jueves, 20 de junio de 2019

Mi crítica de "Esquizopeña-Duele" (Teatro-es un decir)


Teatrix ha tenido la desatinada idea de agregar otro unipersonal de Fernando Peña a su cartelera y nos la hace padecer. Todavía no me explico cómo llegué a soportar las dos horas de este espectáculo denigrante, que más allá de que no me sacó ninguna leve sonrisa, me hizo repudiar aún más la figura de Peña. Porque cuando se trastoca el ejercicio de la actuación, los límites del buen gusto, de lo que se debe mostrar o no en un escenario, estamos ante un síntoma de la decadencia moral y social que tan bien supieron ejercer Calígula y Nerón y llevar a la declinación de la sociedad de occidente y a su imperiosa caída (imperiosa porque era un imperio). No es mi deseo ponerme en moralista, acepto frecuentemente lo que me ofrecen en teatro, pero cuando la repugnancia es tal que asquea y nos lleva a preguntarnos qué hacemos perdiendo el tiempo ante la computadora, es cuando estamos superando todos los límites de lo sanamente aceptable. Fernando Peña fue un transgresor, eso está claro, y podría haber explotado su excelente condición de actor (el estanciero Roboira y la cubana Milagritos López así lo atestiguan) y no dejarse llevar por sus ansias de promocionar su homosexualidad como si fuera la panacea mundial, algo que todos los espectadores deberían probar y compartir. Peña utiliza un lenguaje degradante, y no es que yo me haya convertido en purista, escuché durante mucho tiempo las puteadas de Pinti (y eso que son de las más fuertes) y las disfruté dentro de ese contexto que nos proponía, pero cuando acá son llevadas al paroxismo, cuando se ensucia el nombre de figuras públicas calificándolos de "putos" o de "tortilleras" y se hace uso del desnudo como una forma de exhibición malsana, se torna francamente insoportable. Peña era un exhibicionista hijo de puta, lo digo así, con todas las letras porque no hay otra sentencia para alguien que pasa mitad del espectáculo mostrando su pene y masturbándose en público, hasta hacerlo encima de un crucifijo, como para demostrar lo "superado" que era (ojo, yo no soy creyente, pero me adhiero a todos los que no quieren que se ensucie el nombre de su Dios con acciones tan bajas como esa). Y se masturba no una sino varias veces durante el espectáculo, tal vez llevado por sus ansias eyaculatorias. Y el peor pecado que puede producir Peña es el de aburrir. Sí, porque no causa gracia con sus chistes sobre putos y lesbianas ni sus extravagancias que lo llevan no sólo a denunciar en público a todos los gays y lesbianas que hay en el mundo del espectáculo (María Elena, María Herminia, Susana Rinaldi, Sandra, Celeste, Marilina, Gaby Sabatini, hasta se mete con la pobre Soledad, de quien dice que todavía no se declaró pero le falta un empujoncito). Cuando el escenario se transforma en un prostíbulo de barrio, estamos ante el síntoma de que algo no anda bien, y no es que este sea un espectáculo del under o del off, sino que se representa en plena sala del complejo La Plaza con la asistencia de cientos de admiradores que ¡¡¡lo aplauden de pie!!! y disfrutan con cada uno de sus exabruptos.
Comienza el espectáculo haciendo una travesti sentada en el inodoro en pleno acto de meterse para adentro una hemorroide (¡¡¡!!!) y luego va a desgranar sus penas de sentirse mujer en el cuerpo de un hombre y tener pito, como el espectáculo se llama "Duele", cada personaje va a hablar de su dolor. Y lo hace de la forma más chocante: extrayendo su miembro y enseñando cómo deben disimulárselo con cintas adhesivas los travestis para acallar su existencia. Y el dolor es grande. No sólo físico sino el más duro, el psicológico de saberse excluido de todo a lo que puede aspirar una mujer. Por supuesto esto se dice no con delicadeza y mesura, sino del modo más confrontativo posible, a lo que el público responde con risas y aplausos, y las que más lo disfrutan son las mujeres, ya que se oyen sus carcajadas destempladas.
El siguiente personaje que encarna es el de la lesbiana María Elena, una entrenadora deportiva con pinta de macho, que no duda en describir todas sus prácticas sexuales con otra mujer y exhibir todo tipo de consoladores y confesar su admiración por los gays porque en ellos "por lo menos hay penetración" y ellas tienen que conformarse con apoyarse unas contra otras... Ahí es cuando desgrana todos los nombres de lesbianas conocidas y otras por conocer (hasta se mete con la entonces y ahora ministro Patricia Bulrich) y emplea el nombre de Catherine Fulop para exhibir sus peores bajezas. Habla de cuando vino "Gaby" a decirle que la habían llamado para una campaña publicitaria de agua y ella le enseñó a decir con femineidad "esta es mi agua" a lo que ella terminó diciéndolo como un macho. Y termina rematándola con un gran póster de la Sole, para decirle que se deje convencer y ya va a ver como tira a la miércoles a "Don Ata" y revolean el poncho juntas. Un asco.
Con el estanciero Roboira luce un poco de ingenio deconstruyendo el lenguaje de la clase acomodada argentina, con su empeño de decir "mal" por "bien" (nos divertimos mal, nos reímos mal), de no poder pronunciar nada que empiece con la "ll" sin decir "yueve", "yanto", "yave", y decirles a todos "man", hasta la abuela, para él es "man", todo, vacas, caballos, gallinas, todos son "man". Y el infaltable "boludo", tan en boca de nuestra juventud. Sumado a la afección de no poder sacarse las manos de los bolsillos son parecer "grasas". Pero se desbarranca cuando mete el tema sexual. Que quiso debutar con una chica que lo tenía muy caliente pero se llamaba Gladys, y ningún "bien" puede encamarse con una chica con ese nombre. Entonces, cuando estaba con su amigo Rodrigo le pidió que se masturbaran juntos a lo que terminó montándolo por atrás, con plena aceptación del otro. Por supuesto que todo esto va acompañado por acciones explícitas y debemos acostumbrarnos a ver su miembro por segunda vez y ver como se "toca" reiteradas veces. Por supuesto que sigue teniendo relaciones con su novia Pili, con la que no puede tener una conversación coherente porque también es "Álzaga Unsué". Por supuesto que todo ésto se sazona con el lenguaje de una gomería de barrio, con perdón de los gomeros. Por qué, digo yo, caer tan en el lodo y emporcarse hasta la médula, como decía la gran Chabuca Granda: "¿por qué hablar mal, si el castellano es un idioma que nos permite hablar tan lindo?".
Enseguida viene el personaje de Monseñor Lago, en referencia al gran gay de la iglesia, Monseñor Justo Laguna, con quién dice él iban de jóvenes a "ordeñar" muchachos a las estaciones de trenes y a revolear las sotanas. Se mete luego con el entonces presidente De la Rúa (que no fue ninguna joyita), pero diciendo que Inesita Pertiné le llevaba a su hijo Aíto para que lo educara y él le hacía chupar su miembro y lo abusaba por detrás. A todo ésto, Aíto muy contento. Se levanta la sotana y vemos que en sus pantalones hay un gran recorte para mostrar su miembro (sí, otra vez), y demostrar cómo puede utilizar un crucifijo para masturbarse. Un ejemplo de lo que es denigratorio para cualquier espectáculo, ya sea teatral o del más bajo cabaret de cuarta.
Y sigue con Beto Flores, un gay que le duele porque tiene SIDA, pero igual se la rebusca para tener sexo con un negrito brasileño con "tres miembros" y hacer aparecer a Ronnie Arias en el sketch como otro gay resentido. Palabrotas y actos explícitos a granel.
Y viene el número más zonzo, el gran Dios Buba, de la mano de un predicador chanta, que después de "El Sendero de Warren Sánchez", de Les Luthiers (tan distintos en su concepto del humor) pareciera que no hay nada más que agregar. Y no hay nada más. Con un falso sanador negro que habla en inglés al que el predicador traduce. Sin comentarios. Y termina con el personaje que lo hizo célebre en la radio y el más logrado, la gran cantante cubana Milagritos López, a quien presenta de espaldas para no develar su rostro. Y finaliza el espectáculo con Peña ¡¡¡desnudo completamente!!!, como si eso hiciera falta. Y el público se pone de pie unánimemente para vitorearlo...
Los guionistas de este degradante show fueron el mismo Peña, Sebastián Wainrach y Ronnie Arias, con dirección de éste último. Una verdadera basura. Y Peña se murió el mismo día que un grande de verdad, Alejandro Doria, quien hizo la mejor película argentina de la historia: "Esperando la Carroza", en donde subvertía con humor la idiosincracia de los argentinos, con verdadero talento. Y fue una desgracia para Doria, pues todos hablaban de la muerte de Peña, ignorando la suya por completo. Doria fue velado en un velatorio chiquito y privado mientras que Peña fue despedido en ¡¡¡el Congreso!!! Paradojas del destino humano. Mi gran recuerdo para Doria y para Peña, lo mismo que nos lanza él, un escupitajo verde y pringoso.
Y no me digan que no les avisé.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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