuevo al día siguiente. Es por eso que este encuentro también termina a las patadas. Las dos hablan, y mucho (Florencia es experta en largar largas parrafadas sin respirar ni pestañear, y sin que aquello altere su rutina), Lola no le va a la zaga, ya que es experta en repetir frases célebres y "las conoce todas", y es una mandona y regañona auténtica. Tiene toda la fuerza y el carácter de una vieja patética y solitaria, no de una mujer que esté a punto de dar el paso hacia el más allá.
Entretanto el devenido empleado de inmobiliaria, corredor de cosméticos y chofer de ambulancia, intenta por la vía del "arte", más específicamente por la rama del canto, allí donde en un casting no puede coordinar una nota ni desentumecer su garganta, para cantar la canción pergeñada por la actriz de la obra. Sara le festeja el cumpleaños a su nueva amiga Lola, después de muchas peripecias y cambios de opiniones y declara que su marido se ha ido con su secretaria, a quien dejó embarazada y con la que piensa mudarse. Es por eso que Sara alquiló otro departamento y está viviendo en él. Lola sigue haciendo chistes sobre el día de su muerte... hasta que parece llamarla... Le da un ataque y Sara debe llamar a la ambulancia. Después de permanecer varios días internada, Lola vuelve a su departamento con ganas de fumar, para descubrir que Sara le tiró todos los cigarrillos. Pero construir una comedia es una cosa difícil, hay que mantener un buen diálogo con sentido del humor y, una cosa importante, no caer en golpes bajos. Y acá parecemos encontrarnos con uno. Nada más fácil que intercalar una tragedia en medio de la comedia para dar la sensación de que se está tocando un tema "trascendente". Ojo, que esta es una trampa delicada. Así, de la nada, Sara informa que tiene un tumor cerebral del tamaño de una nuez en un sitio muy difícil de operar y que el médico no se las da todas con ella. Lágrimas por doquier. Tema sensible. Nos emociona, sobre todo por los gritos desgarradores de Lola de "no es justo, no es justo". Pero salimos enseguida de ese bache. Tema sorteado. Ahora, sin pelo, nos encontramos a una Sara en pleno proceso de recuperación y de reflexión, de que todo lo que parecía afligirle hasta ese momento eran verdaderas pavadas comparado con lo importante. Por suerte la historia termina bien y nadie muere y se quedan las dos a vivir juntas, en un derroche del mejor humor.
Florencia Bertotti la verdad es que está muy hermosa y tiene un cuerpo increíble, envidio a su marido en la vida real. No puedo decir lo mismo de la Valenzuela, que está muy desmejorada, más allá del papel, está muy flaca y con poca forma de cuerpo de mujer, está muy cascoteada después de todo por lo que ha pasado. En definitiva, que "100 Metros Cuadrados" es una obra meritoria, interesante y altamente recomendable para ir a ver. Miren que quedan pocas semanas en cartel, después no me digan que yo no les avisé. Y por favor, no se enamoren de la Bertotti, que para eso estoy yo...
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



No hay comentarios:

Publicar un comentario